En menos de dos meses llega tu semana, Dios que posees el Gran Poder de
la vida y de la muerte. La semana en la que tu Sevilla te vuelve a rezar por
saetas y por sones de cornetas. Los siete días en los que Tú bendices esas
calles de naranjos repletas de azahares. Esas callecitas tan estrechas como
dice la canción por las que Tú pasas dejando tras de Ti un aroma de incienso
que bautiza el alma y limpia los corazones. Tú, que me llevas acompañando desde
antes de que yo naciera. Tú, que no te has separado de mí en ningún momento de
mi vida. Tú, que has sido mi amigo de infancia cuando cogía las figuras que te
representan para pasearte por mi casa sobre una caja de cartón simulando un
paso. Tú, que has sido, eres y serás mi mayor y mejor confidente. Tú, Aquél que
conoces todos y cada uno de mis secretos, de mis pensamientos, de mis sentimientos,
de mis deseos. Tú, que guías mis pasos y proteges mi vida, la de los míos y la
de todos tus hijos que formamos este mundo, obra de tu creación perfecta y
universal.
A Ti, a Quien he pedido salud en un momento determinado y en otro el
amor de ese alguien que creías que no era el que yo verdaderamente merecía. A
Ti, que me conoces mejor que nadie, e incluso mejor que yo mismo. A Ti, que has
sido, eres y serás parte fundamental de mi vida, la cual no se entendería sin
tu presencia. A Ti, que te presentaste a mí cuando yo tenía tres años y que,
como en la Creación de Miguel Ángel, mantenemos ese pacto de unión a través de
la fusión de nuestros dedos. A Ti, cuyos textos que relatan tu vida fueron los que
me enseñaron a leer y tu historia la primera que leí en mi vida. A Ti, cuya
vida pude ver cientos de miles de veces a través de aquellas películas que
recreaban tu paso por este mundo. A Ti, a Quien he suplicado a veces con ilusión
para pedirte algo que ansiaba, y otras veces con lágrimas en los ojos porque
sabía con antelación que esa petición no me sería concedida. A Ti, a Quien le
debo las gracias por todo lo que soy y por todo lo bueno que me has dado en
esta vida. A Ti, que me has dado la mejor familia que una persona puede tener
en este mundo que espera de nuevo esa Segunda Venida en la que habrás de
juzgarnos a todos.
Gran Poder, Tres Caídas, Sed, Salud, Expiración, Esperanza, Sentencia,
Pasión, Amor, Soberano Poder... miles de advocaciones tienes, pero sólo por tu
verdadero nombre te conocemos todos a la vez y finalizamos nuestras oraciones
tras rezar el Padre Nuestro que Tú nos enseñaste. Ese nombre que siempre he
dicho que será el que mi hijo lleve si un día lo tengo. Ese nombre que todos
exclamamos cuando estamos ante una difícil situación y que posee cinco letras,
una para los cinco continentes que Tú creaste. El mismo número de letras que
lleva el nombre de tu madre, que es reina y soberana de esta tierra sevillana
que te ama y que junto al tuyo son los nombres más poderosos que se escuchan
por toda el mundo. Esos dos nombres que son los que lleva mi madre y que son
aquellos con los que más orgullo que nadie puede llevar una persona en la vida;
El de tu madre, María, y el tuyo, Jesús.
En menos de dos meses estará el nieto de Joaquín y Ana llevando el
Evangelio por las calles de Sevilla. Desde esas barriadas de Ciudad Jardín el
Sábado de Pasión, del Porvenir el Domingo de Ramos, del Tardón el Lunes Santo,
del Cerro del Águila el Martes, de Nervión el Miércoles, de los Remedios el
Jueves, de la Macarena la Madrugá, de Triana el Viernes, del Plantinar el
Sábado, y de San Luis el Domingo de Resurrección. En menos de dos meses llega
la emoción, la Pasión, la Muerte y la Resurrección. La forma que tiene un
pueblo de entender su Fe y de expresarla a los cuatro vientos. En menos de dos
meses estará el Hijo de Dios teniendo sed, expirando su último aliento,
cruzando el Puente Cedrón, cayendo por tercera vez en su camino al Calvario y
dando ejemplo a la humanidad de cómo en la vida hay que seguir siempre hacia
adelante por muchas caídas que uno tenga en el trayecto.
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