Cuando estamos a solo tres días de que acabe el 2024 creo que es justo que escriba una entrada acerca de la situación que lleva atravesando España desde hace justo veinte años hasta la fecha; es decir, desde 2004 hasta este 2024 que está a punto de concluir. No es un secreto para nadie que España lleva exactamente veinte años en un proceso continuo, progresivo e imparable de decadencia en todas sus vertientes: política, económica, social, moral, territorial, cultural, etc. Esta decadencia tiene su origen en el atentado terrorista del 11-M y en la consecuente victoria electoral de José Luis Rodríguez Zapatero solo tres días después. Una victoria contra todo pronóstico por la que nadie, excepto él, según ha comentado posteriormente, daba ni un misero duro.
No voy a entrar en detalles sobre el 11-M ni sobre esa inesperada
victoria, ya que este mismo año he escrito dos entradas hablando largo y
tendido sobre ambos temas. Pero no cabe duda de que el 11-M, así como la
victoria de Zapatero, supuso un antes y un después en la historia de España. Un
punto y aparte que por supuesto ha devenido en un cambio nefasto para nuestro país
desde aquel entonces. Solo hay que ver la situación que se vivía en España en,
por ejemplo, febrero de 2004, con la que vivimos a solo tres días de acabar
este 2024. Quien diga que España ha mejorado desde entonces es o bien un rojo
de manual, o un sujeto a sueldo del PSOE, o un ignorante, o bien las tres cosas
a la vez.
No. España no está, ni muchísimo menos, mejor que hace
veinte años, sino todo lo contrario. La crisis territorial, social, política y moral que nació en 2004
como consecuencia de las políticas llevadas a cabo por el gobierno de Zapatero
son el origen del escenario catastrófico que vive nuestro país desde entonces y
que conforme han ido transcurriendo los años ha ido in crescendo, palpándose su
empeoramiento cada vez más dentro de la sociedad y de las instituciones. Leyes
como las de Memoria Histórica, la de Violencia de Género, la de Igualdad, la
del Aborto, la de Educación, la reforma del Estatuto catalán, así como el denominado
proceso de paz con ETA, han sido los ejes centrales que han supuesto que dos décadas
después, este país esté en situación agónica.
No cabe duda de que el gobierno de Zapatero fue un
implantador acérrimo de lo que en ciencia política se conoce como la Ventana de
Overton, donde unas ideas o escenarios que son originalmente concebidos por la
sociedad como inaceptables e inmorales van abriéndose paso hasta ser
respaldadas, aceptadas y defendidas por esa misma sociedad. ¿Acaso alguien veía
con buenos ojos que una organización terrorista como ETA fuese algún día reconocida
como interlocutora política y tuviese su espacio dentro del sistema político español?
¿Acaso alguien podía concebir hace veinte años que se aprobaría la reforma de un
Estatuto que reconociese a Cataluña como una nación? ¿Acaso alguien podía defender
en su momento que se aprobasen leyes donde la presunción de inocencia de todos los
varones fuese derogada de facto gracias a leyes como las de Violencia de Genero? ¿O que
la igualdad entre hombres y mujeres fuese derogada también de facto en favor de
la población femenina?
¿Alguien podía pensar en su sano juicio que España volvería a
estar enfrentada socialmente por una guerra civil ocurrida hace casi cien años y que
gracias a la Ley de Memoria Histórica volvería a poner ese conflicto nacional de
plena actualidad en nuestros días? Por cierto, una memoria histórica que en
este próximo 2025 amenaza con pisar el acelerador, ya que Sánchez ha anunciado
un centenar de actos para conmemorar los cincuenta años de la muerte de Franco.
Algo que podríamos decir que no se trata ya de un insulto, que también, sino de
un delito, ya que hablamos de celebrar el fallecimiento de una persona. ¿Acaso
alguien se imaginaba hace veinte años que estaríamos en medio de tan miserable
escenario y que la sociedad lo iba a aceptar sin más?
Pues todo ello ha acabado siendo aceptado, y de forma progresiva, por la aborregada sociedad española. El problema no es solo que un gobierno apruebe leyes que solo sirven para originar conflictos, divisiones, crisis, tensiones y polarización. El problema está en que esas mismas leyes no son posteriormente derogadas por el gobierno que les sucede. Y sí, me refiero al gobierno de Mariano Rajoy, el cual tuvo que esperar siete años para llegar a la Moncloa después de su derrota contra todo pronóstico en 2004. Un gobierno, el de Rajoy, que realmente no estaba libre de implantar su propia agenda, como lo hubiera podido hacer el propio Rajoy de haber ganado en 2004, sin la presidencia de Zapatero de por medio. En 2011, la situación en España y la mentalidad de la sociedad eran ya completamente distintas a la de 2004. Rajoy, como buen conservador, o mejor dicho, inmovilista (Por ello lo designó Aznar en 2003 como su sucesor, creyendo que preservaría su legado), se negó a derogar aquellas leyes que habían abierto un melón de considerables dimensiones a nivel general (político, social, territorial, etc). En lugar de ello, se dedicó a reparar la otra gran crisis que Zapatero dejo al abandonar el poder: la crisis económica.
Se puede decir pues que el gobierno de Rajoy fue un gobierno
condicionado por las circunstancias, el cual no era libre para implantar su
propia visión de España, sino que solo se dedicó a reparar, y solo
parcialmente, los males que su predecesor había dejado a su paso por el poder. Rajoy
acabo gobernando, sí, pero no fue un presidente libre a la hora de implantar la
agenda que por el contrario si había podido hacer de haber ganado hace veinte
años. Irónicamente, si el gobierno de Rajoy fue un gobierno que realmente no
pudo implantar su agenda en sus siete años de gobierno, el gobierno de Zapatero
fue por el contrario el mas transformador, para peor, obviamente, que se recuerda
en los últimos cincuenta años de la historia de España. Zapatero se tomó en
serio aquello de pilotar lo que muchos denominaban la “segunda Transición”, y
así lo hizo. Esa misma “segunda Transición” que en los años 90 prometió liderar
Aznar y que solo tenía como objetivo derrocar al felipismo para dar paso al
aznarismo.
Ni los gobiernos de Felipe González, el cual se dedicó a desindustrializar
España y a vender nuestra soberanía política a Europa, ni el de José María
Aznar, el cual se dedicó a privatizar las grandes empresas estatales y a
reducir el déficit, además de vender nuestra soberanía económica nuevamente a
Europa, llegaron tan lejos a la hora de transformar una sociedad y un sistema
como el gobierno de Zapatero. Solo habría que remontarse al gobierno de Adolfo
Suárez, en plena Transición, para encontrar un gobierno que transformase las
instituciones y la sociedad española de una forma tan descomunal. Por cierto,
una transformación, la del gobierno de Suárez, que también fue nefasta para
España, ya que los cambios que dicho gobierno trajo a nuestro país supusieron la creación
del sistema que tenemos desde hace casi medio siglo y que ha sido, a fin de
cuentas, el cauce que ha propiciado que estas leyes viesen la luz y que la situación
de nuestro país sea equiparable a la que en 1924 se vivía en los últimos años
del sistema de la Restauración con Alfonso XIII.
El gobierno de Rajoy fue pues a quien le exploto en la cara el
escenario que años atrás había plantado el gobierno de Zapatero. Buena prueba
de ello fue el procés catalán, el cual nació, en parte, gracias a la idea de
Zapatero y de su colega, Pascual Maragall, de reformar el Estatuto de Cataluña
cuando nadie exigía por aquel entonces aquella reforma. Otra prueba es el
asunto de ETA, la cual ya estaba asentada en las instituciones cuando Rajoy
llego a la Moncloa en 2011 gracias al proceso de paz de Zapatero con la banda
terrorista y su correspondiente blanqueamiento. Obviamente, Rajoy no hizo nada
para frenar esta situación, ya que, en el fondo, los dos principales partidos
del sistema, PSOE y PP, se dan la mano en los temas más cruciales, y a la hora
de la verdad, el PP acepta de lleno los cambios que el PSOE introduce, no así a
la inversa.
Tras el paso silencioso de Rajoy por el poder, llego el
turno de Pedro Sánchez, volviendo con ello el PSOE al ejecutivo en 2018 tras
alinearse con lo peor de cada casa: ERC, Junts (Los promotores del procés catalán),
Bildu (El partido político de ETA), PNV, Podemos, etc. El PSOE regresaba a la Moncloa
vía moción de censura con la situación económica algo más estable, aunque no
del todo, pero lo suficiente como para que la izquierda volviese al punto donde
lo dejó a la hora de implantar su agenda. Con Sánchez, el discípulo aventajado
de Zapatero y digno sucesor de su nefasto legado, se han aprobado en estos seis
años de su gobierno leyes tan aberrantes como la Ley del Sí es Sí, la de
Amnistía para los implicados en el procés catalán, la Ley de Memoria
Democrática (Heredera de la Ley de Memoria Histórica de Zapatero), la Ley
Trans, y otras normas legislativas que no han hecho sino contribuir aún más a
la degradación tanto política como social que atraviesa España. Normas todas
ellas, herederas de las nacidas en 2004 y por las que el gobierno popular de
Mariano Rajoy, contando con mayoría absoluta en su primera legislatura, no movió
un solo dedo en derogar a lo largo de sus siete años en el poder, convirtiéndose
con ello en cómplice pasivo de la decadencia institucional y moral en España
dirigida por la izquierda.
Es obvio que, para los populares, lo primero era regresar al
poder, aunque supusiera traicionar a sus votantes y mantener toda la aberración
legislativa que Zapatero había dejado y que ellos tanto habían criticado en la oposición.
Tras la salida de los populares del gobierno manteniendo intacta dicha
legislación, los socialistas no han hecho sino profundizar aún más en la implantación
de esas normas, pero con un contenido aún más extremista e ideológico de lo que
ya eran las leyes originales hace veinte años. Leyes ideológicas y totalitarias
que por desgracia están lejos de desaparecer de la legislación de nuestro país y
que por el contrario están afianzadas cada día más gracias a esa sociedad que
las ha asumido sin poner el grito en el cielo. Como ya dije antes, un caso
claro de la ventana de Overton en toda regla.
Otro punto interesante es, siguiendo la estela de la ventana
de Overton, cómo la sociedad ha normalizado que el terrorismo campe a sus
anchas en las instituciones del país. Siendo en estos momentos uno de los
socios y aliados principales del gobierno, además de gobernar con el PSOE en diversas
instituciones del País Vasco y Navarra, incluido el Ayuntamiento de Pamplona.
Esta es la nueva normalidad o, como diría Zapatero el día que gano inesperadamente
las elecciones hace veinte años, el “cambio tranquilo” que la izquierda nos
tenía deparada a la sociedad española, y que aún no se ha completado del todo. Por
no hablar de la normalización que ha supuesto que sujetos que han dado un golpe
de Estado contra el país se burlen de los españoles mientras son indultados y
amnistiados por un gobierno del cual son socios y aliados principales, me
refiero obviamente a Junts y ERC. Dos partidos que ahora exigen a Sánchez un
cupo catalán similar al vasco, con el objetivo de avanzar en su independencia económica,
que es la que realmente siempre han ansiado, y no la política.
Otra cuestión a tener en cuenta es la degradación de las
instituciones y del sistema en general. Tras la desastrosa salida de Zapatero
del gobierno y la pésima gestión de Rajoy, los partidos comenzaron a perder
fuelle en favor de nuevos partidos, los cuales estaban a su vez respaldados y financiados
por medios de comunicación y agentes extranjeros. Me refiero, obviamente, a
Podemos, Ciudadanos y VOX. Partidos todos ellos creados hace diez años con el
objetivo de mantener a los dos principales partidos, aunque oficialmente se erijan
como alternativa a los mismos. Como todos sabemos, Ciudadanos ya no existe,
Podemos apenas está ya presente y VOX aún continúa, pero los dos principales
partidos siguen ahí gracias al apoyo que éstos alguna vez les brindaron. La creación
de estos nuevos partidos se puede resumir en una sola frase: “cambiarlo todo
para que todo siga igual”.
Por supuesto, la corrupción tampoco se libra de todo esto,
ya que desde hace diez años la corrupción es un elemento constante en nuestro día
a día. Lo vimos durante los años de Rajoy, donde los casos de corrupción de la
Gürtel y Bárcenas eran el pan nuestro de cada día, hasta el punto de que fue
precisamente la corrupción, y una artimaña político-judicial, lo que provoco el
fin de Rajoy en el poder. Lo vimos también por aquel entonces con respecto a la
Casa Real y el denominado caso Noos, el cual se llevó por delante al rey Juan
Carlos I, abdicando en favor de su hijo, el desde entonces rey Felipe VI. Y lo
hemos visto, como no podía ser menos, con el PSOE, donde los casos de los ERE
de Andalucía estos últimos años y actualmente con los casos de corrupción que
acechan a Pedro Sánchez, a su mujer y a su entorno más cercano, corroboran la
tesis de que el PSOE se encuentra en un momento de corrupción y criminalidad generalizada
aún peor de la que ya se encontraba en los 90 con Felipe González en sus últimos
años de gobierno.
Tampoco la imagen de España en el exterior ha mejorado desde
entonces, sino todo lo contrario. De ser nuestra nación uno de los principales países,
medianamente respetados (No digo que fuésemos el que más), dentro de los países
de nuestro entorno, hemos pasado a ser una nación irrelevante de la cual se ríen
hasta en las Repúblicas más corrompidas y totalitarias del mundo. La relevancia
de España, o mejor dicho, la escasa relevancia de España en el exterior, ha
quedado reducida en nada a partir de 2004. Buena prueba de ello fueron dos
cumbres que se celebraron con algo más de un año de diferencia: la polémica cumbre
de las Azores, donde Aznar apoyó junto a Reino Unido y Portugal a Estados
Unidos en la guerra de Irak, y la cumbre de la Moncloa (Esta algo menos
conocida), la cual se celebró con Zapatero ya en el poder y donde recibió al
entonces presidente de Francia, Jacques Chirac, y al entonces canciller alemán,
Gerhard Schröder con el objetivo de respaldar al eje franco-alemán en Europa, comprometiéndose
España a apoyar la fallida Constitución europea y a mantenerse en un segundo
plano, dedicándose en exclusiva a fortalecer las alianzas con los países de la
comunidad hispanoamericana. Una cumbre que confirmó el punto y aparte que los
atentados del 11-M y la llegada de Zapatero habían supuesto para España,
quedando relegado nuestro país a la más absoluta indiferencia con el apoyo acérrimo
del entonces gobierno de España. Un escenario en el que seguimos inmersos
veinte años después.
Y por último no me quiero dejar atrás la cuestión económica
y laboral, donde la salud de la economía española dista mucho de ser la que vivíamos
en 2004. La calidad del empleo es infinitamente inferior a la de hace dos décadas
y las condiciones de trabajo son claramente peores que hace veinte años. Por no
hablar del bajo nivel de los salarios, del cada vez más inalcanzable derecho a
la vivienda o el empeoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos, y
especialmente, el de la clase media, la cual es ya prácticamente clase
media-baja. Todo ello no habría sido posible sin la ayuda de los sucesivos
gobiernos que han dirigido el país en estos últimos veinte años: el de José
Luis Rodríguez Zapatero, el de Mariano Rajoy, y actualmente, el de Pedro
Sánchez. No digo con ello que el escenario que se vivía en España antes del
11-M y la llegada de Zapatero fuese el paraíso en la tierra, pero si era
indudablemente de mayor y mejor calidad que lo que llevamos viviendo desde
entonces.
Este es pues el resumen de estos veinte históricos, oscuros
y nefastos años de la historia de España. Veinte años en los que la calidad de
vida de los españoles, así como la calidad de sus instituciones, han empeorado
considerablemente. Los españoles debemos ser conscientes de que lo pasado no volverá,
y que el escenario cuasi idílico previo al 2004 es ya simplemente algo nostálgico.
La cruda y dura realidad es que desde que en Atocha estallasen unas bombas,
llevándose a doscientas personas por delante hace veinte años, y la consecuente
e inesperada victoria electoral de un sujeto, el cual todas las encuestas daban
como perdedor de aquellos comicios, supuso un cambio radical en la historia de
nuestro país. Un cambio nefasto que comenzó su andadura a partir de entonces y
que hasta ahora sigue su camino hacia no se sabe dónde.
En estos últimos años, y vista con perspectiva la situación,
no han sido pocas las veces que he pensado, y así lo sigo creyendo, que lo
ocurrido a partir de 2004 obedeció todo a una serie de intereses concretos y
extranjeros, así como a una especie de ingeniería social, donde España ejerce
desde entonces de laboratorio social para comprobar la reacción de la sociedad
ante las implantaciones que desde el poder se realiza para con éstos. Un buen
ejemplo fue la propia pandemia en aquel maldito 2020, donde el confinamiento y
el Estado de Sitio que de facto se aprobó camuflado como Estado de Alarma por
parte del gobierno de Sánchez, demostró hasta qué punto es dócil y aborregado
el sumiso pueblo español. Un escenario, el del confinamiento, que ha supuesto a
su vez otro punto y aparte en lo que respecta a la calidad de vida de los ciudadanos
y al impacto psicológico y social que aquello tuvo en todos nosotros, y que ha
sido simplemente un escalón más dentro de la decadencia que llevamos vivida
desde hace veinte años en nuestro país.
Lo cierto y verdad es que estos veinte años han sido una
cadena de desgracias y de decadencia a todos los niveles y cuyo fin no parece verse
en el horizonte. El futuro de España es pues oscuro y nada esperanzador y visto
los acontecimientos vividos desde 2004 hasta 2024 no sé cuál será el escenario que
se vivirá de aquí a otros veinte años, pero lo que es seguro es que será el de
una España aún más diferente de lo que ya es en este 2024 con respecto a 2004. No
cabe duda de que estamos asistiendo a una demolición controlada de España desde
entonces, la cual lidera actualmente Pedro Sánchez junto a sus socios, y con un
PP liderado por Alberto Núñez Feijóo, el cual está encantado de la vida con la
implantación de estas políticas, lo cual nos lleva a la conclusión de que Pedro
Sánchez no está solo en esta demolición controlada.
Un Pedro Sánchez que se ríe de los españoles de forma
chulesca mientras sabe que nada ni nadie lo detendrá, incluidos los casos de corrupción
que le acechan, a la hora de mantenerse en el poder. Y sabe también que mientras
sus socios lo apoyen, seguirá en el gobierno mientras continúa liderando la demolición
de España que su mentor Zapatero comenzó hace dos décadas con la posterior
complicidad pasiva de un Rajoy que pasaba de meterse en más charcos de los que
ya había heredado al llegar al gobierno. Este es el desolador panorama de estos
últimos veinte años de la historia de España, este es pues el oscuro escenario
que tenemos encima y que amenaza con ir a peor.