Debido a toda la polémica que lleva rodeando a la familia real británica desde comienzos de año (los rumores de divorcio inminente entre los príncipes de Gales, el extraño caso que rodea el estado de salud de la propia Kate Middleton, la enfermedad del rey Carlos III, etc) he estado reflexionando sobre un caso que nunca he comentado en este blog y que afecta directamente a los Windsor. Me refiero al caso de la polémica y controvertida abdicación del rey Eduardo VIII en diciembre de 1936. Un caso bastante extraño y enigmático del cual los británicos, y en especial la propia familia real británica, prefieren pasar por alto y no hacer mucho hincapié sobre este asunto.
Y es que los ingleses no son muy dados a airear los sucesos de la Historia que no le son favorables. Un ejemplo de ello es cómo la Historia ha tapado, o infravalorado en cierta forma, la Revolución Inglesa de 1642, la cual acabaría temporalmente con la Monarquía de Carlos I (el cual fue decapitado) y la posterior instauración de la República con Oliver Cromwell como Lord Protector. Una historia que ya comenté en marzo de 2018 y que al recordarla aprovecho para reafirmarme en que para los británicos les resulta más útil meter debajo de la alfombra los sucesos históricos que no le son propicios. Obviamente los que sí le son favorables no tardan en extenderlos por todo el mundo, como es la figura de Winston Churchill, la gloria del Imperio Británico con la reina Victoria a la cabeza, la propia victoria de Reino Unido sobre las potencias del Eje en la II Guerra Mundial, etc.
Sin embargo sobre la historia de Eduardo VIII y su abdicación se ha hablado, sí, pero siempre de una forma un tanto edulcorada. En estos casi noventa años que han transcurrido desde la abdicación se ha venido diciendo que los motivos por los que el joven y controvertido rey renunció al trono británico, y de esta forma a la Jefatura del Estado de una quincena de países más, no fue otro que el hecho de que el monarca (el cual ya tenía fama de mujeriego desde sus años como príncipe de Gales) quería casarse con su por entonces amante, la americana Wallis Simpson. Una mujer de reputación bastante dudosa, la cual se había divorciado en dos ocasiones de los dos matrimonios que había tenido anteriormente y que, a pesar de su nulo atractivo físico, gozaba de una fama sexual bastante extendida.
Obviamente este no era el tipo de mujer que la Casa Real británica, ni la Iglesia anglosajona, ni el gobierno británico ni el propio Reino Unido, así como los países y gobiernos de los demás países bajo el dominio de la Corona inglesa querían como reina consorte del todavía Imperio Británico. Lo demás ya es conocido por todos: la Casa Real, los distintos gobiernos de los distintos países de la Corona liderados por el gobierno británico y la Iglesia Anglicana presionó para que Eduardo renunciase a casarse con Simpson o directamente abdicase, optando el monarca inglés por este último escenario tras solo doce meses de su proclamación como rey en enero de 1936.
Hasta aquí la versión oficial, pero ¿Y si no es verdad lo que nos han contado? No hay que olvidar que estamos hablando de la Monarquía británica. Una Monarquía que por entonces era, y sigue siendo en la actualidad, una institución que ejerce la Jefatura del Estado de quince países. Una cuarta parte del mundo regida por una familia y por su titular, el cual por muy reducidos poderes que tenga no deja de ser un Jefe de Estado de gran relevancia mundial, a la altura de los presidentes de Estados Unidos, Rusia, China o incluso el propio Papa. La Corona británica es pues una institución muy importante a nivel mundial, la cual no es solo pomposidad y simbolismo, sino una institución de altísimo nivel que juega un papel importante en la escena política internacional, a pesar de su mera y aparente figura representativa y simbólica.
De siempre se rumoreó que la abdicación de Eduardo VIII vino influenciada por las relaciones de éste con el régimen nacionalsocialista de Hitler. No es ningún secreto que el monarca británico sentía simpatía por el führer alemán, al cual definió como "un buen tipo", y que incluso se identificó como simpatizante del movimiento nazi. De hecho la propia Wallis Simpson también tenía una relación estrecha con altos dirigentes del nazismo. El propio Adolf Hitler llegó a decir tras una visita de Eduardo y Wallis al líder alemán tras la abdicación del monarca británico, que la propia Simpson "habría sido una gran reina para Inglaterra". Esto, sumado a las fotografías de la pareja real con el dictador alemán y la declaraciones sobre éste por parte del monarca y la propia Simpson, hicieron que la familia real británica y Downing Street vetase la presencia de ambos en Reino Unido.
La abdicación de diciembre de 1936 es pues el desenlace de una situación que ya venía arrastrándose desde hacía tiempo. En mi opinión lo que acaba con el reinado de Eduardo VIII no es ni muchísimo menos el caso Simpson, sino las simpatías que el propio monarca sentía hacia el nacionalsocialismo alemán. En 1936, Hitler ya era una amenaza para los países de Europa, y el hecho de tener a un Jefe del Estado británico aliado de la causa nazi era inimaginable para el sistema británico. Si Eduardo no hubiese abdicado y la II Guerra Mundial hubiese estallado con él al frente del trono, quizás la postura desde Buckingman hubiese sido la de posicionarse al lado de Alemania, lo cual hubiese creado un conflicto geopolítico de grandes dimensiones con respecto a los Aliados y el posterior transcurso y desenlace de la guerra. Había pues muchísimo en juego y el establishment anglosajón no podía permitir que la democracia liberal, la Monarquía británica, y con ello el resto de países bajo su dominio, se posicionasen al lado de un régimen totalitario.
Es pues cuando se pone en marcha la operación para forzar la abdicación del rey, y el caso Simpson les viene a algunos como anillo al dedo a la hora de exponerlo como excusa para que el rey abdique. El monarca británico, desde el Acta de Supremacía en tiempos de Enrique VIII, era, y sigue siendo a día de hoy, el Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra, por lo que un matrimonio entre él y una divorciada no estaba bien visto. Esta fue la excusa perfecta que públicamente el gobierno del entonces primer ministro, Stanley Baldwin, afirmó sobre la conveniencia de que el rey renunciase al trono si quería seguir adelante en su relación con Wallis Simpson.
Una Wallis Simpson que siempre se rumoreó (aunque nunca se llegó a confirmar) que era en realidad una espía secreta de la Alemania nazi, de ahí sus simpatías hacia el régimen de Hitler, lo cual oscurese aún más este asunto, ya que de haberse casado Eduardo VIII con Wallis Simpson en 1936 estaríamos hablando de una boda protagonizada por un monarca nazi y una espía secreta del nacionalsocialismo alemán. Este caso es, insisto, mucho más turbio de lo que siempre se ha comentado. No estamos hablando de una renuncia por amor, sino de una renuncia en la que había intereses políticos internacionales de por medio. De ahí la urgencia por parte del gobierno británico y de toda la clase política, económica, financiera, eclesiástica, etc por sacar cuanto antes al monarca del trono.
Tras la abdicación en diciembre de 1936, Eduardo y Wallis Simpson sí pudieron casarse finalmente en 1937, pero ya alejado el ex monarca de la primera línea política y convertido en duque de Windsor por su hermano y sucesor, el rey Jorge VI (el famoso e inesperado rey tartamudo y padre de Isabel II). Eso no impidió que la pareja real siguiese manteniendo relaciones con Hitler y los demás altos cargos del Reich Alemán. De hecho fue el propio Hitler el que tras la abdicación diseñó un plan llamado "Operación Willi" con el objetivo de invadir Reino Unido y reinstaurar a Eduardo VIII como rey de Inglaterra bajo un régimen nazi, convirtiendo de esta forma a las islas británicas en un Estado satélite de la Alemania nacionalsocialista con el propio Eduardo como rey títere impuesto desde Berlín. Un plan con el que obviamente tanto el ex monarca británico como su mujer estaban de acuerdo.
Es por eso que ya en 1940, cuatro años después de la abdicación, el primer ministro Churchill y el rey Jorge VI, deciden mandar al duque de Windsor a las Bahamas como gobernador general (un cargo en donde el gobernador ejerce la representación del rey en ese territorio y asume allí las funciones propias del Jefe del Estado). Era la primera vez en la Historia que un ex rey británico que había abdicado era enviado posteriormente como gobernador y representante de su sucesor a una de sus colonias. Una colonía, en este caso la de las Bahamas, que no fue elegida por Buckingman y Downing Street al azar, ya que este territorio era uno de los que geográficamente se ubicaban más alejados de la Metrópolis londinense.
De esta forma el rey Jorge VI y el primer ministro, Winston Churchill, querían mantener lo más alejado posible al ex monarca de Londres por si finalmente Hitler invadía Reino Unido y lo reinstauraba a éste en el trono. Solo un mes antes de la caída de Hitler en 1945 y viendo con ello que su regreso a Buckingman era ya imposible, Eduardo (el cual nunca guardó gran recuerdo de las Bahamas y de sus años al frente de las islas) renunció como gobernador general ese mismo año y se exilió junto con Wallis Simpson en Francia, donde acabaría falleciendo en 1972, proscrito por la familia real británica y dilapidado por la abdicación y sus simpatías con el régimen nazi. Al morir su tío, su sobrina, la reina Isabel II, dió su autorización para que Eduardo fuese enterrado en Windsor, pero sin funerales de Estados propios de un monarca.
De esta forma acaba una historia que, en mi opinión, no es la que nos han contado, ya que lo ocurrido en 1936 no fue el desenlace que tiene su origen en una historia de amor, sino que tiene un claro trasfondo político en todo esto. De haber sido así, ¿Por qué no se prohibió en 2005 el matrimonio entre los actuales reyes, Carlos y Camilla? El rey de Inglaterra sigue siendo el Jefe Supremo de la Iglesia, y aunque ya han pasado unas cuantas décadas de aquello, un rey no debería casarse con una mujer divorciada, ya sea Wallis Simpson, ya sea Camilla Parker Bowles. Y tampoco debe ser una excusa que el escenario del año 1936 no era el mismo que el del año 2005, ya que si por algo se caracteriza la Monarquía británica es por sus férreos principios y tradiciones.
En definitiva, esta historia fue la de un monarca que se vio forzado a dejar el poder como consecuencia de sus relaciones especiales con la Alemania de Hitler, algo que los ingleses prefieren no hondar en ello, como tampoco le gustan hacerlo con el gobierno pasivo de Neville Chamberlain y su tratado de paz con Hitler y Mussolini en 1937. El rey Jorge V, padre de Eduardo VIII y Jorge VI, afirmó que su hijo acabaría con la Monarquía británica en doce meses, el mismo tiempo que el polémico monarca estuvo en el trono. ¿Cómo habría sido la Historia de no haber abdicado? No lo sé, pero con toda seguridad la historia de la Monarquía británica, la de la II Guerra Mundial, la del propio Reino Unido y la del resto del mundo habría sido completamente distinta a la que finalmente se produjo.