sábado, 10 de marzo de 2018

La dictadura del progresismo

En estos días he podido corroborar cómo en la sociedad en la que vivimos existe una falsa libertad de expresión. A raíz del famoso día de la mujer donde se celebró la huelga feminista que todos conocemos, ha habido algún que otro debate sobre la idoneidad o no de convocar esta huelga y los objetivos que ella buscaba. Bastaba que una sola persona pusiese sólo en entredicho lo que hasta ahora era incuestionable, para que esa persona se llevase todos los ataques posibles por parte de aquellos que se autodenominan "Progresistas y tolerantes".

Es curioso cómo funciona la suciedad (Sí, suciedad) en la que malvivimos. En nuestro sistema existe una amplia serie de cuestiones que son intocables y sobre las que no se puede cuestionar absolutamente nada. Si te sales de ese guión, de aquello a lo que hoy en día se conoce como "Lo políticamente correcto", amigo, más te vale que te busques una cueva en lo más profundo de un bosque, porque socialmente estás marcado. Yo sin ir más lejos he discutido con muchas personas en los últimos días sobre una entrada que escribí, cuyo título es "La dictadura del feminismo". No voy a repetir lo que mencioné en ella, porque me duele un poco la boca de tanto repetir ante mis interlocutores (Que no han sido pocos) hacia lo que yo estaba haciendo referencia verdaderamente en dicha entrada. Incluso aunque lo repitiese por nonagésima vez, la gente no entendería o no querría entender los argumentos que yo expuse en su momento. A diferencia de Francisco Umbral, yo no vengo aquí para hablar de mi libro (En este caso, mi entrada), sino para hablar sobre aquello que muchas personas, incluida yo, hemos experimentado estos días cuando hacemos referencia a temas que trascienden todo debate.

Yo comprendo que hoy en día las almas humanas están muy susceptibles ante cualquier opinión contraria que se pueda exponer públicamente, pero se supone que vivimos en un país donde ese papel insignificante llamado constitución nos garantiza a la muchedumbre que componemos el tejido social aquello que el artículo 20 de ese papel mojado define como "Libertad de expresión". Una libertad de expresión que por supuesto queda muy bonita en la teoría, pero que en la práctica es algo más difícil de llevar a cabo. En nuestro país, concretamente desde el sector más progresista de nuestra sociedad, existe un pensamiento férreo hacia unos principios que éstos defienden y sobre los cuales no admiten crítica alguna. He expuesto la cuestión feminista como también podría exponer la cuestión del aborto, el endurecimiento de las penas, el nacionalismo, la inmigración, la religión, la LGTB o como quiera que se llame ese colectivo compuesto por más consonantes que las frases del programa "La ruleta de la suerte".

Hablemos alto y claro, señores. No existe libertad de expresión en nuestra sociedad. Y no existe porque predomina ese factor invisible de "Lo políticamente correcto", lo cual restringe y limita nuestra libertad a la hora de exponer ya sea en público o en privado nuestras opiniones sobre las cuestiones que nos rodean y afectan. Un factor que ha creado y sostenido el sector conservador de la sociedad, por supuesto, pero sobre todo y especialmente, el sector progresista de nuestro país. Un sector sectario (Valga la redundancia) cuyos integrantes no permiten ni una sola crítica contra los planteamientos que defienden, y que acto seguido te descalifican tildándote de adjetivos que precisamente les hacen más honor a sus emisores que a sus receptores; "Fascista, totalitarista, autoritario, intolerante...". Un sector muy importante de la sociedad que hace gala de su intolerancia y totalitarismo mientras abandera hipócritamente la causa de la igualdad y el respeto. Un sector que recuerda cada vez más a ciertos sistemas políticos totalitarios que ensombrecieron a Europa y a Asia durante el siglo XX. Un sector que defiende un sistema cuan "1984" en el cual predomina una idea intangible por encima de las demás corrientes. Un sector que abandera una vertiente ideológica, la cual está llevando a occidente a la división y a la degradación social y moral en pos de "La libertad y la igualdad", esa misma libertad e igualdad que deniegan a aquellos que no piensan como ellos. Un sector que afirma "Surgir y representar al pueblo", pero que es promocionado y financiado por las élites judías compuestas por miserables como Soros o la familia Rotshchild, pertenecientes al ala de los neoliberales progresistas. Un sector que está ocasionando daños inimaginables a una sociedad cada vez más surrealista y que no es otro que el sector del mal llamado "Progresismo". 

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