Este fin de semana pasado emitieron en TVE una de esas películas míticas del cine español que suelen emitirse cada dos por tres en televisión. Una película que yo ya he visto en varias ocasiones y que, la verdad, llevaba tiempo sin ver porque la tenía ya muy vista. Pero el otro día aproveché y la vi de nuevo después de varios años; y mi impresión, después de haber visto esta película varias veces desde mi niñez, es bastante contradictoria a la que he tenido cuando la he visto en otras ocasiones. Me refiero a la película protagonizada por el mítico actor español, Paco Martínez Soria, "Abuelo made in Spain".
Una película donde un hombre de un pueblo de Aragón viaja a Madrid para ver a sus hijas, después de que éstas se hayan olvidado de él tras abandonar el pueblo años atrás, y de paso conocer a sus nietos, a los que nunca ha visto. Una vez en Madrid, las hijas (las cuales no se hablan entre ellas y viven en infidelidad matrimonial con sus respectivos maridos) y los nietos no solo lo desprecian, sino que lo ningunean y/o lo utilizan, según les convengan. Obviamente, la película trata todo esto desde un punto de vista humorístico, campechano y familiar, dando como resultado un final hipócrita donde toda la familia vuelve a estar unida y feliz, dejando de lado los desprecios, los malos rollos y las infidelidades en favor de una nueva etapa entre todos.
Este final feliz pero falso obedece sobre todo a la época en la que se rodó: 1969, donde todavía estaba en España el régimen de Franco, el cual consideraba que la familia era una de las instituciones y elementos claves que el ser humano debía conservar, cuida y proteger por encima de todo. Hasta ahí, bien. Se entiende que el final falso pero feliz es como consecuencia del contexto político-social de entonces. La cuestión cambia cuando diez años después se estrena la tercera parte de una de las sagas más míticas del cine español "La gran familia".
En esta tercera parte, titulada "La familia, bien, gracias", el contexto político y social en el que se encuentran el padre y el padrino de la familia, interpretados por dos grandes del cine español como eran Alberto Closas y José Luis López Vázquez, es completamente distinto al que viven en las dos primeras entregas, estrenadas en plena época dorada del franquismo. En dichas entregas, la familia estaba feliz y unida, viviendo de forma modesta pero amorosa el contexto de la época y enfrentándose como una piña a las adversidades que les sobrevenían. En esta tercera entrega, los hijos del personaje de Closas (dieciseis en total) viven ya cada uno por su lado y sin querer mucha cuenta con su padre, y no digamos ya con su padrino, el cual los había criado como un tío a sus sobrinos.
En esta tercera parte, el padre y el padrino, que en ese momento están viviendo juntos, deciden irse a casa de los hijos de Closas, viviendo durante una temporada en la casa de éstos de forma rotatoria. El problema surge cuando tanto Closas como López Vázquez comienzan a tener problemas con los hijos/ahijados, hasta el punto de que se tienen que ir de las casas de éstos de forma continuada hasta acabar en el asilo en el que trabaja una de sus hijas. Finalmente, y al ver cómo todos pasan de ellos, Closas y López Vázquez deciden tirarlo todo por la borda, mandar a los hijos a tomar viento e irse juntos a vivir la vida lejos de éstos. Un final mucho más crudo pero a la vez realista que el de la película de Martínez Soria, estrenada una década antes.
¿Por qué ese cambio? Básicamente porque en 1979 gobernaba ya la UCD de Adolfo Suárez, España se encontraba en plena transición (de hecho ya llevaba un año en vigor la Constitución española) y Franco había muerto cuatro años antes, y con él los principios tradicionales que sustentaban el régimen que él lideraba. La familia ya no era esa institución que estaba por encima de todas las cosas en la vida, sino un elemento más en el que había amor pero también rencillas entre sus componentes, momentos felices pero también trágicos, los cuales provocaban la ruptura y el alejamiento entre los familiares. Eran los tiempos en los que se hablaba, y de hecho se menciona en la película, conceptos como el divorcio, el aborto, la infidelidad conyugal, el feminismo y el empoderamiento femenino, así como el individualismo dentro de la familia. Conceptos todos ellos censurados de lleno durante la época de Franco y que durante la transición y esa llamada "nueva España" comenzaban a tener cabida de forma progresista.
Hoy en día, cuarenta y seis años después de esa película (la familia, bien, gracias) y cincuenta y seis de la protagonizada por Martínez Soria (Abuelo made in Spain), vivimos un escenario tanto a nivel nacional como a nivel global donde la familia ha muerto desde el punto de vista tradicional que todos conocemos. Si en 1969 o 1979 se mandaba callar al abuelo (en determinados ambientes familiares de carácter pijo y/o liberal, ya que en el resto se respetaba a los mayores y su autoridad familiar), actualmente los nietos se cagan practicamente en los muertos de sus abuelos, mientras que los hijos salen en defensa de sus vástagos y recriminan e insultan igualmente a sus propios padres por algo en lo que realmente ellos pueden ser quienes lleven la razón, aunque sus hijos y nietos rechacen de plano escucharles.
Eso, en las familias en las que hay cierta convivencia (si es que a eso se le puede denominar convivencia) y contacto; en aquellas en las que no lo hay es básicamente porque han sido víctimas de esos conceptos que se empezaron a promocionar hace casi cincuenta años y que ya he mencionado antes (divorcio, aborto, infidelidad, feminismo, LGTBI, individualismo, el abandono de la vida rural por la urbana en las familias, la tecnología, el contexto laboral, el secularismo, etc). En definitiva, conceptos asociados en gran parte a esa ideología denominada "progresismo", la cual ha destruido por completo uno de los pilares fundamentales en la existencia de un ser humano y que actualmente ha pasado ya, por desgracia, a mejor vida: la familia.
En lo que respecta al divorcio, es un hecho que éste es un fenómeno que ha ido a más desde que aquí en España se aprobase en 1981 la Ley del Divorcio. No seré yo quien esté en contra del divorcio en su totalidad, ya que, como se suele decir, "cada casa es un mundo", y existen obviamente motivos más que sobrados para que el divorcio sea una salida en muchas familias. El problema está en que el divorcio no supone realmente una solución al problema que supone la desestructuración de un hogar, sino un parche temporal en el que posteriormente vendrán, y no en todos los casos, la lucha por la custodia de los hijos, el enfriamiento en las relaciones entre los parientes del marido y la mujer, el inicio de los pleitos en favor de la manutención, etc.
¿Y quién acaba sufriendo principalmente este escenario caótico? los hijos, los cuales se ven inmiscuidos de forma inconsciente en medio de un escenario bélico y judicial entre sus padres, así como al fin de su hogar y su hasta entonces modo de vida en pos de un futuro donde las rencillas y la inestabilidad serán las protagonistas en sus vidas, afectándoles de lleno para el resto de su existencia, de una forma u otra.
Esto en lo que se refiere a los escenarios en donde el divorcio es, digamos, la única salida razonable. En el otro extremo tenemos a matrimonios en los que, después de uno o dos años, los conyugues deciden divorciarse después de haber traído descendencia al mundo. Y lo más surrealista del contexto es que el divorcio se produce por cuestiones secundarias o mínimas que podrían solucionarse perfectamente con una conversación sosegada y un posterior entendimiento, un cambio en los hábitos de vida, e incluso un simple viaje en familia durante un par de días para despejarse y olvidar por completo el motivo que los llevó a ese enfrentamiento.
¿La alternativa a todo ello? Divorciarse y cada uno por su camino. Esto es lo más común en la sociedad actual, donde el origen de todo se remonta a un contexto en el que dos ingenuos o irresponsables se atraen mútuamente y tras un noviazgo, breve o largo, deciden contraer matrimonio, formar un hogar y una familia. Todo ello sin ser plenamente conscientes de si es eso verdaderamente lo que quieren y si realmente han pensado si es esa otra persona con la que quieren compartir el resto de su vida, aceptándola tal y como es.
En lugar de eso se embarcan en la aventura matrimonial y en la posterior paternidad, comenzando posteriormente los desencuentros y finalmente, y sin siquiera considerarlo, acordar el divorcio y romper esa misma familia que ellos han creado. Obviamente el escenario no tendría mayor importancia si se tratasen de dos sujetos que se casan y se divorcian a las veinticuatro horas, lo cual los dejaría simplemente en una situación de anormalidad profunda. La importancia viene cuando hay pequeñas criaturas de por medio que son las que verdaderamente pagarán el resto de sus vidas la responsabilidad criminal de unos progenitores que no fueron lo suficientemente maduros para no asumir de forma adulta la responsabilidad y el contexto que ellos mismos habían originado tiempo atrás.
Luego tenemos otros factores que sin duda han sido determinantes en esta caída de la institución familiar, como ha sido el del aborto. Y cuando hablamos del aborto no lo hago desde el punto de vista de aquella mujer que decide abortar por problemas de salud, ya sea por parte de ella o del hijo, o por una violación y un posterior embarazo no deseado ni buscado, sino del denominado "aborto libre", donde la población femenina se ve con el derecho suficiente como para decidir por sí misma sobre la idoneidad o no de darle a su propio hijo la oportunidad de nacer.
Al igual que me ocurre con el divorcio, no soy un opositor íntegro del aborto, ya que defiendo el aborto en supuestos y exista siempre un riesgo o un motivo sobradamente justificado como para que la embarazada decida tomar esta difícil y cruda decisión. Pero una cosa son los supuestos y otra los plazos y el derecho libre por parte de la población femenina en decidir si acabar con la vida del nasciturus como si de una simple cucaracha se tratase. Este factor es sin duda uno de los que más fracturas ha provocado en las parejas y en las familias, llevando consigo la ruina a muchas de ellas. Ruina incluso para las propias sujetas en muchas ocasiones, las cuales algunas se han mostrado arrepentidas posteriormente de esta decisión, mientras que otras, por el contrario, se muestran orgullosas de ello y animan a las demás a actuar igualmente.
Otra de las claves la encontramos en un factor relacionado con el que acabo de mencionar: el feminismo y el empoderamiento femenino. Un fenómeno que ha provocado en primer lugar la desatención absoluta por parte de la mujer con respecto a sus hijos en favor de una supuesta independencia económica y empoderamiento personal, además del incio de una crisis tanto en las parejas como en las propias familias (los abuelos, los tíos, etc) en el que cualquier otro miembro de la misma acaba haciéndose cargo de los niños con el fin de que la susodicha pueda satisfacer su ambición personal y ver colmada su independencia. Eso sí, una independencia de la cual la mujer depende de la voluntad de sus padres, de sus abuelos y/o de sus hermanos para seguir cuidando de sus hijos.
Y si por H o por B los familiares rechazan seguir haciéndose cargo de los niños, siempre le quedará a la individua la opción de llevarlos a una guardería hasta que salga del trabajo y se haya tomado posteriormente sus correspondientes copas con sus compañeros de trabajo. Y si al marido, en caso de que lo tenga, considera que esta situación está acabando con la unidad familiar (muchos hombres están por el contrario igual de encantados que las mujeres con esta situación), ella siempre podrá optar por la alternativa anteriormente citada: divorcio express y posterior pleito para obtener la manutención y la custodia de los niños, aunque luego pase de ellos mientras otros siguen cuidando de sus hijos y ella comienza una nueva vida de soltera.
Esta y no otra es la consecuencia directa del feminismo en este contexto social: la de un panorama donde la mujer olvida su papel como progenitora y esposa para dedicarse en exclusiva a una vida de la cual cree ser dueña sin pararse a reflexionar que es esclava de un sistema que le ha hecho creer que esa, y no otra, es la vida que debe seguir. No es por ello casual que un destacado sionista dijese hace años que el feminismo era un plan perfecto, ya que con la excusa del empoderamiento de la mujer, ésta sería esclava de su trabajo y dejaría a sus hijos en las instituciones educativas, con el fin de que el adoctrinamiento a los niños comenzase practicamente desde su nacimiento.
Otro de los puntos claves ha sido la promoción de los colectivos LGTBI, así como de sus derechos a que las personas ajenas a cualquier orientación sexual que no sea la heterosexual tengan la posibilidad de adoptar y formar una familia (este año de hecho se cumplen veinte años de la legalización de estos "derechos" por parte del gobierno del PSOE), descomponiendo de esta forma el eje central de la familia tradicional y fomentando este tipo de "familias modernas", en el cual se priva a los hijos de tener de progenitores a un hombre y a una mujer.
Un caso curioso, y más si tenemos en cuenta en el contexto social en el que vivimos, donde todo el mundo tiene un amplio abanico de derechos y escasa lista de obligaciones. Siguiendo esa estela, nos encontraríamos en una incongruencia bastante curiosa, ya que a pesar de tener sus derechos, se está privando a los niños de tener progenitores heterosexuales. ¿Pero eso obviamente qué más da? Vivimos en una sociedad moderna, tolerante e inclusiva que respeta, comprende y acepta todo tipo de escenarios, incluido este.
Si al niño se le deniega ese derecho no pasa nada, ya que es menor de edad y por ello no tiene la madurez suficiente como para decidir a lo que tiene derecho y a lo que no. Ya, conforme vaya haciéndose adulto y adquiera conocimientos (adoctrinados, obviamente) comprenderá que lejos de ser un niño al que se le ha denegado uno de sus derechos fundamentales, es un privilegiado por ser hijo de un matrimonio no heterosexual. Y no solo él, también lo deberá comprender todos los niños adoctrinados en el actual sistema educativo que propugna los valores progresistas actuales, verdaderos artífices de la agonía y muerte de la familia.
Hay por supuesto otras cuestiones que han influido, como el cambio que supuso en su momento para las familias el hecho de cambiar de un modo de vida rural (más tradicional) al urbano (más progresista). Ese suceso fue determinante aquí en España en la década de 1940, 1950, 1960 o 1970 (precisamente durante el gobierno de Franco) para que los valores tradicionales fuesen perdiendo fuelle en favor de valores más progresistas. La tecnología también ha ocupado un peso importante en todo esto, ya que si antes había más comunicación directa entre padres e hijos, las redes sociales y las nuevas tecnologías han hecho que este factor distancie y enfríe aun más la relación de los niños y chavales con sus progenitores.
Y otra cuestión, no menos importante, ha sido el abandono de la población en lo que respecta a las creencias religiosas cristianas, las cuales hacían también hincapié en la salvaguardia de la familia, por el secularismo o directamente por el ateismo. Como persona agnóstica o escéptica que soy actualmente, este suceso es, cuando menos, curioso, ya que no creo que haga falta que la religión te recuerde la importancia que supone la salvaguardia de la familia.
Hablamos de algo que debería de estar en los valores humanos y no en los valores religiosos; pero como siempre ocurre en la historia, el mundo necesita de la religión y de unas creencias superiores al ser humano para darle sentido a sus vidas y a sus principios. Cuando el ser humano abandona sus creencias, abandona también esos valores, los cuales no quiere decir que sean erroneos, sino todo lo contrario. Puedes estar en desacuerdo con unas creencias religiosas pero no con los valores que ella promueve. Desgraciadamente, esto no se da en el mundo.
En definitiva, el mundo y el ser humano vive en un periodo donde todos los ejes centrales en los que se sustenta la civilización, incluida la familia, han caído bajo el yugo de las ideologías sectarias y totalitarias progresistas, cuyo fin, entre otros muchos, ha sido el de destruir nuestras raíces y nuestro hogar, así como el de fragmentar las relaciones con nuestros seres más queridos. Hay que darles la enhorabuena porque, sinceramente, lo han conseguido y de una forma record.
Si en 1925 alguien dijese que cien años después el modelo de familia y nuestras bases como sociedad estarían completamente destruidas, la gente pensaría que esa persona estaría completamente loca. Por desgracia no ha sido así. Si en 1925 todavía había una sociedad tradicional y coherente con su estructura familiar y sus valores, cincuenta años después (1975) esa sociedad comenzaría ya a descomponerse. Y a día de hoy, cuando han pasado otros cincuenta años más (2025), la defunción oficial de la familia, así como de nuestros valores, respeto, educación y modo de vida han llegado definitivamente a su fin. Este es el triste y desolador panorama que vivimos en esta sociedad decadente y corrompida, la cual promete que irá a peor de lo que ya está. Y es que, cuando uno ve películas como las ya mencionadas anteriormente, comprende perfectamente que lo que estamos viviendo ahora es el resultado de esos primeros síntomas que aparecen reflejados ahí. En definitiva, de aquellos polvos, estos lodos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.