viernes, 14 de marzo de 2025

Un lustro de una pandemia genocida


En el día de hoy se cumplen cinco años de una de las mayores tragedias, y a la vez uno de los mayores crímenes y estafas que se han conocido en el último siglo en el mundo. Me refiero al estallido de la pandemia del COVID-19, la cual en España comenzó oficialmente el 14 de marzo de 2020, día en el que Pedro Sánchez ordenó la aplicación del Estado de Alarma en todo el territorio nacional. Un Estado de Alarma que llevó consigo el confinamiento domiciliario y la suspensión de cualquier tipo de actividad en nuestro país, lo cual llevó posteriormente al cierre definitivo de miles de empresas en España. Unas medidas que se repitieron en muchos otros países del mundo, donde sus correspondientes gobiernos tomaron decisiones similares, aunque no hasta el extremo que se llegó a aplicar aquí. 

En aquel maldito año 2020, en el mes de enero, ya comenzaron a surgir las primeras noticias entorno a esta pandemia. De hecho en diciembre de 2019 ya se hablaba algo sobre ello, aunque no con la intensidad que se hizo a partir de 2020. Mientras en Reino Unido se produjeron sucesos históricos a finales de enero, como fueron la salida de la islas británicas de la Unión Europea y con ello la efectuación del Brexit, en el resto del mundo ya se hablaba largo y tendido sobre los miles de muertos que en China se estaban produciendo como consecuencia de ese enigmático virus del que nadie conocía su procedencia ni nadie sabía cómo había surgido, y que amenaza con extenderse al resto del mundo de forma inminente e imparable. 

Obviamente esto no era más que una farsa prefabricada por parte de las élites mundiales, las cuales sabían perfectamente y con todo lujo de detalles las características del virus, su procedencia, sus componentes, su proceso y su correspondiente cura. ¿Qué se dijo entonces por parte de los políticos, la Organización Mundial de la Salud, los medios de comunicación y todo el sistema a nivel global? Básicamente que había que prevenirse todo lo posible, mantener las distancias correspondientes con respecto a los demás, así como con cualquier conocido y/o familiar y encerrarnos en casa si teníamos algún síntoma de los que se mencionaba a cada momento en los medios (tos seca, vómitos, cansancio extremo, pérdida de olfato y/o del gusto, fiebre, dolor muscular, etc), y si no los teníamos, también debíamos quedarnos en casa obligatoriamente, por el bien nuestro y el de todos, según alertaban en aquel entonces. 

Entre enero y febrero de 2020, la situación fue completamente un caos, hasta el punto de que no se cerraron los aeropuertos cuando teóricamente debían haberse llevado a cabo las medidas extremas de precaución; y solo lo hicieron, y de forma parcial, cuando el Estado de Alarma se impuso el 14 de marzo de 2020. Un momento, marzo de 2020, donde la pandemia ya se había extendido a todo el mundo y había llegado plenamente a España. Pero volviendo al Estado de Alarma debo añadir que estábamos ante un mecanismo constitucional que estaba lejos de ser lo que realmente la Constitución española establece, ya que practicamente lo que el gobierno de Sánchez aprobó hace ahora un lustro fue un Estado de Excepción de facto, donde toda actividad pública fue prohibida y se suspendieron los derechos civiles más básicos. 

En lo que a mí respecta, hasta tal punto llegó la situación que el 18 de marzo de 2020, uno de los días más fatídicos de mi vida, cuando mi familia y yo salimos del hospital tras producirse la pérdida de un familiar de primer grado, un coche de la Polícía Local nos paró para preguntarnos por qué ibamos juntos y a esa hora por la calle cuando estábamos en pleno Estado de Alarma (fue de hecho el cuarto día, precisamente el día que Felipe VI se dirigió al país). Cuando le explicamos las drámaticas circunstancias que estábamos viviendo en ese momento, los agentes comprendieron nuestra situación pero nos pidieron que el resto del camino (éramos tres e íbamos a pie) lo hiciésemos a una distancia separada unos de otros hasta llegar a casa, instrucciones que seguimos al pie de la letra. 

Hasta ese punto llegó ese denominado "Estado de Alarma", el cual supuso desde aquella misma semana el confinamiento de todo un país y de todo un mundo mientras los gobiernos, como se ha podido saber posteriormente, se saltaban las restricciones que ellos mismos habían impuesto al resto de la sociedad (véase las noticias relacionadas con el caso Koldo y las juergas de miembros del PSOE en pleno confinamiento y/o el caso de Boris Johnson y sus fiestas privadas en Downing Street en mitad de la pandemia). 

Y mientras aquello sucedía, la actualidad y el boom informativo sobre la situación eran una presión psicológica constante, donde las imágenes de los ataudes amontonados en los tanatorios y garajes, la información en vivo y en directo del número de fallecidos cada X tiempo, la presión mediática para no salir bajo ningún concepto a la calle y el pánico colectivo desatado como consecuencia del virus, provocaron un estado de shock y un miedo psicológico, acompañado de ansiedad, depresión, así como otros problemas de salud, que en muchos casos persisten todavía. 

Por no hablar, por supuesto, de las graves y devastadoras consecuencias que padecieron los enfermos del COVID que lograron sobrevivir en aquel instante, donde muchos han quedado afectados por síntomas crónicos de COVID persistente, mientras que otros han visto cómo el virus les ha afectado de por vida a órganos o sentidos de los cuales no se recuperarán jamás. Ese es uno de los legados que ha dejado, después de cinco años, aquel escenario tan devastador y criminal, donde hoy en día los medios, los políticos e incluso el mundo sanitario venden este episodio oscuro y maldito como "una anécdota". Esa "anécdota" acabó costando siete millones de vidas en todo el mundo, y en España cerca de ciento treinta mil muertos.

Todo ello en medio de un descontrol político y sanitario (¿Recuerdan aquellos tik-tok de los enfermeros bailando mientras los muertos se contaban a miles diariamente?) en el que los pacientes morían de forma inhumana en medio de un caos de negligencias sanitarias criminales. Por no hablar también de los ancianos que murieron en residencias públicas y de cuyas muertes se ha hecho electoralismo por parte de todos los partidos, tanto de izquierdas como de derechas. ¿Y mientras qué debíamos hacer los ciudadanos encerrados en nuestras casas? Callar como borregos, salir a la calle con mascarillas de forma obligatoria, pasear por las calles durante el tiempo que el gobierno considerase oportuno y aplaudir incesantemente a las 20:00 como buenos y sumisos lacayos. 

Por otro lado, y esto ya es mera anécdota personal, recuerdo cómo aquellos días en los que tras anunciarse el Estado de Alarma se suspendieron automáticamente también las procesiones de Semana Santa. A los pocos días de esta suspensión y cuando se suponía que estábamos, o debíamos estar en plena Semana Santa, un coche de la Policía Local comenzó a circular por mi barrio a los sones de marchas procesionales a todo volumen mientras los vecinos aplaudían el homenaje que se estaba haciendo hacia las hermandades y cofradías que ese año, y el siguiente también, se quedaron sin salir como consecuencia del panorama. 

El hecho de vernos confinados de forma resignada, y no tan resignada por parte de otros, en nuestros hogares era la señal clara e inequívoca de cómo una élite y unos individuos sin escrúpulos no solo nos habían encerrado en nuestras casas y nos habían despojado de nuestra libertad, sino que demostraba hasta qué punto el ser humano es para esa misma élite un puñado de carne insignificante con quienes se puede jugar sin que éstos hagan el más mínimo gesto de luchar por su vida, por su libertad y por su bienestar. 

Por mi parte puedo decir, y lo digo muy orgulloso, que nunca salí a ninguna ventana ni a ningún balcón a aplaudir nada, ya que no había nada que aplaudir. ¿A qué había que aplaudir? ¿A un escenario genocida que visto desde la perspectiva que da cinco años ha demostrado que estaba más que orquestado a nivel mundial? ¿O a quiénes? ¿A los políticos y/o a los médicos cuya situación se les había ido de las manos desde el primer momento o no supieron gestionar correctamente desde el primer momento y que posteriormente presionaron para que te vacunaras, so pena de ser multado, despedido de tu trabajo e incluso estigmatizado socialmente?

Mientras los muertos se contaban por miles de forma diaria y las calles estaban completamente desiertas, el gobierno llevó a cabo, como he dicho antes, un Estado de Excepción encubierto donde el Congreso se cerró, y con ello la rendición de cuentas por parte del ejecutivo hacia el legislativo, además de aprobarse decretos de muy dudosa constitucionalidad que en otras circunstancias jamás se habrían aprobado. Ese mismo gobierno, el de Sánchez, el cual aseguraba antes, durante y después del confinamiento que "la situación estaba bajo control" y que "no había nada que temer". 

Y el mismo gobierno que designó a su por entonces vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, como mando único para gestionar las residencias de ancianos durante aquel periodo. Una gestión de negligencias criminales y incalculables de la cual la izquierda se lavó las manos posteriormente al pasar dicha responsabilidad a las Comunidades Autónomas, sobre todo a la Comunidad de Madrid, ya dirigida por la no menos culpable, Isabel Díaz Ayuso. ¿Nadie recuerda ya nada de eso?

¿Nadie recuerda ya las declaraciones por parte de Fernando Simón, Salvador Illa y/o el propio presidente del gobierno, Pedro Sánchez llamando a la calma y asegurando tener el control absoluto de la situación? ¿Nadie recuerda aquella famosa frase originada en Moncloa "salimos más fuertes"? Obviamente, cuando hablamos de esto último, estos miserables se referían a sus propios bolsillos. Bolsillos que se llenaban mientras los familiares lloraban desconsoladamente a sus difuntos en aquellos trágicos e impactantes momentos. 

¿Acaso tampoco recuerda ya nadie la masiva manifestación del 8-M, promocionada por Irene Montero, Podemos, Carmen Calvo y toda la cúpula del PSOE cuando todos sabían de la gravedad y del alcance de la situación que se vivía en aquel momento y el peligro que suponía exponer a esa marea humana en dicha convocatoria? Todavía, cinco años después, nadie ha pedido siquiera perdón por aquello, no digamos ya dimitir de sus cargos públicos. 

Manipulación y engaño en vivo y en directo. Todo ello mientras los políticos de todos los partidos hacían caja con la desgracia y se forraban a costa de la compra-venta de las mascarillas con la que se nos obligaba a salir de casa, como actualmente estamos viendo en lo que respecta al caso Koldo y a la corrupción que sacude al PSOE, así como al caso que hace un tiempo afectó al hermano de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid, la popular Isabel Díaz Ayuso. Hasta la fecha, nadie ha asumido ninguna responsabilidad política por aquello, ni las asumirá jamás. 

Que nadie se engañe, todo fue un proyecto preelaborado y un negocio elitista con el objetivo de forrarse y provocar la mayor desgracia, muerte y desolación posible entre toda la población. Y si no, que se lo pregunten a la criminal Ursula von der Leyen, cuyo marido (el cual era director de una empresa colaboradora de la farmaceútica Pfizer) negoció la compra-venta de vacunas contra el COVID por valor de 35.000 millones de euros. Por cierto, antes de que dichas vacunas superasen todos los ensayos clínicos para su comercialización. 

Unas vacunas que cuando salieron a la luz a finales de 2020, la prensa, los gobiernos y los médicos comenzaron a presionar constantemente y psicológicamente a la población para que ésta se vacunase cuanto antes de aquel virus que seguía deambulando por el mundo. Todas las instituciones y todos los personajes de la política, de la cultura, de la medicina, e incluso el agonizante Papa que no termina de morirse, fueron los primeros en promocionar dicho veneno letal. Personajes vomitivos que, obviamente, jamás se inyectaron ni siquiera la primera dosis, por muchas imágenes manipuladas que en aquel entonces saliesen en televisión y en los medios cómplices de este genocidio elitista.

Siguiendo con otra anécdota personal, todavía recuerdo cómo en el año 2021, o principios de 2022, acudí al ambulatorio para un problema ajeno a todo aquello, atendiéndome de urgencias una enfermera, la cual al preguntarme cuántas dosis llevaba puesta hasta esa fecha conteste "ninguna". La sorpresa e indignación de la susodicha fue de tal magnitud que insistió una y otra vez en que debía vacunarme cuanto antes "por el bien mío y el de todos". De hecho fue tal su indignación que incluso cuando me estaba marchando del lugar, la sujeta me buscó para pedirme nuevamente que solicitase cuanto antes la cita para vacunarme. 

Obviamente, yo le seguí la corriente a dicha tipeja y le dije que "por supuesto" solicitaría cuanto antes una cita para vacunarme de inmediato. No estaba por la labor de discutir con nadie y menos con una enfermera de tres al cuarto, la cual estaba decidida a convencerme de algo en lo que seguramente ni ella misma creía. Después de tres o cuatro años, y tras ver las consecuencias de aquello, me gustaría preguntarle a esa miserable si sigue creyendo que valió la pena realizar aquel maldito genocidio disfrazado de "acto de responsabilidad para con uno mismo y los demás". Seguramente, la muy desgraciada, siga creyendo férreamente que sí.

Un veneno que, después de cuatro años (entre finales de 2020 y comienzos de 2021 se iniciaron las vacunaciones) se ha confirmado incluso por determinadas instituciones farmacéuticas y personalidades del mundo de la medicina (las mismas que en aquel entonces incitaban a la vacunación a toda costa), que ha sido el causante de muchas de las muertes repentinas, ictus, cánceres, infartos, etc, de los que han sido y siguen siendo víctimas los ciudadanos. 

Ese es el legado de aquel maldito año y de aquella maldita pandemia, cuyas consecuencias aun seguimos padeciendo, aunque desde el sistema se intente pasar casi por alto aquellos gravísimos acontecimientos. Unos acontecimientos que estaban, insisto, premeditados desde mucho antes por parte de las instituciones políticas, sanitarias y los medios de comunicación, y cuyo objetivo no era otro que el de reducir drásticamente la población (primero a través del virus y después a través de las vacunas, como estamos viendo actualmente) y el de llevar a cabo un proyecto de ingeniería social para saber hasta dónde podía llegar el miedo, el adoctrinamiento y el control con respecto a la población en un contexto como aquél y en otros que pudiesen darse, y que de hecho se darán, posteriormente, aunque desde otra perspectiva. 

En lo que a mí respecta, no niego en absoluto que el virus existiese. Claro que el virus existió, y de hecho sus responsables iniciales jamás pagaron por ello, pero fue sobre todo la gestión sanitaria y las gravísimas negligencias médicas las que provocaron el mayor número de muertes entre los enfermos del COVID en aquel instante y no el propio virus en sí. El virus existió, y de hecho era grave, pero éste fue en parte una excusa para que la población, arrinconada entre la presión social y el pánico personal y colectivo, aceptase someterse a ese tratamiento desconocido cuyos componentes no garantizaban la inmunidad a ese virus ni por supuesto confirmaban su efectividad. 

En definitiva, se cumple un lustro de uno de los episodios más oscuros de la historia reciente de la humanidad a nivel global, el cual provocó la muerte de siete millones de personas y dejó secuelas tanto físicas como psicológicas a tantas otras, además de llevar a la muerte a otras muchas, incluso a día de hoy, como consecuencia de las continuas dosis; y de provocar incluso casos de COVID aun más letales en personas una vez que éstas se habían vacunado. Casos letales que con toda seguridad no habrían sufrido de no haber acudido a ponerse sus respectivas dosis. Pero en definitiva, lo que se vivió fue, según esa misma élite que nos trituró física y psicológicamente durante dos años (2020 y 2021), una mera "anécdota" de la cual ya hemos pasado página en todos los sentidos, según ellos. 

Una "anécdota" de la cual muchos se forraron mientras otros enfermaban y morían, o los hacían enfermar y morir posteriormente. Es cierto que desde 2022 y 2023, la vida comenzó progresivamente a volver a la "normalidad", aunque, tampoco es menos cierto que el mundo y la sociedad nunca han vuelto a ser lo mismo desde entonces, por mucho que algunos aleguen lo contrario. Mi vida, de hecho, cambió drásticamente a partir de aquel año, sin volver a ser la misma desde entonces. Dicho esto, si hubiese un Dios o un karma, ningún castigo sería suficiente para que estos criminales elitistas pagasen en la vida y en la muerte todo el daño que ocasionaron y que aún siguen ocasionando. Pero por desgracia aquí los únicos que salimos perdiendo fuimos, como siempre, los de abajo. Yo, por mi parte, ni olvidaré ni perdonaré todo aquello jamás. 

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