Después de catorce años en la oposición, el Partido Laborista ha vuelto a Downing Street de la mano de su líder, Keir Starmer, el cual es desde hace unas horas el nuevo primer ministro británico tras haber obtenido ayer la más abrumadora mayoría que ha obtenido su partido desde que en 1997 el laborista Tony Blair llegase al poder tras descabalgar a los tories, entonces liderados por John Major. Obviamente las circunstancias de hace veintisiete años no se pueden decir que sean las mismas que las actuales, ya que la política británica ha pasado en estos ocho años por una de sus mayores crisis políticas, económicas y sociales desde el 23 de junio de 2016.
Una crisis que abrió en su momento el ex primer ministro David Cameron cuando anuncio para su reelección en las elecciones generales de 2015 que de salir reelegido convocaría a los británicos a una consulta para decidir sobre el futuro del Reino Unido en la Unión Europea. La historia ya la sabemos todos: Cameron convocó el referéndum creyendo que ganaría y finalmente salió el voto a favor de lo que posteriormente se ha denominado para la historia como el Brexit.
No puedo hablar sobre Starmer y los laboristas, ya que hoy mismo ha sido nombrado por el rey Carlos III como nuevo primer ministro británico. Mis críticas no van a ir hacia él, aunque viniendo de un laborista progre es de esperar que mantendrá las mismas políticas woke que en estos catorce años han liderado los tories sin la menor vacilación. Mis críticas van a ir a los perdedores, en este caso al Partido Conservador, así como a los cinco primeros ministros que han gobernado Reino Unido desde mayo de 2010, fecha en la que los tories volvieron al poder.
Debo reconocer que aunque en el año 2010 era solo un chaval de dieciocho años, por aquel entonces creía que los tories habían aprendido la lección de los dieciocho años de escándalos y descontento social que hubo durante los once años de gobierno de Margaret Thatcher y, sobre todo, los siete años de gobierno de John Major, donde los escándalos eran ya algo cotidiano y diario en la política británica de los años 90. Debo decir que me equivoqué totalmente. Los tories no aprendieron absolutamente nada después de trece años en la oposición, periodo en el que a su vez los laboristas estuvieron en el poder, primero con Tony Blair al frente del gobierno y posteriormente con Gordon Brown.
Los años de gobierno de David Cameron fueron un completo desastre, donde una de sus primeras medidas fue la de aprobar el famoso referéndum de independencia para Escocia en el año 2014. Un referéndum que a punto estuvo de provocar la independencia de los escoceses pero que a última hora condujo a una victoria de los unionistas que preferían mantenerse dentro del Reino Unido. Cabe añadir que el ex premier británico laborista Gordon Brown, el cual es escocés, fue el que le sacó las castañas del fuego a su ex rival Cameron cuando las encuestas anunciaban que la victoria de los independentistas era un hecho. Finalmente, y aunque salió el no, el hecho de que Cameron abriese la caja de pandora a la hora de aprobar el referéndum, así como la llegada del Brexit dos años después, los escoceces están más decididos que nunca para acudir a un segundo referéndum que esta vez sí promete que llevará a Escocia a la independencia.
Después del referéndum escocés vino el famoso Brexit, el cual supuso el fin prematuro al gobierno de Cameron y provocó la llegada de Theresa May. Personalmente debo decir que yo soy partidario de que todos los países miembros abandonen la Unión Europea, pero una cosa es hacer las cosas bien y otra fue la jugada tan peligrosa como imprevista que Cameron se sacó de la manga para ser reelegido en 2015. Y es que aunque finalmente fue reelegido, su segundo y último mandato solo duró un año, el tiempo suficiente para convocar el referéndum creyendo que lo ganaría, perderlo posteriormente y dimitir mientras tarareaba una canción y dejaba a Reino Unido en una de sus peores crisis políticas, económicas y sociales en décadas tras seis convulsos años de mandato. Cameron dejaba ahí el pastel envenenado para quien quisiese recogerlo, y esa fue su ministra del Interior Theresa May.
De May escribí en algunas ocasiones en este blog durante los tres años que fue primera ministra y debo decir que no fue para bien. Pocas personas han sido más inútiles a la hora de dirigir un gobierno y una situación tan caótica como Theresa May, la cual fue la encargada de negociar con la Unión Europea la salida del Reino Unido de la institución. Tres años en los que una May débil y dubitativa no se atrevía a ir hacia lo que se denominó en su día como un Brexit duro. Desde Bruselas le tomaban el pelo en las negociaciones y ella se dejaba tomar el pelo mientras su único empeño era el de mantenerse en el cargo mientras los parlamentarios tories conspiraban permanentemente para derrocarla y encomendar el gobierno a quien verdaderamente estaba destinado a suceder a Cameron en 2016: el ex alcalde de Londres y posterior primer ministro Boris Johnson, el cual es de hecho primo del propio Cameron.
A finales de 2018 May consiguió un acuerdo con la Unión Europea para el Brexit, pero los tories lo consideraban un insulto y tumbaron en la Cámara de los Comunes el propio acuerdo que su gobierno había alcanzado con Bruselas. Tras esto se produjo una moción de censura de los laboristas contra May, la cual fue rechazada por la mínima y la dejó en una posición aún peor de la que ya se encontraba. Finalmente y tras llegar en 2019 a un segundo acuerdo con Bruselas, los tories volvieron a tumbar ese acuerdo de salida, lo cual fue el detonante para que May dimitiese contra su voluntad y entre lloros en julio de 2019, dando paso al polémico Boris Johnson y sin haber llevado a buen puerto la tarea por la que fue designada primera ministra.
Una vez instalado Johnson en Downing Street, lo primero que hizo fue convocar elecciones generales para finales de 2019, de las cuales sacó un gran resultado, siendo ésta las últimas elecciones generales que los tories ganarían. Tras esto se produjo el acuerdo que verdaderamente anhelaban los conservadores para salir de la Unión Europea, el cual no tardó en llegar tras la llegada de Johnson al gobierno. En diciembre de 2019, la Cámara de los Comunes votó a favor del Brexit tras tres convulsos años de negociaciones y al mes siguiente, finales de enero de 2020, se oficializó la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Todo parecía ir perfectamente para Johnson, el cual creía que este era el primer paso para dejar un legado imborrable en la historia británica. Pero he aquí que tras el éxito del Brexit llegó justo después la pandemia. Una pandemia que provocó que Johnson tomase medidas drásticas parecidas en cierta forma a la que Pedro Sánchez tomó aquí en España.
Pero no fue hasta finales de 2021 cuando la situación estalló definitivamente para Johnson al salir publicadas una serie de informes que implicaban al primer ministro en una serie de fiestas en Downing Street en mitad del confinamiento. Es entonces cuando sale a la luz el caso Partygate, donde las informaciones sobre las juergas orquestadas por Johnson y sus colaboradores (Entre los que se encontraba el futuro premier Rishi Sunak) comenzaron a ir a más. Finalmente y tras varios meses de escándalos a lo largo de todo el año 2022 y una moción de censura auspiciada por los propios tories que finalmente fracasó, Johnson dimite en septiembre de 2022, solo dos días antes del fallecimiento de la reina Isabel II. Dejaba un país sumido en la indignación social y a los tories en una situación de desangre que ya venían arrastrando desde 2016 tras el referéndum del Brexit y la dimisión de Cameron.
Es entonces cuando llega el momento de una sujeta que sinceramente no sé ni para qué me molesto en escribir sobre ella. Me refiero a la sucesora de Johnson al frente del gobierno británico y del Partido Conservador: la breve Liz Truss, ministra de Igualdad con Johnson. Una señora que se presentó a las primarias de los tories para suceder a su jefe. Al mismo tiempo también se presentó el ministro de Hacienda y partícipe con Johnson en las fiestas del Partygate, Rishi Sunak, ganando finalmente Truss estas primarias. El breve mandato de esta señora puede definirse en dos palabras: gafe y breve.
Gafe porque solo dos días después de su nombramiento como primera ministra se produjo el fallecimiento de la reina Isabel II, lo cual fue en realidad el factor que provocó que su gobierno durase un mes y no una semana. Y breve porque tras el periodo de duelo tras el fallecimiento de la reina, el cual duró un mes, Truss decide comunicar los ejes de su nueva política, anunciando una bajada de impuestos masiva que provoca una crisis en los mercados y la inmediata dimisión de Truss tras ser presionada por parte de los tories para que abandonase cuanto antes. De esta forma acabó el mandato (Si es que se le puede denominar así) de Truss, el cual fue más efímero que una estrella fugaz, cosechando el record de convertirse en la primera ministra más breve de la historia británica al estar poco más de un mes en el cargo.
Es entonces cuando vuelve a salir a la palestra el ex rival de Truss en las primarias celebradas solo un mes antes: Rishi Sunak, el cual fue designado por los tories como nuevo primer ministro. Sunak, de origen indio, ha sido ya definitivamente el remate final de catorce años de gobierno conservador. Su política inmigratoria, la cual le ha valido más de un disgusto con su propio partido, ha sido un rotundo fracaso. Por otra parte, su política de defensa ha sido de apoyo acérrimo a Ucrania en la guerra y completamente hostil hacia la Rusia de Putin. Por otro lado, su nombre ha estado en más de una ocasión en boca de los suyos en estos dos años de mandato, ya que consideraban un fracaso su gobierno y su liderazgo y creían conveniente forzar su dimisión para que otro miembro del Partido Conservador ocupase su lugar hasta las elecciones generales.
Finalmente no ha sido así, ya que Sunak ha resistido a las presiones internas hasta que hace un mes decidió convocar finalmente los comicios que han llevado a los tories a la mayor derrota electoral en 200 años de su historia. Una derrota electoral solo comparable, como ya he dicho antes, a la cosechada por John Major en mayo de 1997, la cual fue igual de previsible en su resultado que la cosechada en el día de ayer. Y es que no es ningún secreto que desde 2016, pero sobre todo desde 2020, el Partido Conservador ha ido desangrándose insistentemente mientras el país se hundía en términos sociales, económicos y políticos gracias a la gestión de los tories en estos catorce años.
La derrota de los conservadores británicos ha sido pues muy justa, e incluso me atrevería a decir que algo insuficiente a tenor de lo que algunas encuestas pronosticaban, otorgándoles un resultado mucho peor que el obtenido finalmente. Aunque no me alegro para nada de la victoria de los laboristas, me alegro enormemente de la derrota humillante de los tories. Y es que si por algo se ha caracterizado el Partido Conservador y sus sucesivos primeros ministros en estos catorce años ha sido por considerar que Reino Unido era su cortijo particular. Aparte de la desastrosa e inestable política que han realizado en estos catorce años y que he narrado en esta entrada, la forma en la que los conservadores han gestionado los sucesivos nombramientos de los primeros ministros tories en estos años no ha podido ser más impresentable.
No es de recibo que una nación que se caracteriza por ser una de las democracias más antiguas del mundo y el referente mundial del sistema parlamentario elija de forma interna a los primeros ministros que ha habido en estos catorce largos años. No considero en absoluto democrático que cuando un primer ministro dimite, su sucesor sea elegido por los miembros de su partido a través de elecciones internas. Conviene recordar que estamos hablando de Reino Unido, no de China ni del Partido Comunista chino, por lo que las elecciones de un primer ministro deben ser siempre respaldadas por el beneplácito previo de las urnas, que es quien legítimamente otorga su confianza al nuevo jefe del gobierno.
Sin embargo, los tories han cambiado de primeros ministros en estos catorce años como quien cambia de móvil cada cuatro o cinco años. Con la excepción de David Cameron, el cual fue nombrado primer ministro en mayo de 2010 tras las elecciones generales de entonces, tanto Theresa May como Boris Johnson, Liz Truss y Rishi Sunak han sido elegidos de forma interna por el propio partido y no a través de unas elecciones generales donde todo el conjunto de la sociedad decide quién debe gobernar su nación. Por no hablar de la escalofriante cifra de tener cinco primeros ministros en catorce años.
Cabe recordar que en los dieciocho años de gobierno de los conservadores solo hubo dos primeros ministros: Margaret Thatcher y John Major. Y en los trece años de gobierno de los laboristas solo hubo dos jefes del gobierno: Tony Blair, cuya mandato duró diez años, y Gordon Brown, cuyo gobierno duró tres años. Habría que remontarse en todo caso hasta el periodo entre 1951 y 1964. Trece años en el que los tories nuevamente tuvieron cuatro primeros ministros: Winston Churchill, Anthony Eden, Harold Macmillan y Alec Douglas-Home. En este caso, a excepción de Churchill, sus tres sucesores fueron igualmente elegidos de forma interna por los tories, sin necesidad de acudir a las urnas.
Es verdad que tanto en ese periodo como en el periodo transcurrido entre 2010 y 2024, los primeros ministros elegidos de forma interna convocaron elecciones posteriores para someterse al veredicto de las urnas; pero eso no justifica su llegada al poder sin pasar por las urnas, única vía legítima y válida en un sistema de democracia parlamentaria como el británico para que un político asuma la responsabilidad de gobernar. Todo lo demás son medios antidemocráticos e ilegítimos para alcanzar el liderazgo de un país. Cabe decir también que no solo los tories se han servido de este método, también los laboristas lo han hecho a lo largo de su historia. Solo que los conservadores se han caracterizado más por exprimir esta vía que sus rivales políticos.
En definitiva, Sunak (El cual ha anunciado ya su dimisión como líder de los conservadores británicos) y los tories se han llevado una derrota humillante, catastrófica e histórica a la vez que merecida tras catorce años de desastroso gobierno conservador (Poco más de 120 escaños). Un gobierno que de conservador ha tenido poco, ya que como he añadido antes, los tories se han caracterizado por una política woke en la que los laboristas serían unos meros aprendices. Los laboristas, liderados por Keir Starmer, se han llevado por su parte el mayor triunfo electoral cosechado desde hace veintisiete años (Algo más de 410 escaños), cuando Tony Blair desalojó a John Major y llegó a Downing Street tras obtener el mayor triunfo laborista de su historia en 1997.
Como ya he dicho, no espero nada de Starmer, ya que seguirá implantando desde Londres las políticas realizadas por los tories en estos catorce años. Puede que de cara a la galería haya algunos cambios. De hecho ya se está hablando de la posibilidad de que Reino Unido vuelva a la Unión Europea de aquí a unos años con este nuevo gobierno que hoy se ha formado. Una decisión que en mi opinión sería lo peor que podrían hacer los británicos, pero bueno, allá ellos. Bastante tenemos ya aquí nosotros con nuestros problemas, que no son pocos.
Los laboristas han puesto pues fin a casi una década y media de gobierno conservador pero mantendrán de fondo las mismas políticas que sus contrincantes políticos, solo que mejorando en alguna forma los desperfectos, o quizás ni eso. Y es que al igual que sucede aquí en España entre el PSOE y el PP, los laboristas y los tories no dejan de ser dos patas de un mismo banco. De esta forma, si algún ingenuo cree que los laboristas van a hacer algo para remediar los males de Gran Bretaña, ya pueden ir descartando esa posibilidad. Ha habido cambio de gobierno, pero las políticas seguirán siendo las mismas, dirigidas hacia el progresismo y el wokismo globalista mientras la isla británica se hunde cada vez más.
De hecho Starmer hereda un Reino Unido que ha perdido ya por completo todas sus raices históricas, culturales, raciales y sociales. Lo que hoy en día predomina en Gran Bretaña e Irlanda del Norte es solo la sombra de una sociedad que en su día lo fue todo a nivel mundial y que hoy es gobernada por aquellos a los que en su día colonizaron. Este es pues el epílogo de una gran nación de la que hoy en día no quedan ni las sobras. Y eso Starmer lo sabe, pero le es indiferente, al igual que le han sido indiferente a todos los demás primeros ministros anteriores que han conducido a su país a esta situación de decadencia absoluta.
Con la llegada de hoy de Starmer a Downing Street es posible que los laboristas ocupen el poder durante un largo periodo de tiempo, quizás durante más de una década. En estos próximos años los laboristas de Starmer deberán enfrentarse a nivel interno a los más que probables referéndums de independencia en Escocia e Irlanda del Norte, que seguramente tengan éxito, así como a la cada vez más preocupante situación con la guerra en Ucrania a nivel externo, la cual amenaza cada vez más con extenderse al resto de Europa.
La cuestión ahora es ¿Han aprendido los laboristas en estos catorce años en la oposición de los errores cometidos por Blair y Brown en el último periodo en el que estuvieron en el poder? Ya respondo yo: No. Del mismo modo que tampoco lo han aprendido los tories. Pero eso le es indiferente al personal, ya que todos los partidos políticos de cualquier país de nuestro entorno saben que aunque no hayan tomado nota de los errores pasados, la sociedad tiene memoria de pez, y que tarde o temprano los volverán a votar para acto seguido cometer errores aún más graves.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.