Hace diez años, en 2015, Felipe VI llevaba ya un año reinando como rey de España después de la abdicación de su padre, Juan Carlos I, en junio de 2014. En aquel entonces, y tras la retirada (o mejor dicho, la retirada forzada) del hoy rey emérito y tras la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba como líder del PSOE y la posterior llegada en paralelo a la de Felipe VI de un joven y desconocido Pedro Sánchez como nuevo secretario general de los socialistas, muchos comenzaron a mirar de reojo al entonces presidente del gobierno, Mariano Rajoy.
Si el propio rey Juan Carlos y Rubalcaba, hasta entonces líder de la oposición, se habían marchado a la misma vez tras las polémicas elecciones europeas de mayo de 2014 (Rubalcaba alegó que no se fue de inmediato porque, siendo conocedor con anterioridad a la abdicación, temía lo que pudiese hacer el PSOE a la hora de votar la Ley Orgánica que regulase la abdicación) ¿Por qué no podía hacer lo mismo Mariano Rajoy? Muchos veían la situación en 2015 y, sobre todo en 2016, similar a la de 1976. Algunos consideraban a Rajoy miembro de esa misma generación que en 2014 había dado un paso atrás en favor de otra generación más joven (la representada por Felipe VI y Pedro Sánchez).
Siguiendo esa similitud, muchos veían a Felipe VI como la encarnación de un tiempo nuevo, similar a la que representaba su padre tras la muerte de Franco en noviembre de 1975, mientras que a su vez otros muchos veían en Mariano Rajoy a una especie moderna de Carlos Arias Navarro. Un presidente inmóvil, pasado de moda, sin carisma, serio y anticuado, el cual debía de jubilarse cuanto antes para dar paso de inmediato al que debía ser, para muchos, el equivalente al Adolfo Suárez de 2015/2016.
Muchos vieron en Pedro Sánchez y/o en Albert Rivera (entonces líder de Ciudadanos) como los candidatos perfectos para ejercer ese papel moderno de Adolfo Suárez, con el fin de llevar a cabo las reformas que España necesitaba o, mejor dicho, tomarle el pelo nuevamente a la ciudadanía a la hora de ir, como muchos afirmaban, a una II Transición después del tsunami Zapatero y la inmovilidad absoluta de Rajoy. Lo que muchos no sabían, y se niegan a reconocerlo incluso diez años después, es que el sistema no necesitaba ya una reforma, sino ser abolido, ya que en aquel entonces ya estábamos asistiendo, y hoy más que nunca, a un deterioro progresivo e irreversible del denominado régimen del 78, similar al que desde 1917 y, sobre todo, desde 1923, se produjo con el sistema de la Restauración.
A pesar de los intentos por parte de muchos sectores influyentes de la sociedad española para que Rajoy se retirase en 2015/2016, el entonces presidente del gobierno alegaba que aún no había consumido su tarea. Recuerdo de hecho un artículo publicado en 2016 donde, después de que Rajoy rechazase el ofrecimiento de Felipe VI para ir a la investidura, se comenzó a hablar de los recelos e incluso el rechazo que desde Zarzuela se miraba a Rajoy (y no precisamente por declinar la investidura). Recuerdo que en el artículo mencionaban que desde Casa Real se referían en tono despectivo a Rajoy como "el abuelo". Un indicio de cómo desde Zarzuela estaban impacientes porque el Arias Navarro del siglo XXI abandonase por fin la Moncloa para dar paso al que debía ser el Adolfo Suárez de nuestro tiempo.
Finalmente, y para disgusto de todos, Rajoy salió reelegido en 2016 y con ello se vieron truncadas las esperanzas del sistema para que el Adolfo Suárez de ese tiempo nuevo que se había abierto con la llegada de Felipe VI llegase al poder. No fue entonces hasta 2018, dos años después, y como consecuencia de la devastadora sentencia del caso Gürtel, cuando Pedro Sánchez por fin consiguió desalojar a Rajoy del poder y alcanzar la Moncloa a través de la moción de censura de junio de 2018. Un segundo asalto que esta vez sí fue exitoso, tras el primer intento fallido en marzo de 2016, cuando Felipe VI le encargó ir a la investidura que perdió estrepitosamente.
Felipe VI, el cual siempre se dijo que no tuvo la mejor de las relaciones con Mariano Rajoy (aún siendo éstas infinitamente mejores que las que el monarca tiene con Pedro Sánchez), y que estaba deseando de librarse del por entonces presidente del gobierno, por fin vio cumplido su sueño de deshacerse del gallego y dar la bienvenida al que, supongo que incluso él también lo creía, iba a ser su Adolfo Suárez particular. Pero a partir de junio de 2018 se pudo comprobar que la relación de Felipe VI con Sánchez iba a ser precisamente la contraria a la que todos esperaban que se fuese a producir.
Una vez dicho esto, me remonto a treinta y seis años atrás: diciembre de 1982. En aquel entonces, Felipe González acababa de ganar las elecciones generales de octubre con la más amplia mayoría absoluta que hasta ahora ha tenido (ni tendrá a este paso) un partido político. Con más de 200 diputados, González llegaba de forma exultante al poder, con la incertidumbre por parte de algunos de cómo se iban a desarrollar la relación entre el líder de un partido históricamente republicano y el nieto de un monarca (Alfonso XIII) al que cincuenta años atrás el propio PSOE había contribuido a derrocar para dar paso a la II República.
Pero para sorpresa de todos, o quizás no tanto, la relación entre Juan Carlos I y Felipe González no pudo ser más compenetrante. El jefe del Estado y el jefe del gobierno se entendían a la perfección. Lejos quedaba ya aquellos tiempos no muy lejanos en los que Juan Carlos estaba hastiado por el control que Suárez hacía de él y de sus movimientos, provocando el deterioro absoluto en su relación monarca-presidente. Con González todo era distinto.
Ambos eran, hablando claramente, dos golfos que se entendían solo con mirarse. Juan Carlos I era un tipo que, a diferencia de su abuelo, pasaba de meterse en política, salvo cuando las circunstancias fuesen estrictamente necesarias (Operación Armada, 23-F) y solo buscaba ir de cama en cama con sus amantes, cobrar comisiones millonarias por las exportaciones de petroleo de Arabia Saudí a España y disfrutar de la vida, en resumidas cuentas.
González, por su parte, y con más de 200 diputados, tenía carta blanca para hacer y deshacer a su antojo, y de hecho era lo que pretendía hacer. Juan Carlos quería disfrutar y González gobernar. Ninguno de los dos iban a entrometerse en el papel que desempeñase el otro. Ambos vieron el cielo abierto y durante los catorce años que duró el gobierno de Felipe González, el rey se dedicó a sus placeres y el político sevillano a gobernar el país a su antojo. Además de eso, la relación personal entre ambos, incluyendo a sus parejas, se dice que eran excelentes.
Se dice de hecho que eran frecuentes las veces que el matrimonio formado por Felipe González y Carmen Romero iban a Zarzuela para acudir a la sala de cine que la familia real tiene allí para ver junto al rey Juan Carlos y la reina Sofía al menos una película a la semana. Personalmente debo añadir que dudo mucho de esta versión, y más si tenemos en cuenta que, como se ha podido demostrar posteriormente, la relación matrimonial entre Juan Carlos y Sofía estaba ya practicamente rota cuando Felipe González llegó al poder. Aún así, sí es verdad que la relación, no solo entre el rey y el presidente, sino entre los dos matrimonios era bastante buena y cordial.
En mi opinión, esta relación tan estrecha y cómplice (y que aún continúa) fue resultado, entre otros factores, del origen de Felipe González, el cual provenía de la Democracia Cristiana y que, por razones que se desconocen, acabó pasándose a la izquierda socialdemócrata. Un Felipe González que fue un protegido del CESED de Carrero Blanco y un topo del SPD (Partido Socialdemócrata Alemán) y de los estadounidenses, con el fin moderar a un PSOE cuyo historial criminal y totalitario era extenso en la historia de España, y al cual debía de moldear para que fuese uno de los dos principales partidos que sosteniesen lo que iba a ser el régimen del 78.
Muchos consideran de hecho que Felipe González nunca fue un presidente de izquierdas, sino un político socioliberal de centro y monárquico, de ahí no solo su buena relación con la Corona sino su ferviente apoyo a la misma. Estos mismos que sostienen esta teoría consideran que el primer presidente de izquierdas que ha habido en España (en el mal sentido, en mi opinión) fue José Luis Rodríguez Zapatero, seguido por Pedro Sánchez. Sostienen a su vez que González nunca se sintió cómodo liderando un partido como el PSOE, sino que su verdadera ambición era la de liderar un partido como la CDU alemana (el equivalente al PP), como así se lo aseguró alguna vez Alfonso Guerra a Mario Conde. Una anécdota que el ex presidente de Banesto ha recordado varias veces.
Los problemas vinieron cuando estallaron los casos de corrupción que afectaban al PSOE y al felipismo en su conjunto: los GAL, los Fondos Reservados, Filesa, Mariano Rubio, Luis Roldán, las escuchas del CESID, etc. González comenzó a verse cada vez más acorralado políticamente, sobre todo tras ganar para sorpresa de todos las elecciones generales de junio de 1993. Aquella última legislatura fue, precisamente el comienzo del fin del felipismo, el cual culminaría en mayo de 1996, cuando José María Aznar tomó posesión como presidente del gobierno, produciéndose después de década y media un relevo de partidos en el gobierno de España.
Sin embargo, incluso entre los años 1993-1996 (última legislatura de González), el apoyo de Juan Carlos a su presidente fue absoluto. Juan Carlos no era idiota y, por supuesto, ese apoyo se lo brindaba en privado. Lo vivido en la última legislatura de González fue una crisis de Estado (pequeña en comparación con la que vivimos ahora), donde la corrupción que afectaba de lleno al felipismo iba unida a su vez a la propia Monarquía. La estrecha relación de amistad entre rey y presidente había ido hasta tal punto que incluso las corruptelas de Moncloa estaban unidas a la de la Zarzuela y esto podía provocar la caída del sistema.
De hecho, en una noticia publicada el año pasado, en plena oleada de conversaciones que salieron a la luz entre Juan Carlos I y Bárbara Rey, hay una que yo no sabía hasta hace nada y que ha pasado completamente desapercibida. En dicha conversación, Juan Carlos aseguraba a Bárbara Rey (la cual lo estaba grabando sin su consentimiento para luego hacerle chantaje económico) que un sector del PSOE, concretamente el más izquierdista, liderado por Alfonso Guerra y con la complicidad de IU y algunos intelectuales de izquierdas, estaban buscando la forma de acabar con la Monarquía si con eso acababan a su vez con Felipe González. Una noticia curiosa, interesante y extremadamente grave para la época que demuestra hasta qué punto los destinos del rey y del presidente estaban inexorablemente unidos y como ambos se apoyaban mutuamente.
Y es que Juan Carlos, a pesar de todo lo que había en juego, apoyó en todo momento a González (supongo que también por intereses personales), aunque en privado. Sin embargo, y ante el temor de que la idea de llevarse por delante al entonces presidente del gobierno llevase consigo la posibilidad de que la Corona cayese con él, provocó que en cierta forma, y muy a su pesar, Juan Carlos creyese que para relajar la situación, lo mejor era que el PP de Aznar ganase las elecciones y el felipismo pasase a mejor vida. Así ocurrió en 1996, aunque tras aquel relevo, las relaciones entre Aznar, ya como presidente, y Juan Carlos no fueron precisamente las mejores desde el punto de vista personal.
De hecho, si tuviésemos que hacer una comparación entre la relación de Felipe VI con Pedro Sánchez con la que tuvo su padre con alguno de sus presidentes, esta sería equiparable sin duda, aunque salvando las distancias, con la que Juan Carlos tuvo con Aznar. De hecho, y según escribió Jesús Cacho en el polémico y casi censurado libro "El negocio de la libertad", Juan Carlos se mofaba constantemente en público de Aznar y en alguna que otra ocasión, cuando hablaba con Aznar, se dirigía a él como "Felipe" (el grado de confianza entre el rey y González les llevaba incluso al tuteo), alegando posteriormente tras el enojo de Aznar que se le olvidaba que González ya no era el presidente.
Una vez narrada la primera parte de esta comparación, nos situamos de nuevo en 2018 para contar la segunda parte, cuando Pedro Sánchez toma posesión como presidente del gobierno en junio de hace ya siete largos, insufribles e interminables años. Mientras que con Juan Carlos y Felipe González, había cierta inquietud al principio sobre cómo se desarrollaría la relación entre ambos, en el caso de Felipe y Pedro Sánchez se creía que ambos tendrían una relación de lo más sana y cordial. Nada más lejos de la realidad. Tras la llegada de Sánchez al poder, los desplantes del actual presidente al jefe del Estado han sido constantes. Se habla desde hace tiempo que incluso los despachos semanales en Zarzuela entre rey y presidente ya no existen prácticamente, debido a que Sánchez apenas acude a ver al monarca para despachar los asuntos de Estado.
Todo ello, por no hablar de la nefasta relación personal que existe, no solo entre el jefe del Estado y el jefe del ejecutivo, sino entre la propia Letizia Ortiz y la esposa de Sánchez, la multimputada Begoña Gómez. Y por supuesto, y como telón de fondo, la situación política de Sánchez, el cual fue llevado al gobierno y mantenido actualmente por partidos que rechazan de lleno la Monarquía española y apuestan por ir claramente hacia una III República. Con estos socios, los cuales le hacen igualmente desplantes al rey, el contexto tanto político como personal entre Pedro Sánchez y Felipe VI es completamente antagónico al que mantuvieron hace treinta y cuarenta años Juan Carlos I y Felipe González.
Por si fuera poco, el escándalo que supuso en 2020 la publicación de las cuentas bancarias que Juan Carlos I tenía en paraísos fiscales, provocó que el hoy rey emérito se auto exiliase a Arabia Saudí tras la presión de Pedro Sánchez y sus socios republicanos, e incluso del propio Felipe VI, para que abandonase cuanto antes el país. Algunos incluso mencionan que en esa operación para obligar a Juan Carlos I a exiliarse estaba implicada Letizia Ortiz, algo que dudo que sea así pero que tampoco descarto.
Un escenario sin precedentes en la Monarquía española, la cual ha quedado completamente erosionada por el gobierno de Sánchez y sus socios republicanos. A todo esto hay que sumarle también el desgaste y la pérdida de apoyos en ciertos sectores de la población conservadora con respecto a la Monarquía y a Felipe VI cuando éste ha firmado sin rechistar las normas y decretos más controvertidos de la época de Sánchez: indultos y amnistía contra los independentistas catalanes después del firme discurso que dio el 3 de octubre de 2017, la Ley del Sí es Sí, la Ley de Memoria Democrática, sumisión absoluta ante el poder despótico de Sánchez, etc.
Por otro lado cabe añadir, para más señas, que Juan Carlos y González eran y son prácticamente de la misma generación. Cuatro años y dos meses son los años que separan solamente a Juan Carlos I (nacido en enero de 1938) con Felipe González (nacido en marzo de 1942). Pero lo más sorprendente es que precisamente Felipe VI y Sánchez se llevaban exáctamente la misma diferencia de edad, en este caso cuatro años y un mes. Felipe VI (nacido en enero de 1968) y Pedro Sánchez (nacido en febrero de 1972) son igualmente de la misma generación, como antes lo fueron sus predecesores. Sin embargo, a pesar de compartir generación, las diferencias entre ambos, así como la frialdad y la tensión entre ellos es bastante notoria, aunque éstos lo intenten disimular en público.
Como culmen final, en este año 2025, el cual se parece en exceso al de 1995, como ya escribí en junio de este año, las corrupciones que afectan de nuevo al PSOE, al propio Pedro Sánchez, a su familia y a otras instituciones del Estado amenazan, según algunos, con llevarse por delante a la Corona. Son ya algunas las voces que, como ya he comentado en otras entradas, aseguran que Sánchez, ante el temor de perder el poder, ha decidido tirar la casa por la ventana y filtrar desde su entorno a la UCO conversaciones entre él y la propia Letizia Ortiz, en las cuales habría una relación que va más allá de lo puramente profesional y donde, según indican estas voces (insisto, son solo rumores pero aseguran que el escándalo a salir tarde o temprano) Letizia habría pedido asesoramiento fiscal a Sánchez para desviar dinero a la República Dominicana, lo cual habría hecho viajando junto al presidente en el Falcon en diversas ocasiones para depositar unas sumas de dinero bastante elevadas y cuyo origen se desconoce (algunos creen que podría tratarse de la propia herencia de Juan Carlos I que Felipe VI rechazó en su día).
Pero hay quienes aseguran que la relación no es solo de intereses económicos, sino incluso sentimentales o, cuando menos, sexuales. Un escenario pues parecido al que en 1800 se vivió en España con el entonces primer ministro, Manuel de Godoy y la entonces reina consorte, María Luisa de Parma, ante la pasividad de un débil monarca como fue Carlos IV. Todo esto son, por supuesto, especulaciones, pero son varios los medios digitales que aseguran que lejos de ser un escenario descabellado, es la pura realidad que se está viviendo en estos momentos en los centros de poder en España a lo largo de estos años y que, tarde o temprano, van a salir a la luz, ya que según afirman, la UCO ya está investigando este asunto. Yo personalmente no creo que vaya a salir jamás este escándalo a la luz, ya que esto supondría liquidar de un plumazo el régimen del 78 y con ello una Monarquía cada vez más prescindible y debilitada.
De salir este turbio y delicado asunto a la luz, el escándalo no afectaría solo a Sánchez y a Letizia, sino también al propio Felipe VI, ya que además de quedar humillado tras confirmarse que su esposa le ha sido infiel con el presidente del gobierno, las preguntas que habrían que hacerse son ¿Hasta dónde era conocedor Felipe VI no ya de la supuesta relación sexual/sentimental de Sánchez con la actual reina consorte, sino qué sabía de los desvíos de dinero a la República Dominicana? ¿Sabía él de su procedencia? ¿Quiénes figuran en esas supuestas cuentas desviadas a Santo Domingo? ¿Letizia, Sánchez, Felipe VI, Leonor, Sofía? En definitiva, es una especulación bastante grave que, aunque no dudo en absoluto que pueda ser verdad, dudo mucho de que alguna vez salga a la luz.
En definitiva, con esta entrada he querido hacer un resumen y una exposición sobre dos casos bastante diferentes de dos relaciones y dos generaciones completamente opuestas. Esta es la historia de dos formas absolutamente opuestas de compenetrarse en el poder por parte de los titulares de las dos instituciones más importantes de un país: la jefatura del Estado y la jefatura del gobierno. Si en la primera hubo compenetración y química absoluta, en la segunda ha habido tensión e incluso humillación.
En lo que a mí respecta, ignoro cuánto le queda de reinado a Felipe VI, cuántos presidentes más tendrá a lo largo de su reinado después de Sánchez, e incluso cómo acabará su periodo como rey, pero lo que sí tengo completamente claro es que su reinado y su legado quedarán inexorablemente unidos a la presidencia de Sánchez. De hecho, con independencia del tiempo que Sánchez siga en el poder, esta cuestión ya es un hecho. Si en los cuarenta años de reinado de Juan Carlos I fue la presidencia de Felipe González la que marcó indudablemente su reinado y su legado, en el caso de su hijo estos dos factores están ya unidos al actual jefe del gobierno.
Los destinos de Juan Carlos I y de Felipe González estaban unidos no solo por su complicidad personal y sus trapicheos mutuos, sino por haber erigido juntos lo que hoy en día conocemos como el régimen del 78. En el caso de Felipe VI y de Pedro Sánchez, sus destinos están unidos por el mal camino: el de la antipatía, los desencuentros, la falta de entendimiento y el desprestigio. Pero hay otro componente más que culminan el cruce de sus destinos: ser los enterradores de ese mismo régimen del 78 que nació enfermo y que ahora se encuentra dando sus últimos coletazos.