Hace unos días emitieron de nuevo por televisión una de mis películas favoritas, la cual siempre aprovecho para ver, aunque ya la haya visto mil veces. Me refiero a la gran película que en 2006 rodó Stephen Frears sobre la reina Isabel II y la familia real británica: “The Queen”. Una película protagonizada por la inigualable Helen Mirren, la cual interpretó de forma magistral a la monarca británica, hasta el punto de que llega un momento de la película donde no sabes si estás viendo a Mirren o a la propia Isabel II. De hecho, Mirren ganó, y de forma completamente merecida, un Óscar al año siguiente por su excelente interpretación de la reina británica.
“The Queen” es una película que narra, como todos los que
hemos visto la película sabemos ya, la reacción de la familia real británica y
del recién elegido primer ministro, Tony Blair, a los sucesos posteriores a la
muerte de Diana de Gales, hasta entonces princesa de Gales y desde hacía un
año, ex mujer del por entonces príncipe de Gales, y hoy monarca británico,
Carlos III. Debo añadir de hecho que a pesar de su popularidad en estos últimos
años, personalmente me quedo sin lugar a dudas con “The Queen” antes que con la
premiada y reconocida serie de Netflix, “The Crown”, ya que creo que la puesta
en escena, la recreación de los hechos, los diálogos, los actores y la
interpretación de éstos está infinitamente más conseguida en la película de
Stephen Frears que en la serie que un día interpretó magníficamente Claire Foy
y que personalmente creo que es la única que se salva de una serie que pudo ser
cuasi perfecta pero que con el cambio de actores y el desvío de la narrativa
pasó de ser una serie político-histórica a una serie centrada en las cuestiones
domésticas y sensacionalistas, algo en lo que la gran película protagonizada
por Helen Mirren no cae en ningún momento, manteniéndose siempre fiel al
contexto político-histórico del contexto que narra, lo cual la hace, en mi
opinión, una gran obra cinematográfica.
Dicho esto, al ver una vez más “The Queen” me ha hecho
pensar que en estos casi doce años de blog jamás he escrito acerca de los
sucesos que se narran en la película, como fueron la crisis institucional que
se vivió en Reino Unido tras la muerte de Diana de Gales en 1997. Un año en el
que quien escribe esta entrada contaba con tan solo cinco años. De aquellos
trágicos acontecimientos recuerdo sobre todo a Elton John cantando “Candle in
the Wind” en el funeral de Diana, así como las imágenes del coche destrozado de
la princesa de Gales tras el aparatoso accidente que le costó la vida con tan
solo 36 años.
Por no hablar de los recuerdos que se me viene a la mente de
un CD que se compró en mi casa poco después de la muerte de Diana, el cual
venía con la famosa y ya desaparecida revista “Tiempo”, donde se narraba la
vida de la princesa de Gales. Recuerdo que, no sé por qué, desde ese mismo
momento me llamó la atención ese CD (el cual aún conservo) y siempre pedía en
mi casa que me lo pusiesen, ya que me llamaba la atención todo lo que se
contaba en él sobre Diana y la familia real. Algo curioso si tenemos en cuenta
que en 1997 contaba con tan solo cinco años, y que por aquel entonces no
entendía nada sobre la Monarquía británica. Supongo que a partir de ahí vino,
aunque aún no fuese consciente de ello debido a mí por entonces corta edad, mi
interés por la política.
Como dato anecdótico, y para aquellos que somos seguidores
de él y de sus canciones, cabe recordar también que aquella trágica e histórica
semana para Reino Unido supuso a su vez una semana histórica dentro de nuestro país
en lo que al mundo de la música se refiere. Aquella misma semana en la que
mientras Tony Blair hacia presión a Isabel II para que volviese de Balmoral a
Londres en medio de la indignación social y la tensión política y mediática, en
España vivíamos un suceso histórico desde el punto de vista musical, ya que el
gran Alejandro Sanz sacó a la luz uno de sus discos más famosos, con el cual
hizo historia en nuestro país y cuyo lanzamiento supuso un antes y un después
en el pop español: el disco “Más”, en el que venía incluida, entre otras, la
canción más famosa de su carrera y que muchos hemos cantado alguna vez en
nuestra vida: “Corazón partío”.
Pues bien, volviendo a los hechos que nos ocupan creí, tras
haber visto nuevamente la película, que este suceso tan trágico e histórico
como fue la muerte de Diana de Gales, así como sus graves consecuencias
políticas e institucionales, no las había comentado hasta ahora de forma
exclusiva en el blog. Los sucesos ya son de sobra conocidos por todos: Diana
falleció la madrugada del 31 de agosto de 1997 tras ser perseguida por un grupo
de paparazzis en París junto a su por entonces pareja, el egipcio Dodi Al-Fayed
(también fallecido en el accidente), comenzando así una semana en la que, como
si de una partida de ajedrez se tratase, se pondría en jaque a la propia reina
Isabel II y a toda la Monarquía, y con ello al sistema británico. Una especie
de venganza póstuma o de última bala que Diana, desde el más allá, disparó
contra la que en su día fue su familia política.
La reacción de Isabel II y de la Casa Real británica fue,
como todos sabemos y se narra de forma correcta en “The Queen” de cierta
frialdad y, para la gran mayoría, insensible. La familia real británica, la
cual se encontraba en aquellos días de vacaciones de verano en Balmoral
(Escocia), optaron por seguir en el castillo escoces y mantenerse al margen de
lo que se vivía en el resto del país en lugar de acudir a Londres para
presentar sus respetos ante el cadáver de Diana, el cual había sido traído de
vuelta desde París hasta Londres por su ex marido, el por entonces príncipe
Carlos. La sociedad británica no entendía cómo su reina y toda la familia real
vivían aquellos días completamente al margen de la tragedia, hasta el punto de
que era la propia ciudadanía y no la familia Windsor quienes realmente
lideraron el sentimiento de luto nacional.
Personalmente debo decir que en parte comprendo la reacción
de Isabel II de mantenerse al margen de la situación. Desde el punto de vista
exclusivamente humano hablamos de una abuela que pretendía proteger a sus
nietos del acoso de la prensa, así como de evitar someter a éstos a las cámaras
en un momento extremadamente duro para ellos. Hasta ahí lo comprendo perfectamente.
Pero también comprendo, como es obvio, la actitud del pueblo británico de ver
con frialdad e insensibilidad la reacción de la familia real. Aquí es donde
comienza la historia. Una historia que pudo costarle la Corona a Isabel II,
aunque algunos en estos casi veintiocho años han ido algo más allá y han creído
que los trágicos y graves sucesos de indignación social que se vivieron en
aquellos primeros días de septiembre de 1997 pudieron incluso haber costado la
supervivencia de la propia Monarquía y el fin de ésta en favor de un sistema
republicano.
Yo personalmente no lo veo así. En la película “The Queen” se narra de forma colosal los hechos y se nos presenta que incluso en un momento determinado, la propia Isabel II consideró seriamente la posibilidad de abdicar en favor del príncipe Carlos al ver cómo la sociedad británica estallaba en una indignación nunca antes vista contra su jefa del Estado y la propia Monarquía. Este escenario de reflexión por parte de la monarca, el cual algunos corroboran que realmente sucedió, no creo que se hubiese llegado a efectuar. ¿El motivo? Los británicos estaban indignados con Isabel II y con la familia real, sí, pero aún con más motivo lo estaban con Carlos, al cual muchos veían como el responsable indirecto de la muerte de Diana por su reprochable actitud para con su ex mujer durante sus años de matrimonio.
¿Isabel II pudo abdicar en
1997 tras aquellos sucesos que sacudieron la Monarquía? Por supuesto, era una
posibilidad en medio de aquel caos institucional ¿Lo habría hecho? En absoluto.
Hubiera sido absurdo e incluso irresponsable abdicar y pasarle el marrón a su
hijo cuando precisamente era, por así decirlo, el enemigo público número uno de
la sociedad británica en aquel momento. Un suceso, por cierto, que jamás se
había visto en la sociedad británica contra su futuro rey. Ese escenario habría
añadido más tensión a la situación de la que ya se vivía.
Por otro lado, ¿Habría devenido todo aquello en un proceso
para una demolición controlada de la Monarquía y una posterior transición hacia
una República? Menos aún. La Monarquía británica, con sus luces y sus sombras, está
fuertemente arraigada con la historia de su nación, con sus tradiciones, con su
cultura y con su imagen. Jamás un asunto domestico habría supuesto la caída de
la propia institución. En primer lugar, porque, a pesar de la indignación
social, las circunstancias no eran las apropiadas para una, digamos, revolución
controlada que propiciase un cambio, ni más ni menos, que del sistema político
en Reino Unido.
En segundo lugar porque ni los laboristas, que en aquellos
días de septiembre de 1997 llevaban tan solo cuatro meses en Downing Street con
Tony Blair al frente del gobierno, ni los tories, por aquel entonces en la
oposición, habrían aceptado bajo ningún concepto un cambio de esas dimensiones,
ya que la Monarquía británica es la columna vertebral de una estructura que va
mucho más allá del sistema político, financiero, social y cultural de Gran
Bretaña e incluso del propio sistema de la Commonwealth, sino de un poder que,
aunque aparentemente simbólico, entraña un poder real y ejecutivo, así como una
influencia a nivel global que se nos escapa al resto de la población.
Y en tercer y último lugar porque la propia Corona británica
jamás habría aceptado que su poder e influencia, con muchos siglos a sus
espaldas, se fuese al traste por una mera cuestión privada, como en este caso
fue la muerte de Diana y la posterior gestión fallida que se hizo de la
situación. E incluso pondría como cuarto lugar que la propia sociedad
británica, aún con su inicial indignación generalizada, tampoco habría
consentido en última instancia que su propia Monarquía pasase a mejor vida. Si
algo caracteriza a los británicos es su personalidad conservadora, y jamás
habrían contribuido, en mi opinión, a llevar al país a una situación aún más
extrema de la que se vivió en aquellos días. Solo hay que ver cómo la
ciudadanía cambió por completo su criterio contra la Monarquía en cuanto Isabel
II regreso a Londres para determinar que jamás los británicos habrían ido más
allá de lo que realmente pasó. Todo fue, en resumidas cuentas, un cabreo
generalizado pero temporal. Un cabreo, eso sí, que provocó un terremoto nunca
antes visto en el corazón del sistema y que puso nervioso a más de uno en
aquellos días.
Otra cuestión determinante es la presión que el entonces
primer ministro, Tony Blair, ejerció sobre la reina Isabel II, con el objetivo
de que ésta abandonase Balmoral y acudiese a Londres a presentar sus respetos
ante el cadáver de Diana. Aquí hay varias cuestiones interesantes. Para
empezar, ni Tony Blair ni ningún otro primer ministro era nadie para coaccionar
a la propia reina con el objetivo de que ésta actuase bajo presión en base a
las instrucciones del gobierno de turno. Estoy plenamente convencido de que
Blair, viendo la presión social y mediática, actuó con la firme determinación
de proteger a la propia Monarquía y por ende al propio sistema, pero por
supuesto los métodos que usó para ello no fueron los más idóneos dentro de un
sistema tan conservador, tradicional y protocolario como el británico. Por no
hablar de la humillación publica que supuso para alguien como Isabel II verse
rebajada a aceptar los consejos o, mejor dicho, las órdenes de su jefe del
gobierno, rendir homenaje y presidir el funeral de una persona como Diana, la
cual había contribuido enormemente al desgaste de la Monarquía en los años 90.
Y lo más irónico de todo es que Diana tenía realmente todos los motivos del
mundo para ello.
Dicho esto, ¿Dio sus frutos aquella jugada de Blair con
respecto a Isabel II a la hora de presionarla? Por supuesto, ya que tanto la
Monarquía, como la propia Isabel II, así como el mismo Tony Blair, aumentaron
de forma espectacular su popularidad tras aquellos trágicos sucesos, lo cual no
deja de ser frívolo. El regreso de la reina a Londres provoco que la ciudadanía
viese de nuevo a Isabel II como su monarca, la cual estaba liderando por fin el
luto nacional que la propia población había recogido inicialmente al no haber
ninguna institución al frente de la situación. Y previamente a todo ello el
propio Blair, cuya popularidad salió disparada tras realizar el famoso discurso
donde definió a Diana como “la princesa del pueblo”, un término que muchos han
confirmado que no gusto nada a la propia Isabel II y que posteriormente le
recrimino a su primer ministro.
De esta forma, con el fallecimiento de Diana, la posterior indignación social y el desenlace de la situación con el regreso de la reina a Londres se puso fin a una serie de años convulsos donde los escándalos en el seno de la familia real británica fueron una constante desde 1992 hasta 1997. En los años 90, con el gobierno conservador de John Major en plena oleada de escándalos diarios, la Casa Real vivía también su propio calvario de escándalos diarios. La separación de Carlos y Diana, de Andrés y Sarah Ferguson, y el divorcio de la princesa Ana con su hasta entonces marido, Mark Philips, así como el incendio en el castillo de Windsor en noviembre de 1992, fueron el inicio de una serie de acontecimientos que acabaron erosionando la imagen de la Monarquía.
Tras aquellos sucesos, vino la filtración de la famosa conversación íntima
con alto contenido erótico entre los hoy reyes, Carlos y Camila, la posterior
publicación del hasta hoy controvertido libro de Andrew Morton: “Diana: Her
True Story”, un libro que sigue conmocionando actualmente y en donde Diana hizo
declaraciones impactantes que generaron un rechazo sin precedentes hacia la
realeza, así como la polémica surgida en torno a la exención de impuestos por
parte de la Casa Real, lo que provocó que el gobierno de John Major elaborase
una ley donde por primera vez la familia real estaba obligada a pagar
impuestos.
Pero si hubo algo que supuso un antes y un después en todo
aquello fue sin lugar a dudas la entrevista que Diana concedió a la BBC en
noviembre de 1995, donde calificó a la familia real de fríos e insensibles para
con su situación personal, puso en duda la capacidad de Carlos para reinar y
criticó abiertamente al sistema, del cual Diana confesó que “no la querían como
futura reina consorte”. Personalmente creo que aquella entrevista fue la
sentencia definitiva para Diana. Si el libro que hace ahora dos años publicó su
hijo, el príncipe Harry, ha sido letal para la imagen actual de la Monarquía,
unas declaraciones (tanto las del libro en primer lugar como posteriormente las
de la famosa entrevista), hasta ese momento inéditas por parte de un miembro de
primer orden de la familia real y de ese calibre hace treinta años, supusieron
un terremoto de una magnitud descomunal donde los cimientos del sistema se
vieron afectados, y eso fue algo que algunos no dejaron pasar por alto ni
perdonaron jamás.
¿Estoy diciendo con esto último que la muerte de Diana fue
lo que muchos han denominado un asesinato? No seré yo quien diga ni que sí ni
que no, ya que obviamente no tengo pruebas que determinen que Diana fuese
asesinada, pero sí es bastante sospechoso que las cámaras del túnel del Alma en
París estuviesen activadas en todo momento menos en el instante del accidente.
Por no hablar de las supuestas confidencias de Diana a una amiga asegurando que
“querían asesinarla”, o el testimonio de un ex agente del servicio secreto
británico alegando en su lecho de muerte que la muerte de Diana fue realmente
una operación de Estado, dirigida por los servicios secretos británicos, con el
objetivo de eliminar a Diana, ya que ésta suponía en aquel momento una clara
amenaza para la Corona y el sistema. Sea como fuere, al igual que sucede con el
asesinato de John F. Kennedy, la muerte de la princesa de Gales está, y estará
siempre, asociada también con el enigma y las teorías de la conspiración.
En definitiva, lo que está claro es que la muerte de Diana
supuso un antes y un después en la Monarquía británica. Su figura, con sus
luces y sus sombras también, dejó un profundo recuerdo, el cual, casi
veintiocho años después de su muerte, sigue estando vivo en la memoria de la
sociedad británica. Obviamente no con la misma intensidad que en los años
posteriores a su fallecimiento, pero sí lo suficiente como para que su sombra
siga estando presente en medio de una institución y de un país que actualmente lidera
un Carlos III al que, a diferencia de la propia reina Isabel II y de la
institución monárquica, le costó años en volver a subir en popularidad, ya que
el recuerdo de Diana seguía estando muy presente en los británicos. A día de
hoy, y estando Carlos gravemente enfermo, es bastante probable que el
primogénito de ambos, Guillermo, acabe más pronto que tarde heredando el trono
de su padre, lo que dará inicio a una nueva e incierta era dentro de la Corona
británica.
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