Hace algo más de veinticuatro horas, Donald Trump ha tomado posesión por segunda vez no consecutiva como presidente de Estados Unidos, concluyendo así la transición de poderes iniciada tras la victoria del líder republicano hace dos meses. Una toma de posesión algo desangelada al haberse celebrado por primera vez en cuarenta años dentro del Capitolio debido a las bajas temperaturas, pero que aun así no ha evitado el regreso triunfal de Trump al poder, lo cual agranda aún más su leyenda y lo sitúa a la altura del ex presidente estadounidense, Grover Cleveland, el cual volvió a la Casa Blanca en 1893 tras haber perdido el poder en 1889 frente a su contrincante, Benjamin Harrison.
miércoles, 22 de enero de 2025
Comienza la segunda era de Trump
Hace algo más de veinticuatro horas, Donald Trump ha tomado posesión por segunda vez no consecutiva como presidente de Estados Unidos, concluyendo así la transición de poderes iniciada tras la victoria del líder republicano hace dos meses. Una toma de posesión algo desangelada al haberse celebrado por primera vez en cuarenta años dentro del Capitolio debido a las bajas temperaturas, pero que aun así no ha evitado el regreso triunfal de Trump al poder, lo cual agranda aún más su leyenda y lo sitúa a la altura del ex presidente estadounidense, Grover Cleveland, el cual volvió a la Casa Blanca en 1893 tras haber perdido el poder en 1889 frente a su contrincante, Benjamin Harrison.
sábado, 11 de enero de 2025
Sánchez sigue con sus muertos
Este año se cumplen, como todos sabemos ya, cincuenta años de la muerte de Francisco Franco. Medio siglo del fallecimiento de una persona que está día sí y día también de actualidad en nuestro país, y todo hace indicar que lo estará de forma multiplicada a lo largo de este 2025. Y es que, como ya sabemos todos, el gobierno va a celebrar durante todo este año el fallecimiento de Franco a través de un centenar de actos donde se conmemorará la muerte de alguien que, por mucho que les joda a algunos, murió de viejo en la cama de un hospital público y no fusilado en un paredón tras haber sido destituido del poder por una revolución, como a muchos les hubiesen gustado.
sábado, 4 de enero de 2025
La Biblia: enigmas e incongruencias
En estos primeros días del año en los que ya está casi acabando la Navidad y donde estamos a punto de celebrar la festividad de la Epifanía de Cristo, creo que es un buen momento para comentar algunos puntos acerca de la Biblia y de la religión cristiana. Puntos en lo que yo, como persona que actualmente está al margen de cualquier religión, cuestiono más a fondo que cuando era, hasta hace poco tiempo, un ferviente creyente cristiano.
Son varios puntos los que quiero tratar. Y a pesar de que
son muchísimos mas los que incluiría en esta entrada, obviamente no puedo hacer
mención de todos ellos, ya que estaríamos ante la entrada más extensa de la
historia. Por ello me voy a centrar en tres o cuatro cuestiones principales. La
primera de ellas es la figura de quien en la Biblia se denomina como Lucifer,
Satanás, el Anticristo y/o el demonio. Figuras todas ellas en las que incluso hay un profundo debate sobre
si son realmente el mismo ente o son personajes diferentes.
En Isaías 14:12-15 se hace mención al levantamiento que
Lucifer realizó contra Dios en el cielo, fracasando en su intento de hacerse
con el denominado “Trono celestial” y siendo exiliado por Dios a la tierra.
Estamos hablando, según nos indica Isaías, de un levantamiento que se produce
por parte de los denominados “Ángeles caídos” contra Dios y sus Ángeles leales,
los cuales combaten contra los rebeldes, desterrándoles posteriormente a la
tierra junto a Lucifer. Este suceso no se comenta en ningún momento cuando
sucedió exactamente, si es que realmente sucedió, ya que los textos religiosos
no pueden darse por ciertos sin más.
Posteriormente, ya en el Nuevo Testamento, el Evangelio de
Mateo, concretamente en Mateo 4:1-11, el Apóstol nos explica de forma detallada las tentaciones a las que Cristo es
sometido por Satanás durante su estancia en el desierto bajo ayuno. Los
Evangelios nos hablan de las tres tentaciones que Satanás le hace a Jesucristo.
La primera es aquella en la que el demonio le sugiere a Jesús que convierta las
piedras en pan; la segunda es aquella en la que Lucifer lleva a Cristo a la
Ciudad Santa y le pide que “se eche abajo”, ya que, si es el Hijo de Dios, los
Ángeles lo sostendrán para que no caiga; y ya la tercera y ultima es aquella en
la que el demonio le muestra a Cristo todos los reinos del mundo y se los
ofrece con la condición de que a cambio se postre ante él y le adore.
Jesús, como todos sabemos, resistió las tentaciones y
Satanás fracasó en su intento de tentarlo. Pero la cuestión aquí es: ¿Bajo qué
autoridad ofrece Satanás a Jesús, el hijo de Dios, los reinos terrenales? Se
supone que, según el Génesis, Dios crea el mundo, por lo que los reinos de ese
mismo mundo deberían ser realmente propiedad de Dios y/o estar bajo su poder y
no del demonio. Todo ello me lleva a volver a lo dicho por Isaías y al
destierro que Dios le da a Satanás cuando lo expulsa del cielo a la tierra.
¿Quiere esto decir que Dios, al desterrar a Lucifer a este mundo, le dio
autoridad para que gobernase la tierra y se convirtiese en la entidad divina
que regiría los destinos de nuestro mundo?
Mucho cuidado con esto porque estaríamos hablando de que, de ser así, nuestro mundo y por ello nuestro destino en esta vida terrenal, estarían bajo los designios del diablo y no de Dios mismo, con la consiguiente autorización del último sobre el primero. La prueba más palpable es que fue el diablo quien le otorgó, ni más ni menos que a Cristo, el poder terrenal en la tierra si lo adoraba. ¿Para qué ofrecerle a Dios (Si tenemos en cuenta que Jesús es Dios Hijo) algo que por lógica le corresponde a Él, ya que el mundo y todos sus reinos forman parte de su creación?
Por no hablar de la incongruencia que supone que el Espíritu Santo llevase a Cristo hasta el desierto con el objetivo de ser tentado por Satanás. ¿Acaso estaba todo pactado? E incluso voy más allá: Si Cristo era realmente el Hijo de Dios, ¿Por qué iba a poner a prueba Dios a su propio hijo? No tiene ningún sentido, y más si tenemos en cuenta que el propio Jesucristo confirma que "Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí".
Todo ello me lleva a pensar que, siguiendo esta teoría, Lucifer sería la verdadera entidad divina del mundo, lo cual es alarmante y terrorífico, pero igualmente “lógico”, si es que se puede utilizar este término, ya que realmente el mundo es un lugar donde es obvio y palpable que el mal predomina por todos sus rincones y donde el ser humano campa a sus anchas realizando el mal por donde quiera que va. Por no hablar de los individuos en posiciones de alta responsabilidad y poder que son, según las teorías de la conspiración y rumores que a lo largo del tiempo han ido circulando, servidores de Satanás, realizando misas negras, sacrificios y rituales en su honor, además de seguir sus oscuras doctrinas.
Siendo
así, el mundo sería el territorio del diablo y nosotros sus peones dentro de su
tablero. Una teoría que los propios Evangelios corroboran, entre otros pasajes, en Juan 12:31, donde se describe a Satanás como "el príncipe de este mundo", lo cual confirma que el mundo y el ser humano forman parte de su juego. Un juego, el del demonio, el cual permitiría abiertamente Dios, que es
quien le dio autoridad para ello, según Isaías; por lo que esto nos abre
también un debate sobre la verdadera benevolencia de Dios, sus planes para con
nosotros, así como su verdadera relación con su adversario.
Y, por último, una pregunta que dejo abierta acerca de lo que Mateo describe en su Evangelio. Si Jesús estaba en el desierto en ayuno, ¿Cómo lo conduce el diablo hasta la Ciudad Santa (Jerusalén)? ¿Acaso había alguna forma de trasladarse momentáneamente desde el desierto hasta la capital de Judea en el siglo I de nuestra era? ¿No estaríamos hablando, mejor dicho, de seres provenientes de planetas ajenos al nuestro y/o de dimensiones paralelas a la nuestra?
Siendo así, la única forma, desde un punto de vista actual y
lógico, en la que Cristo pudo ver tanto la Ciudad Santa como el resto de las
naciones del mundo sería a través de lo que hoy en día denominamos un Objeto
Volador No identificado (OVNI), lo cual nos llevaría a plantearnos cual es
verdaderamente la naturaleza de Dios, Jesús, Lucifer y todas las entidades
ajenas a la humanidad. Un tema, el de los OVNIS y la religión, al cual ya le
dediqué dos entradas hace siete u ocho años.
Dicho esto, quiero volver una ultima vez a indagar en la figura de Lucifer. ¿Por qué los denominados lideres mundiales e instituciones globales estarían detrás del culto a su figura? En mi opinión todo obedece a lo que en el Génesis conocemos como el “Pecado Original”. En la creación del mundo, Dios crea supuestamente al hombre y a la mujer, pero no nos otorga el conocimiento, o la denominada gnosis.
De esta forma, el hombre y la mujer vagan por el Jardín del Edén sin ser conscientes plenamente de la realidad que les rodea. Todo ello cambia cuando la serpiente, o Satanás, según las creencias religiosas, hace caer a Adán y a Eva en la tentación de comer el fruto prohibido, lo cual hace que el hombre caiga en la mortalidad y el pecado, pero en cambio recibe el conocimiento denegado principalmente por Dios.
Por cierto, un pasaje, el del Pecado Original, en el que Dios maldice posteriormente a la serpiente por este suceso y la condena a arrastrarse desde entonces "sobre su vientre, comiendo el polvo de la tierra". Siendo así, ¿De qué otra forma se arrastraba la serpiente por el mundo antes del evento del fruto prohibido? Una pregunta que puede que tenga su respuesta en el hecho de que quizás no fuese una serpiente lo que realmente había en el Edén, sino quizás una entidad reptiliana-humanoide que en el Génesis es descrita simplemente como "la serpiente".
Pero volviendo al personaje de Lucifer, aquí es donde algunos creen, y yo creo que es la teoría más
correcta, del porqué los lideres mundiales e incluso las personalidades mas
famosas del mundo de la cultura, la realeza e incluso la propia religión, son
fieles seguidoras del demonio: Al ser el diablo, y no Dios, quien otorga al
hombre la gnosis, los lideres mundiales y los individuos que han accedido a
documentos y manuscritos antiguos a los que el resto de la humanidad no tenemos
acceso, creen que solo a través del culto a Lucifer se puede llegar al éxito
económico, al poder y a la fama, además de acceder al conocimiento profundo de
nuestra existencia. Una teoría espeluznante y escalofriante, pero que visto el
panorama que nos rodea no es para nada descabellado.
Dicho esto, me centro ahora en la segunda cuestión a la que quería hacer referencia. Si nos atenemos a los textos sagrados del Antiguo Testamento, encontramos por todas partes menciones acerca de la religión monoteísta del judaísmo, la cual cree en un Dios único, verdadero e indivisible. Esta referencia a Dios es, insisto, una constante en el Antiguo Testamento o, mejor dicho, en los textos bíblicos concernientes a la religión judía. Pero si luego nos vamos al Nuevo Testamento, encontramos pasajes evangélicos donde se demuestra que el Dios de Jesús es una entidad divina basada en una religión politeísta. El ejemplo más claro lo encontramos, en mi opinión, en el pasaje de la agonía de Cristo en el Huerto de Getsemaní, donde Jesús le ruega a su Padre “Aparte de Mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Esta frase desbanca, en mi opinión, el mito que desde hace dos mil años llevan intentando inculcar desde las religiones cristianas a sus seguidores. Y es que, si Dios Padre y Dios Hijo son el mismo Dios, ¿Cómo se explica que Cristo suplique a su Padre que le evite el martirio que le espera en la tierra? Se supone que las dos entidades deben de tener la misma opinión en esta y en todas las cuestiones habidas y por haber, ya que hablamos de la misma entidad divina y de la misma persona.
Obviamente no es así, ya que acto
seguido Cristo comprende y acepta su destino, alegando a Dios Padre que debe
cumplirse su voluntad, y no la de Él. De esta forma se confirma que el misterio
de la Santísima Trinidad es un, digámoslo así, cuento creado por el cristianismo,
con el objetivo de hacer creer a sus creyentes en todo el mundo que el Dios del
Nuevo Testamento es el mismo que el del Antiguo Testamento, intentando mantener
de esta forma un nexo de unión entre la religión judaica y la cristiana.
Dicho esto, queda confirmado, al menos para mí, que el Dios
de Jesús (Es decir, Dios Padre) es un Dios que ejerce el máximo poder divino,
pero que comparte dicha divinidad junto con otras dos entidades: Dios Hijo y
Dios Espíritu Santo, lo cual demuestra que estamos ante tres dioses
completamente independientes y no de tres personas encarnadas en un mismo Dios.
Siguiendo esta lógica, la teoría de la Santísima Trinidad perdería toda su
veracidad (Si es que alguna vez la tuvo) y confirmaría con ello el politeísmo
del cristianismo. Una religión que, dentro ya del catolicismo, es abiertamente
una religión politeísta, ya que la adoración disfrazada de veneración hacia la
Virgen María, San José, Santa Ana, los apóstoles y todos los Santos reconocidos
hasta la fecha por la Iglesia Católica, corroboran la teoría de que estamos
ante una religión politeísta de facto, aunque oficialmente siga siendo
monoteísta.
Ahora me centraré en la tercera cuestión a la que quería ceñirme, que no es otra que la esencia misma del cristianismo y la extensión del mensaje de Cristo al pueblo judío y al resto del mundo: los denominados gentiles, que en este caso seriamos nosotros. Según Mateo 15:21-28, Jesús se cruzó con una cananea, cuya hija estaba poseída por un demonio. La cananea suplicó a Cristo que curase a su hija, a lo que Jesús no hizo caso. Ante la insistencia de la cananea, los discípulos le pidieron a Jesucristo que la despidiese, ya que estaba causando alboroto.
Es entonces cuando Cristo dice una
de las frases que en mi opinión refleja perfectamente el mensaje verdadero de
Jesucristo: “No fui enviado sino a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”.
Esta frase es sencillamente determinante, ya que confirma que la llegada de
Jesucristo a la tierra, así como el mensaje que Él predicó durante sus tres
años de ministerio, iba destinado únicamente al pueblo de Israel y no al resto
de la humanidad.
Y es que no hay que olvidar que Jesucristo fue enviado por
Dios para redimir a Israel de sus pecados, según consta en los Evangelios y en
las profecías anteriores a la venida de Cristo. Otra cosa bien diferente es que
conforme el Nuevo Testamento avanza, los textos sagrados hablen ya de una
redención que alcanza a todo el mundo, es decir, a nosotros, los gentiles, y no
solo al pueblo judío. ¿Cómo pasa pues el cristianismo de la exclusión a la
inclusión? Muy sencillo, con la aparición de un sujeto que en sus inicios era
un judío que perseguía a los cristianos primitivos y que, de la noche a la
mañana, se convirtió en el mayor apóstol de Cristo, dejando a un lado a los
apóstoles auténticos. Me refiero, obviamente, a Pablo de Tarso o, mejor dicho y
para entendernos todos, San Pablo.
La figura de San Pablo es sin lugar a dudas una de las más controvertidas
del Nuevo Testamento, ya que hablamos de un tipo que, como ya he mencionado
anteriormente, era originalmente un fariseo que, en los primeros años del cristianismo,
inmediatamente posteriores a la muerte de Cristo, se dedico a perseguir,
encarcelar e incluso ejecutar a los primeros seguidores de Jesús, incluido el
propio Esteban, cuya lapidación fue aprobada por Pablo, según consta en los
Hechos de los Apóstoles.
¿Qué ocurre entonces? Que es entonces cuando Pablo, en un
viaje de camino a Damasco con el objetivo de perseguir a más cristianos, recibe
una visión, según él, de Cristo resucitado, lo cual le hace abandonar de
inmediato toda persecución religiosa y le lleva a predicar el Evangelio de
Jesucristo con la misma autoridad con la que predicaban los apóstoles
originales de Jesús. Esto último lo hacía, según el, porque alegaba que su
visión le había dado la autoridad suficiente por parte de Cristo para predicar
de forma autónoma e independiente al resto de los apóstoles.
Claro, esto es lo que dicen oficialmente los textos
sagrados. Pero en mi opinión, la figura de Pablo de Tarso se puede definir
simplemente como la de un oportunista, el cual vio en un momento determinado
que el cristianismo era una secta religiosa que estaba adquiriendo cada vez más
seguidores. Digamos que Pablo tuvo una visión, sí. La visión de ver un negocio
dentro del cristianismo primitivo que él mismo había perseguido previamente. Un
negocio donde él sería figura principal al comenzar a modificar el mensaje de
Cristo, exclusivamente destinado a los judíos, para hacerlo también extensivo
hacia los gentiles. Y esa fue precisamente su tarea dentro de su nuevo papel de
ferviente creyente: la de viajar a los países ajenos al judaísmo para predicar
la palabra de Cristo.
De esta forma, Pablo modifica el mensaje inicial de Jesús y lo sobrescribe a su gusto, creando con ello el cristianismo tal y como lo conocemos actualmente: una religión extendida hacia todo el mundo, pero cuyo Dios (En este caso Jesús) había asegurado estando en la tierra que su mensaje era solo para “las ovejas perdidas de Israel”. Todo esto me lleva a preguntarme una cuestión trascendental: Si el mensaje de Cristo es solo un mensaje exclusivo al pueblo judío, ¿Por qué el resto de la humanidad sigue adorando a un Dios cuyo mensaje de salvación nos es ajeno?
Si el Plan Divino es solo para "las ovejas de Israel", ¿Qué sentido tiene que el resto, los gentiles, sigamos adorando a un Dios que, literalmente, pasa de nosotros? Y es que, no deja de ser irónico que, siendo el mensaje de Jesús
exclusivo hacia el pueblo judío, donde realmente su mensaje ha encontrado
cobijo en estos dos mil años ha sido precisamente fuera del pueblo elegido. Y
todo gracias al trabajo orquestado por un sujeto al cual Jesús jamás conoció en su vida, llamado Pablo de Tarso.
¿Por qué llevó a cabo Pablo esta manipulación? No tengo ni la menor idea, pero por supuesto no cabe duda de que su mensaje, aunque manipulado, caló hondo dentro de la población no judía, aunque esto le llevase a tener desencuentros con los apóstoles, como se relata nuevamente en los Hechos de los Apóstoles y en Gálatas. Ante esto ultimo cabe preguntarse: Si Pablo era un sujeto que iba por libre y discernía del mensaje autentico de Cristo, ¿Por qué los apóstoles originales no le apartaron de la misión evangelizadora?
Quizás porque en el fondo los intereses eran los mismos, con
independencia de que se captase creyentes gentiles o judíos. El objetivo último
podía ser en última instancia la extensión del cristianismo, y probablemente en
ese objetivo valía todo, incluso modificar el mensaje y captar seguidores donde
no debía hacerse. No olvidemos que el cristianismo no dejaba de ser una secta
en sus inicios, y como cualquier secta, buscaba seguidores, cuantos más, mejor.
Dicho esto, me pregunto: Si Jesucristo realmente existió y el Apocalipsis de San Juan es cierto ¿Qué pasaría si Cristo mañana volviese a la tierra y dijese a toda la población no judía “Lo siento, pero mi mensaje era únicamente para mis ovejas de Israel, no para ustedes”? De producirse tal acontecimiento estaríamos ante un suceso de unas consecuencias tan graves que toda población no judía entraría en una crisis existencial, moral y de fe de unas dimensiones incalculables. Tan incalculables que podría ser factible perfectamente que muchas de esas personas, las cuales han podido tener una vida difícil pero la fe les ha mantenido en pie, no viesen ya sentido a su existencia y decidiesen dejar este mundo.
Por no hablar de las consecuencias
políticas, sociales, culturales, etc que este hecho hipotético tendría para el
mundo. Llegados a este punto no seria de extrañar que el resto de la población
buscase refugio en otras religiones, e incluso reviviese las antiguas deidades
paganas de origen grecorromano. Hay que decir también que, desde el punto de
vista geográfico, cultural e histórico, realmente esas deidades paganas serian
las que realmente nos correspondería a los países como España, Italia, Grecia,
etc.
Pero volviendo a lo anterior, no cabe duda de que el escenario anteriormente descrito supondría la destrucción de la civilización occidental tal y como la conocemos desde hace dos mil años. Un escenario verdaderamente apocalíptico que probablemente los lideres religiosos mundiales son conscientes de ello, pero prefieren, por X motivos, mantenerlo en silencio y dejar las cosas como están y a la población inmersa en una fe que realmente no les corresponde. Un escenario duro, crudo y realmente difícil pero que es perfectamente verosímil.
Bien es cierto, y todo hay que decirlo, que Cristo también menciona en algunos pasajes del Evangelio que sus Apóstoles llevasen su mensaje a todas las naciones del mundo, pero también es perfectamente factible que esas declaraciones fuesen incluidas y/o falsificadas por los posteriores lideres cristianos cuando realmente Cristo pudo ni siquiera pronunciarlas jamás. De hecho es la teoría más plausible, si tenemos en cuenta que los Evangelios se escribieron años e incluso décadas después de la existencia de Cristo.
Y ya, para concluir, entro en la cuarta y última cuestión de esta entrada. Si el mensaje de redención y salvación de Cristo tiene su exclusividad en el pueblo judío y no en el resto del mundo. ¿Qué papel jugamos para Dios aquellos que no somos judíos en su Plan Divino? ¿Por qué nos creo supuestamente si el Plan Divino es algo que no nos afecta a los demás? ¿No hubiera sido mejor, en este caso, crear un mundo únicamente de raza judía donde Dios tuviese no solo un pueblo concreto sino una humanidad a su gusto, sin despreciar a las otras razas que pueblan la tierra y que supuestamente Él mismo creo también? Por no mencionar una cuestión fundamental en este asunto ¿Qué representamos y suponemos realmente para Dios los denominados gentiles?
Y, por último: ¿Qué clase de Dios es aquel que, teóricamente, desprecia al 99,8% de la población mundial en favor del restante 0,2%? ¿Acaso no somos todos hijos de Dios? ¿Por qué ese 0,2% serian únicamente los receptores de ese plan de salvación y no el 100% de la humanidad? ¿Qué Dios permite eso? ¿No deberíamos ser todos iguales ante Él? Preguntas todas ellas que no tienen una respuesta lógica ni comprensible, pero que desde el punto de vista humano están cargadas de incertidumbre, desamparo y desanimo, por mucho que desde las instituciones religiosas intenten responderlas a través de teologías que ni sus propios defensores creen realmente.
Conviene no olvidar que realmente todas estas cuestiones no
deben de sorprendernos, ya que el propio Antiguo Testamento nos habla desde el
primer momento de la preferencia de Dios por el pueblo hebreo frente a los
otros pueblos de la tierra, como el egipcio, donde Dios mandó las siete plagas
a éstos, los cuales no dejaban de ser igualmente sus hijos, o la conquista de
Canaán, donde Dios se posiciono en favor de los hebreos, arrebatándoles todo a
los cananeos. ¿Acaso no eran estos pueblos también hijos suyos? Ningún Dios que
es presentado como un Dios misericordioso y bueno realizaría jamás este tipo de
acciones contra sus propios hijos, símbolo de su creación, sean éstos del
pueblo y/o la raza que fuesen.
Ya he dicho en otras ocasiones anteriores que mi época de
creencias religiosas paso a mejor vida hace tiempo, pero ello no deja de ser
motivo para que en circunstancias como las actuales, cuando celebramos la
Navidad o la Semana Santa, se planteen este tipo de cuestiones que tanto
afectan, queramos o no, la vida de los ocho mil millones de personas que
vivimos en este planeta. En lo que a mí respecta, ya he dicho, y lo mantengo,
que no he pasado a ser una persona atea, sino simplemente alguien que ve las cosas
desde un punto de vista escéptico y alejado ya de cualquier creencia religiosa
oficial. Eso no quita que, como español, siga celebrando la Navidad todos los
años, o que salga a ver algún que otro paso en Semana Santa. Nuestro modo de
vida es, con independencia de todo lo que he comentado anteriormente, cristiano,
y como tal así seguiremos viviendo, en base a esos dogmas y principios morales
que rigen Occidente.
Dicho todo esto, vuelvo a la pregunta que otras veces he hecho en este blog: ¿Puede haber algo ajeno a nosotros? Por supuesto, claro que puede haberlo, no es nada descartable. Creo que todo lo que nos rodea no es casual, y que tanto lo malo como lo bueno que nos depara la vida es enviado por algo o alguien ajeno a nosotros. Pero eso no quita que sea bueno ni justo, como las religiones nos intentan vender; simplemente puede ser una fuerza o una entidad completamente ajena a nuestros sentimientos y bienestar, lo cual explicaría la indiferencia de Dios con respecto a nuestro sufrimiento, tanto a nivel individual como a nivel colectivo. Ya dijo Isaías que, según Dios, "Mis caminos no son vuestros caminos".
¿Es algo duro de asimilar? Completamente, pero es una opción totalmente factible. Es por eso por lo que el ser humano, ante el riesgo de enfrentarse a un escenario tan devastador, prefiere refugiarse en sus creencias tradicionales, aunque estas no se correspondan con la realidad, lo cual unido al engaño masivo que vivimos por parte de las elites, sobre todo religiosas, hace que ese refugio en esa mentira se haga más creíble y llevadero. A fin de cuentas, y con independencia de cuál sea la verdad de todo esto, lo único cierto es que el ser humano necesita una cosa por encima de cualquier otra: creer en algo y/o en alguien. Esa y no otra es la verdadera esencia de la humanidad, la cual, con independencia de lo que suceda, estará siempre presente.
viernes, 3 de enero de 2025
Jaque a la Corona
Hace unos días emitieron de nuevo por televisión una de mis películas favoritas, la cual siempre aprovecho para ver, aunque ya la haya visto mil veces. Me refiero a la gran película que en 2006 rodó Stephen Frears sobre la reina Isabel II y la familia real británica: “The Queen”. Una película protagonizada por la inigualable Helen Mirren, la cual interpretó de forma magistral a la monarca británica, hasta el punto de que llega un momento de la película donde no sabes si estás viendo a Mirren o a la propia Isabel II. De hecho, Mirren ganó, y de forma completamente merecida, un Óscar al año siguiente por su excelente interpretación de la reina británica.
“The Queen” es una película que narra, como todos los que
hemos visto la película sabemos ya, la reacción de la familia real británica y
del recién elegido primer ministro, Tony Blair, a los sucesos posteriores a la
muerte de Diana de Gales, hasta entonces princesa de Gales y desde hacía un
año, ex mujer del por entonces príncipe de Gales, y hoy monarca británico,
Carlos III. Debo añadir de hecho que a pesar de su popularidad en estos últimos
años, personalmente me quedo sin lugar a dudas con “The Queen” antes que con la
premiada y reconocida serie de Netflix, “The Crown”, ya que creo que la puesta
en escena, la recreación de los hechos, los diálogos, los actores y la
interpretación de éstos está infinitamente más conseguida en la película de
Stephen Frears que en la serie que un día interpretó magníficamente Claire Foy
y que personalmente creo que es la única que se salva de una serie que pudo ser
cuasi perfecta pero que con el cambio de actores y el desvío de la narrativa
pasó de ser una serie político-histórica a una serie centrada en las cuestiones
domésticas y sensacionalistas, algo en lo que la gran película protagonizada
por Helen Mirren no cae en ningún momento, manteniéndose siempre fiel al
contexto político-histórico del contexto que narra, lo cual la hace, en mi
opinión, una gran obra cinematográfica.
Dicho esto, al ver una vez más “The Queen” me ha hecho
pensar que en estos casi doce años de blog jamás he escrito acerca de los
sucesos que se narran en la película, como fueron la crisis institucional que
se vivió en Reino Unido tras la muerte de Diana de Gales en 1997. Un año en el
que quien escribe esta entrada contaba con tan solo cinco años. De aquellos
trágicos acontecimientos recuerdo sobre todo a Elton John cantando “Candle in
the Wind” en el funeral de Diana, así como las imágenes del coche destrozado de
la princesa de Gales tras el aparatoso accidente que le costó la vida con tan
solo 36 años.
Por no hablar de los recuerdos que se me viene a la mente de
un CD que se compró en mi casa poco después de la muerte de Diana, el cual
venía con la famosa y ya desaparecida revista “Tiempo”, donde se narraba la
vida de la princesa de Gales. Recuerdo que, no sé por qué, desde ese mismo
momento me llamó la atención ese CD (el cual aún conservo) y siempre pedía en
mi casa que me lo pusiesen, ya que me llamaba la atención todo lo que se
contaba en él sobre Diana y la familia real. Algo curioso si tenemos en cuenta
que en 1997 contaba con tan solo cinco años, y que por aquel entonces no
entendía nada sobre la Monarquía británica. Supongo que a partir de ahí vino,
aunque aún no fuese consciente de ello debido a mí por entonces corta edad, mi
interés por la política.
Como dato anecdótico, y para aquellos que somos seguidores
de él y de sus canciones, cabe recordar también que aquella trágica e histórica
semana para Reino Unido supuso a su vez una semana histórica dentro de nuestro país
en lo que al mundo de la música se refiere. Aquella misma semana en la que
mientras Tony Blair hacia presión a Isabel II para que volviese de Balmoral a
Londres en medio de la indignación social y la tensión política y mediática, en
España vivíamos un suceso histórico desde el punto de vista musical, ya que el
gran Alejandro Sanz sacó a la luz uno de sus discos más famosos, con el cual
hizo historia en nuestro país y cuyo lanzamiento supuso un antes y un después
en el pop español: el disco “Más”, en el que venía incluida, entre otras, la
canción más famosa de su carrera y que muchos hemos cantado alguna vez en
nuestra vida: “Corazón partío”.
Pues bien, volviendo a los hechos que nos ocupan creí, tras
haber visto nuevamente la película, que este suceso tan trágico e histórico
como fue la muerte de Diana de Gales, así como sus graves consecuencias
políticas e institucionales, no las había comentado hasta ahora de forma
exclusiva en el blog. Los sucesos ya son de sobra conocidos por todos: Diana
falleció la madrugada del 31 de agosto de 1997 tras ser perseguida por un grupo
de paparazzis en París junto a su por entonces pareja, el egipcio Dodi Al-Fayed
(también fallecido en el accidente), comenzando así una semana en la que, como
si de una partida de ajedrez se tratase, se pondría en jaque a la propia reina
Isabel II y a toda la Monarquía, y con ello al sistema británico. Una especie
de venganza póstuma o de última bala que Diana, desde el más allá, disparó
contra la que en su día fue su familia política.
La reacción de Isabel II y de la Casa Real británica fue,
como todos sabemos y se narra de forma correcta en “The Queen” de cierta
frialdad y, para la gran mayoría, insensible. La familia real británica, la
cual se encontraba en aquellos días de vacaciones de verano en Balmoral
(Escocia), optaron por seguir en el castillo escoces y mantenerse al margen de
lo que se vivía en el resto del país en lugar de acudir a Londres para
presentar sus respetos ante el cadáver de Diana, el cual había sido traído de
vuelta desde París hasta Londres por su ex marido, el por entonces príncipe
Carlos. La sociedad británica no entendía cómo su reina y toda la familia real
vivían aquellos días completamente al margen de la tragedia, hasta el punto de
que era la propia ciudadanía y no la familia Windsor quienes realmente
lideraron el sentimiento de luto nacional.
Personalmente debo decir que en parte comprendo la reacción
de Isabel II de mantenerse al margen de la situación. Desde el punto de vista
exclusivamente humano hablamos de una abuela que pretendía proteger a sus
nietos del acoso de la prensa, así como de evitar someter a éstos a las cámaras
en un momento extremadamente duro para ellos. Hasta ahí lo comprendo perfectamente.
Pero también comprendo, como es obvio, la actitud del pueblo británico de ver
con frialdad e insensibilidad la reacción de la familia real. Aquí es donde
comienza la historia. Una historia que pudo costarle la Corona a Isabel II,
aunque algunos en estos casi veintiocho años han ido algo más allá y han creído
que los trágicos y graves sucesos de indignación social que se vivieron en
aquellos primeros días de septiembre de 1997 pudieron incluso haber costado la
supervivencia de la propia Monarquía y el fin de ésta en favor de un sistema
republicano.
Yo personalmente no lo veo así. En la película “The Queen” se narra de forma colosal los hechos y se nos presenta que incluso en un momento determinado, la propia Isabel II consideró seriamente la posibilidad de abdicar en favor del príncipe Carlos al ver cómo la sociedad británica estallaba en una indignación nunca antes vista contra su jefa del Estado y la propia Monarquía. Este escenario de reflexión por parte de la monarca, el cual algunos corroboran que realmente sucedió, no creo que se hubiese llegado a efectuar. ¿El motivo? Los británicos estaban indignados con Isabel II y con la familia real, sí, pero aún con más motivo lo estaban con Carlos, al cual muchos veían como el responsable indirecto de la muerte de Diana por su reprochable actitud para con su ex mujer durante sus años de matrimonio.
¿Isabel II pudo abdicar en
1997 tras aquellos sucesos que sacudieron la Monarquía? Por supuesto, era una
posibilidad en medio de aquel caos institucional ¿Lo habría hecho? En absoluto.
Hubiera sido absurdo e incluso irresponsable abdicar y pasarle el marrón a su
hijo cuando precisamente era, por así decirlo, el enemigo público número uno de
la sociedad británica en aquel momento. Un suceso, por cierto, que jamás se
había visto en la sociedad británica contra su futuro rey. Ese escenario habría
añadido más tensión a la situación de la que ya se vivía.
Por otro lado, ¿Habría devenido todo aquello en un proceso
para una demolición controlada de la Monarquía y una posterior transición hacia
una República? Menos aún. La Monarquía británica, con sus luces y sus sombras, está
fuertemente arraigada con la historia de su nación, con sus tradiciones, con su
cultura y con su imagen. Jamás un asunto domestico habría supuesto la caída de
la propia institución. En primer lugar, porque, a pesar de la indignación
social, las circunstancias no eran las apropiadas para una, digamos, revolución
controlada que propiciase un cambio, ni más ni menos, que del sistema político
en Reino Unido.
En segundo lugar porque ni los laboristas, que en aquellos
días de septiembre de 1997 llevaban tan solo cuatro meses en Downing Street con
Tony Blair al frente del gobierno, ni los tories, por aquel entonces en la
oposición, habrían aceptado bajo ningún concepto un cambio de esas dimensiones,
ya que la Monarquía británica es la columna vertebral de una estructura que va
mucho más allá del sistema político, financiero, social y cultural de Gran
Bretaña e incluso del propio sistema de la Commonwealth, sino de un poder que,
aunque aparentemente simbólico, entraña un poder real y ejecutivo, así como una
influencia a nivel global que se nos escapa al resto de la población.
Y en tercer y último lugar porque la propia Corona británica
jamás habría aceptado que su poder e influencia, con muchos siglos a sus
espaldas, se fuese al traste por una mera cuestión privada, como en este caso
fue la muerte de Diana y la posterior gestión fallida que se hizo de la
situación. E incluso pondría como cuarto lugar que la propia sociedad
británica, aún con su inicial indignación generalizada, tampoco habría
consentido en última instancia que su propia Monarquía pasase a mejor vida. Si
algo caracteriza a los británicos es su personalidad conservadora, y jamás
habrían contribuido, en mi opinión, a llevar al país a una situación aún más
extrema de la que se vivió en aquellos días. Solo hay que ver cómo la
ciudadanía cambió por completo su criterio contra la Monarquía en cuanto Isabel
II regreso a Londres para determinar que jamás los británicos habrían ido más
allá de lo que realmente pasó. Todo fue, en resumidas cuentas, un cabreo
generalizado pero temporal. Un cabreo, eso sí, que provocó un terremoto nunca
antes visto en el corazón del sistema y que puso nervioso a más de uno en
aquellos días.
Otra cuestión determinante es la presión que el entonces
primer ministro, Tony Blair, ejerció sobre la reina Isabel II, con el objetivo
de que ésta abandonase Balmoral y acudiese a Londres a presentar sus respetos
ante el cadáver de Diana. Aquí hay varias cuestiones interesantes. Para
empezar, ni Tony Blair ni ningún otro primer ministro era nadie para coaccionar
a la propia reina con el objetivo de que ésta actuase bajo presión en base a
las instrucciones del gobierno de turno. Estoy plenamente convencido de que
Blair, viendo la presión social y mediática, actuó con la firme determinación
de proteger a la propia Monarquía y por ende al propio sistema, pero por
supuesto los métodos que usó para ello no fueron los más idóneos dentro de un
sistema tan conservador, tradicional y protocolario como el británico. Por no
hablar de la humillación publica que supuso para alguien como Isabel II verse
rebajada a aceptar los consejos o, mejor dicho, las órdenes de su jefe del
gobierno, rendir homenaje y presidir el funeral de una persona como Diana, la
cual había contribuido enormemente al desgaste de la Monarquía en los años 90.
Y lo más irónico de todo es que Diana tenía realmente todos los motivos del
mundo para ello.
Dicho esto, ¿Dio sus frutos aquella jugada de Blair con
respecto a Isabel II a la hora de presionarla? Por supuesto, ya que tanto la
Monarquía, como la propia Isabel II, así como el mismo Tony Blair, aumentaron
de forma espectacular su popularidad tras aquellos trágicos sucesos, lo cual no
deja de ser frívolo. El regreso de la reina a Londres provoco que la ciudadanía
viese de nuevo a Isabel II como su monarca, la cual estaba liderando por fin el
luto nacional que la propia población había recogido inicialmente al no haber
ninguna institución al frente de la situación. Y previamente a todo ello el
propio Blair, cuya popularidad salió disparada tras realizar el famoso discurso
donde definió a Diana como “la princesa del pueblo”, un término que muchos han
confirmado que no gusto nada a la propia Isabel II y que posteriormente le
recrimino a su primer ministro.
De esta forma, con el fallecimiento de Diana, la posterior indignación social y el desenlace de la situación con el regreso de la reina a Londres se puso fin a una serie de años convulsos donde los escándalos en el seno de la familia real británica fueron una constante desde 1992 hasta 1997. En los años 90, con el gobierno conservador de John Major en plena oleada de escándalos diarios, la Casa Real vivía también su propio calvario de escándalos diarios. La separación de Carlos y Diana, de Andrés y Sarah Ferguson, y el divorcio de la princesa Ana con su hasta entonces marido, Mark Philips, así como el incendio en el castillo de Windsor en noviembre de 1992, fueron el inicio de una serie de acontecimientos que acabaron erosionando la imagen de la Monarquía.
Tras aquellos sucesos, vino la filtración de la famosa conversación íntima
con alto contenido erótico entre los hoy reyes, Carlos y Camila, la posterior
publicación del hasta hoy controvertido libro de Andrew Morton: “Diana: Her
True Story”, un libro que sigue conmocionando actualmente y en donde Diana hizo
declaraciones impactantes que generaron un rechazo sin precedentes hacia la
realeza, así como la polémica surgida en torno a la exención de impuestos por
parte de la Casa Real, lo que provocó que el gobierno de John Major elaborase
una ley donde por primera vez la familia real estaba obligada a pagar
impuestos.
Pero si hubo algo que supuso un antes y un después en todo
aquello fue sin lugar a dudas la entrevista que Diana concedió a la BBC en
noviembre de 1995, donde calificó a la familia real de fríos e insensibles para
con su situación personal, puso en duda la capacidad de Carlos para reinar y
criticó abiertamente al sistema, del cual Diana confesó que “no la querían como
futura reina consorte”. Personalmente creo que aquella entrevista fue la
sentencia definitiva para Diana. Si el libro que hace ahora dos años publicó su
hijo, el príncipe Harry, ha sido letal para la imagen actual de la Monarquía,
unas declaraciones (tanto las del libro en primer lugar como posteriormente las
de la famosa entrevista), hasta ese momento inéditas por parte de un miembro de
primer orden de la familia real y de ese calibre hace treinta años, supusieron
un terremoto de una magnitud descomunal donde los cimientos del sistema se
vieron afectados, y eso fue algo que algunos no dejaron pasar por alto ni
perdonaron jamás.
¿Estoy diciendo con esto último que la muerte de Diana fue
lo que muchos han denominado un asesinato? No seré yo quien diga ni que sí ni
que no, ya que obviamente no tengo pruebas que determinen que Diana fuese
asesinada, pero sí es bastante sospechoso que las cámaras del túnel del Alma en
París estuviesen activadas en todo momento menos en el instante del accidente.
Por no hablar de las supuestas confidencias de Diana a una amiga asegurando que
“querían asesinarla”, o el testimonio de un ex agente del servicio secreto
británico alegando en su lecho de muerte que la muerte de Diana fue realmente
una operación de Estado, dirigida por los servicios secretos británicos, con el
objetivo de eliminar a Diana, ya que ésta suponía en aquel momento una clara
amenaza para la Corona y el sistema. Sea como fuere, al igual que sucede con el
asesinato de John F. Kennedy, la muerte de la princesa de Gales está, y estará
siempre, asociada también con el enigma y las teorías de la conspiración.
En definitiva, lo que está claro es que la muerte de Diana
supuso un antes y un después en la Monarquía británica. Su figura, con sus
luces y sus sombras también, dejó un profundo recuerdo, el cual, casi
veintiocho años después de su muerte, sigue estando vivo en la memoria de la
sociedad británica. Obviamente no con la misma intensidad que en los años
posteriores a su fallecimiento, pero sí lo suficiente como para que su sombra
siga estando presente en medio de una institución y de un país que actualmente lidera
un Carlos III al que, a diferencia de la propia reina Isabel II y de la
institución monárquica, le costó años en volver a subir en popularidad, ya que
el recuerdo de Diana seguía estando muy presente en los británicos. A día de
hoy, y estando Carlos gravemente enfermo, es bastante probable que el
primogénito de ambos, Guillermo, acabe más pronto que tarde heredando el trono
de su padre, lo que dará inicio a una nueva e incierta era dentro de la Corona
británica.