jueves, 16 de febrero de 2017

Un siglo de la Revolución Rusa

La otra noche volví a ver una impresionante película que descubrí allá por el año 2004 titulada "Nicolás y Alejandra". Tras verla varias veces de forma casual a la venta en "El Corte Inglés", me dio por mirar detalladamente en Internet de qué iba esa película que ya se había cruzado en mi camino en algunas ocasiones y que sin saber por qué me llamó la atención. Cuando averigüé el argumento supe entonces que trataba de la historia de los últimos zares de Rusia. Para un niño de por entonces doce años como yo, los identifiqué al instante como los padres de la protagonista de aquella película de animación de 1997 titulada "Anastasia", así que decidí comprarla. Después de comprarla y verla por primera vez, se convirtió instantáneamente en una de mis películas favoritas, y hoy en día lo sigue siendo. La película dirigida por el mismo director que rodó "Patton", narra la historia del zar Nicolás II y su esposa, la zarina Alejandra, y con ello el desarrollo de los acontecimientos que desembocaron en la Revolución Rusa en 1917. Para mí es una de los mayores joyas del cine, la cuál recomiendo a todo aquél que desee saber algo más de ese periodo tan turbulento como fue la Primera Guerra Mundial, la caída de los Romanov del poder en Rusia, y la posterior revolución que dio comienzo a la creación de la Unión Sovietica por parte de los bolcheviques liderados por Lenin, Trotsky y Stalin. Pues bien, tras ver esta grandiosa película, creo que era justo escribir esta noche una entrada acerca de ese acontecimiento histórico del cuál este año se conmemora un siglo: La Revolución Rusa.

Se ha dicho desde siempre que el zar Nicolás se buscó él solito su trágico final. En parte estoy de acuerdo con esta afirmación. Aún así no es de recibo que unos niños inocentes fuesen ejecutados salvajemente por culpa de las responsabilidades (O irresponsabilidades mejor dicho) de su padre mientras éste ejerció el poder absoluto en Rusia durante 22 años. El principal problema del zar Nicolás fue sin lugar a dudas la debilidad de su carácter. Un carácter del que los políticos de entonces, e incluso su propia familia se aprovecharon para ejercer el poder a través de él. También el pensamiento del propio Nicolás en que él había sido elegido por Dios para regir los destinos de la "Santa Rusia" influyó en su forma autoritaria a la hora de gobernar el país más extenso del mundo. Por otra parte, mientras el zar disfrutaba de una vida de lujos y privilegios, sus súbditos vivían en la más extrema de las pobrezas. La clase obrera no tenía derecho a nada y sus condiciones de vida eran deplorables. Con ello fue creciendo en Rusia el descontento hacia un sistema político oligárquico, autoritario e insolidario. Mientras, en el exilio, un ruso llamado Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Vladimir Lenin, creó junto con sus más estrechos colaboradores; Iósif Stalin y León Trotsky, el partido Bolchevique, erigiéndose como uno de los grandes antagonistas al sistema zarista de San Petersburgo. Al mismo tiempo, el zar Nicolás se vio envuelto en una guerra sin salida con Japón de la que finalmente sufrió graves consecuencias cuando Rusia fue derrotada en 1905. Ese mismo año se produjo el conocido "Domingo Sangriento", donde una gran protesta por parte de la clase obrera frente al palacio de invierno de los Romanov acabó en una matanza de cerca de 200 manifestantes por parte de la guardia zarista que disparó a quemarropa contra los trabajadores allí congregados. Esta noticia causó gran impacto, con lo que el zar creó muy a su pesar un parlamento denominado "Duma", en la que el poder legislativo era solamente un poder decorativo pero sin capacidad de decisión. Nicolás, a diferencia de sus primos, el rey Jorge V en Inglaterra, y el káiser Guillermo II en Alemania, no supo o no quiso reconocer que el periodo de las monarquías absolutas habían llegado a su fin, y que el único medio para que la monarquía que él representaba tuviese futuro, pasaba por un traspaso de poder al parlamento, algo que el zar de todas las Rusias nunca llevó a cabo. En este periodo los médicos de la familia real confirman al zar y a su esposa la enfermedad hereditaria que padece su hijo, el zarevich Alexis: Hemofilia. Ante este desolador panorama, la zarina Alejandra decide buscar ayuda en un monje con poderes sobrenaturales de Siberia al que muchos consideraban un santo llamado Grigori Rasputín, el cuál si bien ayudó con sus "curaciones milagrosas" a salvar más de una vez la vida del heredero al trono ruso, también contribuyó a ejercer una influencia decisiva tanto en la esposa alemana del zar, como en el propio Nicolás. Ya en 1914, y tras el asesinato del sobrino-nieto del emperador de Austria, Francisco José I, y heredero al trono austro-húngaro; el archiduque Francisco Fernando, Rusia se moviliza provocando la declaración de guerra por parte de la Alemania del káiser Guillermo. Rusia entra pues en la Primera Guerra Mundial debido a la declaración de guerra del que hasta entonces había sido uno de sus grandes aliados, el káiser alemán y primo del zar Nicolás. En este escenario, el zar decide partir al frente con sus tropas dejando a la zarina Alejandra al mando del gobierno ruso. Con ello, quién verdaderamente se hizo con las riendas de la situación fue Rasputín, el cuál era el que tomaba las decisiones ante los continuos consejos que le pedía Alejandra en una situación que se deterioraba por momentos. Aún así, con Rusia perdiendo la guerra y con el movimiento bolchevique de Lenin ganando cada vez más apoyos tanto dentro como fuera del país, Rasputín es asesinado en diciembre de 1916 en una conspiración en la que participan diversos políticos rusos, aristócratas e incluso miembros de la familia real. Después de esta situación, los acontecimientos se precipitan y estalla el caos en las calles. Tras el estallido de la revolución en febrero de 1917, Nicolás, ante la presión constante tanto del ejército como de la clase política, e incluso de su propia familia, decide abdicar el 15 de marzo de ese mismo año. Una vez que el ya ex zar renuncia al trono tanto en su nombre como en el de su hijo, vuelve a San Petersburgo y cae prisionero del gobierno provisional del que durante varios años fue uno de los principales opositores al gobierno del monarca ruso; el socialdemócrata Alexander Kerensky. Una vez hecho prisionero junto a su familia, el zar establece una relación de amistad con el nuevo líder ruso y ex opositor suyo, intentando éste sacarlos de Rusia ante la inminente llegada de Lenin al país ortodoxo. Hecho que se produce en octubre de 1917 cuando Lenin, en su defensa de pactar la derrota rusa ante Alemania logra la ayuda del káiser Guillermo para viajar desde Alemania a Suiza, y de dicho país a Rusia, estallando con ello la segunda fase de la Revolución. Tras esto, Lenin toma por la fuerza el poder tras la huida de Kerensky, empezando con ello la guerra civil en Rusia. Kerensky, antes de la Revolución de octubre, envió al zar y a su familia a Siberia con la intención de sacarlos de Rusia en un breve periodo. Tras la llegada de los comunistas al poder, los bolcheviques se hacen cargo de la familia real llevándolos a un pueblo llamado Ekaterimburgo, comenzando con ello la pesadilla para los Romanov. En este periodo, la familia real es sometida a todo tipo de humillaciones y vejaciones por parte de los bolcheviques. Finalmente en julio de 1918, el gobierno ruso liderado por Lenin decide, ante el avance de las tropas monárquicas sobre Ekaterimburgo, fusilar a toda la familia imperial, hecho que se produce en la madrugada del 17 de julio cuando los Romanov son llevados ignorantemente al sótano de la casa donde residían como prisioneros para ser acribillados por las balas de sus secuestradores. Con este suceso se puso fin a más de 300 años de autoritarismo y represión de la dinastía Romanov en Rusia y al comienzo de más de 70 años de comunismo totalitario en la que a partir de entonces sería conocida como la Unión Soviética. 

100 años han pasado ya de estos dramáticos e históricos hechos. Unos hechos que sin duda han sido determinantes en el siglo XX y que supusieron la caída de un sistema totalitario por el auge de otro sistema totalitario. Aunque el zar Nicolás II fuese una persona débil de carácter, ello no le exime de su gran responsabilidad a la hora de tratar y vejar al pueblo ruso y a los opositores de su régimen del mismo modo que él y su familia fueron tratados y vejados cuando fueron hechos prisioneros a manos de los bolcheviques en 1918. Es por lo que creo que si hubo en algún momento motivos para ejecutar a alguien, ese fue sin lugar a duda el zar y sólo él. El fusilamiento de los hijos nunca debió producirse (Como tampoco debió producirse jamás ningún fusilamiento aprobado por Nicolás II cuando éste reinaba), pero quizás la hipótesis de los comunistas de que la supervivencia de los hijos de los zares provocase posteriormente la vuelta de la monarquía encabezada por uno de ellos, influyó decisivamente en la repugnante idea de asesinarlos junto con sus padres. Por otro lado tengo que añadir que si el zar hubiese sido más inteligente, no se hubiese dejado manipular por sus primeros ministros y su familia, hubiese convertido a Rusia en una monarquía parlamentaria del mismo modo que Inglaterra y/o Alemania, y no se hubiese entrometido en la Primera Guerra Mundial, manteniendo a su reino neutral durante dicho periodo, probablemente no hubiésemos asistido ante la caída de una de las monarquías más importantes del mundo, y con ello seguramente jamás hubiésemos conocido la llegada del comunismo a Rusia, así como el gobierno de Lenin y de Stalin, ni el muro de Berlín, ni la Guerra Fría contra EEUU que asoló al mundo durante cerca de 50 años y que condujo a la Unión Soviética al liderazgo de medio mundo. Por todo ello conviene recordar todos los errores e irresponsabilidades que cometieron tanto los Romanov por un lado, como posteriormente los comunistas por otro, para tomar nota y no repetir por el bien de todos uno de los acontecimientos más sangrientos y desoladores que se recuerdan, y que marcaron de forma decisiva un antes y un después en la historia de la humanidad. 

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