miércoles, 22 de enero de 2025

Comienza la segunda era de Trump


Hace algo más de veinticuatro horas, Donald Trump ha tomado posesión por segunda vez no consecutiva como presidente de Estados Unidos, concluyendo así la transición de poderes iniciada tras la victoria del líder republicano hace dos meses. Una toma de posesión algo desangelada al haberse celebrado por primera vez en cuarenta años dentro del Capitolio debido a las bajas temperaturas, pero que aun así no ha evitado el regreso triunfal de Trump al poder, lo cual agranda aún más su leyenda y lo sitúa a la altura del ex presidente estadounidense, Grover Cleveland, el cual volvió a la Casa Blanca en 1893 tras haber perdido el poder en 1889 frente a su contrincante, Benjamin Harrison. 

Con el regreso de Trump a la Casa Blanca después del intento de asesinato contra él hace medio año se pone punto y final a la era de Biden. Un periodo oscuro que se inició el 20 de enero de 2021 y que ya vaticiné en su momento que no traería nada bueno, como así ha ocurrido finalmente. Acaba así uno de los mandatos más controvertidos, polarizadores y fallidos de la historia contemporánea norteamericana, en el que la guerra de Ucrania y de Oriente Medio, así como la implantación progresiva de las políticas woke y la creciente fragmentación dentro de EEUU han sido los ejes centrales de la administración demócrata. 

Unos ejes a los que hay que sumarle la corrupción y los escándalos dentro de la familia del propio Biden, el cual ha indultado hace un mes a su hijo Hunter Biden de forma vergonzosa cuando éste había sido ya condenado por consumo de drogas y por posesión ilícita de armas. Un indulto que Biden siempre negó que fuera a concederle a su hijo y que finalmente, tras faltar a su palabra, ha consumado el golpe final a una presidencia herida de muerte desde su inicio. 

Una presidencia no exenta tampoco de polémicas y rumores sobre el estado de salud mental de Biden, el cual ya se veía que no estaba en condiciones de asumir la presidencia incluso antes de tomar posesión hace cuatro años. Finalmente, esos rumores en los que se hablaba de un progresivo deterioro cognitivo en la salud de Biden se han hecho más evidentes en los últimos meses, provocando la retirada humillante del ya ex presidente de la contienda electoral hace medio año y, finalmente, su salida del poder con el regreso a la Casa Blanca de su predecesor, el cual fue su principal motivo a la hora de presentarse como candidato a las elecciones de 2020 y cuyas políticas quería enterrar de una vez por todas. Ayer, ha sido el pueblo estadounidense quien ha enterrado definitivamente su presidencia y su carrera política, llevando de nuevo al Despacho Oval a quien ha sido su principal obsesión: Donald Trump. 

Se dice que, en Estados Unidos, el pueblo suele ver como unos fracasados a aquellos presidentes que no han logrado salir reelegidos, ya que esto supone el fracaso de sus políticas y el rechazo de los estadounidenses a su gestión. Con lo vivido en el día de ayer creo sinceramente que no cabe mayor fracaso para un presidente que el hecho de que éste sea expulsado del poder, ya sea en un primer o en un segundo mandato, en favor de su predecesor y de las políticas que en su momento se creían fallidas. Eso es lo que le ha pasado a Joe Biden y es, entre otras cosas, por lo que su administración quedará para la historia como una de las más nefastas e impopulares de la historia reciente de Estados Unidos. 

Y ya en lo que respecta al nuevo y flamante presidente, debo decir (y de hecho ya lo comenté cuando escribí sobre su victoria en noviembre) que, aunque apoyo a Donald Trump y me alegro de su regreso a la Casa Blanca, tengo serias dudas de que este segundo mandato sea un éxito, como él mismo asegura que va a ser. Y es que hay algo que no se está comentando mucho y que creo que es lo fundamental aquí: Donald Trump se enfrenta a partir de ahora a su propio legado. Para un tipo como él habría sido mucho más fácil abandonarlo todo y volverse a su casa tras el amaño que le hicieron en las elecciones de 2020, dejando un legado en su mayoría positivo. 

Sin embargo, con su regreso al poder en estos momentos, Trump se enfrenta a una serie de desafíos con los que no contaba cuando entró por primera vez hace ocho años. Es obvio de que la situación que vivimos en enero de este 2025 no es, ni por asomo, la que se vivía en enero de 2017. Es por ello por lo que, en medio de este clima tenso y polarizado, tanto a nivel interno en Estados Unidos como a nivel mundial, tengo serias dudas de que Trump pueda acabar su mandato en enero de 2029 con un legado positivo y exitoso. 

Trump hereda ahora de Joe Biden un escenario mucho peor que el que heredó de Barack Obama en 2017: la guerra de Ucrania, la guerra en Oriente Medio, la tensión permanente con Rusia y China, el problema de la inmigración en Estados Unidos (el cual es ahora mucho peor que el que heredó hace ocho años), así como la cada vez más preocupante polarización dentro de la sociedad estadounidense. Todo esto son solo algunos de los principales problemas, que no todos, a los que se enfrenta Donald Trump a partir de ahora, los cuales pondrán más a prueba que nunca su capacidad como líder.

Otro de los motivos por los que creo que la presidencia de Donald Trump no va a ser un éxito en este segundo periodo son los antecedentes históricos. Como ya he comentado antes, Trump ha emulado con su regreso al ex presidente estadounidense, Grover Cleveland, quien volvió a la Casa Blanca después de haber perdido cuatro años atrás el poder frente a su contrincante y sucesor en la presidencia, Benjamin Harrison. 

Si el primer mandato de Cleveland (1885-1889) se caracterizó por un periodo de reformas y estabilidad, el segundo (1893-1897) se caracterizó por la crisis económica que azotó a Estados Unidos en 1893, lo cual provocó que Cleveland fuese el blanco de todas las críticas por parte de la población, quien veía en el presidente al principal responsable del paro y la mala situación económica de aquel entonces. En 1897 dejó la presidencia con su popularidad por los suelos, la misma que en 1889 tenía por las nubes a pesar de perder frente a Harrison. 

Ya en el siglo XX, otro ejemplo lo encontramos esta vez en Reino Unido, concretamente con el sobrevalorado Winston Churchill, un tipo racista, alcohólico y elitista que ha pasado a la historia como el vencedor del nazismo y de la II Guerra Mundial por parte de las potencias aliadas. Nada más lejos de la realidad, ya que realmente quienes derrotaron a las potencias del Eje fueron, nos guste o no, los EEUU de Roosevelt y Truman y la URSS de Stalin. Churchill solo se apuntó la victoria de una guerra en la que actuaba más como sujeto pasivo que activo. Otra cosa es, obviamente, la narrativa anglosajona, cuyo peso e influencia en el mundo ha hecho el resto.

Pues bien, incluso si nos basamos en esa narrativa oficial, Churchill era considerado por muchos como el vencedor europeo por excelencia de las potencias del Eje en la II Guerra Mundial. Su imagen de estadista estaba, con independencia de que guste o no su figura, en todo lo alto. Pero las elecciones de 1945, justo tras acabar la guerra, le dieron la victoria a los laboristas de Clement Attlee, pasando los tories a la oposición durante seis largos años. 

Churchill, el cual vio su orgullo herido por esta humillante derrota, consiguió volver en 1951 a Downing Street, aunque ya no era ni la sombra de lo que en teoría aparentaba ser en su primer mandato. El deterioro progresivo de su salud y el cambio de contexto que se vivía en el orden internacional lo dejaban cada vez más fuera de juego, lo cual supuso que en 1955 dimitiese en favor de su discípulo, Anthony Eden. 

Como se pueden ver, los ejemplos de Cleveland y de Churchill demuestran que, como dice el refrán, "segundas partes nunca fueron buenas". Ojalá me equivoque y en 2028 los republicanos vuelvan a salir elegidos, sería la prueba definitiva de que Trump habría superado los obstáculos que se le presentan actualmente y que su presidencia habría sido un éxito, dejando un legado de cierta tranquilidad en medio de esta tormenta en la que nos encontramos a nivel mundial. 

De momento Trump ya ha comenzado a perfilar los ejes centrales sobre los que se sustentará su segundo gobierno, e incluso en las últimas horas ha firmado ya sus primeros decretos, como la salida de EEUU de los Acuerdos de París, el fin de políticas gubernamentales en favor de la ideología de género y del colectivo LGTBI, así como medidas urgentes para frenar la inmigración descontrolada que vive el país. Si a todo esto le sumamos las claves de su discurso de ayer, donde afirmaba que restablecería "la ley y el orden" y aseguraba que con su toma de posesión comenzaba el resurgir de EEUU y el fin de su declive, podemos hacernos una idea de cuál será su política en los próximos años. 

Aun así, lo que Trump gana por ese lado, lo pierde por el otro cuando realiza declaraciones como las de hace pocos días, donde aseguraba que quería hacerse con el control de Groenlandia, rebautizar el Golfo de México como "Golfo de América", recuperar para EEUU el Canal de Panamá o anexionar Canadá como un estado más dentro de Estados Unidos. Declaraciones como estas hacen que, a pesar de mi simpatía por él y mi apoyo a su presidencia, no se le acabe tomando completamente en serio. 

Espero que este tipo de declaraciones las deje a un lado a partir de ahora y lidere de forma efectiva y pragmática esta segunda era en la Casa Blanca. Una segunda era en la que está por ver cómo afecta a Europa, y concretamente a nosotros, a España, sus medidas. De momento, en lo que se refiere a nuestro país, la situación no ha comenzado con muy buen pie, ya que Trump ha hecho unas declaraciones donde ha incluido de forma erronea a España dentro del denominado grupo de los BRICS y ha criticado la falta de financiación española con respecto a la OTAN, advirtiendo con la posibilidad de imponernos aranceles. Como se puede ver, la relación con España no ha empezado muy bien, lo cual es lo último que a nuestro país le conviene en estos momentos. 

En definitiva, Trump vuelve, y lo hace con más poder que nunca, ya que dispone en este segundo periodo de gobierno de una mayoría tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado con la que no contaba en su primer mandato, lo cual le da más margen para poder llevar a cabo sus políticas. Un segundo periodo en el que el presidente va a estar rodeado de sujetos que a mí personalmente no me terminan de convencer, como el director de Tesla, Elon Musk, el cual tendrá un cargo dentro del gobierno tras haber financiado en parte la campaña de Trump en estas pasadas elecciones. 

Quizás esté equivocado, pero dudo mucho que la estrecha relación entre Trump y Musk acabe en buen puerto. Algunas declaraciones de Musk en las últimas semanas hacen sospechar que el dueño de X (o Twitter, para entendernos todos) planea tener gran visibilidad e influencia dentro de la administración norteamericana, lo cual puede dar lugar a que algunos se pregunten quién lleva realmente el peso de la administración estadounidense. Personalmente no creo que un tipo como Trump aguante por mucho tiempo que alguien le haga sombra a lo largo de estos años, aunque veremos a ver cómo se va desarrollando la relación y el papel que Musk tendrá dentro del gobierno norteamericano. 

De esta forma comienza este segundo mandato, el último de la era Trump, ya que la vigesimosegunda enmienda de la Constitución estadounidense prohíbe a cualquier ciudadano presentarse más de dos veces a la presidencia. En esta situación, Trump comienza ahora lo que algunos denominan el escenario de "el pato cojo", donde el presidente se sitúa ya en un escenario de retirada. 

Obviamente, esta denominación se hace referencia cuando el presidente está ya en los últimos compases de su mandato y no ahora, aunque el hecho de que Trump inicie esta segunda presidencia de forma no consecutiva, puede dar la imagen de que estamos ya ante un presidente "cojo" pero con cuatro años de margen por delante para terminar la obra que empezó hace ocho años y dejar así su huella en la historia. 

En 2028 se verá finalmente si Trump consigue hacer historia nuevamente dejando un legado positivo tanto para Estados Unidos como para el resto del mundo, poniendo fin al escenario bélico actual y paralizando, al menos de momento, la implantación de las políticas woke; o si por el contrario estaremos ante un escenario donde los republicanos puedan volver a verse en el mismo escenario que en 2008, donde los graves e irresponsables errores de la administración de George W. Bush abrieron las puertas de par en par a Obama y a los demócratas frente a un descontento absoluto entre las bases republicanas. Personalmente creo, y ojalá me equivoque, que ese escenario se repetirá dentro de cuatro años, lo cual nos volvería a situar en el mismo escenario que ayer hemos dejado atrás con la salida de Biden. 

A pesar de todo, y como acabo de decir, espero equivocarme en mi pronóstico. Sería la confirmación de que Trump ha sido fiel a sus principios y a sentado las bases a nivel estadounidense y global de unas políticas contrarias a la izquierda y a la ideología woke. Desde aquí le deseo suerte a Donald Trump y, pese a mis dudas, mantengo mi voto de confianza y mi apoyo hacia él. 

El curso y el desenlace de su administración de aquí a cuatro años nos dirá si finalmente su presidencia ha sido un éxito o si por el contrario se repetirá la historia de Grover Cleveland y su fallido segundo paso por la Casa Blanca. De ser lo primero, aunque los beneficiados sean principalmente los EEUU, sus efectos podrán sentirse igualmente en el resto del mundo; si es el segundo, habremos perdido todos a la misma vez. Por ello y por todo lo que está en juego, suerte y a por todas, presidente. 

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