jueves, 1 de agosto de 2024

Macron y la decadencia de Francia


Hace unos días dije que iba a escribir una entrada sobre uno de los líderes políticos más siniestros, peligrosos y repugnantes que existen actualmente. Pues bien, creo que ese momento ha llegado. Hoy toca hablar del presidente de Francia, Emmanuel Macron. Un tipo enigmático y oscuro que fue hace unos quince años miembro del Partido Socialista Francés (PS) para posteriormente convertirse en ministro en el gobierno del fracasado ex presidente socialista francés, François Hollande y de ahí dar el salto al centro político para buscar la presidencia de Francia. 

En 2017 y tras un mandato donde Francia era practicamente un caos, Hollande decide no presentarse a la reelección a un segundo mandato (Desde la reforma constitucional gala de 2008, los presidentes franceses solo pueden presentarse a la reelección una sola vez en un mandato de cinco años cada uno). Es entonces cuando, de la noche a la mañana, y en virtud de que Marine Le Pen estaba al frente de todas las encuestas en intención de voto, todas las facciones, de la izquierda a la derecha, deciden que un tipo judío que había sido banquero de los Rothschild y hasta hacía pocos meses ministro de Economía, sea el candidato del sistema para frenar al "malvado y ultraderechista Frente Nacional". Ese tipo judío era Emmanuel Macron. 

Finalmente, y como todos sabemos, Macron formó en torno a su figura un partido-movimiento express teóricamente de centro que en pocos meses consiguió partir de la nada a ganarle las elecciones presidenciales a la "peligrosa" Le Pen. De esta forma, Macron se convirtió en presidente de la República francesa y a su vez en co-príncipe de Andorra (No hay que olvidar que según la Constitución andorrana, el presidente francés es simultáneamente co-príncipe de nuestro pequeño país vecino junto al Obispo de Urgel). Pues bien, desde la llegada al Palacio del Eliseo de este sujeto, Francia se ha convertido en un infierno terrenal donde la inmigración, la delincuencia, la violencia y los crímenes son el pan nuestro de cada día en nuestro país vecino. 

Una situación que ya venía de varios años atrás, concretamente desde los años de la crisis económica con Sarkozy al frente de la Jefatura del Estado francés, que posteriormente se agudizó con las reformas económicas de Hollande aún en plena crisis y que finalmente se han asentado e instaurado completamente con Macron al frente de la presidencia de la República francesa.  

Y es que tras alcanzar la presidencia de Francia en mayo de 2017 con solo 39 años (El Jefe del Estado galo más joven desde el propio Napoleón), la situación en el país vecino no ha hecho sino empeorar desde entonces: aumento polémico de la edad de jubilación hasta los 64 años, reformas laborales impopulares, recortes del gasto social, leyes de inmigración controvertidas, etc. Pero no fue hasta 2018 cuando, debido a un cúmulo de factores, estalló lo que se conoció como "el movimiento de los chalecos amarillos". Un movimiento social donde hasta tres millones de franceses participaron en una serie de protestas que bloquearon toda Francia, incluido París. 

Un movimiento que yo personalmente llegué a creer que era una versión 2.0 de lo que todos conocemos históricamente como "el mayo del 68". Y es que aquél 2018 se cumplían cincuenta años de aquellos acontecimientos de movilizaciones progres, hippies e izquierdistas que acabaron con la presidencia de Charles de Gaulle un año después (De hecho escribí una entrada hablando sobre ello en marzo de 2018), y todo parecía indicar que los acontecimientos se estaban repitiendo al pie de la letra y que iban a desembocar en la caída del gobierno de Macron, el cual llevaba solo un año en el poder. Finalmente, y tras casi una quincena de muertos, las masivas y violentas protestas se fueron reduciendo poco a poco, y Macron, a diferencia de Luis XVI y María Antonieta, salvó su cabeza. 

Después vino el incendio "accidental" de Notre Dame, la pandemia, el descontrol cada vez más desmedido de la inmigración (Factor este que ya venía de muy atrás), las continuas movilizaciones por uno u otro motivo, la violencia callejera, la inseguridad ciudadana, y tras todo esto las elecciones presidenciales de 2022, donde Macron se postuló nuevamente para la reelección. Obviamente el ex empleado de los Rothschild había cumplido su cometido de arrasar socialmente, culturalmente y moralmente Francia y coronarse como el nuevo líder de facto de Europa tras la salida del poder en Alemania de Angela Merkel. 

Finalmente, y de nuevo con el apoyo de todo el establishment, ganó de nuevo las elecciones ante una Marine Le Pen que cada vez asumía de forma más gustosa (Y sigue asumiendo) un discurso más prosistema con el fin de que las élites políticas y financieras no viesen en ella un peligro verdadero. Y es que si algo se puede caracterizar a Le Pen (Tanto a su padre como a su hija, pero sobre todo a ella) es que estamos ante un caso flagrante de disidencia controlada, por mucho que los medios y los políticos arremetan contra el Frente Nacional de forma constante. De hecho la promoción del Frente Nacional con Le Pen padre fue decisión del entonces presidente Mitterrand, con el objetivo de dividir el voto de la derecha francesa entre Jean-Marie Le Pen y el futuro presidente francés, Jacques Chirac. ¿No les resulta familiar todo esto?

Pero volviendo a nuestro protagonista, su segundo mandato se ha caracterizado por la subida de la edad de jubilación, como ya he dicho anteriormente, y por el enfrentamiento directo entre extranjeros y franceses ante la presencia cada vez más mayoritaria de los inmigrantes en Francia y el aumento de la violencia por parte de éstos. La guerra cultural y racial en el país galo es pues un hecho del cual Macron ha sido uno de sus principales artífices, sin desmerecer obviamente las grandes aportaciones de sus predecesores en el cargo con respecto a esta causa. 

Por su parte, la batalla campal que se produjo el año pasado en Francia con motivo de la subida de la edad de jubilación hacía temer otro estallido social equiparable al de los chalecos amarillos, y de hecho la situación se convirtió en un absoluto caos en el país vecino. Sin embargo, Macron no retiró la Ley y acabó aprobándola, a pesar del rechazo absoluto del pueblo francés a la misma. Una prueba chulesca y déspota de que él, al igual que nuestro querido Pedro aquí, es quien lleva los pantalones en su país. 

Y a todo esto llegamos a este año, al 2024, donde tras ganar el Frente Nacional de Le Pen las elecciones europeas de hace un par de meses, Macron, en una jugada maestra, anunció aquella misma noche la disolución de la Asamblea Nacional (El Parlamento francés) y la convocatoria de elecciones legislativas en el país vecino (Conviene recordar que las elecciones legislativas en Francia son para elegir al Parlamento, mientras que las presidenciales son para elegir al presidente de la República). 

Es entonces cuando de nuevo, todo el establishment con Macron al frente se puso de acuerdo para frenar una vez más a la antisistema-prosistema Marine Le Pen, esta vez no solo aludiendo al voto del miedo, sino aglutinando en un solo movimiento llamado Nuevo Frente Popular a toda la morralla existente, desde la extrema izquierda hasta la derecha. Todo valía con tal de parar otra vez a una Le Pen que, como ya he dicho antes, cada vez se sentía más cómoda dentro de su papel como líder de un partido cuyo objetivo es el de reformar el sistema y no derogarlo. 

Como todos sabemos ya, finalmente esas elecciones (Las de la segunda vuelta), las acabó ganando el engendro político del Nuevo Frente Popular, con el líder comunista Jean-Luc Mélenchon. Curiosamente, el partido de Macron se mantuvo ajeno a ese movimiento, pero casualmente en la segunda vuelta acabó como segunda fuerza política, por delante incluso de Le Pen. Algo bastante sospechoso si tenemos en cuenta que en la primera vuelta (En Francia el sistema de elección está compuesto en dos vueltas) Macron quedó por detrás de la propia Le Pen y del Frente Popular. 

Esto me lleva a dos hipótesis: o los ex jefes de Macron han movido los hilos y el recuento de votos para que su ex empleado y actual títere en el gobierno galo no saliese tan mal parado, o los franceses directamente son unos masoquistas que disfrutan mientras su sociedad cae vertiginosamente en la decadencia más absoluta, como pudimos apreciar perfectamente el pasado viernes en la inauguración de los Juegos Olímpicos franceses. Yo personalmente creo que es una combinación de ambas hipótesis.

Y tras las elecciones legislativas de julio, el panorama político en Francia no puede ser más desolador (No hablemos ya del social, que practicamente es una aberración). La extrema izquierda, con Mélechon a la cabeza, exige su derecho a gobernar tras haber ganado las elecciones mientras Macron los rechaza después de haber hecho pinza con ellos en la campaña electoral con el fin de acabar con Le Pen. Por cierto, una Marine Le Pen que ya está pasada de moda y que bien podría dar paso a un nuevo y joven liderazgo dentro de su partido, después de casi dos décadas al frente del mismo y una derrota tras otra en las sucesivas elecciones que se celebran.

Ahora, con un gobierno en funciones y a la espera de que Macron designe a su próximo primer ministro (La Constitución francesa otorga una amplia gama de poderes al presidente, entre ellos el de elegir personalmente al primer ministro), la situación posterior a las elecciones de julio indican que el panorama político en Francia solo va a ir a peor, con independencia de quién sea el próximo primer ministro. Un primer ministro que seguramente durará menos que un caramelo en la puerta de un colegio y que presagia a su vez que los tres años que le quedan a Macron en el Eliseo de aquí a 2027 van a ser un calvario para el chico de los recados de los Rothschild.

Aunque eso al presidente francés le da exactamente igual. Macron, al igual que nuestro querido Pedro, es un psicópata de manual, cuyas vidas no tienen para ellos sentido alguno si están alejados del poder. Ya dejó claro el propio presidente francés durante la campaña electoral que bajo ningún concepto dimitiría incluso si Le Pen ganaba las elecciones legislativas de julio, lo cual demuestra el nivel de ambición y sed de poder que posee este peligroso sujeto. 

Un sujeto sionista, además de perteneciente a la masonería, que ha sido y es el principal responsable junto a otros de la decadencia, la radicalización, la violencia, la inseguridad, la pérdida de las señas de identidad y de los valores culturales, la implantación del wokismo y el fomento de la inmigración tanto en Francia como en el resto de Europa, ya que como he dicho anteriormente, Macron se ha convertido también en el líder de facto de nuestro continente. 

Un líder que está dispuesto a plantarle cara al propio Putin e incrementar la intervención militar de Francia y del resto de Europa en la guerra de Ucrania y a favor del corrupto Zelenski. Una prueba más de a quiénes sirve este ser maquiavélico y qué intereses defiende realmente. Un personaje perverso que nunca habría llegado a ser presidente de Francia si no fuese por el apoyo político, pero sobre todo financiero, que recibió en su momento del lobby judío del que forma parte (Conviene recordar que es judío por parte paterna), además de haber sido y ser a día de hoy también un fiel empleado y sirviente de los intereses del sionismo, como ya he comentado antes. 

En definitiva, no tenía pensado escribir acerca de este vomitivo personaje. De hecho, y aunque en algún momento en julio pensé en escribir sobre el resultado de las elecciones legislativas, finalmente no llegué a hacerlo. Básicamente porque la actualidad francesa y el personaje de Macrón no me llaman en absoluto la atención; pero tras ver lo ocurrido el pasado día 26 en la inauguración de los Juegos Olímpicos (Unos juegos que no conviene olvidar que se están celebrando en medio del más alto nivel de seguridad por amenaza terrorista) con la consiguiente apología del satanismo y de la ideología woke en dicho acto, creo que era por mi parte una obligación moral el dedicarle una entrada a la decadente situación actual que vive Francia y sobre todo a ese ser miserable e infernal que preside dicha nación, cuyo legado, a pesar de que aún le queden tres años para abandonar el Eliseo, es ya el de una Francia profundamente insegura y violenta, invadida y dominada por la inmigración, y despojada completamente de sus raíces. De modo que enhorabuena, banquero. Has cumplido con creces los objetivos que en su momento te marcaron tus jefes y tu verdadero pueblo. 

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