En estos días he podido corroborar cómo en la sociedad en la que vivimos
existe una falsa libertad de expresión. A raíz del famoso día de la mujer donde
se celebró la huelga feminista que todos conocemos, ha habido algún que otro
debate sobre la idoneidad o no de convocar esta huelga y los objetivos que ella
buscaba. Bastaba que una sola persona pusiese sólo en entredicho lo que hasta
ahora era incuestionable, para que esa persona se llevase todos los ataques
posibles por parte de aquellos que se autodenominan "Progresistas y
tolerantes".
Es curioso cómo funciona la suciedad (Sí, suciedad) en la que
malvivimos. En nuestro sistema existe una amplia serie de cuestiones que son
intocables y sobre las que no se puede cuestionar absolutamente nada. Si te
sales de ese guión, de aquello a lo que hoy en día se conoce como "Lo políticamente
correcto", amigo, más te vale que te busques una cueva en lo más profundo
de un bosque, porque socialmente estás marcado. Yo sin ir más lejos he
discutido con muchas personas en los últimos días sobre una entrada que
escribí, cuyo título es "La dictadura del feminismo". No voy a
repetir lo que mencioné en ella, porque me duele un poco la boca de tanto
repetir ante mis interlocutores (Que no han sido pocos) hacia lo que yo estaba
haciendo referencia verdaderamente en dicha entrada. Incluso aunque lo repitiese
por nonagésima vez, la gente no entendería o no querría entender los argumentos
que yo expuse en su momento. A diferencia de Francisco Umbral, yo no vengo aquí
para hablar de mi libro (En este caso, mi entrada), sino para hablar sobre
aquello que muchas personas, incluida yo, hemos experimentado estos días cuando
hacemos referencia a temas que trascienden todo debate.
Yo comprendo que hoy en día las almas humanas están muy susceptibles
ante cualquier opinión contraria que se pueda exponer públicamente, pero se
supone que vivimos en un país donde ese papel insignificante llamado
constitución nos garantiza a la muchedumbre que componemos el tejido social
aquello que el artículo 20 de ese papel mojado define como "Libertad de
expresión". Una libertad de expresión que por supuesto queda muy bonita en
la teoría, pero que en la práctica es algo más difícil de llevar a cabo. En
nuestro país, concretamente desde el sector más progresista de nuestra
sociedad, existe un pensamiento férreo hacia unos principios que éstos
defienden y sobre los cuales no admiten crítica alguna. He expuesto la cuestión
feminista como también podría exponer la cuestión del aborto, el endurecimiento
de las penas, el nacionalismo, la inmigración, la religión, la LGTB o como
quiera que se llame ese colectivo compuesto por más consonantes que las frases
del programa "La ruleta de la suerte".
Hablemos alto y claro, señores. No existe libertad de expresión en
nuestra sociedad. Y no existe porque predomina ese factor invisible de "Lo
políticamente correcto", lo cual restringe y limita nuestra libertad a la
hora de exponer ya sea en público o en privado nuestras opiniones sobre las
cuestiones que nos rodean y afectan. Un factor que ha creado y sostenido el
sector conservador de la sociedad, por supuesto, pero sobre todo y
especialmente, el sector progresista de nuestro país. Un sector sectario (Valga
la redundancia) cuyos integrantes no permiten ni una sola crítica contra los
planteamientos que defienden, y que acto seguido te descalifican tildándote de
adjetivos que precisamente les hacen más honor a sus emisores que a sus
receptores; "Fascista, totalitarista, autoritario, intolerante...".
Un sector muy importante de la sociedad que hace gala de su intolerancia y
totalitarismo mientras abandera hipócritamente la causa de la igualdad y el
respeto. Un sector que recuerda cada vez más a ciertos sistemas políticos
totalitarios que ensombrecieron a Europa y a Asia durante el siglo XX. Un
sector que defiende un sistema cuan "1984" en el cual predomina una
idea intangible por encima de las demás corrientes. Un sector que abandera una
vertiente ideológica, la cual está llevando a occidente a la división y a la
degradación social y moral en pos de "La libertad y la igualdad", esa
misma libertad e igualdad que deniegan a aquellos que no piensan como ellos. Un
sector que afirma "Surgir y representar al pueblo", pero que es
promocionado y financiado por las élites judías compuestas por miserables como
Soros o la familia Rotshchild, pertenecientes al ala de los neoliberales
progresistas. Un sector que está ocasionando daños inimaginables a una sociedad
cada vez más surrealista y que no es otro que el sector del mal llamado
"Progresismo".
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.