viernes, 3 de enero de 2025

Jaque a la Corona


Hace unos días emitieron de nuevo por televisión una de mis películas favoritas, la cual siempre aprovecho para ver, aunque ya la haya visto mil veces. Me refiero a la gran película que en 2006 rodó Stephen Frears sobre la reina Isabel II y la familia real británica: “The Queen”. Una película protagonizada por la inigualable Helen Mirren, la cual interpretó de forma magistral a la monarca británica, hasta el punto de que llega un momento de la película donde no sabes si estás viendo a Mirren o a la propia Isabel II. De hecho, Mirren ganó, y de forma completamente merecida, un Óscar al año siguiente por su excelente interpretación de la reina británica.

“The Queen” es una película que narra, como todos los que hemos visto la película sabemos ya, la reacción de la familia real británica y del recién elegido primer ministro, Tony Blair, a los sucesos posteriores a la muerte de Diana de Gales, hasta entonces princesa de Gales y desde hacía un año, ex mujer del por entonces príncipe de Gales, y hoy monarca británico, Carlos III. Debo añadir de hecho que a pesar de su popularidad en estos últimos años, personalmente me quedo sin lugar a dudas con “The Queen” antes que con la premiada y reconocida serie de Netflix, “The Crown”, ya que creo que la puesta en escena, la recreación de los hechos, los diálogos, los actores y la interpretación de éstos está infinitamente más conseguida en la película de Stephen Frears que en la serie que un día interpretó magníficamente Claire Foy y que personalmente creo que es la única que se salva de una serie que pudo ser cuasi perfecta pero que con el cambio de actores y el desvío de la narrativa pasó de ser una serie político-histórica a una serie centrada en las cuestiones domésticas y sensacionalistas, algo en lo que la gran película protagonizada por Helen Mirren no cae en ningún momento, manteniéndose siempre fiel al contexto político-histórico del contexto que narra, lo cual la hace, en mi opinión, una gran obra cinematográfica.

Dicho esto, al ver una vez más “The Queen” me ha hecho pensar que en estos casi doce años de blog jamás he escrito acerca de los sucesos que se narran en la película, como fueron la crisis institucional que se vivió en Reino Unido tras la muerte de Diana de Gales en 1997. Un año en el que quien escribe esta entrada contaba con tan solo cinco años. De aquellos trágicos acontecimientos recuerdo sobre todo a Elton John cantando “Candle in the Wind” en el funeral de Diana, así como las imágenes del coche destrozado de la princesa de Gales tras el aparatoso accidente que le costó la vida con tan solo 36 años.

Por no hablar de los recuerdos que se me viene a la mente de un CD que se compró en mi casa poco después de la muerte de Diana, el cual venía con la famosa y ya desaparecida revista “Tiempo”, donde se narraba la vida de la princesa de Gales. Recuerdo que, no sé por qué, desde ese mismo momento me llamó la atención ese CD (el cual aún conservo) y siempre pedía en mi casa que me lo pusiesen, ya que me llamaba la atención todo lo que se contaba en él sobre Diana y la familia real. Algo curioso si tenemos en cuenta que en 1997 contaba con tan solo cinco años, y que por aquel entonces no entendía nada sobre la Monarquía británica. Supongo que a partir de ahí vino, aunque aún no fuese consciente de ello debido a mí por entonces corta edad, mi interés por la política.

Como dato anecdótico, y para aquellos que somos seguidores de él y de sus canciones, cabe recordar también que aquella trágica e histórica semana para Reino Unido supuso a su vez una semana histórica dentro de nuestro país en lo que al mundo de la música se refiere. Aquella misma semana en la que mientras Tony Blair hacia presión a Isabel II para que volviese de Balmoral a Londres en medio de la indignación social y la tensión política y mediática, en España vivíamos un suceso histórico desde el punto de vista musical, ya que el gran Alejandro Sanz sacó a la luz uno de sus discos más famosos, con el cual hizo historia en nuestro país y cuyo lanzamiento supuso un antes y un después en el pop español: el disco “Más”, en el que venía incluida, entre otras, la canción más famosa de su carrera y que muchos hemos cantado alguna vez en nuestra vida: “Corazón partío”.

Pues bien, volviendo a los hechos que nos ocupan creí, tras haber visto nuevamente la película, que este suceso tan trágico e histórico como fue la muerte de Diana de Gales, así como sus graves consecuencias políticas e institucionales, no las había comentado hasta ahora de forma exclusiva en el blog. Los sucesos ya son de sobra conocidos por todos: Diana falleció la madrugada del 31 de agosto de 1997 tras ser perseguida por un grupo de paparazzis en París junto a su por entonces pareja, el egipcio Dodi Al-Fayed (también fallecido en el accidente), comenzando así una semana en la que, como si de una partida de ajedrez se tratase, se pondría en jaque a la propia reina Isabel II y a toda la Monarquía, y con ello al sistema británico. Una especie de venganza póstuma o de última bala que Diana, desde el más allá, disparó contra la que en su día fue su familia política.

La reacción de Isabel II y de la Casa Real británica fue, como todos sabemos y se narra de forma correcta en “The Queen” de cierta frialdad y, para la gran mayoría, insensible. La familia real británica, la cual se encontraba en aquellos días de vacaciones de verano en Balmoral (Escocia), optaron por seguir en el castillo escoces y mantenerse al margen de lo que se vivía en el resto del país en lugar de acudir a Londres para presentar sus respetos ante el cadáver de Diana, el cual había sido traído de vuelta desde París hasta Londres por su ex marido, el por entonces príncipe Carlos. La sociedad británica no entendía cómo su reina y toda la familia real vivían aquellos días completamente al margen de la tragedia, hasta el punto de que era la propia ciudadanía y no la familia Windsor quienes realmente lideraron el sentimiento de luto nacional.

Personalmente debo decir que en parte comprendo la reacción de Isabel II de mantenerse al margen de la situación. Desde el punto de vista exclusivamente humano hablamos de una abuela que pretendía proteger a sus nietos del acoso de la prensa, así como de evitar someter a éstos a las cámaras en un momento extremadamente duro para ellos. Hasta ahí lo comprendo perfectamente. Pero también comprendo, como es obvio, la actitud del pueblo británico de ver con frialdad e insensibilidad la reacción de la familia real. Aquí es donde comienza la historia. Una historia que pudo costarle la Corona a Isabel II, aunque algunos en estos casi veintiocho años han ido algo más allá y han creído que los trágicos y graves sucesos de indignación social que se vivieron en aquellos primeros días de septiembre de 1997 pudieron incluso haber costado la supervivencia de la propia Monarquía y el fin de ésta en favor de un sistema republicano.

Yo personalmente no lo veo así. En la película “The Queen” se narra de forma colosal los hechos y se nos presenta que incluso en un momento determinado, la propia Isabel II consideró seriamente la posibilidad de abdicar en favor del príncipe Carlos al ver cómo la sociedad británica estallaba en una indignación nunca antes vista contra su jefa del Estado y la propia Monarquía. Este escenario de reflexión por parte de la monarca, el cual algunos corroboran que realmente sucedió, no creo que se hubiese llegado a efectuar. ¿El motivo? Los británicos estaban indignados con Isabel II y con la familia real, sí, pero aún con más motivo lo estaban con Carlos, al cual muchos veían como el responsable indirecto de la muerte de Diana por su reprochable actitud para con su ex mujer durante sus años de matrimonio. 

¿Isabel II pudo abdicar en 1997 tras aquellos sucesos que sacudieron la Monarquía? Por supuesto, era una posibilidad en medio de aquel caos institucional ¿Lo habría hecho? En absoluto. Hubiera sido absurdo e incluso irresponsable abdicar y pasarle el marrón a su hijo cuando precisamente era, por así decirlo, el enemigo público número uno de la sociedad británica en aquel momento. Un suceso, por cierto, que jamás se había visto en la sociedad británica contra su futuro rey. Ese escenario habría añadido más tensión a la situación de la que ya se vivía.

Por otro lado, ¿Habría devenido todo aquello en un proceso para una demolición controlada de la Monarquía y una posterior transición hacia una República? Menos aún. La Monarquía británica, con sus luces y sus sombras, está fuertemente arraigada con la historia de su nación, con sus tradiciones, con su cultura y con su imagen. Jamás un asunto domestico habría supuesto la caída de la propia institución. En primer lugar, porque, a pesar de la indignación social, las circunstancias no eran las apropiadas para una, digamos, revolución controlada que propiciase un cambio, ni más ni menos, que del sistema político en Reino Unido.

En segundo lugar porque ni los laboristas, que en aquellos días de septiembre de 1997 llevaban tan solo cuatro meses en Downing Street con Tony Blair al frente del gobierno, ni los tories, por aquel entonces en la oposición, habrían aceptado bajo ningún concepto un cambio de esas dimensiones, ya que la Monarquía británica es la columna vertebral de una estructura que va mucho más allá del sistema político, financiero, social y cultural de Gran Bretaña e incluso del propio sistema de la Commonwealth, sino de un poder que, aunque aparentemente simbólico, entraña un poder real y ejecutivo, así como una influencia a nivel global que se nos escapa al resto de la población.

Y en tercer y último lugar porque la propia Corona británica jamás habría aceptado que su poder e influencia, con muchos siglos a sus espaldas, se fuese al traste por una mera cuestión privada, como en este caso fue la muerte de Diana y la posterior gestión fallida que se hizo de la situación. E incluso pondría como cuarto lugar que la propia sociedad británica, aún con su inicial indignación generalizada, tampoco habría consentido en última instancia que su propia Monarquía pasase a mejor vida. Si algo caracteriza a los británicos es su personalidad conservadora, y jamás habrían contribuido, en mi opinión, a llevar al país a una situación aún más extrema de la que se vivió en aquellos días. Solo hay que ver cómo la ciudadanía cambió por completo su criterio contra la Monarquía en cuanto Isabel II regreso a Londres para determinar que jamás los británicos habrían ido más allá de lo que realmente pasó. Todo fue, en resumidas cuentas, un cabreo generalizado pero temporal. Un cabreo, eso sí, que provocó un terremoto nunca antes visto en el corazón del sistema y que puso nervioso a más de uno en aquellos días.

Otra cuestión determinante es la presión que el entonces primer ministro, Tony Blair, ejerció sobre la reina Isabel II, con el objetivo de que ésta abandonase Balmoral y acudiese a Londres a presentar sus respetos ante el cadáver de Diana. Aquí hay varias cuestiones interesantes. Para empezar, ni Tony Blair ni ningún otro primer ministro era nadie para coaccionar a la propia reina con el objetivo de que ésta actuase bajo presión en base a las instrucciones del gobierno de turno. Estoy plenamente convencido de que Blair, viendo la presión social y mediática, actuó con la firme determinación de proteger a la propia Monarquía y por ende al propio sistema, pero por supuesto los métodos que usó para ello no fueron los más idóneos dentro de un sistema tan conservador, tradicional y protocolario como el británico. Por no hablar de la humillación publica que supuso para alguien como Isabel II verse rebajada a aceptar los consejos o, mejor dicho, las órdenes de su jefe del gobierno, rendir homenaje y presidir el funeral de una persona como Diana, la cual había contribuido enormemente al desgaste de la Monarquía en los años 90. Y lo más irónico de todo es que Diana tenía realmente todos los motivos del mundo para ello.

Dicho esto, ¿Dio sus frutos aquella jugada de Blair con respecto a Isabel II a la hora de presionarla? Por supuesto, ya que tanto la Monarquía, como la propia Isabel II, así como el mismo Tony Blair, aumentaron de forma espectacular su popularidad tras aquellos trágicos sucesos, lo cual no deja de ser frívolo. El regreso de la reina a Londres provoco que la ciudadanía viese de nuevo a Isabel II como su monarca, la cual estaba liderando por fin el luto nacional que la propia población había recogido inicialmente al no haber ninguna institución al frente de la situación. Y previamente a todo ello el propio Blair, cuya popularidad salió disparada tras realizar el famoso discurso donde definió a Diana como “la princesa del pueblo”, un término que muchos han confirmado que no gusto nada a la propia Isabel II y que posteriormente le recrimino a su primer ministro.

De esta forma, con el fallecimiento de Diana, la posterior indignación social y el desenlace de la situación con el regreso de la reina a Londres se puso fin a una serie de años convulsos donde los escándalos en el seno de la familia real británica fueron una constante desde 1992 hasta 1997. En los años 90, con el gobierno conservador de John Major en plena oleada de escándalos diarios, la Casa Real vivía también su propio calvario de escándalos diarios. La separación de Carlos y Diana, de Andrés y Sarah Ferguson, y el divorcio de la princesa Ana con su hasta entonces marido, Mark Philips, así como el incendio en el castillo de Windsor en noviembre de 1992, fueron el inicio de una serie de acontecimientos que acabaron erosionando la imagen de la Monarquía. 

Tras aquellos sucesos, vino la filtración de la famosa conversación íntima con alto contenido erótico entre los hoy reyes, Carlos y Camila, la posterior publicación del hasta hoy controvertido libro de Andrew Morton: “Diana: Her True Story”, un libro que sigue conmocionando actualmente y en donde Diana hizo declaraciones impactantes que generaron un rechazo sin precedentes hacia la realeza, así como la polémica surgida en torno a la exención de impuestos por parte de la Casa Real, lo que provocó que el gobierno de John Major elaborase una ley donde por primera vez la familia real estaba obligada a pagar impuestos.

Pero si hubo algo que supuso un antes y un después en todo aquello fue sin lugar a dudas la entrevista que Diana concedió a la BBC en noviembre de 1995, donde calificó a la familia real de fríos e insensibles para con su situación personal, puso en duda la capacidad de Carlos para reinar y criticó abiertamente al sistema, del cual Diana confesó que “no la querían como futura reina consorte”. Personalmente creo que aquella entrevista fue la sentencia definitiva para Diana. Si el libro que hace ahora dos años publicó su hijo, el príncipe Harry, ha sido letal para la imagen actual de la Monarquía, unas declaraciones (tanto las del libro en primer lugar como posteriormente las de la famosa entrevista), hasta ese momento inéditas por parte de un miembro de primer orden de la familia real y de ese calibre hace treinta años, supusieron un terremoto de una magnitud descomunal donde los cimientos del sistema se vieron afectados, y eso fue algo que algunos no dejaron pasar por alto ni perdonaron jamás.

¿Estoy diciendo con esto último que la muerte de Diana fue lo que muchos han denominado un asesinato? No seré yo quien diga ni que sí ni que no, ya que obviamente no tengo pruebas que determinen que Diana fuese asesinada, pero sí es bastante sospechoso que las cámaras del túnel del Alma en París estuviesen activadas en todo momento menos en el instante del accidente. Por no hablar de las supuestas confidencias de Diana a una amiga asegurando que “querían asesinarla”, o el testimonio de un ex agente del servicio secreto británico alegando en su lecho de muerte que la muerte de Diana fue realmente una operación de Estado, dirigida por los servicios secretos británicos, con el objetivo de eliminar a Diana, ya que ésta suponía en aquel momento una clara amenaza para la Corona y el sistema. Sea como fuere, al igual que sucede con el asesinato de John F. Kennedy, la muerte de la princesa de Gales está, y estará siempre, asociada también con el enigma y las teorías de la conspiración.

En definitiva, lo que está claro es que la muerte de Diana supuso un antes y un después en la Monarquía británica. Su figura, con sus luces y sus sombras también, dejó un profundo recuerdo, el cual, casi veintiocho años después de su muerte, sigue estando vivo en la memoria de la sociedad británica. Obviamente no con la misma intensidad que en los años posteriores a su fallecimiento, pero sí lo suficiente como para que su sombra siga estando presente en medio de una institución y de un país que actualmente lidera un Carlos III al que, a diferencia de la propia reina Isabel II y de la institución monárquica, le costó años en volver a subir en popularidad, ya que el recuerdo de Diana seguía estando muy presente en los británicos. A día de hoy, y estando Carlos gravemente enfermo, es bastante probable que el primogénito de ambos, Guillermo, acabe más pronto que tarde heredando el trono de su padre, lo que dará inicio a una nueva e incierta era dentro de la Corona británica.

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