martes, 8 de abril de 2025

Thatcher-Major: la época dorada de los tories


Hace unos días escribí una entrada acerca de uno de los dúos de la política británica más relevantes de las últimas décadas, como fue el caso de los laboristas Tony Blair y Gordon Brown. Creo que es de recibo que tras haber hablado largo y tendido sobre estos dos personajes, hiciese también lo mismo con los dos previos que ocuparon el 10 de Downing Street entre 1979 y 1997: Margaret Thatcher y John Major.

Es curioso que perteneciendo ambos a familias de clase humilde y trabajadora, tanto Thatcher como Major se afliasen y acabasen convirtiendo en los líderes del Partido Conservador británico, ese partido que se ha caracterizo, entre otras cosas, por ser el representante de las clases altas en la sociedad británica. Afortunadamente, la clase social a la que pertenece uno no es equivalente a la ideología que uno pueda tener cuando comienzas a interesarte por la política. De eso Thatcher y Major sabían bastante, por eso ambos pasaron de ser hijos de un tendero (caso de Thatcher) y de un trapecista (caso de Major), a convertirse en líderes de sus respectivos partidos y posteriormente en primeros ministro del Reino Unido.

En el caso de Margaret Thatcher, ésta ya tenía experiencia en el gobierno antes de asumir la jefatura del ejecutivo británico. Fue ministra de educación en el gobierno de Edward Heath, periodo en el que ya fue polémica al retirar la leche en los colégios y a reducir el gasto público en educación. Sin embargo, y tras perder Heath las elecciones de 1974 y con ello el gobierno, Thatcher se presentó contra éste para competir por el liderazgo del Partido Conservador, ganando finalmente las elecciones internas y convirtiéndose pues en líder de los tories y de la oposición. 

En 1979, y tras las elecciones generales celebradas el 3 de mayo de 1979, Thatcher obtuvo una victoria histórica. De esta forma, los tories obtuvieron una mayoría amplia, la cual les permitió poner "patas arriba" el sistema político, económico y social en Reino Unido. Una vez en el poder, y junto con su gran aliado internacional, el presidente estadounidense Ronald Reagan, Thatcher y él comenzaron lo que se ha venido denominando "la revolución neoliberal de los 80". 

La política de Thatcher se definió de forma clara al aprobar medidas donde se reducía drásticamente el gasto público, se bajaban impuestos, se privatizaba de forma progresiva empresas estatales y se reducía a su vez el poder de los sindicatos. Esto le valió para siempre el apodo de "la dama de hierro", el cual se confirmaría posteriormente tras la guerra de las Malvinas, y le costó a su vez masivas manifestaciones, huelgas y protestas por parte de la clase trabajadora, la cual veía en Thatcher a su principal enemiga, siendo irónicamente ésta perteneciente a dicha clase social. De esta forma, para los trabajadores, Thatcher era una traidora a su propia clase. 

De hecho su popularidad se vio afectada en este contexto. Así fue hasta que Thatcher anuncia en abril de 1982 una de las decisiones más relevantes en sus once años de mandato: su decisión de recuperar las Islas Malvinas, iniciando a su vez una guerra con Argentina en la lucha por dichas islas. Esta guerra, la cual duraría dos meses y acabó costando la vida de 255 soldados británicos y 649 soldados argentinos, supuso finalmente una victoria arrolladora de Reino Unido, la cual pudo recuperar las Malvinas y con ello el status de territorio británico de ultramar. Tras la victoria, Thatcher presidió el desfile militar en Londres de las tropas, como si de la comandante en jefe de las Fuerzas Armadas británica se tratase, una función que constitucionalmente le correspondía a la reina Isabel II. 

Tras la victoria en las Malvinas, Thatcher recuperó gran parte de su apoyo social y al año siguiente, en mayo de 1983 concretamente, salió reelegida nuevamente y de forma mayoritaria como primera ministra del país. Tras su reelección, en 1984, fue víctima de un atentado terrorista en Brighton por parte del IRA, mientras los tories estaban celebrando allí su congreso. Un atentado del cual salió ilesa junto a su marido, Denis Thatcher, y que tuvo lugar después de que Thatcher fuese firme y decidida cuando determinados miembros del IRA anunciaron una huelga de hambre. Una huelga que provocó la muerte de diez de sus miembros, lo cual corroboraba la personalidad fuerte e inquebrantable de Thatcher. 

Ya en mayo de 1987 y tras cuatro años de su segundo mandato (al igual que Blair, Thatcher siempre convocó elecciones a los cuatro años), la dama de hierro era reelegida de forma mayoritaria por tercera vez consecutiva. Un hito histórico (ganar tres elecciones generales de forma consecutiva y mayoritaria) que solo compartió con Tony Blair cuando éste ganó, como ya comente en la entrada sobre sus años, tres elecciones generales consecutivas y de forma mayoritaria: las de 1997, las de 2001 y las de 2005. 

Sin embargo, el tercer y último mandato de Thatcher estuvo marcado por divisiones internas dentro del partido, el cual fue creciendo a medida que los conservadores iban perdiendo apoyo electoral y el autoritarismo de Thatcher a la hora de gobernar se acrecentaba cada vez más. Ya en 1990, los laboristas comenzaron a despuntar claramente en las encuestas, lo cual aumentó la preocupación entre los tories y provocó una crisis interna cada vez más sonada en los siguientes meses, la cual culminaría con la salida forzada y precipitada de Thatcher de Downing Street en noviembre de aquel mismo año. 

Entre 1989 y 1990 se produce la entrada en vigor del famoso impuesto "poll tax", el cual obligaba a los habitantes de los municipios a pagar la misma cantidad económica con independencia de la renta de los habitantes y de su clase social. Esta medida, hipócrita por parte de una liberal como Thatcher, como así mismo se definía ella, provocó una oleada de protestas, las cuales tuvieron como culmen la manifestación celebrada en Londres, donde más de trescientas personas fueron detenidas y otras cien fueron lesionadas. 

A la misma vez, la dimisión del que hasta entonces había sido su mano derecha desde 1979, Geoffrey Howe, supuso uno de los golpes más duros para Thatcher en aquel momento tan convulso para ella. Pero aquí no quedó la historia, ya que tras su dimisión, el propio Howe arremetió duramente delante de la propia Thatcher en un discurso en la Cámara de los Comunes. En dicho discurso, se confirmó que Howe había dimitido por fuertes discrepancias con Thatcher sobre la Unión Europea y el futuro del euro, así como de la integración o no del Reino Unido en la moneda única. Thatcher, que defendía una postura claramente euroescéptica, chocó abiertamente con su número dos, el cual era más favorable a una apertura hacia Europa, motivo por el que éste decide abandonar el gobierno.

Pero el punto y final a la época de Thatcher se produce justo después de esta dimisión, ya que uno de los rivales internos de la dama de hierro, Michael Heseltine, anuncia su decisión de disputarle a Thatcher el liderazgo del Partido Conservador. Esta decisión, en medio de aquel escenario tan adverso para ella, supone su tumba política. Días después, Thatcher gana las elecciones internas frente a Heseltine, pero no con mayoría absoluta. De esta forma, la primera ministra debía enfrentarse a una segunda vuelta en la que aseguraba que daría la batalla. 

El problema surge cuando después de este anuncio, sus ministros le instan a que abandone la lucha y dimita, ya que no creen que podría ganar esta segunda vuelta. Thatcher, al ver cómo todo su gobierno y sus hasta entonces más estrechos colaboradores le dan la espalda en su momento más decisivo (Thatcher siempre quedó traumatizada por su salida del poder, la cual consideró toda una traición por parte de los suyos), decide muy a su pesar tirar la toalla y dimitir como primera ministra y líder del partido el 28 de noviembre de 1990, tras once años y medio en el cargo. 

Antes de su recordada salida entre lágrimas de Downing Street por parte de la dama de hierro, Thatcher decide apoyar a su hasta entonces ministro de economía, John Major, como su sucesor al frente del Partido Conservador y de la jefatura del gobierno británico en la segunda vuelta que ella misma debía haber liderado contra Heseltine. Una segunda vuelta que se celebró el 27 de noviembre de 1990 y por la cual Major acabó imponiéndose a Heseltine. De esta forma, la dimisión de Thatcher se hizo efectiva al día siguiente, y con ello la llegada de John Major. Aquí comienza la segunda parte de esta historia, la cual lideraría Major en medio de escándalos, traiciones y desgaste absoluto por parte de los tories, el cual tendría su fin en mayo de 1997, tras dieciocho años ininterrumpidos de gobierno conservador.

Major llega a Downing Street tras la retirada de Thatcher en 1990 y decide seguir con las políticas de ésta pero moderando considerablemente su postura. Tras apoyar a George W. H. Bush (Bush padre) en la guerra del Golfo en 1991, decide apostar por una mayor integración en la Unión Europea (todo lo contrario de lo que defendía Thatcher), hasta el punto de entrar en el Mecanismo Europeo de Cambio y firmar el Tratado de Maastricht en febrero de 1992, aunque sin entrar en el euro. 

En noviembre de 1990, justo cuando se produjo el relevo entre Thatcher y Major, Reino Unido entró en recesión y en septiembre de 1992 se produce el denominado "miércoles negro", donde Major retira tras solo dos años a Reino Unido del Mecanismo Europeo de Cambio tras una serie de presiones y especulaciones financieras, lideradas entre otros por el sionista George Soros, lo cual unido a la debilidad de la libra, a la política económica de Major y a la recesión de 1990, produjo finalmente este desenlace, dándole de esta forma la razón a Thatcher, la cual siempre fue reacia a entrar en el Mecanismo Europeo de Cambio.

Pero poco antes de aquello, en mayo de 1992, y agotando la legislatura de cinco años por primera vez desde 1979, Major gana de forma inesperada las elecciones generales de aquel año. Unas elecciones en las que los laboristas partían con una ligera ventaja, aunque no muy amplia. De esta forma, Major consiguió darle la vuelta a las encuestas y ganar de forma mayoritaria unas elecciones en las que todo el mundo daba ya por hecho el regreso de los laboristas al poder. Ese regreso debío esperar hasta 1997, ya con Tony Blair al frente del partido. La victoria de Major fue a su vez su tumba política, algo que el primer ministro tardaría en tomar consciencia. 

A partir de su victoria en 1992, los escándalos tanto de corrupción como incluso de índole sexual en el Partido Conservador fueron una constante dentro de la actualidad política británica. Mientras los escándalos aumentaban sin cesar, las encuestas comenzaron a reflejar la caída vertiginosa de Major en las encuestas y la subida imparable de los laboristas, sobre todo tras la llegada de Tony Blair al liderazgo del partido. Los escándalos que salpicaron en aquellos años a la Monarquía británica tampoco ayudaron a apaciguar la situación nacional, la cual vivía atónita cómo los escándalos afectaban a todas las principales instituciones del país. Los 90 fueron pues una de las décadas más convulsas y tensas que se han vivido en la política británica en las últimas décadas... hasta que llegó el Brexit, obviamente. 

En medio de aquel caos, y tras perder de forma clamorosa las elecciones europeas en junio de 1994 y las elecciones locales, Major anuncia en junio de 1995 su dimisión como líder conservador, en un intento por recuperar una situación que practicamente ya se le había ido de las manos. Aun así, y para sorpresa de todos, no hubo un candidato altamente destacado que le pudiese hacer frente a esa elección interna, de forma que, pese a todo, Major volvió a salir reelegido líder del partido. Tras esta decisión, apostaría por aguantar los dos últimos años que le restaban de mandato, hasta mayo de 1997, creyendo de forma absurda que quizás podría darle la vuelta a las encuestas, tal y como le sucedió en mayo de 1992. Lo que Major no era aun consciente es que la grave situación que se estaba viviendo en aquel entonces en Reino Unido hacía imposible una nueva victoria por parte de los tories. 

En lo que respecta a Irlanda del Norte, Major fue una pieza clave en lo que sería el inicio de las conversaciones que darían lugar posteriormente a los Acuerdos del Viernes Santo que finalmente firmó Blair en abril de 1998. Al mismo tiempo, el IRA anunció en 1994 un alto el fuego, el cual se rompió finalmente en 1996. Cabe añadir que, al igual que Thatcher, el propio Major y su gabinete sufrieron en Downing Street un atentado terrorista en 1991, del cual salieron ilesos, mientras el gobierno estaba reunido por la guerra del Golfo. 

Finalmente, tras cinco años interminables de escándalos, corrupción y desgaste político, Major convoco finalmente elecciones generales para el 1 de mayo de 1997. Todas las encuestas daban a los laboristas de Blair una victoria histórica, como así sucedió finalmente. Major, a pesar de intentar hasta última hora por luchar por una victoria o al menos por una derrota mínimamente decente, sufrió una de las derrotas electorales más clamorosas de la historia reciente británica, solo superada por la sufrida igualmente por los tories en julio de de 2024. De esta forma, al día siguiente presentó oficialmente su dimisión a la reina Isabel II, dando comienzo a la larga era de Tony Blair y posteriormente a la breve era de Gordon Brown, como ya escribí hace unos días. De esta forma, y tras casi siete años en el gobierno, John Major puso fin a su paso por la jefatura del gobierno británico y con ello a casi veinte años de gobiernos tories. 

El caso de Thatcher y de Major es sorprendentemente muy parecido, al menos en mi opinión, de lo que posteriormente sucedería con los laboristas Blair y Brown. Mientras Thatcher cosechó los mejores resultados y "reinó" durante la época dorada del denominado thatcherismo, Major por su parte heredó un gobierno que ya estaba en un proceso de desgaste considerable. Aun así, Major, a diferencia de Brown, consiguió después de solo dos años al frente del gobierno remontar en las encuestas y ganar unas inesperadas elecciones en 1992, algo que el laborista escocés no llegó a conseguir después de tres años en Downing Street. 

Thatcher, por su parte, fue odiada y admirada a partes iguales, un fenómeno similar al que vivió Blair en sus años de gobierno. Ambos se llevaron los mejores años en los que su partido estuvo en el gobierno y dejaron el cargo en un momento en el que el desgaste político y personal de ambos eran ya claramente visibles. A pesar de ello, mientras Thatcher fue traicionada por los suyos y forzada a irse en cuestión de días, lo cual le marcó para el resto de su vida, Blair administró él solo los tiempos y, a pesar de las luchas internas y las presiones de Brown para que abandonase ya el cargo y le cediese el testigo, lo hizo finalmente cuando él lo creyó conveniente. 

En lo que respecta a Thatcher debo decir que su relación con la reina Isabel II siempre fue motivo de debate, algo que también se comentó aunque en menor medida en la relación entre la monarca y Tony Blair en algunos momentos de su gobierno. Es ampliamente conocido que la reina y la primera ministra, a pesar de ser respetuosas la una con la otra y formar parte de la misma generación (Isabel II nació en 1926 y Margaret Thatcher en 1925), tenían una relación fría, tensa y distante en donde la monarca discrepaba de muchas de las políticas que la dama de hierro aplicaba en Reino Unido. 

De hecho la famosa publicación que "The Sunday Times" publicó en 1986 (un suceso que aparece de hecho en la serie "The Crown") acerca de las opiniones que Isabel II y su círculo más cercano tenían de la propia Thatcher hizo que su relación no fuese, precisamente, a mejor. También el hecho de que Thatcher fuese una mujer de clase trabajadora, la cual aprendió de su padre el esfuerzo, la tenacidad y el mérito propio, e Isabel II una mujer que representaba toda una institución como la Monarquía, que tiene su base en la herencia y no en el mérito, hacía que, pese a su perfil monárquico, la actitud de la primera ministra hacia la reina no fuese todo lo cortés que se podía esperar en las relaciones entre las dos figuras políticas más importantes de Reino Unido.

Por no hablar de los desacuerdos que hubo entre la propia reina y la dama de hierro cuando se produjo el "apartheid" en Sudáfrica en 1985, cuando Isabel II, como jefa de la Mancomunidad de la Commonwealth, era partidaria de las sanciones a Sudáfrica mientras que Thatcher se negó en rotundo a apoyar por parte de Reino Unido dichas sanciones, ganándole finalmente el pulso la primera ministra a la reina. Aun así, y a pesar de las difíciles relaciones y desencuentros entre ambas, la propia Isabel II asistió al funeral de despedida de Margaret Thatcher cuando ésta falleció en abril de 2013. Un gesto que la reina solo tuvo con otro primer ministro bajo su reinado: el sobrevalorado Winston Churchill. 

Major, por su parte, tuvo una mejor relación con la reina, aunque los escándalos de la Monarquía durante su mandato fueron uno de los escollos a los que el primer ministro tuvo que hacer frente en medio del clima irrespirable de controversias que se vivía en Reino Unido durante la década de los 90. De hecho, tras el famoso incendio del Windsor en noviembre de 1992, el gobierno de Major y la Casa Real británica llegaron a un acuerdo por el que la Monarquía comenzaría a pagar impuestos. Un hecho hasta entonces sin precedentes en la Corona británica. 

Dicho esto, y en lo que respecta a John Major, debo hacer al igual que en la entrada sobre Blair y Brown una digresión para comentar un hecho que a mí personalmente me llama la atención sobre Major, como es el paralelismo del final de su gobierno con el que simultanemanete se vivía aquí en España durante los últimos años de Felipe González. Y es que mientras en Reino Unido se vivían escándalos de corrupción, escándalos sexuales, crisis internas dentro de los tories, intentos sin éxito dentro del partido para sustituir a Major y un desgaste político considerable, aquí en nuestro país se vivió una situación bastante parecida con el último gobierno felipista, donde los escándalos de corrupción (Filesa, Roldán, Mariano Rubio, etc), sumado a los escándalos políticos como fue el de las escuchas del CESID y/o el de los GAL, así como el desgaste evidente de casi década y media de gobierno de Felipe González, hace que este paralelismo sea, al menos en mi opinión, bastante llamativo. 

En el caso de John Major, como acabo de comentar, esos escándalos y ese desgaste acabó costándole una derrota aplastante en 1997 frente a Tony Blair, mientras que aquí en España, Felipe González perdió las elecciones generales de 1996 (solo un año antes de la derrota de Major) contra José María Aznar, pero en este caso por un estrecho margen, en contra de lo que vaticinaban todas las encuestas, que auguraban una victoria aplastante de Aznar en dichos comicios. Tanto Felipe González como John Major, los cuales apenas se llevaban un año de diferencia (González nació en 1942 y Major en 1943), dejaron los liderazgos de sus respectivos partidos en 1997. González en julio de 1997 y Major un mes antes, en junio de 1997.

Y ya por último, y volviendo al tema original que nos ocupa, tengo que hacer un par de reflexiones acerca de, en este caso, Margaret Thatcher. La dama de hierro siempre se definió a sí misma como liberal, lo cual me parece muy bien, aunque yo no comulgue con el liberalismo. Sin embargo, es curioso cómo en el caso de Thatcher, así como en el de Reagan y todos los demás políticos que se definen como liberales, reducen de forma drástica el gasto público y eliminan ayudas estatales son sujetos que viven toda su vida del erario público. Thatcher, una vez apartada del poder, podía haber renunciado a su pensión como ex primera ministra (al fin y al cabo es una prestación del Estado) y a su cargo en la Cámara de los Lores. 

Pese a ello, la dama de hierro nunca rechazó ningún cargo público y se dignó a vivir de los presupuestos estatales mientras aplicaba políticas para privatizar por doquier empresas estatales y reducir el tamaño del Estado. Esto demuestra la hipocresia de los liberales, los cuales se dedican a vivir de lo público mientras promueven políticas orientadas hacia el sector privado. Los socialistas y los comunistas, a pesar de que estoy en las antípodas de su ideología, son al menos algo más coherentes, ya que sus integrantes son unos vividores de lo público porque su propia ideología defiende esta postura. Los liberales, por su parte, son unos vividores del Estado igualmente, pero desde una posición falsa e hipócrita. 

En definitiva, este es el periodo de casi veinte años en la política británica que se caracterizaron por la férrea postura de Thatcher durante sus controvertidos años al frente del gobierno británico (a día de hoy, Margaret Thatcher sigue generando gran controversia y división en la sociedad británica) y la débil posición a la que se enfrentó Major en la etapa de declive de los tories al frente de Downing Street. Una época polémica, la cual muchos recuerdan como un éxito gracias a las políticas liberales aplicadas por Thatcher (Major en cambio fue más moderado), mientras que otros la recuerdan como un periodo de recortes de derechos e incluso represión por parte del thatcherismo hacia la clase trabajadora, la misma clase social a la que irónicamente pertenecían estos dos personajes, los cuales consiguieron llegar a la jefatura del gobierno británico a través del Partido Conservador, que es la organización política que históricamente siempre ha estado más ligada y representada a los intereses de la clase alta británica. 

miércoles, 2 de abril de 2025

Aznar-Rajoy: la sucesión suicida


Hace unos días se ha recordado los veinticinco años de la mayoría absoluta de José María Aznar en las elecciones generales del año 2000. Una mayoría absoluta inesperada después de cuatro años desde que llegó al gobierno tras ganar las elecciones generales de 1996, de la cual se cumplirán tres décadas el año que viene. Lo que me lleva a escribir esta entrada no es hacer un balance del legado de Aznar, pero sí de comentar en profundidad una de sus decisiones más controvertidas, la cual ha sido una de las que posteriormente más se ha arrepentido: la designación de su vicepresidente del gobierno, Mariano Rajoy, como su sucesor en agosto de 2003. Una decisión personal y exclusiva bastante meditada por parte de Aznar, la cual no salió como él esperaba en su totalidad.

Como todos sabemos, Rajoy perdió las elecciones generales de 2004 cuando todas las encuestas le daban como ganador. El 11-M y la movilización de la izquierda fue crucial para que no llegase a la Moncloa cuando todo estaba previsto. Tuvo que esperar siete años para, esta vez sí, llegar al poder. Pero como es sabido, la España que Rajoy comenzó a gobernar a finales de 2011 no tenía nada que ver con la que podía haber heredado de Aznar, en caso de haber ganado en marzo de 2004. El paso por el gobierno de un sujeto llamado José Luis Rodríguez Zapatero, el cual llevó a cabo todo un experimento de ingeniería social en España, fue crucial para que Rajoy se encontrase un país en medio del caos y no un escenario de aparente estabilidad económica previo al estallido de la burbuja inmobiliaria en 2007/2008.

En el momento de su llegada al gobierno en diciembre de 2011, las relaciones entre Aznar y Rajoy ya no eran lo que habían sido años antes. El famoso congreso de Valencia supuso un antes y un después tras intentar Aznar moverle la silla a Rajoy cuando éste perdió por segunda vez ante Zapatero en las elecciones generales de 2008. Esto fue el primer tropiezo, pero cuando la relación finalmente comenzó a deteriorarse fue con la llegada del gallego a la Moncloa, donde Rajoy, lejos de presentarse como el continuador de las políticas de Aznar, gobernó bajo su propio criterio y sin tener en cuenta los consejos de su predecesor. Y lo que es peor: en los siete años de gobierno de Rajoy no se derogó ni una sola de las leyes aprobada durante los siete años previos de gobierno de Zapatero.

Ironías de la vida, Aznar designó a Rajoy para que consolidase su legado de ocho años de gobierno tras su marcha y finalmente Rajoy consolidó un legado, sí, pero el de Zapatero, manteniendo todas y cada una de sus políticas, las cuales fueron recogidas por Pedro Sánchez al acceder al poder tras la moción de censura que desalojó a los populares de la Moncloa en junio de 2018. Como he dicho antes, el congreso de Valencia fue el primer tropiezo entre ambos líderes populares, pero fue además algo mucho más profundo, fue el inicio de dos facciones dentro del PP. 

Por un lado, los denominados "aznaristas", quienes consideraban que había que seguir con la línea política del expresidente, y por otro lado los "marianistas", quienes creían que el partido debía comenzar una nueva etapa tras cuatro años en la oposición donde el PP estaba controlado por el sector más cercano a Aznar (Acebes, Zaplana, etc). Rajoy, tras su segunda derrota electoral, creyó que la única forma de deshacerse de la sombra de Aznar era creando su propio perfil y su propio equipo, lo cual supuso el inicio de las hostilidades entre mentor y discípulo. 

Tras la llegada de Rajoy al gobierno, Aznar creyó que su delfín político seguiría sus consejos y se dejaría guiar por su influencia. Nada más lejos de la realidad. Rajoy en 2011 llegó al gobierno convencido de que ya nada le debía a Aznar, y que si en marzo de 2004 hubiese llegado al poder sí habría sido gracias a su mentor, pero tras las elecciones generales de noviembre de 2011, el gallego consideraba que su victoria por mayoría absoluta (una mayoría absoluta más potente que la obtenida por Aznar en el 2000) la había obtenido ya por méritos propios y no por méritos de su ex jefe, con lo cual nada le debía a esas alturas y creía que debía gobernar bajo su propio y exclusivo criterio. 

Personalmente, y a pesar de que siempre fui un crítico ferviente con la gestión pasiva e inactiva de Rajoy, en esto debo darle la razón. Y es que Aznar nunca debió designar a dedo a su sucesor, sino convocar unas primarias donde hubiese salido elegido el candidato que hubiesen querido los compromisarios. En lugar de eso apostó su legado y el futuro de España en alguien que no tenía ambiciones políticas ni un proyecto de país. Esa ambición la tuvo sujetos como Rodrigo Rato e incluso Jaime Mayor Oreja. 

El problema era que estos dos, a pesar de ser leales a Aznar, como también lo era Rajoy, tenían una personalidad y un criterio distinto al del propio Mariano. Rato probablemente se habría sacudido de la sombra de Aznar al aplicar una serie de políticas económicas que hubiesen dejado en el recuerdo el legado de Aznar. Mayor Oreja, por su parte, habría marcado tendencia propia al llevar a cabo una política férrea y clara contra el terrorismo etarra. Mayor Oreja tenía conocimientos sobrados sobre el nacionalismo vasco mientras que Rato (a pesar de sus sombras) los tenía en el ámbito económico. Demasiada independencia, criterio y personalidad para un heredero que debía ser sumiso, obediente, débil, mero gestor y continuador del proyecto iniciado en 1996; en resumidas cuentas, un segundón. 

Rajoy sí reunía todos estos últimos requisitos, lo cual le convertía en el candidato perfecto para ser manejado por Aznar, una vez que el gallego hubiese llegado a la Moncloa. El problema surge que, tras las desavenencias surgidas en 2008 hacia adelante, Rajoy ya no le debía nada a Aznar, y menos después de que éste le intentase mover la silla. Por ello, la idea de Rajoy de gobernar bajo su propio criterio (el cual podía gustar más o menos) era acertada, ya que ningún sucesor político debe seguir al pie de la letra las políticas de su mentor. La cuestión es que Rajoy no solo no siguió las políticas de Aznar, sino que las enterró definitivamente para dar paso al marianismo. El aznarismo pues había muerto y el legado de Aznar pasaba a ser parte del pasado, lo cual provocó que Aznar rompiese definitivamente relaciones con Rajoy en 2016 y renegase por completo de las políticas de su sucesor. 

Seamos serios, Aznar no tenía ninguna autoridad política ni moral para susurrarle al oído a Rajoy lo que debía hacer. Otra cosa es que él creyese que sí la tenía y que si Rajoy había llegado a dirigir los destinos de España era gracias a él, por lo que debía tener al menos en consideración sus opiniones en un contexto que en nada se parecía al que el propio Aznar asumió cuando llegó a la Moncloa en 1996. De esta forma, y como mencioné antes, tras los continuos desencuentros surgidos entre ambos líderes a partir de 2008, se produce en el PP el inicio de la fragmentación del partido. Una fragmentación que con Rajoy en el gobierno se agravó cuando surgieron en el panorama político partidos como "Ciudadanos", con Albert Rivera a la cabeza y "VOX", con el ex popular Santiago Abascal al frente. 

Muchos han considerado que lo ocurrido en Valencia en 2008 supuso el inicio del desmantelamiento ideológico del PP para convertirlo en lo que es ahora: un partido vacío de ideología ni proyecto político. Personalmente puedo dar en parte la razón a quienes sostienen esta teoría, pero no del todo. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el PP fue desde 1990 un partido sin ideología y sin proyecto. ¿O acaso no era el PP de Aznar quien se definía en sus estatutos como un partido de "centro reformista"? ¿Acaso no era el PP de Aznar quien huía como de la peste de la definición "derecha"? Claro está, era la década de los 90 y había que mantener las apariencias y distanciarse de todos estos términos para que los populares pudiesen acceder por fin al gobierno. 

Y por último, ¿Acaso Aznar acometió durante sus ocho años de mandato reformas de calado que revirtiesen las políticas acometidas por Felipe González en sus catorce años de gobierno? Por no hacer, no desclasificaron, tal y como habían prometido, los papeles del CESID que involucraban al aparato estatal del felipismo. El PP nunca fue pues nada ideológicamente, ni siquiera cuando estaba Aznar. Había, eso sí, una línea política más clara y definida: el atlantismo, la apuesta clara por el liberalismo económico con sus correspondientes privatizaciones, una posición fuerte en Europa, etc. Pero precisamente esas bases ya existían de hecho durante el PSOE de González, otra cosa es que con Aznar se reforzasen hasta el punto de que llegaron a molestar a algunos en el exterior.

Si el PP de Aznar ya estaba hueco de contenido ideológico, pero mantenía una fuerte línea política orientada hacia el liberalismo y una suave tendencia al conservadurismo, con Rajoy aquello desapareció completamente. De hecho, el vacío ideológico del PP de Rajoy fue tal que mantuvo, como he dicho antes, las políticas polarizadas, sectarias y extremistas que Zapatero implantó en sus siete años de gobierno. Si el aznarismo al menos se respaldaba en base a una cierta postura liberal-conservadora, el marianismo ni eso. Y de aquellos polvos, estos lodos. 

Tras la salida de Rajoy del gobierno en 2018, Pablo Casado fue quien le sucedió al frente del PP, intentando volver sin éxito a la línea de Aznar. Tras su frustrante paso por la presidencia del PP, actualmente el liderazgo lo ocupa un sujeto que perfectamente podría estar en las filas del PSOE: Alberto Núñez Feijóo, el cual siempre fue la opción preferida por Rajoy para que, llegado el momento, le sustituyese al frente del PP. Un tipo, Feijóo, que dedica más tiempo al día en defender el buen nombre del socialismo español y de los sindicatos que en presentar un proyecto alternativo a las políticas radicales de Sánchez. 

Obviamente, eso es pedir peras al olmo. El PP de Rajoy realizó en la primera legislatura de Zapatero una oposición basada en el estilo de Aznar, pero al fracasar Rajoy nuevamente en 2008, el gallego optó por su propio estilo y por asumir el proyecto iniciado en abril de 2004 por Zapatero y el PSOE: proceso de paz con ETA (con su correspondiente blanqueamiento y asentamiento en las instituciones políticas), la VIOGEN, la mal llamada Ley de Igualdad, la Ley de Memoria Histórica, el estatuto catalán, etc. Un proyecto por el que Rajoy no cambió ni una sola coma en su periodo de gobierno. 

Todo esto, entre otros motivos más profundos, fue lo que supuso que Aznar insinuase (o amenazase, según cómo queramos verlo) en una entrevista en Antena 3 en 2013 su regreso a la política para disputarle el liderazgo del PP a Rajoy y con ello su posible regreso a la presidencia del gobierno. Obviamente, aquellas declaraciones eran un farol cuyo objetivo era el de hacer reaccionar a Rajoy para que acometiese las reformas que España necesitaba en aquel entonces. Rajoy, por supuesto, hacía caso omiso a aquellas críticas por parte de su ex jefe. De hecho, nunca respondió ni entró públicamente en un conflicto verbal contra Aznar, manteniéndose al margen de sus críticas, las cuales cada vez fueron a más. 

Con la salida de Rajoy del poder en 2018, Aznar ve en cierta forma colmada su venganza al ver cómo su sucesor por fin dejaba el poder y, de esta forma, no podía seguir empañando más su legado. Quienes en su momento fueron jefe y colaborador de un mismo equipo pasaron a ser enemigos no solo políticos sino personales, o al menos eso es lo que se desprende de las críticas de Aznar hacia su sucesor, donde todo hace indicar que no hay día que Aznar se arrepienta de la decisión que tomó hace ya más de veinte años con respecto a su sucesión. 

Actualmente, y como he dicho antes, el PP está dirigido por un marianista de pro como es Feijóo, un tipo que es el mejor y mayor aliado de las políticas extremistas que Sánchez está aplicando desde el gobierno de España, lo cual refuerza la idea ya extendida de que los populares no son más que "el PSOE azul" y que las diferencias entre ellos son tan mínimas que apenas se perciben. Algunos hay quienes consideran que la posición de Feijóo es tan proclive en favor de Sánchez que hay quienes creen con más asiduidad que la solución pasa por la actual presidenta de la Comunidad de Madrid y aparente enemiga política número uno de Pedro Sánchez: Isabel Díaz Ayuso. Esta es la situación actual del PP, la de un partido que fue fundado y refundado por un ex ministro de Franco, como fue Manuel Fraga, y que actualmente es liderado por un sujeto que se ha definido en diversas ocasiones y muy orgullosamente como votante del PSOE de Felipe González.

Como se puede ver, la relevante y polémica decisión de Aznar cuando designó a Rajoy como sucesor supuso todo lo contrario de lo que el entonces presidente creía. En lugar de designar a un continuador de sus políticas, acabó designando a quien enterraría su legado y abriría una nueva etapa dentro del PP, completamente ajena a los tiempos y a la línea de su predecesor. Esto me ha llevado a preguntarme si el destino de España y del PP hubiese sido el mismo si el sucesor hubiese sido Rato o Mayor Oreja y no Rajoy. 

Lo más seguro es que la situación en España y la posición interna dentro del PP hubiesen acabado de la misma forma en la que se fue desenvolviendo con el paso de los años realmente. Puede que, con Mayor Oreja, el cual tenía un perfil conservador más duro que Aznar, Rajoy o Rato, esa posición hubiese tardado algo más en materializarse, pero se habría efectuado tarde o temprano. Con Rato no tengo dudas de que se habría efectuado incluso más rápido de lo que realmente sucedió con Rajoy. 

Y, por último, cuando hablo sobre este asunto, siempre me pregunto qué habría sido de España, de Rajoy, de la relación de éste con Aznar, así como del futuro del PP si el 11-M y la aparición contra todo pronóstico de Zapatero no se hubiesen producido jamás. Probablemente Rajoy, de haber ganado en 2004, hubiese sido recordado como un mero continuador de las políticas de Aznar en su primera legislatura. De haber salido reelegido en 2008, la crisis y los recortes se los habría comido del mismo modo que lo hizo cuando realmente asumió la presidencia en 2011. 

De haberse producido aquel escenario de victoria popular en 2004, el proyecto iniciado por Zapatero no se habría materializado de la forma tan progresiva en la que se llevó a cabo, pero si Rajoy se hubiese comido la crisis tras una hipotética reelección en 2008, la llegada del PSOE, con o sin Zapatero ya, habría estado asegurada, y con ello la puesta en marcha de esa ingeniería social que realmente tuvo su inicio en 2004, que continua aún y que ha cambiado por completo España desde el punto de vista político, social, económico, territorial, cultural, etc. De esta forma, todo hace indicar que, con independencia de los atentados y de la llegada de Zapatero en 2004, el proyecto socialista (incluyendo el mal llamado proceso de paz con ETA y el estatuto de Cataluña) se habría implantado tarde o temprano. Quizás, en otras circunstancias, ese proyecto se habría implantado de forma más lenta, pero habría acabado llevándonos igualmente al escenario en el que nos encontramos en 2025. 

Por todo ello, y volviendo al tema que nos ocupa, ¿Fue la operación de sucesión de Aznar un fracaso? Sí, en parte. Si el objetivo por parte de Aznar era el de llevar a Rajoy a la Moncloa, ese objetivo tardó siete años en producirse, pero finalmente se produjo. Si el objetivo era el de llevar a Rajoy a la Moncloa con el objetivo de perpetuar su legado, obviamente fue un fracaso absoluto. El destino de España estaba sellado, con independencia de lo que hubiese ocurrido en 2004, solo habría cambiado el contexto y el momento en el que cada uno debía estar en la posición que le correspondía, pero el desenlace que vivimos actualmente se habría producido de una forma u otra. Hay quienes creen que no, y en varias ocasiones tiendo a secundar esa opinión, pero las circunstancias que vivimos actualmente, y conforme transcurren los acontecimientos, me llevan a pensar de nuevo que esto estaba predestinado a acabar como realmente ha acabado. 

¿Aznar actuó de forma egoísta al designar a un Rajoy carente de ambición y proyecto de país para que no le hiciese sombra? Absolutamente. Lo irónico de todo es que el propio Rajoy fue quien se encargó de relegar y enterrar el legado y la figura de Aznar, lo cual lo hace todo más irónico y frívolo. ¿Aznar debió designar a otro candidato? Por supuesto, y más teniendo en cuenta que él ya advertía del riesgo que suponía Zapatero y su proyecto extremista para España, el cual se materializó una vez llegado al gobierno. De esta forma hubiese sido mejor designar a otro candidato con más potencial ideológico que hiciese frente a la batalla ideológica frente a la izquierda liderada por el PSOE. 

Sea como fuere, el resultado final es que con su sucesión en agosto de 2003, Aznar acabó designando al candidato aparentemente más débil pero que posteriormente se revelaría contra su mentor, dando paso a una posterior fragmentación de la derecha y a un debilitamiento del PP frente a un PSOE cada vez más radicalizado y dispuesto a ir a por todas. Un PP que desde la época de Rajoy asume y defiende igualmente las posiciones del PSOE, tanto de Zapatero como de Sánchez, lo cual confirma que, aunque los populares logren volver alguna vez al poder (escenario que dudo absolutamente), las políticas seguirán siendo las mismas. Con aquella designación, Aznar se pegó un tiro en el pie a la hora de salvaguardar su legado, el PP cavó su propia tumba y España inició el camino a su desintegración a partir de 2004.

miércoles, 26 de marzo de 2025

Televisión española ¿de calidad?


Hace unos días se ha anunciado por parte de varios medios que en el próximo mes de abril, TVE estrenará un programa televisivo basado en el formato que durante catorce años lideró la franja horaria de las tardes de Telecinco: Sálvame. Este formato, cuyo estreno será confirmado en breve por TVE, parece ser que contará con la presencia de gran parte de los sujetos que en su momento formaban parte del programa que Mediaset emitió desde 2009 hasta 2023: María Patiño, Belén Esteban, Lydia Lozano, Chelo García Cortés, Kiko Hernández, Marta Riesco, Alba Carrillo, David Valldeperas, etc. En definitiva, vividores profesionales que llevan más de treinta años viviendo de los cotilleos y los chismes de los famosos y que ahora lo harán desde una cadena pública. 

Pero lo más indignante de todo es que esta "broma" va a costar al Estado más de cinco millones de euros por temporada. Claro, uno cuando ve este tipo de cosas dice, ¿Para esto los españoles pagamos impuestos? ¿Para tener a Belén Esteban hablando, esta vez desde TVE, de Jesús Janeiro y su hija después de veinticinco años con el mismo cuento? ¿Para que la tal Alba Carrillo hable en un ente público sobre los tipos que se ha tirado y a los que acusa posteriormente de haber abusado de ella? ¿Para ver cómo estos sujetos defienden de forma vomitiva y miserable a la sobrina de Isabel Pantoja, tras ser acusada recientemente de maltrato infantil contra su propia hija de tan solo dos meses?

¿Para que impresentables como María Patiño y el resto de colaboradores (por cierto, gran parte de ellos transexuales y/o homosexuales) hagan alegatos en favor del feminismo, la transexualidad, los derechos LGTBI y los "valores" (por llamarlo de alguna forma) progresistas e izquierdistas que ellos con tanto entusiasmo defendían en su época de Telecinco? ¿Para esto se contrata este tipo de bazofia y se mantiene hoy en día TVE? Una Televisión Española que es, como todos sabemos ya, una pocilga televisiva donde tienen cabida toda la morralla que durante años han desfilado por los platós de televisión de las cadenas privadas y que ahora amenazan con embarcarse en la televisión estatal. 

Cabe añadir que nada de esto es casual, ya que lo que está haciendo el gobierno, vía TVE, es echarle un cable a estos tipejos tras cancelarse hace un par de años Sálvame. ¿Y por qué acude el gobierno del PSOE en auxilio de esta gentuza y acepta incorporar un programa de este calibre en la televisión pública? Básicamente porque el gobierno de Sánchez fue uno de los actores implicados en el escándalo social y mediático que ocurrió hace cuatro años con respecto al caso de Rocío Carrasco, donde las declaraciones que ésta hizo sobre su ex pareja, Antonio David Flores, supusieron un boom televisivo como pocas veces se ha visto en la denominada "prensa del corazón" en España. 

Hasta tal punto llegó aquello que incluso el propio Pedro Sánchez, Irene Montero (por entonces ministra) y otros políticos se pusieron en contacto con Rocío Carrasco mostrándoles su apoyo en aquella "caza de brujas" mediática, donde todo aquél que no respaldase la versión narrada por la susodicha quedaba estigmatizado televisivamente. En aquél caótico escenario, el gobierno de Sánchez jugó un papel fundamental, y ahora, dos años después de la cancelación del formato original en Mediaset (en parte, como consecuencia por aquellos sucesos), el propio ejecutivo socialista es quien ha salido a rescatar a estos sujetos para devolverles su programa basura, esta vez desde la televisión del Estado. Este factor decisivo, unido al hecho de que este tipo de programas promueven salvájemente las políticas woke, hacen que el gobierno apueste por este tipo de formato.

Pero aquí no acaba la historia, ya que mientras esto sucede, hace un par de días, una sujeta llamada Carlota Corredera (ex directora de Sálvame y ex presentadora del mismo) también ha hecho ya su aparición por la cadena pública, donde ha hecho un alegato en el programa de TVE, 59 segundos, solicitando que se retirase el día del padre, ya que esto suponía a su vez un perjuicio para aquellos niños que "no tienen padre, que tienen madre soltera o dos madres". Vamos a ver, miserable; la mejor manera de que un niño pueda honrar a su padre, es recordándolo con independencia de si está o no en este mundo. ¿Qué pasa? ¿Si un padre fallece ya no tiene sentido que sea recordado por sus hijos aunque él ya no esté entre nosotros? 

Porque aquí quien escribe esta entrada hace años que dejó de ser un niño, pero por desgracia perdió a su padre hace ahora justo cinco años. ¿Acaso los adultos como yo no tenemos derecho a recordar a nuestros padres aunque éstos ya no estén desgraciadamente entre nosotros? Del tema de "las dos madres" prefiero no hablar, ya que si ha habido gentuza que han defendido este modelo de familia son precisamente sujetas como ésta, la cual ha hecho siempre hincapié desde Telecinco en la defensa de "las nuevas familias". ¿Y ahora pretendes que en base a esas "nuevas familias" se suprima uno de los días más emotivos y tradicionales del año? Vete a tomar por culo, Carlota Corredera. 

Por esa regla de tres, lo mismo se debería hacer con el día de las madres, o con el día de los abuelos. Pero no nos llevemos las manos a la cabeza, ya que esta gentuza, tarde o temprano, defenderán también la supresión de estos días. Y lo que es peor, se acabarán suprimiendo en favor de los derechos de "esas nuevas familias" que ellos defienden con tanto entusiasmo mientras aniquilan las familias tradicionales. Ese es el progresismo y ese es el futuro que nos espera con estos impresentables, cuyo único objetivo es el de destruir nuestro modelo familiar tradicional y nuestro sistema social. De hecho, ya lo han hecho, como ya indiqué en una de mis últimas entradas: "la familia, mal, gracias". 

Pues bien, no cabe duda de que esta sujeta (al igual que su amiga, Rocío Carrasco) también entrará casi con toda seguridad junto a sus ex compañeros en el nuevo Sálvame de TVE, el cual parece ser que se llamará "la familia de la tele". Un formato donde con toda seguridad se hablarán de temas que no tienen cabida en una televisión pública y bajo unas formas que no tienen tampoco espacio en un ente público, pero ¿Qué más da? Lo importante es que TVE se convierta en el formato público de Mediaset, llenando su programación de contenidos basura y de personajes originados en cadenas privadas gracias a montajes, escándalos y conflictos durante años. 

Esa es la TVE que busca Pedro Sánchez, una TVE que herede el espíritu de Telecinco y se adueñe de la telebasura a costa del erario público. Y es que eso es lo más surrealista, que esta gentuza se reirán y montarán todo tipo de escándalos cobrando esta vez de los Presupuestos Generales del Estado, lo cual hace que la situación sea aún peor. Todo esto me lleva a preguntarme ¿Dónde están los que en la época de Mariano Rajoy se manifestaban los viernes en favor de una televisión pública de calidad? ¿Acaso esto es calidad? Seguramente para toda la gentuza afín al PSOE que se manifestaban en aquellos años, esto sí sea un contenido repleto de calidad, cultura y enseñanza. 

Si esto hubiese sucedido, por ejemplo, en Reino Unido con la BBC, estoy seguro que llevaría consigo la dimisión de más de un alto cargo de la cadena pública británica. Aquí en España, por el contrario, no solo no dimite nadie sino que se ascenderá al personal por conseguir traer a Prado del Rey (sede central de RTVE) este tipo de programas que no contribuyen en nada a la buena programación que debe transmitir una cadena pública con casi setenta años de emisión ininterrumpida. 

Todo esto me lleva a recordar aquellos tiempos nostálgicos en los que se emitían formatos de diversión en TVE como Noche de fiesta. Aquel programa que se emitían los sábados por la noche y que tenían como momento de máxima audiencia los sketch de matrimoniadas, donde las entrañables parejas de Pepa y Avelino (el matrimonio que no se soportaba tras cuarenta años casados) o Roberto y Marina (el matrimonio que tras quince años comenzaban a tener problemas conyugales) eran el espacio televisivo más famoso del momento. 

Parejas ficticias que desde el humor natural conectaban con el público y representaban de forma entretenida el día a día y el desgaste de los matrimonios, donde el cariño sentimental y la ilusión conyugal pasaban a un segundo plano en favor de las rencillas de convivencia y las discusiones constantes. En definitiva, un formato que a todos nos hacía reír y con el que simpatizábamos los españoles en aquel entonces. Este que escribe esta entrada era de hecho un fiel espectador que con solo diez años  no se perdía aquellas divertidas escenas matrimonales ni una sola semana.

¿Cuál era la postura del PSOE, entonces liderado por José Luis Rodríguez Zapatero? Que ese programa, donde además de los sketch había actuaciones de cantantes de renombre y pases de modelo que se mostraban a lo largo del formato, mostraban una posición machista del matrimonio y de la sociedad, y que por ello debía ser eliminado. Eran los tiempos de Aznar en el gobierno y Zapatero aún estaba en la oposición. Tras la inesperada victoria del PSOE en las elecciones generales de 2004, Noche de fiesta fue cancelada a los dos meses de llegar el ejecutivo socialista. 

Dicho y hecho. Esta misma gentuza que catalogaba de machista y de anticuado este formato son los mismos que ahora defienden la llegada de toda esta morralla a TVE. Y cuando hablo de morralla no me refiero solamente al nuevo e inminente Sálvame que se va a estrenar en pocos días, sino también a los Broncano, Lalachús (con su correspondiente burla a la figura del Corazón de Jesús en las campanadas), Inés Hernand, Silvia Intxaurrondo y toda esta serie de sujetos que en otra época no serían vistos ni en sus propia casas. Y en esa lista incluyo también a todos los youtubers, influencers, y demás miseria inmoral que se creen personas relevantes en la vida pública y/o social, los cuales en cualquier otro momentos de cordura social, y por el bien de la sociedad misma, deberían de estar encerrados de por vida en una prisión, tirando posteriormente la llave al mar. 

La decadencia de la sociedad es algo que ya se vislumbra incluso en la televisión pública, donde la mayoría de la programación que se emite en dicho ente son programas de nula aportación cultural, escaso nivel de entretenimiento y cero calidad de contenido. ¿Dónde están las películas hollywodenses que TVE solía emitir de forma asidua en el pasado? ¿Dónde están las series y obras de teatro de calidad, como Estudio 1, que estas cadenas emitían en el pasado? ¿Dónde están los documentales y programas de debates serios y formatos de entretenimiento para toda la familia de antaño? En definitiva ¿Dónde está esa televisión pública de calidad que se caracterizaba por el respeto al espectador y a la propia corporación emisora de dichos contenidos?

Todo esto ya ha pasado por desgracia a mejor vida y lo único que nos queda es ver cómo el actual gobierno, con la colaboración de sus socios, se encargan también de echar por tierra uno de los pocos organismos estatales que aún conservaban un atisbo de dignidad. Hoy ya, ni eso queda en Prado del Rey. Personalmente, y viendo lo que hay y lo que está por venir, soy partidario de que RTVE eche el cierre cuanto antes y desaparezca definitivamente. Pero claro, si cerramos RTVE ¿Quién defenderá como nadie la gestión de Pedro Sánchez, ocultará su corrupción y dedicará horas y horas en criticar a la oposición mientras se emiten programas de telebasura donde se promocionan las ideas que el PSOE y la izquierda promueven desde la Moncloa? 

En definitiva, la llegada de estos sujetos a TVE demuestra cuál es la apuesta televisiva del gobierno y cómo irá degradándose cada vez más el ente público conforme esta gentuza se adueñe de los medios estatales. Un escenario impensable y surrealista hace tan solo unos años. Pero esta es la España de Pedro Sánchez y de esta sociedad, donde todo es posible, para mal, obviamente. Una sociedad española la cual hace tiempo que perdió los valores definitivamente y apuesta por lo peor de cada casa para que tengan voz en las cadenas del gobierno mientras el resto de los ciudadanos pagamos con nuestros impuestos esta pocilga. Sigamos pues así, que todo es posible de empeorar aún más en esta sociedad enferma y sin futuro. 

martes, 25 de marzo de 2025

¿Merece la pena seguir así?


La polémica decisión anunciada hace unos días en la que el gobierno había pactado con Junts, tras negarse a hacerlo con los gobiernos autonómicos, el reparto de menas en todas las Comunidades Autónomas, quedandose Cataluña con solo treinta de los más de cuatro mil quinientos inmigrantes que van a ser repartidos en nuestro país, ha hecho que reflexione sobre algo que en alguna que otra ocasión he comentado por aquí, pero que ahora reafirmo con más convicción que nunca: Esto ya no da más de sí y no merece la pena seguir en estas circunstancias. 

¿A qué me refiero? Me refiero básicamente al mantenimiento dentro de la nación española de regiones con un alto índice de inclinaciones independentistas, como Cataluña y/o el País Vasco. Pero voy más allá, hago referencia a cualquier otra región española que reúna estos elementos. Me da igual que sea Andalucía (los cuales vamos a ser los segundos más castigados en el reparto tras designarnos el gobierno ochocientos menas), Extremadura, Murcia, Valencia, Galicia, Navarra o las islas Beleares. España y su gobierno no pueden seguir en esta situación en la cual determinados grupos parlamentarios, supuestamente con un objetivo político como es el de lograr la independencia de su respectiva región, busquen la ruina social, económica, política y cultural del resto de las regiones en beneficio de la suya propia. No, esto no puede seguir así.

No es de recibo que vividores como Gabriel Rufián, cobardes como Carles Puigdemont, miembros relacionados con el terrorismo de ETA o afines al pacto con el PSOE, como Oriol Junqueras, sean quienes decidan qué impuestos se suben y cuáles no, y en qué regiones; qué reparto se hace en España de individuos peligrosos para nuestra sociedad, como en este caso, son los menas; qué competencias deben asumir determinadas regiones y negársele al resto de forma simultánea (como la polémica decisión del gobierno de Sánchez de entregar las competencias de inmigración a la generalitat catalana y, con ello, a los Mossos de Esquadra, en detrimento de la Policía Nacional); qué comunidades deben recibir más financiación y cuáles no, etc. 

Hay situaciones en las que, en vista de las circunstancias, lo más propicio es prácticamente lo más doloroso: reformar la Constitución y permitir en ésta la posibilidad de que cualquier región que así lo desee tenga la posibilidad de convocar, de acuerdo con el Estado, un referéndum de independencia. Si el resultado es negativo, mala suerte para todos, y si es positivo, bendito referéndum que nos librará de esta gentuza. Como español que soy, me duele decir esto último, pero no hay duda de que la permanencia de determinadas CCAA dentro de España suponen a estas alturas un debilitamiento absoluto del Estado y un ataque directo contra los intereses del resto de la nación. 

¿La unidad es el camino? Sí, pero hasta cierto punto. No puede ser que un grupo parlamentario que no llega ni a diez diputados sean quienes decidan, mediante pactos con el gobierno del PSOE, qué políticas hay que aplicar en el resto de España o incluso qué políticas hay que aplicar en determinadas regiones, en beneficio de las suyas propias. Yo no tengo porque soportar que en Andalucía vengan cerca de ochocientos individuos peligrosos de otros países por el mero hecho de que Puigdemont haya acordado con Pedro Sánchez ese reparto mientras en su tierra estos sujetos no llegan ni a treinta. Ni tengo porque soportar que Sánchez pacte con Junts una subida de impuestos a Andalucía mientras en Cataluña éstos se reducen.

Yo no tengo porque soportar que el gobierno de Sánchez elabore junto con Junts un documento en el cual se considera "extranjero" a cualquier persona no nacida en Cataluña, incluyendo a españoles de cualquier otra parte de nuestro territorio nacional. La dignidad de la sociedad está por encima de los intereses de esta manada de criminales, los cuales no desean bajo ningún concepto la independencia política de sus regiones, sino una independencia fiscal (recuerden el cupo catalán que el PSOE y los independentistas siguen negociando) con las ventajas de permanecer, aunque solo sea oficialmente, dentro de una España que prácticamente está ya desintegrada, aunque en términos de unidad territorial permanezca unida aún. 

Todo tiene un límite, y los españoles no merecemos ser peones de Ajedrez en un juego donde los independentistas desean seguir realmente en España, con la condición de hundir en todos los frentes al resto de nuestra sociedad y siempre en beneficio de sus respectivas regiones. Llegados a este punto, lo mejor es reformar la Constitución y dar vía libre para que estos individuos se vayan para no regresar jamás. Es más sano y beneficioso para España, o lo que quede de ella, quedarnos cuatro gatos a seguir conviviendo en permanente conflicto y humillación cerca de cincuenta millones. 

Por supuesto, soy consciente que cuando hablo de esto, muchas personas pertenecientes a dichas regiones se sienten tan españolas como yo y como otras de cualquier región española. Pero los políticos han sido los culpables de llevarnos a esta situación insostenible e irreversible. Una situación en la que en parte pagan justos por pecadores. Pero a pesar de lo doloroso que resulta esto, no podemos permitir que nos pisoteen más unos vividores cuyo único afán es el de destruir el tejido social, la convivencia y la seguridad en el resto de España a cambio de mantener en la Moncloa a un sujeto sin escrúpulos, el cual firma encantado estas concesiones si ello le permite seguir una semana más en el poder. 

Si alguien se ha molestado en leer otras de mis entradas sobre esto, habrá visto que no hablo ya siquiera de derogar la Constitución, sino simplemente de reformarla. ¿Por qué? Básicamente porque hay que ser pragmático y realista. La Constitución, por muy dañina que resulte para los intereses de España (que lo es), no va a ser derogada jamás, ya que el sistema originado en 1978 se creó precisamente para conducirnos a esta situación sin posibilidad alguna de que el sistema pueda ser abolido. 

De modo que, a falta de ruptura con el sistema, bien sirve como mal menor una reforma que abra la posibilidad de que estas autonomías puedan irse definitivamente de nuestro país, manteniéndonos en nuestra nación aquellas regiones que sí queremos seguir formando parte de esta comunidad social, económica, cultural, política e histórica, aunque seamos solo las dos Castillas (incluyendo Madrid, obviamente), Andalucía, Extremadura, Murcia y Asturias. Siendo así, España, desgraciadamente, ya no sería España, pero al menos seguiríamos conviviendo juntos dentro de esa futura comunidad todos los que seguimos creyendo en un verdadero destino común. 

Eso sí, el Estado debería salvaguardar posteriormente sus intereses y vetar cualquier tipo de relación política, económica, comercial, cultural, etc, con las regiones que hiciesen efectiva dicha independencia. Por supuesto, todo esto no se producirá jamás; principalmente porque, actualmente, las CCAA más conflictivas son precisamente las que que mantienen al PSOE en el poder y garantizan su continuidad en éste, lo cual hace que bajo ningún concepto esa independencia se vaya a producir, por muy debilitado que quede el conjunto del Estado. Este escenario no se producirá jamás ni con un gobierno del PSOE, pero tampoco con un gobierno del PP, cuya supervivencia dependiese en un futuro de estos mismos socios. 

Habrá quienes digan, "esto no se arregla con independencia, sino con la retirada de las competencias de educación a las CCAA para que las futuras generaciones no sean adoctrinadas en el independentismo". En absoluto. Tras más de cuarenta años de adoctrinamiento educativo, si esa decisión se materializase (cosa que no va a ocurrir jamás), luego queda el factor de la comunicación, donde los medios siguen teniendo un poder decisivo a la hora de manipular a la población si las competencias en educación fuesen devueltas al Estado. No nos engañemos. La estafa ha durado demasiados años, los suficientes como para que haya un sentimiento de rechazo hacia España en determinadas CCAA mientras sus políticos, con el objetivo de hundir al resto de las comunidades en beneficio de las suyas, sostienen a un gobierno corrupto y abiertamente contrario a los intereses generales. 

Saben que Sánchez, al igual que Zapatero en su día (el cual, por cierto, es quien está detrás de todas estas negociaciones con Junts), es una oportunidad de oro que no pueden desaprovechar si quieren debilitar al extremo al conjunto del país en beneficio de sus instituciones regionales. De esta forma, por mucha corrupción que siga saliendo sobre Sánchez, su familia y el PSOE en general, los independentistas seguirán sosteniendo a este gobierno, aunque no haya Presupuestos de aquí a 2027. Saben que cuanto más débil esté el Estado, más fuerte serán ellos. 

Ambas partes (Pedro Sánchez por un lado, y sus socios independentistas y etarras por el otro) se necesitan mutuamente para obtener sus respectivos intereses. Por ello, en lo que respecta a la continuidad del gobierno del PSOE bajo el sostenimiento de estos partidos, no voy a profundizar nuevamente en ello. Ya he escrito las suficientes entradas como para dejar claro que aquí hay Sánchez y PSOE para rato a base de chantajes y concesiones a cargo del erario público y a costa de los intereses nacionales. 

Por esto, la única y dolorosa solución a esta situación, es concederles a estas regiones su deseo de decidir su futuro y librarnos para siempre del chantaje permanente y del mal que ha supuesto para España el nacionalismo/independentismo de las denominadas "comunidades históricas" en estos cincuenta años, los cuales han sido esenciales no solo en el mantenimiento en el poder de Pedro Sánchez, sino también de todos sus predecesores en la Moncloa. Hay que saber decir "hasta aquí", y ese momento ha llegado. 

Otra cosa es, obviamente, que eso, para nuestra desgracia, no se va a cumplir nunca y el proceso de desintegración continuará de forma imparable. La situación pues no puede ser más irónica, ya que la única solución para que España, o lo que quede de ella, continúe y pueda seguir teniendo futuro, pasa desgraciadamente por sacrificar a aquellas regiones que desean irse y quedarnos solamente aquellos que a estas alturas buscamos solamente salvar los muebles, si es que eso es posible incluso en estos momentos ya. 

lunes, 17 de marzo de 2025

Blair-Brown: juego de poder


El próximo mes de mayo se cumplirán veintiocho años de la llegada al poder de uno de los dúos políticos más interesantes de las últimas décadas. Me refiero a la pareja política formado por los laboristas británicos, Tony Blair y Gordon Brown, ambos primeros ministros consecutivos de Reino Unido. Primeros ministros que sin embargo sufrieron destinos bien diferentes durante sus respectivas etapas al frente del gobierno. 

Mientras Tony Blair se llevó todo el peso de la gloria del poder al dirigir los destinos de Reino Unido desde 1997 hasta 2007, su sucesor y hasta entonces ministro de economía, Gordon Brown, solo pudo ejercer el poder durante tres años en Downing Street, dejando el ejecutivo británico tras perder las elecciones del año 2010. 

Todo comenzó cuando en mayo de 1994, el hasta entonces líder de la oposición y futuro primer ministro británico según todas las encuestas, el laborista John Smith, sufrió un repentino y sospechoso ataque al corazón que lo llevó a la muerte. En aquel escenario de caos y desconcierto, un escocés llamado Gordon Brown, el cual había sido la mano derecha de Smith, comenzó a ser visto por muchos como el recambio urgente y natural dentro del laborismo británico. La cuestión vino cuando a su vez, uno de los colaboradores principales del propio Brown, y escocés como él, comenzó a hacerse hueco dentro de las quinielas para convertirse en el nuevo líder de la izquierda británica. ¿Su nombre? Tony Blair. 

Blair y Brown, los cuales habían trabajado juntos en el partido y de hecho tenían una relacion personal estrecha, comenzaron pues a distanciarse cuando Blair comenzó de forma inesperada a cosechar grandes apoyos dentro de los laboristas mientras Brown, aunque con grandes apoyos al ser considerado el sucesor natural de Smith, quedó atascado en su candidatura. Es entonces, en medio de una gran espectación y rivalidad, cuando los escoceces llegan a un acuerdo informal en un restaurante londinense. 

En dicha reunión Blair, que ya se veía entre los laboristas con un carisma y un tirón electoral del que carecía Brown, acordó con éste que sería él quien asumiría el liderazgo laborista en primer lugar y, eventualmente, la jefatura del gobierno británico tras las próximas elecciones generales. Brown por su parte sería nombrado por Blair ministro de economía en su próximo gobierno. Y finalmente, tras un periodo determinado (nunca se fijó fechas concretas), Blair le cedería a Brown el liderazgo laborista y la jefatura del gobierno británico. 

Ambos pactaron ese acuerdo de forma informal y Tony Blair finalmente fue elegido líder de los laboristas en mayo de aquel año. Lo demás ya es conocido por todos: el entonces primer ministro británico, John Major, estaba en su momento más bajo desde que sucedió a Margaret Thatcher en noviembre de 1990 y todas las encuestas daban por finiquitado su paso por el poder en medio de escándalos y crisis interna en el Partido Conservador. Las encuestas subían sin cesar y los laboristas estaban cada vez más cerca de Downing Street tras casi veinte años en la oposición. 

Finalmente, el 1 de mayo de 1997, Tony Blair fue elegido de forma aplastante como nuevo primer ministro británico en un resultado aun más aplastante que el obtenido el año pasado por Keir Starmer. Unos resultados electorales históricos que fueron seguidos por el juramento de Tony Blair como nuevo jefe del gobierno ante la reina Isabel II al día siguiente y la posterior y ya famosa llegada de él con su esposa Cherie a Downing Stret en medio de vitores y aclamaciones de sus votantes. Un escenario nunca antes visto en Reino Unido, el cual tampoco se ha vuelto a repetir, y que catapultaba al poder a la pareja como si de un matrimonio presidencial estadounidense se tratase. 

Brown, el cual tenía un perfil izquierdista más pronunciado que el de Tony Blair, el cual era puramente centrista, fue nombrado ministro de economía, como así se acordó en 1994. Blair, por su parte, comenzaba de esta forma su mandato respaldado por la mayoría absoluta más aplastante que ha conocido Reino Unido en su historia. En medio de esa legitimación, Blair comenzó a realizar unas políticas que si bien tenían ciertos guiños hacia la izquierda, era más propias de un torie que de un laborista. De hecho Blair se consideraba un admirador del legado de Thatcher, con lo cual su imagen de líder laborista y de alternativa real a los conservadores quedaba aun más en entredicho. 

De hecho, en lo que respecta a Blair, su gobierno no solo no acabó con las políticas neoliberales de Margaret Thatcher, sino que las reforzó, hasta el punto de avanzar en las políticas de privatizaciones que Thatcher comenzó casi veinte años antes. Esto, unido a una famosa frase dicha por la propia Thatcher en la que aseguraba que "su partido no necesitaba a alguien que le hiciese frente a Blair, sino a alguien que fuese como Blair", refuerza mi teoria de que realmente fue Tony Blair y no John Major quien realmente fue el auténtico heredero y "lord protector" de las políticas y del legado de la "dama de hierro".

En septiembre de 1997, y como ya indiqué en mi entrada escrita en enero de este mismo año, su popularidad alcanzó un cenit histórico tras pronunciar el famoso discurso en homenaje a Diana de Gales (el famoso discurso de "la princesa del pueblo") y salvar a la Monarquía de la crisis institucional surgida tras la muerte de Diana. Y en 1998, cuando solo llevaba un año en el gobierno, consiguió firmar tras largas conversaciones los famosos Acuerdos del Viernes Santo. Unos acuerdos en los que se decidió dar por primera vez la autonomía, así como un gobierno y un parlamento, a Irlanda del Norte; el desarme del IRA; la retirada de las tropas británicas en suelo norirlandés y el compromiso de paz entre todos los actores políticos firmantes en el acuerdo. 

Un acuerdo en el que estuvo involucrado personalmente el propio Bill Clinton, lo cual hizo que se crease una estrecha relación personal entre ambos. Una estrecha relación personal que también compartió con uno de sus grandes aliados y amigos: José María Aznar. De hecho, horas antes de que se firmase en Belfast los acuerdos, Cherie Blair y sus hijos vinieron a España para ver junto a Ana Botella las procesiones de la Madrugá sevillana. Blair, tras la firma de los acuerdos, vino vuelo directo a España para pasar el resto de la Semana Santa junto a su familia y los Aznar en Doñana. Aquellas vacaciones en Doñana supusieron el inicio de una estrecha relación entre los Blair y los Aznar, hasta el punto de ser invitados a la famosa boda de Ana Aznar en El Escorial en 2002. 

Tras los acuerdos vino la guerra de Kosovo, donde Tony Blair ejerció una presión bastante considerable sobre Clinton para que éste, el cual era reaccio a atacar en un principio, interviniese finalmente junto a Reino Unido y la OTAN en un bombardeo contra Yugoslavia en 1999. Esta fue la primera experiencia militar de Blair, la cual parece ser que estaba incluso más decidido que el propio Clinton a llevar a cabo. Obviamente no sería la única, ya que tras los atentados terroristas del 11-S, vendría su apoyo primero a la guerra de Afganistán y posteriormente, y la más polémica, a la de Irak, ambas junto a George W. Bush. 

En 2001, y tras cuatro años en Downing Street, Blair anuncia que se vuelve a presentar a la reelección, ganando las elecciones generales de mayo de aquel año. En aquel entonces, Brown comenzaba a desesperarse, ya que veía que su llegada a la jefatura del gobierno y a la del liderazgo laborista no terminaba de llegar. Sin embargo, Blair ganó nuevamente de forma holgada, aunque con menos apoyos que en 1997. 

Cuatro meses después de aquellas elecciones tuvieron lugar los atentados del 11-S, lo cual cambió el mundo y el mapa geopolítico mundial. A partir de entonces, Blair anuncia su apoyo incondicional a EEUU y su firme decisión de intervenir junto a los americanos en cualquier conflicto bélico que desde Washington se produjese. De esta forma Blair comienza a cavar, aunque quizás sin saberlo, su tumba política.

En octubre de 2001, Blair interviene militarmente junto a Bush hijo en la guerra de Afganistán, en 2002 apoya fervientemente el discurso del presidente estadounidense sobre "el eje del mal" y en marzo de 2003, Tony Blair junto a George W. Bush, José María Aznar y Jose Manuel Durao Barroso (entonces primer ministro de Portugal y anfitrión de la cumbre) dan en las islas de las Azores un plazo de veinticuatro horas a Saddam Hussein para que abandone el poder, atacando Irak tras dicho plazo si el dictador iraquí no accedía. 

Aquella polémica cumbre, la cual fue precedida y sucedida por miles de manifestaciones en EEUU, Reino Unido, España, así como en otras partes de Europa, se caracterizó por la decisión de atacar Irak excusándose en unas supuestas armas de destrucción masiva que posteriormente se confirmaron que nunca existieron, así como por la resolución 1441, por la cual dichos gobiernos (aunque España no llegó a intervenir en la invasión, a pesar de lo que se ha dicho) veían respaldada su actuación para invadir el país. 

Saddam Hussein no accedió al ultimátum y finalmente la guerra empezó el 20 de marzo de 2003. En Reino Unido, no eran pocos los que tanto desde las filas laboristas como desde la de los conservadores, veían un riesgo absoluto la invasión y el apoyo incondicional de Blair a Bush. Sin embargo, el premier británico estaba más decidido que nunca a ir a la guerra y a hacer historia. 

Ya en 2005, y tras ocho años en el gobierno, se ha publicado que Blair reflexionó bastante sobre si imitar a Aznar y renunciar a presentarse a un tercer mandato. Brown, después de ocho años como ministro y once tras el acuerdo que llegó con Blair, comenzó una campaña interna para presionar a Blair y obtener su retirada. ¿El resultado? Blair anunció que se presentaría a un tercer y último mandato, doblándole con ello una vez más el pulso a Brown, aunque nunca lo destituyó como ministro. Finalmente, en mayo de 2005, Tony Blair logró un histórico triunfo para un tercer mandato, aunque Irak y su popularidad, la cual empezó a caer en picado desde entonces, le privó de un triunfo que, aunque igualmente mayoritario, no fue tan holgado como el de 1997 y 2001. 

El 7 de julio de 2005, en plena cumbre del G-8 en Londres (aquel año tocaba celebrarse allí) y pocas horas después de que Londres fuese la elegida para celebrar los Juegos Olímpicos de 2012, una serie de atentados terroristas en los vagones del metro de Londres y en un autobús de la capital británica dejaron más de cincuenta muertos y más de setecientos heridos, el ataque más mortal vivido en suelo londinense desde la II Guerra Mundial. Tras los atentados, la presión de Brown sobre Blair para que éste le cediese por fin el poder se fue recrudeciendo, hasta el punto de que varios ministros afines a Brown dimitieron en bloque para presionar a Blair con el objetivo de que éste anunciase finalmente su fecha de salida del poder.

Finalmente, en 2006, y tras las presiones internas, Blair anuncia que dimitiría para el año siguiente, 2007. En aquel entonces, su imagen era ya solo una sombra de lo que fue diez años antes y su gobierno estaba agonizando como consecuencia de las protestas masivas por la guerra de Irak y las tensiones dentro del laborismo, además de perder de forma estrepitosa en todas las elecciones que se iban celebrando e ir muy detrás en unas encuestas que ya daban como claro ganador a los tories, los cuales llevaban ya desde 2005 liderados por un tipo llamado David Cameron. Blair había llevado al laborismo británico a lo más alto, pero también a lo más bajo. 

Ya en mayo de 2007, y tras diez años exactos en el poder, Tony Blair anuncia que presentará su dimisión como primer ministro para el mes siguiente, lo cual hace concretamente el 27 de junio de 2007, cuatro días después de cederle a Brown el relevo en el Partido Laborista. Trece años tardó Blair en cumplir su acuerdo de cederle el poder a Brown. Lo que éste no sabía es que su hasta entonces jefe le había hecho un regalo envenenado: le había cedido el testigo solo un año antes de que el mundo estallase en la crisis económica más grave vivida desde la Gran Depresión en 1929. 

Una vez retirado Blair del poder, muchos laboristas afines a Brown intentan que el nuevo primer ministro convoque elecciones, ya que durante los meses siguientes a la llegada de Brown, los laboristas recuperaron terreno electoral y volvieron a estar primeros en las encuestas. Es entonces cuando Brown da un golpe en la mesa y se niega en rotundidad convocar elecciones generales. Había esperado trece años en conseguir el poder para ahora jugársela a las primeras de cambio y posiblemente perder frente a un tipo más joven y carismático que él, como en aquel entonces era David Cameron. Su rechazo absoluto en convocar elecciones fue su tumba política.

A partir de entonces surgieron escándalos, presiones y crisis internas contra el propio Brown. El mismo escenario que él promovió contra Blair en sus últimos años se volvió contra él, hasta el punto de que muchos diputados veían a Brown como un tipo sin carisma, aburrido y antipático, todo lo contrario que Blair, a pesar de su controvertido mandato como primer ministro. 

Es entonces cuando algunos comienzan a pensar en un nuevo relevo de líder y de primer ministro antes de las próximas elecciones generales. Las elecciones locales de 2008 y las elecciones europeas de 2009 suponen un duro golpe para Brown, cuya imagen cae en picado en todas las encuestas. Pero aun quedaba el punto determinante por el que se caracterizaría su gobierno: la crisis económica mundial surgida en septiembre de 2008.

Tras el estallido de la crisis, Brown intenta tomar inutilmente el control de una situación que ya se le ha ido completamente de las manos. Su único y breve momento culmen fue cuando ejerció de anfitrión en la cumbre del G-20 en Londres, en abril de 2009. A pesar de prometer reformas, éstas no acaban por materializarse, lo cual sumado a las constantes rebeliones y dimisiones por parte de los suyos tanto en 2008 como en 2009, hace que su autoridad quede seriamente cuestionada. 

A pesar de que las legislaturas británicas duran cinco años y no cuatro como aquí en España, Brown rehusó convocarlas en 2009 (era cuando teóricamente tocaban, ya que Blair, sin estar obligado a ello, siempre las convocaba cada cuatro años, siendo la última en 2005). De esta forma, y al ver su periodo en el poder en tiempo de descuento, intentó y logró mantenerse en el poder hasta última hora y resistir las múltiples presiones internas contra él. La misma postura que adoptó John Major en sus últimos años en el poder.

Finalmente, en 2010, Brown ya se ve obligado legalmente a convocar elecciones para mayo de ese mismo año con los tories ganando en todas las encuestas por goleada. Aun así, la suerte no acompañaría del todo a los tories de David Cameron, ya que finalmente el 6 de mayo de 2010, Cameron gana las elecciones, pero sin mayoría por primera vez desde hacía treinta y seis años. Es entonces cuando Brown, a pesar de haber perdido pero sin el fracaso absoluto que le deparaban todas las encuestas, decide ir a por todas e intentar negociar con el Partido Liberal Demócrata británico, liderado entonces por Nick Clegg, para formar un gobierno al margen de la victoria de los tories. 

Y a pesar de que Brown y Clegg se reunen para barajar opciones, finalmente los liberales deciden darle el gobierno a David Cameron el 11 de mayo, poniendo de esta forma fin a trece años de gobiernos laboristas y a solo tres del propio Gordon Brown. Todo ello, a pesar de que Brown había anunciado el día antes su dimisión como líder laborista para que laboristas y liberales llegasen a un acuerdo aunque él no fuese ya el próximo primer ministro. Una última humillación, en este caso en favor de los suyos y en contra de él mismo, la cual tampoco dio resultado.

De esta forma, tras el cambio de gobierno efectuado el 11 de mayo de 2010 y la llegada de David Cameron a Downing Street, se puso fin a trece años de laborismo y a diecisiete de dúo político formado por Tony Blair y Gordon Brown. Una relación que pasó de ser amistosa y de colaboración a una relación de enemistad y rivalidad política abierta, incluso años antes de que Tony Blair le cediese el poder en 2007. Un Tony Blair que, como he dicho antes, le pasó la patata caliente a Gordon Brown cuando sabía plenamente que dicha patata estaba a punto de estallar. 

Su salida de Downing Street un año antes del estallido de la crisis hizo que, a pesar de su polémico mandato con Irak, Afganistán y el desgaste político de fondo, no se viese sacudido también por una crisis que se comió de lleno Brown. Una especie de venganza política y personal la de Blair contra Brown, el cual le dejó practicamente las migajas de su paso por el poder. Tras una década gobernando y con un desgaste político considerable al tener a su país metido en dos guerras paralelas, Blair dejó el poder cuando realmente sabía que lo que vendría después de 2007 sería el caos, como así fue, y por eso decidió cederle a Brown el poder en aquel momento, para que se comiese las sobras que él había dejado y se comiese en cambio la inminente crisis económica en su totalidad. 

De esta forma se puede decir que el gran perdedor de esta relación, y del famoso acuerdo de 1994, fue Brown, quien llegó al poder de forma tardía y cuando el laborismo estaba dando ya sus últimos coletazos. Blair fue en 1994 más inteligente que su rival interno al ofrecerle un acuerdo informal que solo cumplió cuando ya había saboreado lo suficiente las mieles del poder durante diez años de gobierno. Por su parte, Brown (el cual tenía un perfil más socialdemócrata que Blair, el cual estaba ideológicamente más cercano al liberalismo de Thatcher), solo pudo conformarse con las sobras que su predecesor había dejado por el camino, mientras éste disfrutaba de lleno los años de oro del laborismo en el poder. 

Cuando Brown llegó a Downing Street fue practicamente en el momento en que la permanencia de los laboristas en el poder estaba en tiempo de descuento. Tampoco ayudó mucho que su llegada a Downing Street fuese a través de un relevo interno y no mediante elecciones generales, lo cual le restó legitimidad para gobernar desde el primer momento al no haber sido un líder respaldado en las urnas. En contraposición, Blair ha sido hasta la fecha el único líder laborista británico en ganar tres elecciones generales consecutivas de forma mayoritaria, un privilegio que solo comparte con la ex primera ministra conservadora, Margaret Thatcher. 

Brown en cambio, perdió las primeras elecciones generales a las que se presentó. Su momento político era realmente 1994 y no 2007, cuando el desgaste de los laboristas ya era un hecho. De haber sido inteligente, habría rechazado el acuerdo con Blair y los éxitos que éste cosechó se los habría llevado él, pero pecó de confianza hacia un Blair más astuto que él, del cual creía que le cedería el poder a las primeras de cambio, lo cual no sucedió. De hecho, para más humillación contra Brown, Blair publicó poco después de la salida de su sucesor del poder sus propias memorias. 

En ellas, Blair aseguró que antes del relevo producido en 2007 "sabía de antemano que Brown sería un desastre". El golpe final para su ex amigo y posterior rival interno. Unas memorias de Blair las cuales fueron de hecho un éxito que vendió millones de ejemplares, mientras que un libro posterior a su salida de Downing Street de Brown, en el que se recopilaban sus discursos como primer ministro en sus tres años de gobierno recibieron la escalofriante cifra de treinta y dos ejemplares vendidos solamente. Hasta en este factor secundario y cuando ya ambos estaban fuera del poder, Blair siguió barriendo a Brown. 

Dicho esto me desvío por un momento del tema principal para hacer una digresión sobre una cuestión que, al menos a mí siempre me ha llamado la atención, y es el paralelismo que se da entre la relación de Tony Blair con Gordon Brown por un lado y la de José María Aznar con Mariano Rajoy por el otro. Aznar designó a Rajoy como su sucesor en 2003, creyendo que ganaría sin problemas las elecciones generales de 2004. Sin embargo, el 11-M y la posterior victoria electoral de Zapatero echó por tierra los planes de sucesión de Aznar y cambió por completo la historia de España. Después de siete años, Rajoy llegó finalmente a la presidencia del gobierno, pero lo hizo en un contexto completamente diferente al que se hubiera enfrentado de haber ganado en 2004. 

Esto provocó que, al ver Rajoy que había ganado por méritos propios y no por los de Aznar si hubiese ganado en 2004, él ya no tenía nada que deberle a su ex jefe. De esta forma, con Rajoy en el gobierno a partir de diciembre de 2011, el gallego tomó la delantera y marcó su propio rumbo y no el que Aznar hubiera querido. Esto provocó, como todos sabemos, la ruptura en la relaciones entre ambos, las cuales ya estaban algo tensas desde la segunda derrota de Rajoy en 2008 frente a Zapatero. 

Su llegada al gobierno solo profundizó el empeoramiento de esa relación, hasta el punto de que en 2016, y tras conseguir Rajoy formar gobierno por segunda vez, Aznar renunció a la presidencia de honor del PP y rompió definitivamente su relación con su sucesor, el cual creía que lo había traicionado al no seguir sus políticas y haber enterrado a su vez su legado. El caso de Aznar y Rajoy es, al igual que el de Blair y Brown, un caso donde la relación política y personal entre mentor y delfín se va deteriorando hasta romperse definitivamente. De hecho, y al igual que hiciera Blair contra Brown, Aznar reconoció en su primer volumen de memorias en 2012 que su primera opción para sucederle en la Moncloa fue Rodrigo Rato y no Rajoy. Un nuevo golpe de un ex líder político contra su sucesor. 

En el caso de Tony Blair con Gordon Brown, la relación ya estaba rota antes de que el primero le cediese el poder al segundo en 2007. En el caso de José María Aznar y Mariano Rajoy, solo se rompió cuando el gallego llegó a la Moncloa en 2011. En ambos casos, la relación acabó como el rosario de la aurora. Esto es lo que ocurre cuando los juegos de poder, los intereses, los legados de los líderes y las rencillas personales prevalecen sobre el bien público. 

Por otro lado, y entrando en este caso en las comparaciones de ambos casos, debo añadir que el perfil de Tony Blair siempre me pareció una mezcla entre el centrismo de Aznar y la nueva vía que representó Zapatero en el congreso del PSOE del año 2000. Una nueva vía que oficialmente tenía un discurso reformista pero que escondía realmente un cambio profundo, radical e izquierdista por parte de Zapatero, como ya mencioné en una entrada reciente sobre él. Aznar, por el contrario, se presentó como un centrista, algo que lo similaba bastante con Blair cuando éste se presentó con su eslogan de "la tercera vía" (algo similar a lo que propuso Zapatero, pero solo en el nombre). 

Mientras Blair era un socioliberal, cuya militancia habría sido más razonable entre los tories que entre los laboristas, Zapatero fue un socialista e izquierdista radical, el cual es considerado el padre político de Podemos, el mentor de personajes como Pedro Sánchez y Pablo Iglesias y el ideólogo del proyecto que él mismo puso en marcha desde el gobierno de España en 2004 y que aun sigue desarrollándose. Aznar pues, a pesar de no pertenecer al mismo partido, tuvo siempre un perfil mucho más parecido al liberalismo de Blair y en su postura frente al terrorismo y la política internacional, sobre todo la Atlantista. 

Además de esto, también les unían el factor de pertenecer a la misma generación, ya que ambos tenían exáctamente la misma edad (nacieron en 1953) y gobernaron practicamente durante el mismo periodo (Aznar alcanzó el poder en 1996 y Blair en 1997). Por no hablar de la estrecha amistad que hubo entre ambos, algo que Blair no consiguió jamás con Zapatero, a pesar de pertenecer ambos al Partido Socialista Europeo. 

Por no hablar del paralelismo existente incluso entre Cherie Blair y Ana Botella, donde ambas, aparte de la amistad que les unía por sus maridos y la edad que compartían, fueron tanto en Reino Unido como aquí en España esposas muy activas en política durante los mandatos de sus respectivos maridos, ejerciendo ambas el papel de "primera dama" y siempre destacando su enorme influencia sobre sus conyugues. Un paralelismo, esta vez a la inversa, que también compartieron las esposas de los respectivos sucesores. Sarah Brown, esposa de Gordon Brown, y Elvira Fernández, esposa de Mariano Rajoy, se destacaron precisamente por ejercer un papel en política mucho más discreto y secundario que el de sus predecesoras. 

Brown, por su parte, siempre me recordó a Rajoy. Ambos tuvieron que esperar más de lo previsto para alcanzar el poder y cuando lo hicieron fue en un contexto político, económico y social completamente adverso y contrario al que ellos esperaban encontrar de haber llegado al gobierno años antes. Brown y Rajoy compartían, por otro lado, el hecho de que fueron jefes de gobierno que se vieron condicionados por los circunstancias y no hicieron, no quisieron o no supieron poner en marcha las reformas urgentes y relevantes que sus respectivos países demandaban en momentos de gran dificultad. 

Les unió a ambos además el hecho de haber vivido durante su gobierno escándalos e inestabilidades de todo tipo. Esto último hace que esta comparación sea extendible también al ex premier británico, John Major, el cual tuvo igualmente un periodo turbulento de gobierno, así como un ascenso al poder, un desenlace político y un perfil personal que se asemeja bastante tanto con Gordon Brown como con Mariano Rajoy. 

Y por supuesto les unió el hecho de haber sido designados sucesores por sus mentores y acabar su relación con éstos de la peor forma posible. Brown estuvo solo tres años y fue, sin duda alguna, el gran perdedor en el contexto político, económico y social que le tocó lidiar. Rajoy, por el contrario, estuvo casi siete años en el poder, tiempo suficiente para implantar su proyecto de país, sobre todo en los cuatro primeros años en los que dispuso de mayoría absoluta. Sin embargo, tras siete años de gobierno, su gran legado en 2018 fue precisamente el de no hacer nada, pasar desapercibido y perder una oportunidad histórica para dejar un proyecto perdurable. 

En definitiva, y volviendo al tema original, el legado de Tony Blair y el de Gordon Brown fue, sin duda alguna, el último periodo realmente interesante que vivió Reino Unido antes de la llegada del desastre de David Cameron, el Brexit, y todos sus sucesores y la situación caótica que atraviesan los británicos actualmente. Los paralelismos de ambos ex primeros ministros con los ex presidentes del gobierno de nuestro país es algo que también me ha llamado siempre la atención en estos dos personajes. Por otro lado creo que si el periodo de Thatcher y Major fue el último periodo realmente interesante desde el punto de vista de los tories, el de Blair y Brown lo fue desde el punto de vista de los laboristas. 

Y lo más irónico y preocupante de todo es que a pesar de no ser ni Blair ni Brown jefes de gobierno con una gestión intachable ni honorable (más bien todo lo contrario, ya que su gestión fue en mi opinión profundamente negativa), en estos momentos son considerados por los británicos practicamente como unos estadistas, en comparación con lo que tienen actualmente, lo cual demuestra el declive y la decadencia absoluta que no solo atraviesa España sino también el resto de países europeos, en este caso Reino Unido, así como el resto del mundo con respecto a los líderes políticos y el contexto político. 

viernes, 14 de marzo de 2025

Un lustro de una pandemia genocida


En el día de hoy se cumplen cinco años de una de las mayores tragedias, y a la vez uno de los mayores crímenes y estafas que se han conocido en el último siglo en el mundo. Me refiero al estallido de la pandemia del COVID-19, la cual en España comenzó oficialmente el 14 de marzo de 2020, día en el que Pedro Sánchez ordenó la aplicación del Estado de Alarma en todo el territorio nacional. Un Estado de Alarma que llevó consigo el confinamiento domiciliario y la suspensión de cualquier tipo de actividad en nuestro país, lo cual llevó posteriormente al cierre definitivo de miles de empresas en España. Unas medidas que se repitieron en muchos otros países del mundo, donde sus correspondientes gobiernos tomaron decisiones similares, aunque no hasta el extremo que se llegó a aplicar aquí. 

En aquel maldito año 2020, en el mes de enero, ya comenzaron a surgir las primeras noticias entorno a esta pandemia. De hecho en diciembre de 2019 ya se hablaba algo sobre ello, aunque no con la intensidad que se hizo a partir de 2020. Mientras en Reino Unido se produjeron sucesos históricos a finales de enero, como fueron la salida de la islas británicas de la Unión Europea y con ello la efectuación del Brexit, en el resto del mundo ya se hablaba largo y tendido sobre los miles de muertos que en China se estaban produciendo como consecuencia de ese enigmático virus del que nadie conocía su procedencia ni nadie sabía cómo había surgido, y que amenaza con extenderse al resto del mundo de forma inminente e imparable. 

Obviamente esto no era más que una farsa prefabricada por parte de las élites mundiales, las cuales sabían perfectamente y con todo lujo de detalles las características del virus, su procedencia, sus componentes, su proceso y su correspondiente cura. ¿Qué se dijo entonces por parte de los políticos, la Organización Mundial de la Salud, los medios de comunicación y todo el sistema a nivel global? Básicamente que había que prevenirse todo lo posible, mantener las distancias correspondientes con respecto a los demás, así como con cualquier conocido y/o familiar y encerrarnos en casa si teníamos algún síntoma de los que se mencionaba a cada momento en los medios (tos seca, vómitos, cansancio extremo, pérdida de olfato y/o del gusto, fiebre, dolor muscular, etc), y si no los teníamos, también debíamos quedarnos en casa obligatoriamente, por el bien nuestro y el de todos, según alertaban en aquel entonces. 

Entre enero y febrero de 2020, la situación fue completamente un caos, hasta el punto de que no se cerraron los aeropuertos cuando teóricamente debían haberse llevado a cabo las medidas extremas de precaución; y solo lo hicieron, y de forma parcial, cuando el Estado de Alarma se impuso el 14 de marzo de 2020. Un momento, marzo de 2020, donde la pandemia ya se había extendido a todo el mundo y había llegado plenamente a España. Pero volviendo al Estado de Alarma debo añadir que estábamos ante un mecanismo constitucional que estaba lejos de ser lo que realmente la Constitución española establece, ya que practicamente lo que el gobierno de Sánchez aprobó hace ahora un lustro fue un Estado de Excepción de facto, donde toda actividad pública fue prohibida y se suspendieron los derechos civiles más básicos. 

En lo que a mí respecta, hasta tal punto llegó la situación que el 18 de marzo de 2020, uno de los días más fatídicos de mi vida, cuando mi familia y yo salimos del hospital tras producirse la pérdida de un familiar de primer grado, un coche de la Polícía Local nos paró para preguntarnos por qué ibamos juntos y a esa hora por la calle cuando estábamos en pleno Estado de Alarma (fue de hecho el cuarto día, precisamente el día que Felipe VI se dirigió al país). Cuando le explicamos las drámaticas circunstancias que estábamos viviendo en ese momento, los agentes comprendieron nuestra situación pero nos pidieron que el resto del camino (éramos tres e íbamos a pie) lo hiciésemos a una distancia separada unos de otros hasta llegar a casa, instrucciones que seguimos al pie de la letra. 

Hasta ese punto llegó ese denominado "Estado de Alarma", el cual supuso desde aquella misma semana el confinamiento de todo un país y de todo un mundo mientras los gobiernos, como se ha podido saber posteriormente, se saltaban las restricciones que ellos mismos habían impuesto al resto de la sociedad (véase las noticias relacionadas con el caso Koldo y las juergas de miembros del PSOE en pleno confinamiento y/o el caso de Boris Johnson y sus fiestas privadas en Downing Street en mitad de la pandemia). 

Y mientras aquello sucedía, la actualidad y el boom informativo sobre la situación eran una presión psicológica constante, donde las imágenes de los ataudes amontonados en los tanatorios y garajes, la información en vivo y en directo del número de fallecidos cada X tiempo, la presión mediática para no salir bajo ningún concepto a la calle y el pánico colectivo desatado como consecuencia del virus, provocaron un estado de shock y un miedo psicológico, acompañado de ansiedad, depresión, así como otros problemas de salud, que en muchos casos persisten todavía. 

Por no hablar, por supuesto, de las graves y devastadoras consecuencias que padecieron los enfermos del COVID que lograron sobrevivir en aquel instante, donde muchos han quedado afectados por síntomas crónicos de COVID persistente, mientras que otros han visto cómo el virus les ha afectado de por vida a órganos o sentidos de los cuales no se recuperarán jamás. Ese es uno de los legados que ha dejado, después de cinco años, aquel escenario tan devastador y criminal, donde hoy en día los medios, los políticos e incluso el mundo sanitario venden este episodio oscuro y maldito como "una anécdota". Esa "anécdota" acabó costando siete millones de vidas en todo el mundo, y en España cerca de ciento treinta mil muertos.

Todo ello en medio de un descontrol político y sanitario (¿Recuerdan aquellos tik-tok de los enfermeros bailando mientras los muertos se contaban a miles diariamente?) en el que los pacientes morían de forma inhumana en medio de un caos de negligencias sanitarias criminales. Por no hablar también de los ancianos que murieron en residencias públicas y de cuyas muertes se ha hecho electoralismo por parte de todos los partidos, tanto de izquierdas como de derechas. ¿Y mientras qué debíamos hacer los ciudadanos encerrados en nuestras casas? Callar como borregos, salir a la calle con mascarillas de forma obligatoria, pasear por las calles durante el tiempo que el gobierno considerase oportuno y aplaudir incesantemente a las 20:00 como buenos y sumisos lacayos. 

Por otro lado, y esto ya es mera anécdota personal, recuerdo cómo aquellos días en los que tras anunciarse el Estado de Alarma se suspendieron automáticamente también las procesiones de Semana Santa. A los pocos días de esta suspensión y cuando se suponía que estábamos, o debíamos estar en plena Semana Santa, un coche de la Policía Local comenzó a circular por mi barrio a los sones de marchas procesionales a todo volumen mientras los vecinos aplaudían el homenaje que se estaba haciendo hacia las hermandades y cofradías que ese año, y el siguiente también, se quedaron sin salir como consecuencia del panorama. 

El hecho de vernos confinados de forma resignada, y no tan resignada por parte de otros, en nuestros hogares era la señal clara e inequívoca de cómo una élite y unos individuos sin escrúpulos no solo nos habían encerrado en nuestras casas y nos habían despojado de nuestra libertad, sino que demostraba hasta qué punto el ser humano es para esa misma élite un puñado de carne insignificante con quienes se puede jugar sin que éstos hagan el más mínimo gesto de luchar por su vida, por su libertad y por su bienestar. 

Por mi parte puedo decir, y lo digo muy orgulloso, que nunca salí a ninguna ventana ni a ningún balcón a aplaudir nada, ya que no había nada que aplaudir. ¿A qué había que aplaudir? ¿A un escenario genocida que visto desde la perspectiva que da cinco años ha demostrado que estaba más que orquestado a nivel mundial? ¿O a quiénes? ¿A los políticos y/o a los médicos cuya situación se les había ido de las manos desde el primer momento o no supieron gestionar correctamente desde el primer momento y que posteriormente presionaron para que te vacunaras, so pena de ser multado, despedido de tu trabajo e incluso estigmatizado socialmente?

Mientras los muertos se contaban por miles de forma diaria y las calles estaban completamente desiertas, el gobierno llevó a cabo, como he dicho antes, un Estado de Excepción encubierto donde el Congreso se cerró, y con ello la rendición de cuentas por parte del ejecutivo hacia el legislativo, además de aprobarse decretos de muy dudosa constitucionalidad que en otras circunstancias jamás se habrían aprobado. Ese mismo gobierno, el de Sánchez, el cual aseguraba antes, durante y después del confinamiento que "la situación estaba bajo control" y que "no había nada que temer". 

Y el mismo gobierno que designó a su por entonces vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, como mando único para gestionar las residencias de ancianos durante aquel periodo. Una gestión de negligencias criminales y incalculables de la cual la izquierda se lavó las manos posteriormente al pasar dicha responsabilidad a las Comunidades Autónomas, sobre todo a la Comunidad de Madrid, ya dirigida por la no menos culpable, Isabel Díaz Ayuso. ¿Nadie recuerda ya nada de eso?

¿Nadie recuerda ya las declaraciones por parte de Fernando Simón, Salvador Illa y/o el propio presidente del gobierno, Pedro Sánchez llamando a la calma y asegurando tener el control absoluto de la situación? ¿Nadie recuerda aquella famosa frase originada en Moncloa "salimos más fuertes"? Obviamente, cuando hablamos de esto último, estos miserables se referían a sus propios bolsillos. Bolsillos que se llenaban mientras los familiares lloraban desconsoladamente a sus difuntos en aquellos trágicos e impactantes momentos. 

¿Acaso tampoco recuerda ya nadie la masiva manifestación del 8-M, promocionada por Irene Montero, Podemos, Carmen Calvo y toda la cúpula del PSOE cuando todos sabían de la gravedad y del alcance de la situación que se vivía en aquel momento y el peligro que suponía exponer a esa marea humana en dicha convocatoria? Todavía, cinco años después, nadie ha pedido siquiera perdón por aquello, no digamos ya dimitir de sus cargos públicos. 

Manipulación y engaño en vivo y en directo. Todo ello mientras los políticos de todos los partidos hacían caja con la desgracia y se forraban a costa de la compra-venta de las mascarillas con la que se nos obligaba a salir de casa, como actualmente estamos viendo en lo que respecta al caso Koldo y a la corrupción que sacude al PSOE, así como al caso que hace un tiempo afectó al hermano de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid, la popular Isabel Díaz Ayuso. Hasta la fecha, nadie ha asumido ninguna responsabilidad política por aquello, ni las asumirá jamás. 

Que nadie se engañe, todo fue un proyecto preelaborado y un negocio elitista con el objetivo de forrarse y provocar la mayor desgracia, muerte y desolación posible entre toda la población. Y si no, que se lo pregunten a la criminal Ursula von der Leyen, cuyo marido (el cual era director de una empresa colaboradora de la farmaceútica Pfizer) negoció la compra-venta de vacunas contra el COVID por valor de 35.000 millones de euros. Por cierto, antes de que dichas vacunas superasen todos los ensayos clínicos para su comercialización. 

Unas vacunas que cuando salieron a la luz a finales de 2020, la prensa, los gobiernos y los médicos comenzaron a presionar constantemente y psicológicamente a la población para que ésta se vacunase cuanto antes de aquel virus que seguía deambulando por el mundo. Todas las instituciones y todos los personajes de la política, de la cultura, de la medicina, e incluso el agonizante Papa que no termina de morirse, fueron los primeros en promocionar dicho veneno letal. Personajes vomitivos que, obviamente, jamás se inyectaron ni siquiera la primera dosis, por muchas imágenes manipuladas que en aquel entonces saliesen en televisión y en los medios cómplices de este genocidio elitista.

Siguiendo con otra anécdota personal, todavía recuerdo cómo en el año 2021, o principios de 2022, acudí al ambulatorio para un problema ajeno a todo aquello, atendiéndome de urgencias una enfermera, la cual al preguntarme cuántas dosis llevaba puesta hasta esa fecha conteste "ninguna". La sorpresa e indignación de la susodicha fue de tal magnitud que insistió una y otra vez en que debía vacunarme cuanto antes "por el bien mío y el de todos". De hecho fue tal su indignación que incluso cuando me estaba marchando del lugar, la sujeta me buscó para pedirme nuevamente que solicitase cuanto antes la cita para vacunarme. 

Obviamente, yo le seguí la corriente a dicha tipeja y le dije que "por supuesto" solicitaría cuanto antes una cita para vacunarme de inmediato. No estaba por la labor de discutir con nadie y menos con una enfermera de tres al cuarto, la cual estaba decidida a convencerme de algo en lo que seguramente ni ella misma creía. Después de tres o cuatro años, y tras ver las consecuencias de aquello, me gustaría preguntarle a esa miserable si sigue creyendo que valió la pena realizar aquel maldito genocidio disfrazado de "acto de responsabilidad para con uno mismo y los demás". Seguramente, la muy desgraciada, siga creyendo férreamente que sí.

Un veneno que, después de cuatro años (entre finales de 2020 y comienzos de 2021 se iniciaron las vacunaciones) se ha confirmado incluso por determinadas instituciones farmacéuticas y personalidades del mundo de la medicina (las mismas que en aquel entonces incitaban a la vacunación a toda costa), que ha sido el causante de muchas de las muertes repentinas, ictus, cánceres, infartos, etc, de los que han sido y siguen siendo víctimas los ciudadanos. 

Ese es el legado de aquel maldito año y de aquella maldita pandemia, cuyas consecuencias aun seguimos padeciendo, aunque desde el sistema se intente pasar casi por alto aquellos gravísimos acontecimientos. Unos acontecimientos que estaban, insisto, premeditados desde mucho antes por parte de las instituciones políticas, sanitarias y los medios de comunicación, y cuyo objetivo no era otro que el de reducir drásticamente la población (primero a través del virus y después a través de las vacunas, como estamos viendo actualmente) y el de llevar a cabo un proyecto de ingeniería social para saber hasta dónde podía llegar el miedo, el adoctrinamiento y el control con respecto a la población en un contexto como aquél y en otros que pudiesen darse, y que de hecho se darán, posteriormente, aunque desde otra perspectiva. 

En lo que a mí respecta, no niego en absoluto que el virus existiese. Claro que el virus existió, y de hecho sus responsables iniciales jamás pagaron por ello, pero fue sobre todo la gestión sanitaria y las gravísimas negligencias médicas las que provocaron el mayor número de muertes entre los enfermos del COVID en aquel instante y no el propio virus en sí. El virus existió, y de hecho era grave, pero éste fue en parte una excusa para que la población, arrinconada entre la presión social y el pánico personal y colectivo, aceptase someterse a ese tratamiento desconocido cuyos componentes no garantizaban la inmunidad a ese virus ni por supuesto confirmaban su efectividad. 

En definitiva, se cumple un lustro de uno de los episodios más oscuros de la historia reciente de la humanidad a nivel global, el cual provocó la muerte de siete millones de personas y dejó secuelas tanto físicas como psicológicas a tantas otras, además de llevar a la muerte a otras muchas, incluso a día de hoy, como consecuencia de las continuas dosis; y de provocar incluso casos de COVID aun más letales en personas una vez que éstas se habían vacunado. Casos letales que con toda seguridad no habrían sufrido de no haber acudido a ponerse sus respectivas dosis. Pero en definitiva, lo que se vivió fue, según esa misma élite que nos trituró física y psicológicamente durante dos años (2020 y 2021), una mera "anécdota" de la cual ya hemos pasado página en todos los sentidos, según ellos. 

Una "anécdota" de la cual muchos se forraron mientras otros enfermaban y morían, o los hacían enfermar y morir posteriormente. Es cierto que desde 2022 y 2023, la vida comenzó progresivamente a volver a la "normalidad", aunque, tampoco es menos cierto que el mundo y la sociedad nunca han vuelto a ser lo mismo desde entonces, por mucho que algunos aleguen lo contrario. Mi vida, de hecho, cambió drásticamente a partir de aquel año, sin volver a ser la misma desde entonces. Dicho esto, si hubiese un Dios o un karma, ningún castigo sería suficiente para que estos criminales elitistas pagasen en la vida y en la muerte todo el daño que ocasionaron y que aún siguen ocasionando. Pero por desgracia aquí los únicos que salimos perdiendo fuimos, como siempre, los de abajo. Yo, por mi parte, ni olvidaré ni perdonaré todo aquello jamás.