miércoles, 22 de enero de 2025

Comienza la segunda era de Trump


Hace algo más de veinticuatro horas, Donald Trump ha tomado posesión por segunda vez no consecutiva como presidente de Estados Unidos, concluyendo así la transición de poderes iniciada tras la victoria del líder republicano hace dos meses. Una toma de posesión algo desangelada al haberse celebrado por primera vez en cuarenta años dentro del Capitolio debido a las bajas temperaturas, pero que aun así no ha evitado el regreso triunfal de Trump al poder, lo cual agranda aún más su leyenda y lo sitúa a la altura del ex presidente estadounidense, Grover Cleveland, el cual volvió a la Casa Blanca en 1893 tras haber perdido el poder en 1889 frente a su contrincante, Benjamin Harrison. 

Con el regreso de Trump a la Casa Blanca después del intento de asesinato contra él hace medio año se pone punto y final a la era de Biden. Un periodo oscuro que se inició el 20 de enero de 2021 y que ya vaticiné en su momento que no traería nada bueno, como así ha ocurrido finalmente. Acaba así uno de los mandatos más controvertidos, polarizadores y fallidos de la historia contemporánea norteamericana, en el que la guerra de Ucrania y de Oriente Medio, así como la implantación progresiva de las políticas woke y la creciente fragmentación dentro de EEUU han sido los ejes centrales de la administración demócrata. 

Unos ejes a los que hay que sumarle la corrupción y los escándalos dentro de la familia del propio Biden, el cual ha indultado hace un mes a su hijo Hunter Biden de forma vergonzosa cuando éste había sido ya condenado por consumo de drogas y por posesión ilícita de armas. Un indulto que Biden siempre negó que fuera a concederle a su hijo y que finalmente, tras faltar a su palabra, ha consumado el golpe final a una presidencia herida de muerte desde su inicio. 

Una presidencia no exenta tampoco de polémicas y rumores sobre el estado de salud mental de Biden, el cual ya se veía que no estaba en condiciones de asumir la presidencia incluso antes de tomar posesión hace cuatro años. Finalmente, esos rumores en los que se hablaba de un progresivo deterioro cognitivo en la salud de Biden se han hecho más evidentes en los últimos meses, provocando la retirada humillante del ya ex presidente de la contienda electoral hace medio año y, finalmente, su salida del poder con el regreso a la Casa Blanca de su predecesor, el cual fue su principal motivo a la hora de presentarse como candidato a las elecciones de 2020 y cuyas políticas quería enterrar de una vez por todas. Ayer, ha sido el pueblo estadounidense quien ha enterrado definitivamente su presidencia y su carrera política, llevando de nuevo al Despacho Oval a quien ha sido su principal obsesión: Donald Trump. 

Se dice que, en Estados Unidos, el pueblo suele ver como unos fracasados a aquellos presidentes que no han logrado salir reelegidos, ya que esto supone el fracaso de sus políticas y el rechazo de los estadounidenses a su gestión. Con lo vivido en el día de ayer creo sinceramente que no cabe mayor fracaso para un presidente que el hecho de que éste sea expulsado del poder, ya sea en un primer o en un segundo mandato, en favor de su predecesor y de las políticas que en su momento se creían fallidas. Eso es lo que le ha pasado a Joe Biden y es, entre otras cosas, por lo que su administración quedará para la historia como una de las más nefastas e impopulares de la historia reciente de Estados Unidos. 

Y ya en lo que respecta al nuevo y flamante presidente, debo decir (y de hecho ya lo comenté cuando escribí sobre su victoria en noviembre) que, aunque apoyo a Donald Trump y me alegro de su regreso a la Casa Blanca, tengo serias dudas de que este segundo mandato sea un éxito, como él mismo asegura que va a ser. Y es que hay algo que no se está comentando mucho y que creo que es lo fundamental aquí: Donald Trump se enfrenta a partir de ahora a su propio legado. Para un tipo como él habría sido mucho más fácil abandonarlo todo y volverse a su casa tras el amaño que le hicieron en las elecciones de 2020, dejando un legado en su mayoría positivo. 

Sin embargo, con su regreso al poder en estos momentos, Trump se enfrenta a una serie de desafíos con los que no contaba cuando entró por primera vez hace ocho años. Es obvio de que la situación que vivimos en enero de este 2025 no es, ni por asomo, la que se vivía en enero de 2017. Es por ello por lo que, en medio de este clima tenso y polarizado, tanto a nivel interno en Estados Unidos como a nivel mundial, tengo serias dudas de que Trump pueda acabar su mandato en enero de 2029 con un legado positivo y exitoso. 

Trump hereda ahora de Joe Biden un escenario mucho peor que el que heredó de Barack Obama en 2017: la guerra de Ucrania, la guerra en Oriente Medio, la tensión permanente con Rusia y China, el problema de la inmigración en Estados Unidos (el cual es ahora mucho peor que el que heredó hace ocho años), así como la cada vez más preocupante polarización dentro de la sociedad estadounidense. Todo esto son solo algunos de los principales problemas, que no todos, a los que se enfrenta Donald Trump a partir de ahora, los cuales pondrán más a prueba que nunca su capacidad como líder.

Otro de los motivos por los que creo que la presidencia de Donald Trump no va a ser un éxito en este segundo periodo son los antecedentes históricos. Como ya he comentado antes, Trump ha emulado con su regreso al ex presidente estadounidense, Grover Cleveland, quien volvió a la Casa Blanca después de haber perdido cuatro años atrás el poder frente a su contrincante y sucesor en la presidencia, Benjamin Harrison. 

Si el primer mandato de Cleveland (1885-1889) se caracterizó por un periodo de reformas y estabilidad, el segundo (1893-1897) se caracterizó por la crisis económica que azotó a Estados Unidos en 1893, lo cual provocó que Cleveland fuese el blanco de todas las críticas por parte de la población, quien veía en el presidente al principal responsable del paro y la mala situación económica de aquel entonces. En 1897 dejó la presidencia con su popularidad por los suelos, la misma que en 1889 tenía por las nubes a pesar de perder frente a Harrison. 

Ya en el siglo XX, otro ejemplo lo encontramos esta vez en Reino Unido, concretamente con el sobrevalorado Winston Churchill, un tipo racista, alcohólico y elitista que ha pasado a la historia como el vencedor del nazismo y de la II Guerra Mundial por parte de las potencias aliadas. Nada más lejos de la realidad, ya que realmente quienes derrotaron a las potencias del Eje fueron, nos guste o no, los EEUU de Roosevelt y Truman y la URSS de Stalin. Churchill solo se apuntó la victoria de una guerra en la que actuaba más como sujeto pasivo que activo. Otra cosa es, obviamente, la narrativa anglosajona, cuyo peso e influencia en el mundo ha hecho el resto.

Pues bien, incluso si nos basamos en esa narrativa oficial, Churchill era considerado por muchos como el vencedor europeo por excelencia de las potencias del Eje en la II Guerra Mundial. Su imagen de estadista estaba, con independencia de que guste o no su figura, en todo lo alto. Pero las elecciones de 1945, justo tras acabar la guerra, le dieron la victoria a los laboristas de Clement Attlee, pasando los tories a la oposición durante seis largos años. 

Churchill, el cual vio su orgullo herido por esta humillante derrota, consiguió volver en 1951 a Downing Street, aunque ya no era ni la sombra de lo que en teoría aparentaba ser en su primer mandato. El deterioro progresivo de su salud y el cambio de contexto que se vivía en el orden internacional lo dejaban cada vez más fuera de juego, lo cual supuso que en 1955 dimitiese en favor de su discípulo, Anthony Eden. 

Como se pueden ver, los ejemplos de Cleveland y de Churchill demuestran que, como dice el refrán, "segundas partes nunca fueron buenas". Ojalá me equivoque y en 2028 los republicanos vuelvan a salir elegidos, sería la prueba definitiva de que Trump habría superado los obstáculos que se le presentan actualmente y que su presidencia habría sido un éxito, dejando un legado de cierta tranquilidad en medio de esta tormenta en la que nos encontramos a nivel mundial. 

De momento Trump ya ha comenzado a perfilar los ejes centrales sobre los que se sustentará su segundo gobierno, e incluso en las últimas horas ha firmado ya sus primeros decretos, como la salida de EEUU de los Acuerdos de París, el fin de políticas gubernamentales en favor de la ideología de género y del colectivo LGTBI, así como medidas urgentes para frenar la inmigración descontrolada que vive el país. Si a todo esto le sumamos las claves de su discurso de ayer, donde afirmaba que restablecería "la ley y el orden" y aseguraba que con su toma de posesión comenzaba el resurgir de EEUU y el fin de su declive, podemos hacernos una idea de cuál será su política en los próximos años. 

Aun así, lo que Trump gana por ese lado, lo pierde por el otro cuando realiza declaraciones como las de hace pocos días, donde aseguraba que quería hacerse con el control de Groenlandia, rebautizar el Golfo de México como "Golfo de América", recuperar para EEUU el Canal de Panamá o anexionar Canadá como un estado más dentro de Estados Unidos. Declaraciones como estas hacen que, a pesar de mi simpatía por él y mi apoyo a su presidencia, no se le acabe tomando completamente en serio. 

Espero que este tipo de declaraciones las deje a un lado a partir de ahora y lidere de forma efectiva y pragmática esta segunda era en la Casa Blanca. Una segunda era en la que está por ver cómo afecta a Europa, y concretamente a nosotros, a España, sus medidas. De momento, en lo que se refiere a nuestro país, la situación no ha comenzado con muy buen pie, ya que Trump ha hecho unas declaraciones donde ha incluido de forma erronea a España dentro del denominado grupo de los BRICS y ha criticado la falta de financiación española con respecto a la OTAN, advirtiendo con la posibilidad de imponernos aranceles. Como se puede ver, la relación con España no ha empezado muy bien, lo cual es lo último que a nuestro país le conviene en estos momentos. 

En definitiva, Trump vuelve, y lo hace con más poder que nunca, ya que dispone en este segundo periodo de gobierno de una mayoría tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado con la que no contaba en su primer mandato, lo cual le da más margen para poder llevar a cabo sus políticas. Un segundo periodo en el que el presidente va a estar rodeado de sujetos que a mí personalmente no me terminan de convencer, como el director de Tesla, Elon Musk, el cual tendrá un cargo dentro del gobierno tras haber financiado en parte la campaña de Trump en estas pasadas elecciones. 

Quizás esté equivocado, pero dudo mucho que la estrecha relación entre Trump y Musk acabe en buen puerto. Algunas declaraciones de Musk en las últimas semanas hacen sospechar que el dueño de X (o Twitter, para entendernos todos) planea tener gran visibilidad e influencia dentro de la administración norteamericana, lo cual puede dar lugar a que algunos se pregunten quién lleva realmente el peso de la administración estadounidense. Personalmente no creo que un tipo como Trump aguante por mucho tiempo que alguien le haga sombra a lo largo de estos años, aunque veremos a ver cómo se va desarrollando la relación y el papel que Musk tendrá dentro del gobierno norteamericano. 

De esta forma comienza este segundo mandato, el último de la era Trump, ya que la vigesimosegunda enmienda de la Constitución estadounidense prohíbe a cualquier ciudadano presentarse más de dos veces a la presidencia. En esta situación, Trump comienza ahora lo que algunos denominan el escenario de "el pato cojo", donde el presidente se sitúa ya en un escenario de retirada. 

Obviamente, esta denominación se hace referencia cuando el presidente está ya en los últimos compases de su mandato y no ahora, aunque el hecho de que Trump inicie esta segunda presidencia de forma no consecutiva, puede dar la imagen de que estamos ya ante un presidente "cojo" pero con cuatro años de margen por delante para terminar la obra que empezó hace ocho años y dejar así su huella en la historia. 

En 2028 se verá finalmente si Trump consigue hacer historia nuevamente dejando un legado positivo tanto para Estados Unidos como para el resto del mundo, poniendo fin al escenario bélico actual y paralizando, al menos de momento, la implantación de las políticas woke; o si por el contrario estaremos ante un escenario donde los republicanos puedan volver a verse en el mismo escenario que en 2008, donde los graves e irresponsables errores de la administración de George W. Bush abrieron las puertas de par en par a Obama y a los demócratas frente a un descontento absoluto entre las bases republicanas. Personalmente creo, y ojalá me equivoque, que ese escenario se repetirá dentro de cuatro años, lo cual nos volvería a situar en el mismo escenario que ayer hemos dejado atrás con la salida de Biden. 

A pesar de todo, y como acabo de decir, espero equivocarme en mi pronóstico. Sería la confirmación de que Trump ha sido fiel a sus principios y a sentado las bases a nivel estadounidense y global de unas políticas contrarias a la izquierda y a la ideología woke. Desde aquí le deseo suerte a Donald Trump y, pese a mis dudas, mantengo mi voto de confianza y mi apoyo hacia él. 

El curso y el desenlace de su administración de aquí a cuatro años nos dirá si finalmente su presidencia ha sido un éxito o si por el contrario se repetirá la historia de Grover Cleveland y su fallido segundo paso por la Casa Blanca. De ser lo primero, aunque los beneficiados sean principalmente los EEUU, sus efectos podrán sentirse igualmente en el resto del mundo; si es el segundo, habremos perdido todos a la misma vez. Por ello y por todo lo que está en juego, suerte y a por todas, presidente. 

sábado, 11 de enero de 2025

Sánchez sigue con sus muertos


Este año se cumplen, como todos sabemos ya, cincuenta años de la muerte de Francisco Franco. Medio siglo del fallecimiento de una persona que está día sí y día también de actualidad en nuestro país, y todo hace indicar que lo estará de forma multiplicada a lo largo de este 2025. Y es que, como ya sabemos todos, el gobierno va a celebrar durante todo este año el fallecimiento de Franco a través de un centenar de actos donde se conmemorará la muerte de alguien que, por mucho que les joda a algunos, murió de viejo en la cama de un hospital público y no fusilado en un paredón tras haber sido destituido del poder por una revolución, como a muchos les hubiesen gustado. 

Pues bien, esta conmemoración, o celebración, que es realmente lo que representa este despropósito, se va a celebrar por parte del gobierno de Pedro Sánchez durante todo este 2025 con la excusa de que, con su muerte, España conmemora cincuenta años de libertad. Claro, a mí sinceramente no me salen las cuentas (supongo que será porque las matemáticas nunca han sido lo mío), pero hasta donde yo sé, la supuesta libertad que el gobierno del PSOE pregona de forma hipócrita no llegaría de forma oficial a España hasta tres años después, concretamente hasta 1978, año en el que se aprobó la actual Constitución. 

Me vale incluso que me vendan que esa libertad nace en 1977, ya que ese año es cuando se celebran las primeras elecciones tras los cuarenta años del régimen franquista. Me valen cualquiera de las dos fechas: 1977 o 1978. Siguiendo la historia oficial y contemporánea de nuestro país, esta celebración tendría sentido en 2027 o 2028, fechas en las que se conmemoran los cincuenta años de los dos eventos que acabo de mencionar. Ahora bien, ¿Qué sentido tiene conmemorar la muerte de un dictador? ¿Acaso su muerte supuso, acto seguido, la llegada de la democracia en España? ¿Acaso este gobierno no sabe que hubo un proceso llamado transición, que es lo que condujo a este país al denominado régimen del 78?

¿Acaso no sabe precisamente el gobierno que el 18 de noviembre de 1976 (Justo un año después de la muerte de Franco) se aprobó en las Cortes franquistas la denominada Ley para la Reforma Política, lo cual supuso el harakiri del propio sistema franquista y de su aparato? Obviamente, el gobierno del PSOE lo sabe, o al menos creo que su nivel de ignorancia no llega a esos niveles, pero a los socialistas les gusta usar el comodín de Franco y sacarlo a pasear de vez en cuando, para que a sus votantes, militantes y simpatizantes no se les olviden que hasta hace cincuenta años vivía en España, según ellos, la encarnación personificada de todos los males. También sirve para que, en estos momentos donde la corrupción del PSOE acecha a Sánchez y a todo el gobierno, los socialistas recuerden a los suyos que por muy sinvergüenzas, corruptos y criminales que sean ellos, Franco era aún peor.

Los actos no se han hecho esperar, y hace solo tres días se ha celebrado el primero. Obviamente, con nuestro amado presidente encabezando dicho acto y haciendo un discurso polarizador y amenazante donde hacía hincapié en que, básicamente, su permanencia en el gobierno era necesaria para evitar que España volviese a "ese oscuro periodo". También aprovechó para hacer balance de estos cincuenta años, falsificando los datos de la renta per cápita de 1975 en comparación con la renta per cápita actual. Pero con independencia de esto, lo cual es lo de menos, lo grave y preocupante de todo es que se haga apología y celebración de la muerte de una persona. 

Según el Código Penal, si yo, o cualquier otro español, saliésemos mañana a la calle a celebrar la muerte de alguien, o a celebrar el aniversario del fallecimiento de, por ejemplo, Manuel Azaña o Lluís Companys, estaríamos incurriendo en un delito de odio, con lo cual, en el mejor de los casos, uno podría ser multado o, en el peor de ellos, ser llevado a prisión. En el caso del gobierno, irónicamente, conmemorar y/o celebrar la muerte de una figura pública, como en este caso es Franco, es perfectamente legal y moral, ya que estamos festejando la llegada de la democracia en base a la Ley de Memoria Democrática. 

¿Cómo se come esto? ¿Acaso Franco no tiene, hoy en día, nietos y demás familiares que pueden sentirse humillados y maltratados por este espectáculo vomitivo, inmoral y degradante? El gobierno es consciente de ello pero, obviamente, le importa un carajo, ya que lo principal es humillar al difunto, a sus familiares y al régimen que representaba, así como aumentar la polarización y el enfrentamiento en la decadente sociedad española. Una sociedad española que asiste diariamente, y cada vez más, a la exposición constante del propio Franco en los medios y en la vida pública actual, lo cual hace que, al menos yo, sienta verdadero asco y vergüenza al contemplar cómo una banda de cobardes exponen y lapidan sin cesar a un difunto al cual no tuvieron cojones de desafiar en vida pero que sí linchan constantemente una vez fallecido. 

En definitiva, lo que en este 2025 se está llevando a cabo es una prueba más de la degradación sistémica de España, sus instituciones y su sociedad, así como a la normalización de la inmoralidad y la depravación. Y es que, aunque el gobierno se escude en lo contrario, lo que Sánchez y sus acólitos están realizando no deja de ser, no ya un acto inmoral, sino un delito. Otra cosa es que, conforme a la ley aberrante que ellos mismos elaboraron en su momento (la Ley de Memoria Democrática), ese acto esté respaldado legalmente y sea considerado perfectamente moral y justo, según ellos. Ni el gobierno alemán con Hitler, ni el ejecutivo italiano con Mussolini han llegado a festejar en estos ochenta años las muertes de sus respectivos dictadores, lo cual corrobora la idea del nivel de despropósito al que hemos llegado en España y que todo hace indicar que irá a peor. 

¿Y la oposición, qué hace? Pues salir a la calle a manifestarse. Eso sí, para manifestarse en contra de Nicolás Maduro y la situación en Venezuela. Ahí es nada. Supongo que tanto en el PP como en VOX consideran que el panorama nacional no es tan grave y que es más urgente salir a manifestarse por el conflicto interno que está viviendo en estos momentos el país sudamericano. Y mientras Feijóo y Abascal salen a protestar contra Maduro, Sánchez aprovecha y registra una ley en el Congreso para frenar la actuación de los jueces frente a casos como los que, casualmente, le salpican en estos momentos a él y a su familia. 

Poco nos pasa para la banda de criminales y miserables que tenemos tanto en el gobierno como en la oposición, aunque todo promete que irá a más. Visto el panorama no es de extrañar que cada vez existan más españoles de cierta edad que añoren, y con razón, la figura de aquél cuya muerte está siendo celebrada en estos momentos y que, después de cincuenta años de su fallecimiento está, irónicamente, más vivo que nunca. 

sábado, 4 de enero de 2025

La Biblia: enigmas e incongruencias


En estos primeros días del año en los que ya está casi acabando la Navidad y donde estamos a punto de celebrar la festividad de la Epifanía de Cristo, creo que es un buen momento para comentar algunos puntos acerca de la Biblia y de la religión cristiana. Puntos en lo que yo, como persona que actualmente está al margen de cualquier religión, cuestiono más a fondo que cuando era, hasta hace poco tiempo, un ferviente creyente cristiano.

Son varios puntos los que quiero tratar. Y a pesar de que son muchísimos mas los que incluiría en esta entrada, obviamente no puedo hacer mención de todos ellos, ya que estaríamos ante la entrada más extensa de la historia. Por ello me voy a centrar en tres o cuatro cuestiones principales. La primera de ellas es la figura de quien en la Biblia se denomina como Lucifer, Satanás, el Anticristo y/o el demonio. Figuras todas ellas en las que incluso hay un profundo debate sobre si son realmente el mismo ente o son personajes diferentes.

En Isaías 14:12-15 se hace mención al levantamiento que Lucifer realizó contra Dios en el cielo, fracasando en su intento de hacerse con el denominado “Trono celestial” y siendo exiliado por Dios a la tierra. Estamos hablando, según nos indica Isaías, de un levantamiento que se produce por parte de los denominados “Ángeles caídos” contra Dios y sus Ángeles leales, los cuales combaten contra los rebeldes, desterrándoles posteriormente a la tierra junto a Lucifer. Este suceso no se comenta en ningún momento cuando sucedió exactamente, si es que realmente sucedió, ya que los textos religiosos no pueden darse por ciertos sin más.

Posteriormente, ya en el Nuevo Testamento, el Evangelio de Mateo, concretamente en Mateo 4:1-11, el Apóstol nos explica de forma detallada las tentaciones a las que Cristo es sometido por Satanás durante su estancia en el desierto bajo ayuno. Los Evangelios nos hablan de las tres tentaciones que Satanás le hace a Jesucristo. La primera es aquella en la que el demonio le sugiere a Jesús que convierta las piedras en pan; la segunda es aquella en la que Lucifer lleva a Cristo a la Ciudad Santa y le pide que “se eche abajo”, ya que, si es el Hijo de Dios, los Ángeles lo sostendrán para que no caiga; y ya la tercera y ultima es aquella en la que el demonio le muestra a Cristo todos los reinos del mundo y se los ofrece con la condición de que a cambio se postre ante él y le adore.

Jesús, como todos sabemos, resistió las tentaciones y Satanás fracasó en su intento de tentarlo. Pero la cuestión aquí es: ¿Bajo qué autoridad ofrece Satanás a Jesús, el hijo de Dios, los reinos terrenales? Se supone que, según el Génesis, Dios crea el mundo, por lo que los reinos de ese mismo mundo deberían ser realmente propiedad de Dios y/o estar bajo su poder y no del demonio. Todo ello me lleva a volver a lo dicho por Isaías y al destierro que Dios le da a Satanás cuando lo expulsa del cielo a la tierra. ¿Quiere esto decir que Dios, al desterrar a Lucifer a este mundo, le dio autoridad para que gobernase la tierra y se convirtiese en la entidad divina que regiría los destinos de nuestro mundo?

Mucho cuidado con esto porque estaríamos hablando de que, de ser así, nuestro mundo y por ello nuestro destino en esta vida terrenal, estarían bajo los designios del diablo y no de Dios mismo, con la consiguiente autorización del último sobre el primero. La prueba más palpable es que fue el diablo quien le otorgó, ni más ni menos que a Cristo, el poder terrenal en la tierra si lo adoraba. ¿Para qué ofrecerle a Dios (Si tenemos en cuenta que Jesús es Dios Hijo) algo que por lógica le corresponde a Él, ya que el mundo y todos sus reinos forman parte de su creación? 

Por no hablar de la incongruencia que supone que el Espíritu Santo llevase a Cristo hasta el desierto con el objetivo de ser tentado por Satanás. ¿Acaso estaba todo pactado? E incluso voy más allá: Si Cristo era realmente el Hijo de Dios, ¿Por qué iba a poner a prueba Dios a su propio hijo? No tiene ningún sentido, y más si tenemos en cuenta que el propio Jesucristo confirma que "Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí".

Todo ello me lleva a pensar que, siguiendo esta teoría, Lucifer sería la verdadera entidad divina del mundo, lo cual es alarmante y terrorífico, pero igualmente “lógico”, si es que se puede utilizar este término, ya que realmente el mundo es un lugar donde es obvio y palpable que el mal predomina por todos sus rincones y donde el ser humano campa a sus anchas realizando el mal por donde quiera que va. Por no hablar de los individuos en posiciones de alta responsabilidad y poder que son, según las teorías de la conspiración y rumores que a lo largo del tiempo han ido circulando, servidores de Satanás, realizando misas negras, sacrificios y rituales en su honor, además de seguir sus oscuras doctrinas. 

Siendo así, el mundo sería el territorio del diablo y nosotros sus peones dentro de su tablero. Una teoría que los propios Evangelios corroboran, entre otros pasajes, en Juan 12:31, donde se describe a Satanás como "el príncipe de este mundo", lo cual confirma que el mundo y el ser humano forman parte de su juego. Un juego, el del demonio, el cual permitiría abiertamente Dios, que es quien le dio autoridad para ello, según Isaías; por lo que esto nos abre también un debate sobre la verdadera benevolencia de Dios, sus planes para con nosotros, así como su verdadera relación con su adversario.

Y, por último, una pregunta que dejo abierta acerca de lo que Mateo describe en su Evangelio. Si Jesús estaba en el desierto en ayuno, ¿Cómo lo conduce el diablo hasta la Ciudad Santa (Jerusalén)? ¿Acaso había alguna forma de trasladarse momentáneamente desde el desierto hasta la capital de Judea en el siglo I de nuestra era? ¿No estaríamos hablando, mejor dicho, de seres provenientes de planetas ajenos al nuestro y/o de dimensiones paralelas a la nuestra? 

Siendo así, la única forma, desde un punto de vista actual y lógico, en la que Cristo pudo ver tanto la Ciudad Santa como el resto de las naciones del mundo sería a través de lo que hoy en día denominamos un Objeto Volador No identificado (OVNI), lo cual nos llevaría a plantearnos cual es verdaderamente la naturaleza de Dios, Jesús, Lucifer y todas las entidades ajenas a la humanidad. Un tema, el de los OVNIS y la religión, al cual ya le dediqué dos entradas hace siete u ocho años.

Dicho esto, quiero volver una ultima vez a indagar en la figura de Lucifer. ¿Por qué los denominados lideres mundiales e instituciones globales estarían detrás del culto a su figura? En mi opinión todo obedece a lo que en el Génesis conocemos como el “Pecado Original”. En la creación del mundo, Dios crea supuestamente al hombre y a la mujer, pero no nos otorga el conocimiento, o la denominada gnosis. 

De esta forma, el hombre y la mujer vagan por el Jardín del Edén sin ser conscientes plenamente de la realidad que les rodea. Todo ello cambia cuando la serpiente, o Satanás, según las creencias religiosas, hace caer a Adán y a Eva en la tentación de comer el fruto prohibido, lo cual hace que el hombre caiga en la mortalidad y el pecado, pero en cambio recibe el conocimiento denegado principalmente por Dios. 

Por cierto, un pasaje, el del Pecado Original, en el que Dios maldice posteriormente a la serpiente por este suceso y la condena a arrastrarse desde entonces "sobre su vientre, comiendo el polvo de la tierra". Siendo así, ¿De qué otra forma se arrastraba la serpiente por el mundo antes del evento del fruto prohibido? Una pregunta que puede que tenga su respuesta en el hecho de que quizás no fuese una serpiente lo que realmente había en el Edén, sino quizás una entidad reptiliana-humanoide que en el Génesis es descrita simplemente como "la serpiente". 

Pero volviendo al personaje de Lucifer, aquí es donde algunos creen, y yo creo que es la teoría más correcta, del porqué los lideres mundiales e incluso las personalidades mas famosas del mundo de la cultura, la realeza e incluso la propia religión, son fieles seguidoras del demonio: Al ser el diablo, y no Dios, quien otorga al hombre la gnosis, los lideres mundiales y los individuos que han accedido a documentos y manuscritos antiguos a los que el resto de la humanidad no tenemos acceso, creen que solo a través del culto a Lucifer se puede llegar al éxito económico, al poder y a la fama, además de acceder al conocimiento profundo de nuestra existencia. Una teoría espeluznante y escalofriante, pero que visto el panorama que nos rodea no es para nada descabellado.

Dicho esto, me centro ahora en la segunda cuestión a la que quería hacer referencia. Si nos atenemos a los textos sagrados del Antiguo Testamento, encontramos por todas partes menciones acerca de la religión monoteísta del judaísmo, la cual cree en un Dios único, verdadero e indivisible. Esta referencia a Dios es, insisto, una constante en el Antiguo Testamento o, mejor dicho, en los textos bíblicos concernientes a la religión judía. Pero si luego nos vamos al Nuevo Testamento, encontramos pasajes evangélicos donde se demuestra que el Dios de Jesús es una entidad divina basada en una religión politeísta. El ejemplo más claro lo encontramos, en mi opinión, en el pasaje de la agonía de Cristo en el Huerto de Getsemaní, donde Jesús le ruega a su Padre “Aparte de Mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Esta frase desbanca, en mi opinión, el mito que desde hace dos mil años llevan intentando inculcar desde las religiones cristianas a sus seguidores. Y es que, si Dios Padre y Dios Hijo son el mismo Dios, ¿Cómo se explica que Cristo suplique a su Padre que le evite el martirio que le espera en la tierra? Se supone que las dos entidades deben de tener la misma opinión en esta y en todas las cuestiones habidas y por haber, ya que hablamos de la misma entidad divina y de la misma persona. 

Obviamente no es así, ya que acto seguido Cristo comprende y acepta su destino, alegando a Dios Padre que debe cumplirse su voluntad, y no la de Él. De esta forma se confirma que el misterio de la Santísima Trinidad es un, digámoslo así, cuento creado por el cristianismo, con el objetivo de hacer creer a sus creyentes en todo el mundo que el Dios del Nuevo Testamento es el mismo que el del Antiguo Testamento, intentando mantener de esta forma un nexo de unión entre la religión judaica y la cristiana.

Dicho esto, queda confirmado, al menos para mí, que el Dios de Jesús (Es decir, Dios Padre) es un Dios que ejerce el máximo poder divino, pero que comparte dicha divinidad junto con otras dos entidades: Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, lo cual demuestra que estamos ante tres dioses completamente independientes y no de tres personas encarnadas en un mismo Dios. Siguiendo esta lógica, la teoría de la Santísima Trinidad perdería toda su veracidad (Si es que alguna vez la tuvo) y confirmaría con ello el politeísmo del cristianismo. Una religión que, dentro ya del catolicismo, es abiertamente una religión politeísta, ya que la adoración disfrazada de veneración hacia la Virgen María, San José, Santa Ana, los apóstoles y todos los Santos reconocidos hasta la fecha por la Iglesia Católica, corroboran la teoría de que estamos ante una religión politeísta de facto, aunque oficialmente siga siendo monoteísta.

Ahora me centraré en la tercera cuestión a la que quería ceñirme, que no es otra que la esencia misma del cristianismo y la extensión del mensaje de Cristo al pueblo judío y al resto del mundo: los denominados gentiles, que en este caso seriamos nosotros. Según Mateo 15:21-28, Jesús se cruzó con una cananea, cuya hija estaba poseída por un demonio. La cananea suplicó a Cristo que curase a su hija, a lo que Jesús no hizo caso. Ante la insistencia de la cananea, los discípulos le pidieron a Jesucristo que la despidiese, ya que estaba causando alboroto. 

Es entonces cuando Cristo dice una de las frases que en mi opinión refleja perfectamente el mensaje verdadero de Jesucristo: “No fui enviado sino a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”. Esta frase es sencillamente determinante, ya que confirma que la llegada de Jesucristo a la tierra, así como el mensaje que Él predicó durante sus tres años de ministerio, iba destinado únicamente al pueblo de Israel y no al resto de la humanidad.

Y es que no hay que olvidar que Jesucristo fue enviado por Dios para redimir a Israel de sus pecados, según consta en los Evangelios y en las profecías anteriores a la venida de Cristo. Otra cosa bien diferente es que conforme el Nuevo Testamento avanza, los textos sagrados hablen ya de una redención que alcanza a todo el mundo, es decir, a nosotros, los gentiles, y no solo al pueblo judío. ¿Cómo pasa pues el cristianismo de la exclusión a la inclusión? Muy sencillo, con la aparición de un sujeto que en sus inicios era un judío que perseguía a los cristianos primitivos y que, de la noche a la mañana, se convirtió en el mayor apóstol de Cristo, dejando a un lado a los apóstoles auténticos. Me refiero, obviamente, a Pablo de Tarso o, mejor dicho y para entendernos todos, San Pablo.

La figura de San Pablo es sin lugar a dudas una de las más controvertidas del Nuevo Testamento, ya que hablamos de un tipo que, como ya he mencionado anteriormente, era originalmente un fariseo que, en los primeros años del cristianismo, inmediatamente posteriores a la muerte de Cristo, se dedico a perseguir, encarcelar e incluso ejecutar a los primeros seguidores de Jesús, incluido el propio Esteban, cuya lapidación fue aprobada por Pablo, según consta en los Hechos de los Apóstoles.

¿Qué ocurre entonces? Que es entonces cuando Pablo, en un viaje de camino a Damasco con el objetivo de perseguir a más cristianos, recibe una visión, según él, de Cristo resucitado, lo cual le hace abandonar de inmediato toda persecución religiosa y le lleva a predicar el Evangelio de Jesucristo con la misma autoridad con la que predicaban los apóstoles originales de Jesús. Esto último lo hacía, según el, porque alegaba que su visión le había dado la autoridad suficiente por parte de Cristo para predicar de forma autónoma e independiente al resto de los apóstoles.

Claro, esto es lo que dicen oficialmente los textos sagrados. Pero en mi opinión, la figura de Pablo de Tarso se puede definir simplemente como la de un oportunista, el cual vio en un momento determinado que el cristianismo era una secta religiosa que estaba adquiriendo cada vez más seguidores. Digamos que Pablo tuvo una visión, sí. La visión de ver un negocio dentro del cristianismo primitivo que él mismo había perseguido previamente. Un negocio donde él sería figura principal al comenzar a modificar el mensaje de Cristo, exclusivamente destinado a los judíos, para hacerlo también extensivo hacia los gentiles. Y esa fue precisamente su tarea dentro de su nuevo papel de ferviente creyente: la de viajar a los países ajenos al judaísmo para predicar la palabra de Cristo.

De esta forma, Pablo modifica el mensaje inicial de Jesús y lo sobrescribe a su gusto, creando con ello el cristianismo tal y como lo conocemos actualmente: una religión extendida hacia todo el mundo, pero cuyo Dios (En este caso Jesús) había asegurado estando en la tierra que su mensaje era solo para “las ovejas perdidas de Israel”. Todo esto me lleva a preguntarme una cuestión trascendental: Si el mensaje de Cristo es solo un mensaje exclusivo al pueblo judío, ¿Por qué el resto de la humanidad sigue adorando a un Dios cuyo mensaje de salvación nos es ajeno? 

Si el Plan Divino es solo para "las ovejas de Israel", ¿Qué sentido tiene que el resto, los gentiles, sigamos adorando a un Dios que, literalmente, pasa de nosotros? Y es que, no deja de ser irónico que, siendo el mensaje de Jesús exclusivo hacia el pueblo judío, donde realmente su mensaje ha encontrado cobijo en estos dos mil años ha sido precisamente fuera del pueblo elegido. Y todo gracias al trabajo orquestado por un sujeto al cual Jesús jamás conoció en su vida, llamado Pablo de Tarso.

¿Por qué llevó a cabo Pablo esta manipulación? No tengo ni la menor idea, pero por supuesto no cabe duda de que su mensaje, aunque manipulado, caló hondo dentro de la población no judía, aunque esto le llevase a tener desencuentros con los apóstoles, como se relata nuevamente en los Hechos de los Apóstoles y en Gálatas. Ante esto ultimo cabe preguntarse: Si Pablo era un sujeto que iba por libre y discernía del mensaje autentico de Cristo, ¿Por qué los apóstoles originales no le apartaron de la misión evangelizadora? 

Quizás porque en el fondo los intereses eran los mismos, con independencia de que se captase creyentes gentiles o judíos. El objetivo último podía ser en última instancia la extensión del cristianismo, y probablemente en ese objetivo valía todo, incluso modificar el mensaje y captar seguidores donde no debía hacerse. No olvidemos que el cristianismo no dejaba de ser una secta en sus inicios, y como cualquier secta, buscaba seguidores, cuantos más, mejor.

Dicho esto, me pregunto: Si Jesucristo realmente existió y el Apocalipsis de San Juan es cierto ¿Qué pasaría si Cristo mañana volviese a la tierra y dijese a toda la población no judía “Lo siento, pero mi mensaje era únicamente para mis ovejas de Israel, no para ustedes”? De producirse tal acontecimiento estaríamos ante un suceso de unas consecuencias tan graves que toda población no judía entraría en una crisis existencial, moral y de fe de unas dimensiones incalculables. Tan incalculables que podría ser factible perfectamente que muchas de esas personas, las cuales han podido tener una vida difícil pero la fe les ha mantenido en pie, no viesen ya sentido a su existencia y decidiesen dejar este mundo. 

Por no hablar de las consecuencias políticas, sociales, culturales, etc que este hecho hipotético tendría para el mundo. Llegados a este punto no seria de extrañar que el resto de la población buscase refugio en otras religiones, e incluso reviviese las antiguas deidades paganas de origen grecorromano. Hay que decir también que, desde el punto de vista geográfico, cultural e histórico, realmente esas deidades paganas serian las que realmente nos correspondería a los países como España, Italia, Grecia, etc.  

Pero volviendo a lo anterior, no cabe duda de que el escenario anteriormente descrito supondría la destrucción de la civilización occidental tal y como la conocemos desde hace dos mil años. Un escenario verdaderamente apocalíptico que probablemente los lideres religiosos mundiales son conscientes de ello, pero prefieren, por X motivos, mantenerlo en silencio y dejar las cosas como están y a la población inmersa en una fe que realmente no les corresponde. Un escenario duro, crudo y realmente difícil pero que es perfectamente verosímil. 

Bien es cierto, y todo hay que decirlo, que Cristo también menciona en algunos pasajes del Evangelio que sus Apóstoles llevasen su mensaje a todas las naciones del mundo, pero también es perfectamente factible que esas declaraciones fuesen incluidas y/o falsificadas por los posteriores lideres cristianos cuando realmente Cristo pudo ni siquiera pronunciarlas jamás. De hecho es la teoría más plausible, si tenemos en cuenta que los Evangelios se escribieron años e incluso décadas después de la existencia de Cristo.

Y ya, para concluir, entro en la cuarta y última cuestión de esta entrada. Si el mensaje de redención y salvación de Cristo tiene su exclusividad en el pueblo judío y no en el resto del mundo. ¿Qué papel jugamos para Dios aquellos que no somos judíos en su Plan Divino? ¿Por qué nos creo supuestamente si el Plan Divino es algo que no nos afecta a los demás? ¿No hubiera sido mejor, en este caso, crear un mundo únicamente de raza judía donde Dios tuviese no solo un pueblo concreto sino una humanidad a su gusto, sin despreciar a las otras razas que pueblan la tierra y que supuestamente Él mismo creo también? Por no mencionar una cuestión fundamental en este asunto ¿Qué representamos y suponemos realmente para Dios los denominados gentiles? 

Y, por último: ¿Qué clase de Dios es aquel que, teóricamente, desprecia al 99,8% de la población mundial en favor del restante 0,2%? ¿Acaso no somos todos hijos de Dios? ¿Por qué ese 0,2% serian únicamente los receptores de ese plan de salvación y no el 100% de la humanidad? ¿Qué Dios permite eso? ¿No deberíamos ser todos iguales ante Él? Preguntas todas ellas que no tienen una respuesta lógica ni comprensible, pero que desde el punto de vista humano están cargadas de incertidumbre, desamparo y desanimo, por mucho que desde las instituciones religiosas intenten responderlas a través de teologías que ni sus propios defensores creen realmente.

Conviene no olvidar que realmente todas estas cuestiones no deben de sorprendernos, ya que el propio Antiguo Testamento nos habla desde el primer momento de la preferencia de Dios por el pueblo hebreo frente a los otros pueblos de la tierra, como el egipcio, donde Dios mandó las siete plagas a éstos, los cuales no dejaban de ser igualmente sus hijos, o la conquista de Canaán, donde Dios se posiciono en favor de los hebreos, arrebatándoles todo a los cananeos. ¿Acaso no eran estos pueblos también hijos suyos? Ningún Dios que es presentado como un Dios misericordioso y bueno realizaría jamás este tipo de acciones contra sus propios hijos, símbolo de su creación, sean éstos del pueblo y/o la raza que fuesen.

Ya he dicho en otras ocasiones anteriores que mi época de creencias religiosas paso a mejor vida hace tiempo, pero ello no deja de ser motivo para que en circunstancias como las actuales, cuando celebramos la Navidad o la Semana Santa, se planteen este tipo de cuestiones que tanto afectan, queramos o no, la vida de los ocho mil millones de personas que vivimos en este planeta. En lo que a mí respecta, ya he dicho, y lo mantengo, que no he pasado a ser una persona atea, sino simplemente alguien que ve las cosas desde un punto de vista escéptico y alejado ya de cualquier creencia religiosa oficial. Eso no quita que, como español, siga celebrando la Navidad todos los años, o que salga a ver algún que otro paso en Semana Santa. Nuestro modo de vida es, con independencia de todo lo que he comentado anteriormente, cristiano, y como tal así seguiremos viviendo, en base a esos dogmas y principios morales que rigen Occidente.

Dicho todo esto, vuelvo a la pregunta que otras veces he hecho en este blog: ¿Puede haber algo ajeno a nosotros? Por supuesto, claro que puede haberlo, no es nada descartable. Creo que todo lo que nos rodea no es casual, y que tanto lo malo como lo bueno que nos depara la vida es enviado por algo o alguien ajeno a nosotros. Pero eso no quita que sea bueno ni justo, como las religiones nos intentan vender; simplemente puede ser una fuerza o una entidad completamente ajena a nuestros sentimientos y bienestar, lo cual explicaría la indiferencia de Dios con respecto a nuestro sufrimiento, tanto a nivel individual como a nivel colectivo. Ya dijo Isaías que, según Dios, "Mis caminos no son vuestros caminos".

¿Es algo duro de asimilar? Completamente, pero es una opción totalmente factible. Es por eso por lo que el ser humano, ante el riesgo de enfrentarse a un escenario tan devastador, prefiere refugiarse en sus creencias tradicionales, aunque estas no se correspondan con la realidad, lo cual unido al engaño masivo que vivimos por parte de las elites, sobre todo religiosas, hace que ese refugio en esa mentira se haga más creíble y llevadero. A fin de cuentas, y con independencia de cuál sea la verdad de todo esto, lo único cierto es que el ser humano necesita una cosa por encima de cualquier otra: creer en algo y/o en alguien. Esa y no otra es la verdadera esencia de la humanidad, la cual, con independencia de lo que suceda, estará siempre presente.

viernes, 3 de enero de 2025

Jaque a la Corona


Hace unos días emitieron de nuevo por televisión una de mis películas favoritas, la cual siempre aprovecho para ver, aunque ya la haya visto mil veces. Me refiero a la gran película que en 2006 rodó Stephen Frears sobre la reina Isabel II y la familia real británica: “The Queen”. Una película protagonizada por la inigualable Helen Mirren, la cual interpretó de forma magistral a la monarca británica, hasta el punto de que llega un momento de la película donde no sabes si estás viendo a Mirren o a la propia Isabel II. De hecho, Mirren ganó, y de forma completamente merecida, un Óscar al año siguiente por su excelente interpretación de la reina británica.

“The Queen” es una película que narra, como todos los que hemos visto la película sabemos ya, la reacción de la familia real británica y del recién elegido primer ministro, Tony Blair, a los sucesos posteriores a la muerte de Diana de Gales, hasta entonces princesa de Gales y desde hacía un año, ex mujer del por entonces príncipe de Gales, y hoy monarca británico, Carlos III. Debo añadir de hecho que a pesar de su popularidad en estos últimos años, personalmente me quedo sin lugar a dudas con “The Queen” antes que con la premiada y reconocida serie de Netflix, “The Crown”, ya que creo que la puesta en escena, la recreación de los hechos, los diálogos, los actores y la interpretación de éstos está infinitamente más conseguida en la película de Stephen Frears que en la serie que un día interpretó magníficamente Claire Foy y que personalmente creo que es la única que se salva de una serie que pudo ser cuasi perfecta pero que con el cambio de actores y el desvío de la narrativa pasó de ser una serie político-histórica a una serie centrada en las cuestiones domésticas y sensacionalistas, algo en lo que la gran película protagonizada por Helen Mirren no cae en ningún momento, manteniéndose siempre fiel al contexto político-histórico del contexto que narra, lo cual la hace, en mi opinión, una gran obra cinematográfica.

Dicho esto, al ver una vez más “The Queen” me ha hecho pensar que en estos casi doce años de blog jamás he escrito acerca de los sucesos que se narran en la película, como fueron la crisis institucional que se vivió en Reino Unido tras la muerte de Diana de Gales en 1997. Un año en el que quien escribe esta entrada contaba con tan solo cinco años. De aquellos trágicos acontecimientos recuerdo sobre todo a Elton John cantando “Candle in the Wind” en el funeral de Diana, así como las imágenes del coche destrozado de la princesa de Gales tras el aparatoso accidente que le costó la vida con tan solo 36 años.

Por no hablar de los recuerdos que se me viene a la mente de un CD que se compró en mi casa poco después de la muerte de Diana, el cual venía con la famosa y ya desaparecida revista “Tiempo”, donde se narraba la vida de la princesa de Gales. Recuerdo que, no sé por qué, desde ese mismo momento me llamó la atención ese CD (el cual aún conservo) y siempre pedía en mi casa que me lo pusiesen, ya que me llamaba la atención todo lo que se contaba en él sobre Diana y la familia real. Algo curioso si tenemos en cuenta que en 1997 contaba con tan solo cinco años, y que por aquel entonces no entendía nada sobre la Monarquía británica. Supongo que a partir de ahí vino, aunque aún no fuese consciente de ello debido a mí por entonces corta edad, mi interés por la política.

Como dato anecdótico, y para aquellos que somos seguidores de él y de sus canciones, cabe recordar también que aquella trágica e histórica semana para Reino Unido supuso a su vez una semana histórica dentro de nuestro país en lo que al mundo de la música se refiere. Aquella misma semana en la que mientras Tony Blair hacia presión a Isabel II para que volviese de Balmoral a Londres en medio de la indignación social y la tensión política y mediática, en España vivíamos un suceso histórico desde el punto de vista musical, ya que el gran Alejandro Sanz sacó a la luz uno de sus discos más famosos, con el cual hizo historia en nuestro país y cuyo lanzamiento supuso un antes y un después en el pop español: el disco “Más”, en el que venía incluida, entre otras, la canción más famosa de su carrera y que muchos hemos cantado alguna vez en nuestra vida: “Corazón partío”.

Pues bien, volviendo a los hechos que nos ocupan creí, tras haber visto nuevamente la película, que este suceso tan trágico e histórico como fue la muerte de Diana de Gales, así como sus graves consecuencias políticas e institucionales, no las había comentado hasta ahora de forma exclusiva en el blog. Los sucesos ya son de sobra conocidos por todos: Diana falleció la madrugada del 31 de agosto de 1997 tras ser perseguida por un grupo de paparazzis en París junto a su por entonces pareja, el egipcio Dodi Al-Fayed (también fallecido en el accidente), comenzando así una semana en la que, como si de una partida de ajedrez se tratase, se pondría en jaque a la propia reina Isabel II y a toda la Monarquía, y con ello al sistema británico. Una especie de venganza póstuma o de última bala que Diana, desde el más allá, disparó contra la que en su día fue su familia política.

La reacción de Isabel II y de la Casa Real británica fue, como todos sabemos y se narra de forma correcta en “The Queen” de cierta frialdad y, para la gran mayoría, insensible. La familia real británica, la cual se encontraba en aquellos días de vacaciones de verano en Balmoral (Escocia), optaron por seguir en el castillo escoces y mantenerse al margen de lo que se vivía en el resto del país en lugar de acudir a Londres para presentar sus respetos ante el cadáver de Diana, el cual había sido traído de vuelta desde París hasta Londres por su ex marido, el por entonces príncipe Carlos. La sociedad británica no entendía cómo su reina y toda la familia real vivían aquellos días completamente al margen de la tragedia, hasta el punto de que era la propia ciudadanía y no la familia Windsor quienes realmente lideraron el sentimiento de luto nacional.

Personalmente debo decir que en parte comprendo la reacción de Isabel II de mantenerse al margen de la situación. Desde el punto de vista exclusivamente humano hablamos de una abuela que pretendía proteger a sus nietos del acoso de la prensa, así como de evitar someter a éstos a las cámaras en un momento extremadamente duro para ellos. Hasta ahí lo comprendo perfectamente. Pero también comprendo, como es obvio, la actitud del pueblo británico de ver con frialdad e insensibilidad la reacción de la familia real. Aquí es donde comienza la historia. Una historia que pudo costarle la Corona a Isabel II, aunque algunos en estos casi veintiocho años han ido algo más allá y han creído que los trágicos y graves sucesos de indignación social que se vivieron en aquellos primeros días de septiembre de 1997 pudieron incluso haber costado la supervivencia de la propia Monarquía y el fin de ésta en favor de un sistema republicano.

Yo personalmente no lo veo así. En la película “The Queen” se narra de forma colosal los hechos y se nos presenta que incluso en un momento determinado, la propia Isabel II consideró seriamente la posibilidad de abdicar en favor del príncipe Carlos al ver cómo la sociedad británica estallaba en una indignación nunca antes vista contra su jefa del Estado y la propia Monarquía. Este escenario de reflexión por parte de la monarca, el cual algunos corroboran que realmente sucedió, no creo que se hubiese llegado a efectuar. ¿El motivo? Los británicos estaban indignados con Isabel II y con la familia real, sí, pero aún con más motivo lo estaban con Carlos, al cual muchos veían como el responsable indirecto de la muerte de Diana por su reprochable actitud para con su ex mujer durante sus años de matrimonio. 

¿Isabel II pudo abdicar en 1997 tras aquellos sucesos que sacudieron la Monarquía? Por supuesto, era una posibilidad en medio de aquel caos institucional ¿Lo habría hecho? En absoluto. Hubiera sido absurdo e incluso irresponsable abdicar y pasarle el marrón a su hijo cuando precisamente era, por así decirlo, el enemigo público número uno de la sociedad británica en aquel momento. Un suceso, por cierto, que jamás se había visto en la sociedad británica contra su futuro rey. Ese escenario habría añadido más tensión a la situación de la que ya se vivía.

Por otro lado, ¿Habría devenido todo aquello en un proceso para una demolición controlada de la Monarquía y una posterior transición hacia una República? Menos aún. La Monarquía británica, con sus luces y sus sombras, está fuertemente arraigada con la historia de su nación, con sus tradiciones, con su cultura y con su imagen. Jamás un asunto domestico habría supuesto la caída de la propia institución. En primer lugar, porque, a pesar de la indignación social, las circunstancias no eran las apropiadas para una, digamos, revolución controlada que propiciase un cambio, ni más ni menos, que del sistema político en Reino Unido.

En segundo lugar porque ni los laboristas, que en aquellos días de septiembre de 1997 llevaban tan solo cuatro meses en Downing Street con Tony Blair al frente del gobierno, ni los tories, por aquel entonces en la oposición, habrían aceptado bajo ningún concepto un cambio de esas dimensiones, ya que la Monarquía británica es la columna vertebral de una estructura que va mucho más allá del sistema político, financiero, social y cultural de Gran Bretaña e incluso del propio sistema de la Commonwealth, sino de un poder que, aunque aparentemente simbólico, entraña un poder real y ejecutivo, así como una influencia a nivel global que se nos escapa al resto de la población.

Y en tercer y último lugar porque la propia Corona británica jamás habría aceptado que su poder e influencia, con muchos siglos a sus espaldas, se fuese al traste por una mera cuestión privada, como en este caso fue la muerte de Diana y la posterior gestión fallida que se hizo de la situación. E incluso pondría como cuarto lugar que la propia sociedad británica, aún con su inicial indignación generalizada, tampoco habría consentido en última instancia que su propia Monarquía pasase a mejor vida. Si algo caracteriza a los británicos es su personalidad conservadora, y jamás habrían contribuido, en mi opinión, a llevar al país a una situación aún más extrema de la que se vivió en aquellos días. Solo hay que ver cómo la ciudadanía cambió por completo su criterio contra la Monarquía en cuanto Isabel II regreso a Londres para determinar que jamás los británicos habrían ido más allá de lo que realmente pasó. Todo fue, en resumidas cuentas, un cabreo generalizado pero temporal. Un cabreo, eso sí, que provocó un terremoto nunca antes visto en el corazón del sistema y que puso nervioso a más de uno en aquellos días.

Otra cuestión determinante es la presión que el entonces primer ministro, Tony Blair, ejerció sobre la reina Isabel II, con el objetivo de que ésta abandonase Balmoral y acudiese a Londres a presentar sus respetos ante el cadáver de Diana. Aquí hay varias cuestiones interesantes. Para empezar, ni Tony Blair ni ningún otro primer ministro era nadie para coaccionar a la propia reina con el objetivo de que ésta actuase bajo presión en base a las instrucciones del gobierno de turno. Estoy plenamente convencido de que Blair, viendo la presión social y mediática, actuó con la firme determinación de proteger a la propia Monarquía y por ende al propio sistema, pero por supuesto los métodos que usó para ello no fueron los más idóneos dentro de un sistema tan conservador, tradicional y protocolario como el británico. Por no hablar de la humillación publica que supuso para alguien como Isabel II verse rebajada a aceptar los consejos o, mejor dicho, las órdenes de su jefe del gobierno, rendir homenaje y presidir el funeral de una persona como Diana, la cual había contribuido enormemente al desgaste de la Monarquía en los años 90. Y lo más irónico de todo es que Diana tenía realmente todos los motivos del mundo para ello.

Dicho esto, ¿Dio sus frutos aquella jugada de Blair con respecto a Isabel II a la hora de presionarla? Por supuesto, ya que tanto la Monarquía, como la propia Isabel II, así como el mismo Tony Blair, aumentaron de forma espectacular su popularidad tras aquellos trágicos sucesos, lo cual no deja de ser frívolo. El regreso de la reina a Londres provoco que la ciudadanía viese de nuevo a Isabel II como su monarca, la cual estaba liderando por fin el luto nacional que la propia población había recogido inicialmente al no haber ninguna institución al frente de la situación. Y previamente a todo ello el propio Blair, cuya popularidad salió disparada tras realizar el famoso discurso donde definió a Diana como “la princesa del pueblo”, un término que muchos han confirmado que no gusto nada a la propia Isabel II y que posteriormente le recrimino a su primer ministro.

De esta forma, con el fallecimiento de Diana, la posterior indignación social y el desenlace de la situación con el regreso de la reina a Londres se puso fin a una serie de años convulsos donde los escándalos en el seno de la familia real británica fueron una constante desde 1992 hasta 1997. En los años 90, con el gobierno conservador de John Major en plena oleada de escándalos diarios, la Casa Real vivía también su propio calvario de escándalos diarios. La separación de Carlos y Diana, de Andrés y Sarah Ferguson, y el divorcio de la princesa Ana con su hasta entonces marido, Mark Philips, así como el incendio en el castillo de Windsor en noviembre de 1992, fueron el inicio de una serie de acontecimientos que acabaron erosionando la imagen de la Monarquía. 

Tras aquellos sucesos, vino la filtración de la famosa conversación íntima con alto contenido erótico entre los hoy reyes, Carlos y Camila, la posterior publicación del hasta hoy controvertido libro de Andrew Morton: “Diana: Her True Story”, un libro que sigue conmocionando actualmente y en donde Diana hizo declaraciones impactantes que generaron un rechazo sin precedentes hacia la realeza, así como la polémica surgida en torno a la exención de impuestos por parte de la Casa Real, lo que provocó que el gobierno de John Major elaborase una ley donde por primera vez la familia real estaba obligada a pagar impuestos.

Pero si hubo algo que supuso un antes y un después en todo aquello fue sin lugar a dudas la entrevista que Diana concedió a la BBC en noviembre de 1995, donde calificó a la familia real de fríos e insensibles para con su situación personal, puso en duda la capacidad de Carlos para reinar y criticó abiertamente al sistema, del cual Diana confesó que “no la querían como futura reina consorte”. Personalmente creo que aquella entrevista fue la sentencia definitiva para Diana. Si el libro que hace ahora dos años publicó su hijo, el príncipe Harry, ha sido letal para la imagen actual de la Monarquía, unas declaraciones (tanto las del libro en primer lugar como posteriormente las de la famosa entrevista), hasta ese momento inéditas por parte de un miembro de primer orden de la familia real y de ese calibre hace treinta años, supusieron un terremoto de una magnitud descomunal donde los cimientos del sistema se vieron afectados, y eso fue algo que algunos no dejaron pasar por alto ni perdonaron jamás.

¿Estoy diciendo con esto último que la muerte de Diana fue lo que muchos han denominado un asesinato? No seré yo quien diga ni que sí ni que no, ya que obviamente no tengo pruebas que determinen que Diana fuese asesinada, pero sí es bastante sospechoso que las cámaras del túnel del Alma en París estuviesen activadas en todo momento menos en el instante del accidente. Por no hablar de las supuestas confidencias de Diana a una amiga asegurando que “querían asesinarla”, o el testimonio de un ex agente del servicio secreto británico alegando en su lecho de muerte que la muerte de Diana fue realmente una operación de Estado, dirigida por los servicios secretos británicos, con el objetivo de eliminar a Diana, ya que ésta suponía en aquel momento una clara amenaza para la Corona y el sistema. Sea como fuere, al igual que sucede con el asesinato de John F. Kennedy, la muerte de la princesa de Gales está, y estará siempre, asociada también con el enigma y las teorías de la conspiración.

En definitiva, lo que está claro es que la muerte de Diana supuso un antes y un después en la Monarquía británica. Su figura, con sus luces y sus sombras también, dejó un profundo recuerdo, el cual, casi veintiocho años después de su muerte, sigue estando vivo en la memoria de la sociedad británica. Obviamente no con la misma intensidad que en los años posteriores a su fallecimiento, pero sí lo suficiente como para que su sombra siga estando presente en medio de una institución y de un país que actualmente lidera un Carlos III al que, a diferencia de la propia reina Isabel II y de la institución monárquica, le costó años en volver a subir en popularidad, ya que el recuerdo de Diana seguía estando muy presente en los británicos. A día de hoy, y estando Carlos gravemente enfermo, es bastante probable que el primogénito de ambos, Guillermo, acabe más pronto que tarde heredando el trono de su padre, lo que dará inicio a una nueva e incierta era dentro de la Corona británica.

sábado, 28 de diciembre de 2024

Veinte años de decadencia


Cuando estamos a solo tres días de que acabe el 2024 creo que es justo que escriba una entrada acerca de la situación que lleva atravesando España desde hace justo veinte años hasta la fecha; es decir, desde 2004 hasta este 2024 que está a punto de concluir. No es un secreto para nadie que España lleva exactamente veinte años en un proceso continuo, progresivo e imparable de decadencia en todas sus vertientes: política, económica, social, moral, territorial, cultural, etc. Esta decadencia tiene su origen en el atentado terrorista del 11-M y en la consecuente victoria electoral de José Luis Rodríguez Zapatero solo tres días después. Una victoria contra todo pronóstico por la que nadie, excepto él, según ha comentado posteriormente, daba ni un misero duro.

No voy a entrar en detalles sobre el 11-M ni sobre esa inesperada victoria, ya que este mismo año he escrito dos entradas hablando largo y tendido sobre ambos temas. Pero no cabe duda de que el 11-M, así como la victoria de Zapatero, supuso un antes y un después en la historia de España. Un punto y aparte que por supuesto ha devenido en un cambio nefasto para nuestro país desde aquel entonces. Solo hay que ver la situación que se vivía en España en, por ejemplo, febrero de 2004, con la que vivimos a solo tres días de acabar este 2024. Quien diga que España ha mejorado desde entonces es o bien un rojo de manual, o un sujeto a sueldo del PSOE, o un ignorante, o bien las tres cosas a la vez.

No. España no está, ni muchísimo menos, mejor que hace veinte años, sino todo lo contrario. La crisis territorial, social, política y moral que nació en 2004 como consecuencia de las políticas llevadas a cabo por el gobierno de Zapatero son el origen del escenario catastrófico que vive nuestro país desde entonces y que conforme han ido transcurriendo los años ha ido in crescendo, palpándose su empeoramiento cada vez más dentro de la sociedad y de las instituciones. Leyes como las de Memoria Histórica, la de Violencia de Género, la de Igualdad, la del Aborto, la de Educación, la reforma del Estatuto catalán, así como el denominado proceso de paz con ETA, han sido los ejes centrales que han supuesto que dos décadas después, este país esté en situación agónica.

No cabe duda de que el gobierno de Zapatero fue un implantador acérrimo de lo que en ciencia política se conoce como la Ventana de Overton, donde unas ideas o escenarios que son originalmente concebidos por la sociedad como inaceptables e inmorales van abriéndose paso hasta ser respaldadas, aceptadas y defendidas por esa misma sociedad. ¿Acaso alguien veía con buenos ojos que una organización terrorista como ETA fuese algún día reconocida como interlocutora política y tuviese su espacio dentro del sistema político español? ¿Acaso alguien podía concebir hace veinte años que se aprobaría la reforma de un Estatuto que reconociese a Cataluña como una nación? ¿Acaso alguien podía defender en su momento que se aprobasen leyes donde la presunción de inocencia de todos los varones fuese derogada de facto gracias a leyes como las de Violencia de Genero? ¿O que la igualdad entre hombres y mujeres fuese derogada también de facto en favor de la población femenina?

¿Alguien podía pensar en su sano juicio que España volvería a estar enfrentada socialmente por una guerra civil ocurrida hace casi cien años y que gracias a la Ley de Memoria Histórica volvería a poner ese conflicto nacional de plena actualidad en nuestros días? Por cierto, una memoria histórica que en este próximo 2025 amenaza con pisar el acelerador, ya que Sánchez ha anunciado un centenar de actos para conmemorar los cincuenta años de la muerte de Franco. Algo que podríamos decir que no se trata ya de un insulto, que también, sino de un delito, ya que hablamos de celebrar el fallecimiento de una persona. ¿Acaso alguien se imaginaba hace veinte años que estaríamos en medio de tan miserable escenario y que la sociedad lo iba a aceptar sin más?

Pues todo ello ha acabado siendo aceptado, y de forma progresiva, por la aborregada sociedad española. El problema no es solo que un gobierno apruebe leyes que solo sirven para originar conflictos, divisiones, crisis, tensiones y polarización. El problema está en que esas mismas leyes no son posteriormente derogadas por el gobierno que les sucede. Y sí, me refiero al gobierno de Mariano Rajoy, el cual tuvo que esperar siete años para llegar a la Moncloa después de su derrota contra todo pronóstico en 2004. Un gobierno, el de Rajoy, que realmente no estaba libre de implantar su propia agenda, como lo hubiera podido hacer el propio Rajoy de haber ganado en 2004, sin la presidencia de Zapatero de por medio. En 2011, la situación en España y la mentalidad de la sociedad eran ya completamente distintas a la de 2004. Rajoy, como buen conservador, o mejor dicho, inmovilista (Por ello lo designó Aznar en 2003 como su sucesor, creyendo que preservaría su legado), se negó a derogar aquellas leyes que habían abierto un melón de considerables dimensiones a nivel general (político, social, territorial, etc). En lugar de ello, se dedicó a reparar la otra gran crisis que Zapatero dejo al abandonar el poder: la crisis económica.

Se puede decir pues que el gobierno de Rajoy fue un gobierno condicionado por las circunstancias, el cual no era libre para implantar su propia visión de España, sino que solo se dedicó a reparar, y solo parcialmente, los males que su predecesor había dejado a su paso por el poder. Rajoy acabo gobernando, sí, pero no fue un presidente libre a la hora de implantar la agenda que por el contrario si había podido hacer de haber ganado hace veinte años. Irónicamente, si el gobierno de Rajoy fue un gobierno que realmente no pudo implantar su agenda en sus siete años de gobierno, el gobierno de Zapatero fue por el contrario el mas transformador, para peor, obviamente, que se recuerda en los últimos cincuenta años de la historia de España. Zapatero se tomó en serio aquello de pilotar lo que muchos denominaban la “segunda Transición”, y así lo hizo. Esa misma “segunda Transición” que en los años 90 prometió liderar Aznar y que solo tenía como objetivo derrocar al felipismo para dar paso al aznarismo.

Ni los gobiernos de Felipe González, el cual se dedicó a desindustrializar España y a vender nuestra soberanía política a Europa, ni el de José María Aznar, el cual se dedicó a privatizar las grandes empresas estatales y a reducir el déficit, además de vender nuestra soberanía económica nuevamente a Europa, llegaron tan lejos a la hora de transformar una sociedad y un sistema como el gobierno de Zapatero. Solo habría que remontarse al gobierno de Adolfo Suárez, en plena Transición, para encontrar un gobierno que transformase las instituciones y la sociedad española de una forma tan descomunal. Por cierto, una transformación, la del gobierno de Suárez, que también fue nefasta para España, ya que los cambios que dicho gobierno trajo a nuestro país supusieron la creación del sistema que tenemos desde hace casi medio siglo y que ha sido, a fin de cuentas, el cauce que ha propiciado que estas leyes viesen la luz y que la situación de nuestro país sea equiparable a la que en 1924 se vivía en los últimos años del sistema de la Restauración con Alfonso XIII.

El gobierno de Rajoy fue pues a quien le exploto en la cara el escenario que años atrás había plantado el gobierno de Zapatero. Buena prueba de ello fue el procés catalán, el cual nació, en parte, gracias a la idea de Zapatero y de su colega, Pascual Maragall, de reformar el Estatuto de Cataluña cuando nadie exigía por aquel entonces aquella reforma. Otra prueba es el asunto de ETA, la cual ya estaba asentada en las instituciones cuando Rajoy llego a la Moncloa en 2011 gracias al proceso de paz de Zapatero con la banda terrorista y su correspondiente blanqueamiento. Obviamente, Rajoy no hizo nada para frenar esta situación, ya que, en el fondo, los dos principales partidos del sistema, PSOE y PP, se dan la mano en los temas más cruciales, y a la hora de la verdad, el PP acepta de lleno los cambios que el PSOE introduce, no así a la inversa.

Tras el paso silencioso de Rajoy por el poder, llego el turno de Pedro Sánchez, volviendo con ello el PSOE al ejecutivo en 2018 tras alinearse con lo peor de cada casa: ERC, Junts (Los promotores del procés catalán), Bildu (El partido político de ETA), PNV, Podemos, etc. El PSOE regresaba a la Moncloa vía moción de censura con la situación económica algo más estable, aunque no del todo, pero lo suficiente como para que la izquierda volviese al punto donde lo dejó a la hora de implantar su agenda. Con Sánchez, el discípulo aventajado de Zapatero y digno sucesor de su nefasto legado, se han aprobado en estos seis años de su gobierno leyes tan aberrantes como la Ley del Sí es Sí, la de Amnistía para los implicados en el procés catalán, la Ley de Memoria Democrática (Heredera de la Ley de Memoria Histórica de Zapatero), la Ley Trans, y otras normas legislativas que no han hecho sino contribuir aún más a la degradación tanto política como social que atraviesa España. Normas todas ellas, herederas de las nacidas en 2004 y por las que el gobierno popular de Mariano Rajoy, contando con mayoría absoluta en su primera legislatura, no movió un solo dedo en derogar a lo largo de sus siete años en el poder, convirtiéndose con ello en cómplice pasivo de la decadencia institucional y moral en España dirigida por la izquierda.

Es obvio que, para los populares, lo primero era regresar al poder, aunque supusiera traicionar a sus votantes y mantener toda la aberración legislativa que Zapatero había dejado y que ellos tanto habían criticado en la oposición. Tras la salida de los populares del gobierno manteniendo intacta dicha legislación, los socialistas no han hecho sino profundizar aún más en la implantación de esas normas, pero con un contenido aún más extremista e ideológico de lo que ya eran las leyes originales hace veinte años. Leyes ideológicas y totalitarias que por desgracia están lejos de desaparecer de la legislación de nuestro país y que por el contrario están afianzadas cada día más gracias a esa sociedad que las ha asumido sin poner el grito en el cielo. Como ya dije antes, un caso claro de la ventana de Overton en toda regla.

Otro punto interesante es, siguiendo la estela de la ventana de Overton, cómo la sociedad ha normalizado que el terrorismo campe a sus anchas en las instituciones del país. Siendo en estos momentos uno de los socios y aliados principales del gobierno, además de gobernar con el PSOE en diversas instituciones del País Vasco y Navarra, incluido el Ayuntamiento de Pamplona. Esta es la nueva normalidad o, como diría Zapatero el día que gano inesperadamente las elecciones hace veinte años, el “cambio tranquilo” que la izquierda nos tenía deparada a la sociedad española, y que aún no se ha completado del todo. Por no hablar de la normalización que ha supuesto que sujetos que han dado un golpe de Estado contra el país se burlen de los españoles mientras son indultados y amnistiados por un gobierno del cual son socios y aliados principales, me refiero obviamente a Junts y ERC. Dos partidos que ahora exigen a Sánchez un cupo catalán similar al vasco, con el objetivo de avanzar en su independencia económica, que es la que realmente siempre han ansiado, y no la política.

Otra cuestión a tener en cuenta es la degradación de las instituciones y del sistema en general. Tras la desastrosa salida de Zapatero del gobierno y la pésima gestión de Rajoy, los partidos comenzaron a perder fuelle en favor de nuevos partidos, los cuales estaban a su vez respaldados y financiados por medios de comunicación y agentes extranjeros. Me refiero, obviamente, a Podemos, Ciudadanos y VOX. Partidos todos ellos creados hace diez años con el objetivo de mantener a los dos principales partidos, aunque oficialmente se erijan como alternativa a los mismos. Como todos sabemos, Ciudadanos ya no existe, Podemos apenas está ya presente y VOX aún continúa, pero los dos principales partidos siguen ahí gracias al apoyo que éstos alguna vez les brindaron. La creación de estos nuevos partidos se puede resumir en una sola frase: “cambiarlo todo para que todo siga igual”.

Por supuesto, la corrupción tampoco se libra de todo esto, ya que desde hace diez años la corrupción es un elemento constante en nuestro día a día. Lo vimos durante los años de Rajoy, donde los casos de corrupción de la Gürtel y Bárcenas eran el pan nuestro de cada día, hasta el punto de que fue precisamente la corrupción, y una artimaña político-judicial, lo que provoco el fin de Rajoy en el poder. Lo vimos también por aquel entonces con respecto a la Casa Real y el denominado caso Noos, el cual se llevó por delante al rey Juan Carlos I, abdicando en favor de su hijo, el desde entonces rey Felipe VI. Y lo hemos visto, como no podía ser menos, con el PSOE, donde los casos de los ERE de Andalucía estos últimos años y actualmente con los casos de corrupción que acechan a Pedro Sánchez, a su mujer y a su entorno más cercano, corroboran la tesis de que el PSOE se encuentra en un momento de corrupción y criminalidad generalizada aún peor de la que ya se encontraba en los 90 con Felipe González en sus últimos años de gobierno.

Tampoco la imagen de España en el exterior ha mejorado desde entonces, sino todo lo contrario. De ser nuestra nación uno de los principales países, medianamente respetados (No digo que fuésemos el que más), dentro de los países de nuestro entorno, hemos pasado a ser una nación irrelevante de la cual se ríen hasta en las Repúblicas más corrompidas y totalitarias del mundo. La relevancia de España, o mejor dicho, la escasa relevancia de España en el exterior, ha quedado reducida en nada a partir de 2004. Buena prueba de ello fueron dos cumbres que se celebraron con algo más de un año de diferencia: la polémica cumbre de las Azores, donde Aznar apoyó junto a Reino Unido y Portugal a Estados Unidos en la guerra de Irak, y la cumbre de la Moncloa (Esta algo menos conocida), la cual se celebró con Zapatero ya en el poder y donde recibió al entonces presidente de Francia, Jacques Chirac, y al entonces canciller alemán, Gerhard Schröder con el objetivo de respaldar al eje franco-alemán en Europa, comprometiéndose España a apoyar la fallida Constitución europea y a mantenerse en un segundo plano, dedicándose en exclusiva a fortalecer las alianzas con los países de la comunidad hispanoamericana. Una cumbre que confirmó el punto y aparte que los atentados del 11-M y la llegada de Zapatero habían supuesto para España, quedando relegado nuestro país a la más absoluta indiferencia con el apoyo acérrimo del entonces gobierno de España. Un escenario en el que seguimos inmersos veinte años después.

Y por último no me quiero dejar atrás la cuestión económica y laboral, donde la salud de la economía española dista mucho de ser la que vivíamos en 2004. La calidad del empleo es infinitamente inferior a la de hace dos décadas y las condiciones de trabajo son claramente peores que hace veinte años. Por no hablar del bajo nivel de los salarios, del cada vez más inalcanzable derecho a la vivienda o el empeoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos, y especialmente, el de la clase media, la cual es ya prácticamente clase media-baja. Todo ello no habría sido posible sin la ayuda de los sucesivos gobiernos que han dirigido el país en estos últimos veinte años: el de José Luis Rodríguez Zapatero, el de Mariano Rajoy, y actualmente, el de Pedro Sánchez. No digo con ello que el escenario que se vivía en España antes del 11-M y la llegada de Zapatero fuese el paraíso en la tierra, pero si era indudablemente de mayor y mejor calidad que lo que llevamos viviendo desde entonces.

Este es pues el resumen de estos veinte históricos, oscuros y nefastos años de la historia de España. Veinte años en los que la calidad de vida de los españoles, así como la calidad de sus instituciones, han empeorado considerablemente. Los españoles debemos ser conscientes de que lo pasado no volverá, y que el escenario cuasi idílico previo al 2004 es ya simplemente algo nostálgico. La cruda y dura realidad es que desde que en Atocha estallasen unas bombas, llevándose a doscientas personas por delante hace veinte años, y la consecuente e inesperada victoria electoral de un sujeto, el cual todas las encuestas daban como perdedor de aquellos comicios, supuso un cambio radical en la historia de nuestro país. Un cambio nefasto que comenzó su andadura a partir de entonces y que hasta ahora sigue su camino hacia no se sabe dónde.

En estos últimos años, y vista con perspectiva la situación, no han sido pocas las veces que he pensado, y así lo sigo creyendo, que lo ocurrido a partir de 2004 obedeció todo a una serie de intereses concretos y extranjeros, así como a una especie de ingeniería social, donde España ejerce desde entonces de laboratorio social para comprobar la reacción de la sociedad ante las implantaciones que desde el poder se realiza para con éstos. Un buen ejemplo fue la propia pandemia en aquel maldito 2020, donde el confinamiento y el Estado de Sitio que de facto se aprobó camuflado como Estado de Alarma por parte del gobierno de Sánchez, demostró hasta qué punto es dócil y aborregado el sumiso pueblo español. Un escenario, el del confinamiento, que ha supuesto a su vez otro punto y aparte en lo que respecta a la calidad de vida de los ciudadanos y al impacto psicológico y social que aquello tuvo en todos nosotros, y que ha sido simplemente un escalón más dentro de la decadencia que llevamos vivida desde hace veinte años en nuestro país.

Lo cierto y verdad es que estos veinte años han sido una cadena de desgracias y de decadencia a todos los niveles y cuyo fin no parece verse en el horizonte. El futuro de España es pues oscuro y nada esperanzador y visto los acontecimientos vividos desde 2004 hasta 2024 no sé cuál será el escenario que se vivirá de aquí a otros veinte años, pero lo que es seguro es que será el de una España aún más diferente de lo que ya es en este 2024 con respecto a 2004. No cabe duda de que estamos asistiendo a una demolición controlada de España desde entonces, la cual lidera actualmente Pedro Sánchez junto a sus socios, y con un PP liderado por Alberto Núñez Feijóo, el cual está encantado de la vida con la implantación de estas políticas, lo cual nos lleva a la conclusión de que Pedro Sánchez no está solo en esta demolición controlada.

Un Pedro Sánchez que se ríe de los españoles de forma chulesca mientras sabe que nada ni nadie lo detendrá, incluidos los casos de corrupción que le acechan, a la hora de mantenerse en el poder. Y sabe también que mientras sus socios lo apoyen, seguirá en el gobierno mientras continúa liderando la demolición de España que su mentor Zapatero comenzó hace dos décadas con la posterior complicidad pasiva de un Rajoy que pasaba de meterse en más charcos de los que ya había heredado al llegar al gobierno. Este es el desolador panorama de estos últimos veinte años de la historia de España, este es pues el oscuro escenario que tenemos encima y que amenaza con ir a peor.

sábado, 21 de diciembre de 2024

La caída de las águilas


Hace cincuenta años, en 1974, se estrenó en televisión una extraordinaria miniserie producida por la BBC que por desgracia aquí en España ha quedado relegada al olvido y que yo recomiendo completamente. Esa miniserie se titulaba “La Caída de las Águilas”, y narraba el declive de las Monarquías rusa, alemana y austrohúngara. La miniserie narraba así los sucesos acaecidos en Europa desde 1854 (Año del matrimonio entre el emperador austriaco Francisco José I y la famosa emperatriz Sissi) hasta 1918, año en el que se produjo la caída de las dinastías Romanov, Hohenzollern y Habsburgo, todo ello con la Primera Guerra Mundial como telón de fondo.

Pues bien, ciento seis años después de aquellos históricos sucesos, los cuales provocaron un vuelco político radical y sin precedentes en Europa, y medio siglo después del estreno en televisión de aquella gran producción que narró aquellos eventos, el mundo está viviendo una nueva caída de águilas en este año 2024. Si el siglo XX se caracterizó por la caída de las águilas en 1918 de las Monarquías europeas, en este siglo XXI estamos teniendo lo mismo con las caídas sucesivas de los principales gobiernos europeos e incluso estadounidense en este 2024.

Con la caída del gobierno del canciller alemán, Olaf Scholz, en una cuestión de confianza que ha llevado a éste a convocar elecciones anticipadas para el 23 de febrero del 2025, se consume así una nueva y consecutiva caída de otro gobierno de relevancia mundial en poco menos de medio año y que veremos a ver si no se suma dentro de poco la caída definitiva de Emmanuel Macron como presidente de Francia, el cual está cada día más en la cuerda floja tras haber caído a su vez el gobierno francés en una moción de censura apoyada por Marine Le Pen y la izquierda francesa. Una moción de censura que amenaza con repetirse con el nuevo primer ministro nombrado por Macron, Francois Bayrou, lo cual hace que muchos comiencen a ver el final de Macron de aquí a pocos meses.

Europa vive pues una serie consecutiva de caídas de sus gobiernos que comenzaron en julio de este año, cuando los tories británicos fueron desalojados de Downing Street tras catorce años gobernando un Reino Unido sumido en el caos y la decadencia, primero con la crisis económica y posteriormente con el estallido del Brexit, la pandemia y los posteriores escándalos de corrupción que salpicaron a los conservadores británicos. Una serie de acontecimientos sobre los que ya escribí en julio y que supusieron la caída de un Rishi Sunak, el cual llevaba solo año y medio como primer ministro y que ya arrastraba el declive de los gobiernos de David Cameron, Theresa May y Boris Johnson. Como es obvio, el irrisorio mandato de Lizz Truss no puedo incluirlo, ya que su gobierno duró exactamente un mes y fue más fugaz que un rayo.

Como ya dije en julio, no hay duda de que los tories recogieron con su derrota lo que han ido sembrando desde su regreso a Downing Street en mayo de 2010. Unos tories que, por contra de lo que se presagiaba, no estaban en absoluto preparados para tomar el relevo del gobierno tras derrotar a los laboristas de Gordon Brown hace catorce años. Un tipo irresponsable como Cameron que llevó al borde del abismo a Reino Unido en primer lugar con el referéndum de independencia de Escocia y posteriormente con el referéndum sobre la salida del país de la UE, lo cual dio lugar a la apertura de una de las mayores crisis políticas, sociales y económicas a las que se ha tenido que enfrentar la isla británica en décadas.

Todo lo demás ya vino solo: la llegada de una mediocre Theresa May, cuyo gobierno solo sirvió para debilitar aún más la situación británica y prolongar la salida del país de Europa, y posteriormente la llegada de Johnson, cuyas juergas y escándalos de corrupción en Downing Street en plena pandemia empeoraron aun más el decadente escenario que los británicos ya vivían desde junio de 2016. Sunak por su parte lo que heredó al llegar a Downing Street en octubre de 2022 fue prácticamente un país en decadencia y un partido en las últimas, donde lo único que podía hacer era mantenerse en el poder todo el tiempo posible, hasta que los británicos le pegasen la patada, como así ocurrió finalmente.  

Con su desalojo por medio de las urnas se produjo a su vez el regreso de los laboristas con Keir Starmer, los cuales han logrado batir el récord de hartazgo y desgaste de un gobierno, hasta tal punto de que, en menos de seis meses, ya son mayoría los británicos que desean ver fuera de Downing Street a los laboristas, los cuales obtuvieron la mayor victoria electoral en julio desde la histórica y arrasadora victoria de Tony Blair en mayo de 1997. Cinco meses después, todo eso es ya cosa del pasado. Estas son pues las consecuencias que tiene que hacer frente un Starmer que ha jugado a ser dictador desde su llegada al poder y que ha comenzado una serie de políticas de persecución contra todo aquel británico que rechace las políticas de inmigración de Reino Unido, llevando incluso a la cárcel a una mayoría de británicos que se han manifestado mayoritariamente en estos meses.

Pero volviendo al tema que nos ocupa, que son los gobiernos que ya han sido eliminados, tras la caída de un débil y completamente desgastado Sunak hay que sumarle días después la decisión histórica del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, de retirarse de las elecciones presidenciales del pasado mes de noviembre. Una decisión que no se veía desde hacia cincuenta y seis años y que supuso de facto el final anticipado de una presidencia débil, incompetente y criminal como la de Biden, el cual dejará ya de forma definitiva y oficial el poder dentro de un mes, cuando Donald Trump jure ocho años después y de forma no consecutiva su segundo mandato como presidente de EEUU tras haber barrido frente a unos demócratas nerviosos y desprevenidos liderados por la vicepresidenta Kamala Harris el pasado 5 de noviembre.

Con el relevo presidencial del próximo 20 de enero, se pondrá fin a una de las presidencias más fallidas, peligrosas, polarizadoras y mediocres de la historia estadounidense, donde un hombre octogenario, con demencia senil y liderazgo débil ha llevado a Estados Unidos y al resto del mundo al borde de una Tercera Guerra Mundial que veremos a ver si no estalla definitivamente a partir del año que viene. No se puede negar que desde la administración Biden se ha hecho todo lo posible y más para que esa guerra estallase, y si no ha estallado aún ha sido por la cautela, quizás excesiva, de un Putin que ha llegado a pecar incluso de débil al no lanzar una respuesta contundente a los americanos ante la escalada que éstos, la OTAN y la UE están realizando en su apoyo acérrimo hacia Zelenski y en su empeño en extender la guerra de Ucrania hacia el resto de nuestro continente.

Todo ello sin dejar de lado la situación que Biden dejará en enero en Oriente Medio, donde la extensión de la guerra en la región demuestra que los intereses belicistas de Biden y los demócratas no se han limitado solo hacia Europa, sino también hacia esta zona cuyo mapa político y social también está cambiando a marchas forzadas. Y sin dejar tampoco de lado la propia situación interna de Estados Unidos, donde la polarización extrema que viven los estadounidenses gracias a las políticas divisorias, extremistas y decadentes representadas por la ideología woke están llevando al denominado “imperio americano” a un declive progresivo e imparable que veremos a ver cómo intentará frenarlo Trump a partir del mes que viene. La derrota de los demócratas y la salida de Biden de la Casa Blanca tras un solo mandato al frente de Estados Unidos es pues el final esperado y deseable ante un gobierno que ha intentado por todos los medios llevarse por delante a todo y a todos y que finalmente se han llevado a ellos mismos.

Pero aquí no acaba la cosa, ya que, en Alemania, y tras solo tres años desde la salida de Angela Merkel y la CDU del poder, los socialdemócratas alemanes han roto su pacto de gobierno con los liberales del FDP, obligando con ello al canciller Scholz a presentar una cuestión de confianza en el Bundestag alemán, con el conocimiento total por parte de éste de que dicha confianza no le seria otorgada. Como así ha sido, la confianza se le denegó hace unos días a Scholz y ha obligado al todavía canciller alemán a convocar unas elecciones anticipadas que según todas las encuestas va a provocar un cambio de gobierno en Alemania en favor de la CDU, mandando con ello nuevamente a los socialdemócratas a la oposición tras poco más de tres años en el poder.

Al igual que en Londres, lo ocurrido en Berlín no debe de sorprender, ya que si por algo se ha caracterizado el gobierno de Scholz ha sido por su debilidad, su nulo plan de gobierno y su defensa acérrima de un criminal de guerra como Zelenski, así como su apoyo a la escalada del conflicto ucraniano en el resto de Europa. Cabe decir también que después del polémico paso por el gobierno de una elitista y europeísta como Merkel, todo hacía indicar que cualquiera que fuese su sucesor, ya fuese del CDU o del SPD, conseguiría al menos mantener controlada la situación, pero se ve que eso era pedirle demasiado a un tipo como Scholz, el cual ha dejado completamente en manos de la Francia de Macron el liderazgo de la Unión Europea, relegando a Alemania a un discreto segundo plano. Todo lo contrario de lo que se vivió durante los dieciséis años de gobierno de Merkel, donde Alemania era la cabeza visible de Europa, con independencia de que la ex canciller alemana gustase o no.

Ahora, todo parece indicar que la suerte de Scholz está, al igual que la de Sunak y la de Biden, acabada, y que Alemania se encamina también a un cambio inminente de gobierno de aquí a dos meses, con el regreso de la CDU al poder y la vuelta de los socialdemócratas a la oposición. Todo ello mientras la AfD continua imparable su ascenso en Alemania, ganando votos tanto por parte de la CDU como incluso de los votantes del SDP, lo cual podría dar lugar a una posible llegada de éstos al poder en las próximas elecciones generales alemanas de 2029, coincidiendo probablemente con una posible presidencia de Le Pen en Francia tras la salida de Macron.

Y es que no solo la caída de los gobiernos de Estados Unidos, Reino Unido y Alemania es un hecho, sino que esta caída puede hacerse efectiva también en Francia, donde Macron está cada vez más solo y acorralado ante la pinza que tanto la derecha de Le Pen como la izquierda han cosido tras las elecciones legislativas que Macron convocó este verano pasado, con la idea de salvar los muebles, aunque fuese juntándose con toda la morralla ajena a Le Pen. Medio año después todo hace indicar que esa jugada no le ha salido tan redonda al todavía presidente francés como él mismo esperaba, ya que la propia izquierda que Macron utilizó contra Le Pen y que luego dejó tirada una vez que consiguió su objetivo de frenar su victoria electoral en las legislativas francesas, está siendo la que irónicamente le está llevando a la puerta de salida a pasos acelerados.

El nombramiento por parte de Macron del ex primer ministro, Michel Barnier, en septiembre y la consecuente moción de censura que desde la izquierda y la derecha han aprobado para destituirlo hace solo unos días, ha demostrado que, aunque el presidente de la República francesa está aún residiendo en el Palacio del Eliseo, ya no es él quien verdaderamente tiene el control absoluto sobre Francia. Tras la destitución de Barnier como primer ministro, Macron nombró al liberal Bayrou como nuevo jefe del gobierno. La ironía reside en que minutos después de su nombramiento, la propia izquierda anunciaba una nueva moción de censura contra el propio Bayrou, el cual no llevaba ni una hora en el cargo.

Personalmente no creo que esta nueva moción de censura vaya a tener el éxito que ha tenido la última, pero con independencia de su resultado, el hecho de que los sucesivos gobiernos de Macron estén siendo sometidos de forma constante a la amenaza de una moción de censura demuestra la debilidad extrema en la que se encuentra actualmente el jefe del Estado francés. Ante este escenario no seria descartable en absoluto que en 2025 Macron se vea obligado a dimitir y a convocar elecciones presidenciales en Francia, poniendo fin a una maliciosa presidencia, la cual solo podía ser dirigida por un tipo sin escrúpulos como él.

Veremos a ver cómo acaba la situación en Francia, aunque todo parece indicar que Macron se va a sumar más pronto que tarde a esa lista de águilas caídas a lo largo de estos últimos meses, a pesar de que él haya anunciado a los cuatro vientos que no piensa dimitir bajo ningún concepto y que piensa agotar su mandato hasta mayo de 2027. También el zar Nicolás II, el Kaiser Guillermo II y el emperador austriaco Carlos I rechazaron de lleno abdicar en un primer momento para posteriormente y bajo su vergüenza, verse forzados a dejar el poder.

Pase lo que pase, está claro que tanto Europa como Estados Unidos están viviendo unos momentos equiparables en cierta forma a los que Europa vivió en 1918 con la caída de sus principales Monarquías. Si en 1918 el mundo vivió estos acontecimientos bajo el infierno de los últimos momentos de la Primera Guerra Mundial, en este 2024 estos acontecimientos se están viviendo con la amenaza del estallido de una posible Tercera Guerra Mundial. Estamos pues ante dos momentos históricos (Uno en el pasado y otro en el presente) que, aunque no exactos, sí tienen un cierto paralelismo. Dos momentos en los que las águilas comienzan a caer de forma consecutiva en un contexto global tenso y peligroso. En 1918 ya vimos cómo acabaron aquellas caídas de esas águilas y las posteriores repercusiones que dieron lugar tanto en sus respectivos países como a nivel mundial; las caídas de las águilas actuales están produciéndose en estos momentos (Y veremos a ver si no caen algunas más de las ya mencionadas aquí), y más pronto que tarde asistiremos a las consecuencias de esas caídas.