sábado, 28 de diciembre de 2024

Veinte años de decadencia


Cuando estamos a solo tres días de que acabe el 2024 creo que es justo que escriba una entrada acerca de la situación que lleva atravesando España desde hace justo veinte años hasta la fecha; es decir, desde 2004 hasta este 2024 que está a punto de concluir. No es un secreto para nadie que España lleva exactamente veinte años en un proceso continuo, progresivo e imparable de decadencia en todas sus vertientes: política, económica, social, moral, territorial, cultural, etc. Esta decadencia tiene su origen en el atentado terrorista del 11-M y en la consecuente victoria electoral de José Luis Rodríguez Zapatero solo tres días después. Una victoria contra todo pronóstico por la que nadie, excepto él, según ha comentado posteriormente, daba ni un misero duro.

No voy a entrar en detalles sobre el 11-M ni sobre esa inesperada victoria, ya que este mismo año he escrito dos entradas hablando largo y tendido sobre ambos temas. Pero no cabe duda de que el 11-M, así como la victoria de Zapatero, supuso un antes y un después en la historia de España. Un punto y aparte que por supuesto ha devenido en un cambio nefasto para nuestro país desde aquel entonces. Solo hay que ver la situación que se vivía en España en, por ejemplo, febrero de 2004, con la que vivimos a solo tres días de acabar este 2024. Quien diga que España ha mejorado desde entonces es o bien un rojo de manual, o un sujeto a sueldo del PSOE, o un ignorante, o bien las tres cosas a la vez.

No. España no está, ni muchísimo menos, mejor que hace veinte años, sino todo lo contrario. La crisis territorial, social, política y moral que nació en 2004 como consecuencia de las políticas llevadas a cabo por el gobierno de Zapatero son el origen del escenario catastrófico que vive nuestro país desde entonces y que conforme han ido transcurriendo los años ha ido in crescendo, palpándose su empeoramiento cada vez más dentro de la sociedad y de las instituciones. Leyes como las de Memoria Histórica, la de Violencia de Género, la de Igualdad, la del Aborto, la de Educación, la reforma del Estatuto catalán, así como el denominado proceso de paz con ETA, han sido los ejes centrales que han supuesto que dos décadas después, este país esté en situación agónica.

No cabe duda de que el gobierno de Zapatero fue un implantador acérrimo de lo que en ciencia política se conoce como la Ventana de Overton, donde unas ideas o escenarios que son originalmente concebidos por la sociedad como inaceptables e inmorales van abriéndose paso hasta ser respaldadas, aceptadas y defendidas por esa misma sociedad. ¿Acaso alguien veía con buenos ojos que una organización terrorista como ETA fuese algún día reconocida como interlocutora política y tuviese su espacio dentro del sistema político español? ¿Acaso alguien podía concebir hace veinte años que se aprobaría la reforma de un Estatuto que reconociese a Cataluña como una nación? ¿Acaso alguien podía defender en su momento que se aprobasen leyes donde la presunción de inocencia de todos los varones fuese derogada de facto gracias a leyes como las de Violencia de Genero? ¿O que la igualdad entre hombres y mujeres fuese derogada también de facto en favor de la población femenina?

¿Alguien podía pensar en su sano juicio que España volvería a estar enfrentada socialmente por una guerra civil ocurrida hace casi cien años y que gracias a la Ley de Memoria Histórica volvería a poner ese conflicto nacional de plena actualidad en nuestros días? Por cierto, una memoria histórica que en este próximo 2025 amenaza con pisar el acelerador, ya que Sánchez ha anunciado un centenar de actos para conmemorar los cincuenta años de la muerte de Franco. Algo que podríamos decir que no se trata ya de un insulto, que también, sino de un delito, ya que hablamos de celebrar el fallecimiento de una persona. ¿Acaso alguien se imaginaba hace veinte años que estaríamos en medio de tan miserable escenario y que la sociedad lo iba a aceptar sin más?

Pues todo ello ha acabado siendo aceptado, y de forma progresiva, por la aborregada sociedad española. El problema no es solo que un gobierno apruebe leyes que solo sirven para originar conflictos, divisiones, crisis, tensiones y polarización. El problema está en que esas mismas leyes no son posteriormente derogadas por el gobierno que les sucede. Y sí, me refiero al gobierno de Mariano Rajoy, el cual tuvo que esperar siete años para llegar a la Moncloa después de su derrota contra todo pronóstico en 2004. Un gobierno, el de Rajoy, que realmente no estaba libre de implantar su propia agenda, como lo hubiera podido hacer el propio Rajoy de haber ganado en 2004, sin la presidencia de Zapatero de por medio. En 2011, la situación en España y la mentalidad de la sociedad eran ya completamente distintas a la de 2004. Rajoy, como buen conservador, o mejor dicho, inmovilista (Por ello lo designó Aznar en 2003 como su sucesor, creyendo que preservaría su legado), se negó a derogar aquellas leyes que habían abierto un melón de considerables dimensiones a nivel general (político, social, territorial, etc). En lugar de ello, se dedicó a reparar la otra gran crisis que Zapatero dejo al abandonar el poder: la crisis económica.

Se puede decir pues que el gobierno de Rajoy fue un gobierno condicionado por las circunstancias, el cual no era libre para implantar su propia visión de España, sino que solo se dedicó a reparar, y solo parcialmente, los males que su predecesor había dejado a su paso por el poder. Rajoy acabo gobernando, sí, pero no fue un presidente libre a la hora de implantar la agenda que por el contrario si había podido hacer de haber ganado hace veinte años. Irónicamente, si el gobierno de Rajoy fue un gobierno que realmente no pudo implantar su agenda en sus siete años de gobierno, el gobierno de Zapatero fue por el contrario el mas transformador, para peor, obviamente, que se recuerda en los últimos cincuenta años de la historia de España. Zapatero se tomó en serio aquello de pilotar lo que muchos denominaban la “segunda Transición”, y así lo hizo. Esa misma “segunda Transición” que en los años 90 prometió liderar Aznar y que solo tenía como objetivo derrocar al felipismo para dar paso al aznarismo.

Ni los gobiernos de Felipe González, el cual se dedicó a desindustrializar España y a vender nuestra soberanía política a Europa, ni el de José María Aznar, el cual se dedicó a privatizar las grandes empresas estatales y a reducir el déficit, además de vender nuestra soberanía económica nuevamente a Europa, llegaron tan lejos a la hora de transformar una sociedad y un sistema como el gobierno de Zapatero. Solo habría que remontarse al gobierno de Adolfo Suárez, en plena Transición, para encontrar un gobierno que transformase las instituciones y la sociedad española de una forma tan descomunal. Por cierto, una transformación, la del gobierno de Suárez, que también fue nefasta para España, ya que los cambios que dicho gobierno trajo a nuestro país supusieron la creación del sistema que tenemos desde hace casi medio siglo y que ha sido, a fin de cuentas, el cauce que ha propiciado que estas leyes viesen la luz y que la situación de nuestro país sea equiparable a la que en 1924 se vivía en los últimos años del sistema de la Restauración con Alfonso XIII.

El gobierno de Rajoy fue pues a quien le exploto en la cara el escenario que años atrás había plantado el gobierno de Zapatero. Buena prueba de ello fue el procés catalán, el cual nació, en parte, gracias a la idea de Zapatero y de su colega, Pascual Maragall, de reformar el Estatuto de Cataluña cuando nadie exigía por aquel entonces aquella reforma. Otra prueba es el asunto de ETA, la cual ya estaba asentada en las instituciones cuando Rajoy llego a la Moncloa en 2011 gracias al proceso de paz de Zapatero con la banda terrorista y su correspondiente blanqueamiento. Obviamente, Rajoy no hizo nada para frenar esta situación, ya que, en el fondo, los dos principales partidos del sistema, PSOE y PP, se dan la mano en los temas más cruciales, y a la hora de la verdad, el PP acepta de lleno los cambios que el PSOE introduce, no así a la inversa.

Tras el paso silencioso de Rajoy por el poder, llego el turno de Pedro Sánchez, volviendo con ello el PSOE al ejecutivo en 2018 tras alinearse con lo peor de cada casa: ERC, Junts (Los promotores del procés catalán), Bildu (El partido político de ETA), PNV, Podemos, etc. El PSOE regresaba a la Moncloa vía moción de censura con la situación económica algo más estable, aunque no del todo, pero lo suficiente como para que la izquierda volviese al punto donde lo dejó a la hora de implantar su agenda. Con Sánchez, el discípulo aventajado de Zapatero y digno sucesor de su nefasto legado, se han aprobado en estos seis años de su gobierno leyes tan aberrantes como la Ley del Sí es Sí, la de Amnistía para los implicados en el procés catalán, la Ley de Memoria Democrática (Heredera de la Ley de Memoria Histórica de Zapatero), la Ley Trans, y otras normas legislativas que no han hecho sino contribuir aún más a la degradación tanto política como social que atraviesa España. Normas todas ellas, herederas de las nacidas en 2004 y por las que el gobierno popular de Mariano Rajoy, contando con mayoría absoluta en su primera legislatura, no movió un solo dedo en derogar a lo largo de sus siete años en el poder, convirtiéndose con ello en cómplice pasivo de la decadencia institucional y moral en España dirigida por la izquierda.

Es obvio que, para los populares, lo primero era regresar al poder, aunque supusiera traicionar a sus votantes y mantener toda la aberración legislativa que Zapatero había dejado y que ellos tanto habían criticado en la oposición. Tras la salida de los populares del gobierno manteniendo intacta dicha legislación, los socialistas no han hecho sino profundizar aún más en la implantación de esas normas, pero con un contenido aún más extremista e ideológico de lo que ya eran las leyes originales hace veinte años. Leyes ideológicas y totalitarias que por desgracia están lejos de desaparecer de la legislación de nuestro país y que por el contrario están afianzadas cada día más gracias a esa sociedad que las ha asumido sin poner el grito en el cielo. Como ya dije antes, un caso claro de la ventana de Overton en toda regla.

Otro punto interesante es, siguiendo la estela de la ventana de Overton, cómo la sociedad ha normalizado que el terrorismo campe a sus anchas en las instituciones del país. Siendo en estos momentos uno de los socios y aliados principales del gobierno, además de gobernar con el PSOE en diversas instituciones del País Vasco y Navarra, incluido el Ayuntamiento de Pamplona. Esta es la nueva normalidad o, como diría Zapatero el día que gano inesperadamente las elecciones hace veinte años, el “cambio tranquilo” que la izquierda nos tenía deparada a la sociedad española, y que aún no se ha completado del todo. Por no hablar de la normalización que ha supuesto que sujetos que han dado un golpe de Estado contra el país se burlen de los españoles mientras son indultados y amnistiados por un gobierno del cual son socios y aliados principales, me refiero obviamente a Junts y ERC. Dos partidos que ahora exigen a Sánchez un cupo catalán similar al vasco, con el objetivo de avanzar en su independencia económica, que es la que realmente siempre han ansiado, y no la política.

Otra cuestión a tener en cuenta es la degradación de las instituciones y del sistema en general. Tras la desastrosa salida de Zapatero del gobierno y la pésima gestión de Rajoy, los partidos comenzaron a perder fuelle en favor de nuevos partidos, los cuales estaban a su vez respaldados y financiados por medios de comunicación y agentes extranjeros. Me refiero, obviamente, a Podemos, Ciudadanos y VOX. Partidos todos ellos creados hace diez años con el objetivo de mantener a los dos principales partidos, aunque oficialmente se erijan como alternativa a los mismos. Como todos sabemos, Ciudadanos ya no existe, Podemos apenas está ya presente y VOX aún continúa, pero los dos principales partidos siguen ahí gracias al apoyo que éstos alguna vez les brindaron. La creación de estos nuevos partidos se puede resumir en una sola frase: “cambiarlo todo para que todo siga igual”.

Por supuesto, la corrupción tampoco se libra de todo esto, ya que desde hace diez años la corrupción es un elemento constante en nuestro día a día. Lo vimos durante los años de Rajoy, donde los casos de corrupción de la Gürtel y Bárcenas eran el pan nuestro de cada día, hasta el punto de que fue precisamente la corrupción, y una artimaña político-judicial, lo que provoco el fin de Rajoy en el poder. Lo vimos también por aquel entonces con respecto a la Casa Real y el denominado caso Noos, el cual se llevó por delante al rey Juan Carlos I, abdicando en favor de su hijo, el desde entonces rey Felipe VI. Y lo hemos visto, como no podía ser menos, con el PSOE, donde los casos de los ERE de Andalucía estos últimos años y actualmente con los casos de corrupción que acechan a Pedro Sánchez, a su mujer y a su entorno más cercano, corroboran la tesis de que el PSOE se encuentra en un momento de corrupción y criminalidad generalizada aún peor de la que ya se encontraba en los 90 con Felipe González en sus últimos años de gobierno.

Tampoco la imagen de España en el exterior ha mejorado desde entonces, sino todo lo contrario. De ser nuestra nación uno de los principales países, medianamente respetados (No digo que fuésemos el que más), dentro de los países de nuestro entorno, hemos pasado a ser una nación irrelevante de la cual se ríen hasta en las Repúblicas más corrompidas y totalitarias del mundo. La relevancia de España, o mejor dicho, la escasa relevancia de España en el exterior, ha quedado reducida en nada a partir de 2004. Buena prueba de ello fueron dos cumbres que se celebraron con algo más de un año de diferencia: la polémica cumbre de las Azores, donde Aznar apoyó junto a Reino Unido y Portugal a Estados Unidos en la guerra de Irak, y la cumbre de la Moncloa (Esta algo menos conocida), la cual se celebró con Zapatero ya en el poder y donde recibió al entonces presidente de Francia, Jacques Chirac, y al entonces canciller alemán, Gerhard Schröder con el objetivo de respaldar al eje franco-alemán en Europa, comprometiéndose España a apoyar la fallida Constitución europea y a mantenerse en un segundo plano, dedicándose en exclusiva a fortalecer las alianzas con los países de la comunidad hispanoamericana. Una cumbre que confirmó el punto y aparte que los atentados del 11-M y la llegada de Zapatero habían supuesto para España, quedando relegado nuestro país a la más absoluta indiferencia con el apoyo acérrimo del entonces gobierno de España. Un escenario en el que seguimos inmersos veinte años después.

Y por último no me quiero dejar atrás la cuestión económica y laboral, donde la salud de la economía española dista mucho de ser la que vivíamos en 2004. La calidad del empleo es infinitamente inferior a la de hace dos décadas y las condiciones de trabajo son claramente peores que hace veinte años. Por no hablar del bajo nivel de los salarios, del cada vez más inalcanzable derecho a la vivienda o el empeoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos, y especialmente, el de la clase media, la cual es ya prácticamente clase media-baja. Todo ello no habría sido posible sin la ayuda de los sucesivos gobiernos que han dirigido el país en estos últimos veinte años: el de José Luis Rodríguez Zapatero, el de Mariano Rajoy, y actualmente, el de Pedro Sánchez. No digo con ello que el escenario que se vivía en España antes del 11-M y la llegada de Zapatero fuese el paraíso en la tierra, pero si era indudablemente de mayor y mejor calidad que lo que llevamos viviendo desde entonces.

Este es pues el resumen de estos veinte históricos, oscuros y nefastos años de la historia de España. Veinte años en los que la calidad de vida de los españoles, así como la calidad de sus instituciones, han empeorado considerablemente. Los españoles debemos ser conscientes de que lo pasado no volverá, y que el escenario cuasi idílico previo al 2004 es ya simplemente algo nostálgico. La cruda y dura realidad es que desde que en Atocha estallasen unas bombas, llevándose a doscientas personas por delante hace veinte años, y la consecuente e inesperada victoria electoral de un sujeto, el cual todas las encuestas daban como perdedor de aquellos comicios, supuso un cambio radical en la historia de nuestro país. Un cambio nefasto que comenzó su andadura a partir de entonces y que hasta ahora sigue su camino hacia no se sabe dónde.

En estos últimos años, y vista con perspectiva la situación, no han sido pocas las veces que he pensado, y así lo sigo creyendo, que lo ocurrido a partir de 2004 obedeció todo a una serie de intereses concretos y extranjeros, así como a una especie de ingeniería social, donde España ejerce desde entonces de laboratorio social para comprobar la reacción de la sociedad ante las implantaciones que desde el poder se realiza para con éstos. Un buen ejemplo fue la propia pandemia en aquel maldito 2020, donde el confinamiento y el Estado de Sitio que de facto se aprobó camuflado como Estado de Alarma por parte del gobierno de Sánchez, demostró hasta qué punto es dócil y aborregado el sumiso pueblo español. Un escenario, el del confinamiento, que ha supuesto a su vez otro punto y aparte en lo que respecta a la calidad de vida de los ciudadanos y al impacto psicológico y social que aquello tuvo en todos nosotros, y que ha sido simplemente un escalón más dentro de la decadencia que llevamos vivida desde hace veinte años en nuestro país.

Lo cierto y verdad es que estos veinte años han sido una cadena de desgracias y de decadencia a todos los niveles y cuyo fin no parece verse en el horizonte. El futuro de España es pues oscuro y nada esperanzador y visto los acontecimientos vividos desde 2004 hasta 2024 no sé cuál será el escenario que se vivirá de aquí a otros veinte años, pero lo que es seguro es que será el de una España aún más diferente de lo que ya es en este 2024 con respecto a 2004. No cabe duda de que estamos asistiendo a una demolición controlada de España desde entonces, la cual lidera actualmente Pedro Sánchez junto a sus socios, y con un PP liderado por Alberto Núñez Feijóo, el cual está encantado de la vida con la implantación de estas políticas, lo cual nos lleva a la conclusión de que Pedro Sánchez no está solo en esta demolición controlada.

Un Pedro Sánchez que se ríe de los españoles de forma chulesca mientras sabe que nada ni nadie lo detendrá, incluidos los casos de corrupción que le acechan, a la hora de mantenerse en el poder. Y sabe también que mientras sus socios lo apoyen, seguirá en el gobierno mientras continúa liderando la demolición de España que su mentor Zapatero comenzó hace dos décadas con la posterior complicidad pasiva de un Rajoy que pasaba de meterse en más charcos de los que ya había heredado al llegar al gobierno. Este es el desolador panorama de estos últimos veinte años de la historia de España, este es pues el oscuro escenario que tenemos encima y que amenaza con ir a peor.

sábado, 21 de diciembre de 2024

La caída de las águilas


Hace cincuenta años, en 1974, se estrenó en televisión una extraordinaria miniserie producida por la BBC que por desgracia aquí en España ha quedado relegada al olvido y que yo recomiendo completamente. Esa miniserie se titulaba “La Caída de las Águilas”, y narraba el declive de las Monarquías rusa, alemana y austrohúngara. La miniserie narraba así los sucesos acaecidos en Europa desde 1854 (Año del matrimonio entre el emperador austriaco Francisco José I y la famosa emperatriz Sissi) hasta 1918, año en el que se produjo la caída de las dinastías Romanov, Hohenzollern y Habsburgo, todo ello con la Primera Guerra Mundial como telón de fondo.

Pues bien, ciento seis años después de aquellos históricos sucesos, los cuales provocaron un vuelco político radical y sin precedentes en Europa, y medio siglo después del estreno en televisión de aquella gran producción que narró aquellos eventos, el mundo está viviendo una nueva caída de águilas en este año 2024. Si el siglo XX se caracterizó por la caída de las águilas en 1918 de las Monarquías europeas, en este siglo XXI estamos teniendo lo mismo con las caídas sucesivas de los principales gobiernos europeos e incluso estadounidense en este 2024.

Con la caída del gobierno del canciller alemán, Olaf Scholz, en una cuestión de confianza que ha llevado a éste a convocar elecciones anticipadas para el 23 de febrero del 2025, se consume así una nueva y consecutiva caída de otro gobierno de relevancia mundial en poco menos de medio año y que veremos a ver si no se suma dentro de poco la caída definitiva de Emmanuel Macron como presidente de Francia, el cual está cada día más en la cuerda floja tras haber caído a su vez el gobierno francés en una moción de censura apoyada por Marine Le Pen y la izquierda francesa. Una moción de censura que amenaza con repetirse con el nuevo primer ministro nombrado por Macron, Francois Bayrou, lo cual hace que muchos comiencen a ver el final de Macron de aquí a pocos meses.

Europa vive pues una serie consecutiva de caídas de sus gobiernos que comenzaron en julio de este año, cuando los tories británicos fueron desalojados de Downing Street tras catorce años gobernando un Reino Unido sumido en el caos y la decadencia, primero con la crisis económica y posteriormente con el estallido del Brexit, la pandemia y los posteriores escándalos de corrupción que salpicaron a los conservadores británicos. Una serie de acontecimientos sobre los que ya escribí en julio y que supusieron la caída de un Rishi Sunak, el cual llevaba solo año y medio como primer ministro y que ya arrastraba el declive de los gobiernos de David Cameron, Theresa May y Boris Johnson. Como es obvio, el irrisorio mandato de Lizz Truss no puedo incluirlo, ya que su gobierno duró exactamente un mes y fue más fugaz que un rayo.

Como ya dije en julio, no hay duda de que los tories recogieron con su derrota lo que han ido sembrando desde su regreso a Downing Street en mayo de 2010. Unos tories que, por contra de lo que se presagiaba, no estaban en absoluto preparados para tomar el relevo del gobierno tras derrotar a los laboristas de Gordon Brown hace catorce años. Un tipo irresponsable como Cameron que llevó al borde del abismo a Reino Unido en primer lugar con el referéndum de independencia de Escocia y posteriormente con el referéndum sobre la salida del país de la UE, lo cual dio lugar a la apertura de una de las mayores crisis políticas, sociales y económicas a las que se ha tenido que enfrentar la isla británica en décadas.

Todo lo demás ya vino solo: la llegada de una mediocre Theresa May, cuyo gobierno solo sirvió para debilitar aún más la situación británica y prolongar la salida del país de Europa, y posteriormente la llegada de Johnson, cuyas juergas y escándalos de corrupción en Downing Street en plena pandemia empeoraron aun más el decadente escenario que los británicos ya vivían desde junio de 2016. Sunak por su parte lo que heredó al llegar a Downing Street en octubre de 2022 fue prácticamente un país en decadencia y un partido en las últimas, donde lo único que podía hacer era mantenerse en el poder todo el tiempo posible, hasta que los británicos le pegasen la patada, como así ocurrió finalmente.  

Con su desalojo por medio de las urnas se produjo a su vez el regreso de los laboristas con Keir Starmer, los cuales han logrado batir el récord de hartazgo y desgaste de un gobierno, hasta tal punto de que, en menos de seis meses, ya son mayoría los británicos que desean ver fuera de Downing Street a los laboristas, los cuales obtuvieron la mayor victoria electoral en julio desde la histórica y arrasadora victoria de Tony Blair en mayo de 1997. Cinco meses después, todo eso es ya cosa del pasado. Estas son pues las consecuencias que tiene que hacer frente un Starmer que ha jugado a ser dictador desde su llegada al poder y que ha comenzado una serie de políticas de persecución contra todo aquel británico que rechace las políticas de inmigración de Reino Unido, llevando incluso a la cárcel a una mayoría de británicos que se han manifestado mayoritariamente en estos meses.

Pero volviendo al tema que nos ocupa, que son los gobiernos que ya han sido eliminados, tras la caída de un débil y completamente desgastado Sunak hay que sumarle días después la decisión histórica del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, de retirarse de las elecciones presidenciales del pasado mes de noviembre. Una decisión que no se veía desde hacia cincuenta y seis años y que supuso de facto el final anticipado de una presidencia débil, incompetente y criminal como la de Biden, el cual dejará ya de forma definitiva y oficial el poder dentro de un mes, cuando Donald Trump jure ocho años después y de forma no consecutiva su segundo mandato como presidente de EEUU tras haber barrido frente a unos demócratas nerviosos y desprevenidos liderados por la vicepresidenta Kamala Harris el pasado 5 de noviembre.

Con el relevo presidencial del próximo 20 de enero, se pondrá fin a una de las presidencias más fallidas, peligrosas, polarizadoras y mediocres de la historia estadounidense, donde un hombre octogenario, con demencia senil y liderazgo débil ha llevado a Estados Unidos y al resto del mundo al borde de una Tercera Guerra Mundial que veremos a ver si no estalla definitivamente a partir del año que viene. No se puede negar que desde la administración Biden se ha hecho todo lo posible y más para que esa guerra estallase, y si no ha estallado aún ha sido por la cautela, quizás excesiva, de un Putin que ha llegado a pecar incluso de débil al no lanzar una respuesta contundente a los americanos ante la escalada que éstos, la OTAN y la UE están realizando en su apoyo acérrimo hacia Zelenski y en su empeño en extender la guerra de Ucrania hacia el resto de nuestro continente.

Todo ello sin dejar de lado la situación que Biden dejará en enero en Oriente Medio, donde la extensión de la guerra en la región demuestra que los intereses belicistas de Biden y los demócratas no se han limitado solo hacia Europa, sino también hacia esta zona cuyo mapa político y social también está cambiando a marchas forzadas. Y sin dejar tampoco de lado la propia situación interna de Estados Unidos, donde la polarización extrema que viven los estadounidenses gracias a las políticas divisorias, extremistas y decadentes representadas por la ideología woke están llevando al denominado “imperio americano” a un declive progresivo e imparable que veremos a ver cómo intentará frenarlo Trump a partir del mes que viene. La derrota de los demócratas y la salida de Biden de la Casa Blanca tras un solo mandato al frente de Estados Unidos es pues el final esperado y deseable ante un gobierno que ha intentado por todos los medios llevarse por delante a todo y a todos y que finalmente se han llevado a ellos mismos.

Pero aquí no acaba la cosa, ya que, en Alemania, y tras solo tres años desde la salida de Angela Merkel y la CDU del poder, los socialdemócratas alemanes han roto su pacto de gobierno con los liberales del FDP, obligando con ello al canciller Scholz a presentar una cuestión de confianza en el Bundestag alemán, con el conocimiento total por parte de éste de que dicha confianza no le seria otorgada. Como así ha sido, la confianza se le denegó hace unos días a Scholz y ha obligado al todavía canciller alemán a convocar unas elecciones anticipadas que según todas las encuestas va a provocar un cambio de gobierno en Alemania en favor de la CDU, mandando con ello nuevamente a los socialdemócratas a la oposición tras poco más de tres años en el poder.

Al igual que en Londres, lo ocurrido en Berlín no debe de sorprender, ya que si por algo se ha caracterizado el gobierno de Scholz ha sido por su debilidad, su nulo plan de gobierno y su defensa acérrima de un criminal de guerra como Zelenski, así como su apoyo a la escalada del conflicto ucraniano en el resto de Europa. Cabe decir también que después del polémico paso por el gobierno de una elitista y europeísta como Merkel, todo hacía indicar que cualquiera que fuese su sucesor, ya fuese del CDU o del SPD, conseguiría al menos mantener controlada la situación, pero se ve que eso era pedirle demasiado a un tipo como Scholz, el cual ha dejado completamente en manos de la Francia de Macron el liderazgo de la Unión Europea, relegando a Alemania a un discreto segundo plano. Todo lo contrario de lo que se vivió durante los dieciséis años de gobierno de Merkel, donde Alemania era la cabeza visible de Europa, con independencia de que la ex canciller alemana gustase o no.

Ahora, todo parece indicar que la suerte de Scholz está, al igual que la de Sunak y la de Biden, acabada, y que Alemania se encamina también a un cambio inminente de gobierno de aquí a dos meses, con el regreso de la CDU al poder y la vuelta de los socialdemócratas a la oposición. Todo ello mientras la AfD continua imparable su ascenso en Alemania, ganando votos tanto por parte de la CDU como incluso de los votantes del SDP, lo cual podría dar lugar a una posible llegada de éstos al poder en las próximas elecciones generales alemanas de 2029, coincidiendo probablemente con una posible presidencia de Le Pen en Francia tras la salida de Macron.

Y es que no solo la caída de los gobiernos de Estados Unidos, Reino Unido y Alemania es un hecho, sino que esta caída puede hacerse efectiva también en Francia, donde Macron está cada vez más solo y acorralado ante la pinza que tanto la derecha de Le Pen como la izquierda han cosido tras las elecciones legislativas que Macron convocó este verano pasado, con la idea de salvar los muebles, aunque fuese juntándose con toda la morralla ajena a Le Pen. Medio año después todo hace indicar que esa jugada no le ha salido tan redonda al todavía presidente francés como él mismo esperaba, ya que la propia izquierda que Macron utilizó contra Le Pen y que luego dejó tirada una vez que consiguió su objetivo de frenar su victoria electoral en las legislativas francesas, está siendo la que irónicamente le está llevando a la puerta de salida a pasos acelerados.

El nombramiento por parte de Macron del ex primer ministro, Michel Barnier, en septiembre y la consecuente moción de censura que desde la izquierda y la derecha han aprobado para destituirlo hace solo unos días, ha demostrado que, aunque el presidente de la República francesa está aún residiendo en el Palacio del Eliseo, ya no es él quien verdaderamente tiene el control absoluto sobre Francia. Tras la destitución de Barnier como primer ministro, Macron nombró al liberal Bayrou como nuevo jefe del gobierno. La ironía reside en que minutos después de su nombramiento, la propia izquierda anunciaba una nueva moción de censura contra el propio Bayrou, el cual no llevaba ni una hora en el cargo.

Personalmente no creo que esta nueva moción de censura vaya a tener el éxito que ha tenido la última, pero con independencia de su resultado, el hecho de que los sucesivos gobiernos de Macron estén siendo sometidos de forma constante a la amenaza de una moción de censura demuestra la debilidad extrema en la que se encuentra actualmente el jefe del Estado francés. Ante este escenario no seria descartable en absoluto que en 2025 Macron se vea obligado a dimitir y a convocar elecciones presidenciales en Francia, poniendo fin a una maliciosa presidencia, la cual solo podía ser dirigida por un tipo sin escrúpulos como él.

Veremos a ver cómo acaba la situación en Francia, aunque todo parece indicar que Macron se va a sumar más pronto que tarde a esa lista de águilas caídas a lo largo de estos últimos meses, a pesar de que él haya anunciado a los cuatro vientos que no piensa dimitir bajo ningún concepto y que piensa agotar su mandato hasta mayo de 2027. También el zar Nicolás II, el Kaiser Guillermo II y el emperador austriaco Carlos I rechazaron de lleno abdicar en un primer momento para posteriormente y bajo su vergüenza, verse forzados a dejar el poder.

Pase lo que pase, está claro que tanto Europa como Estados Unidos están viviendo unos momentos equiparables en cierta forma a los que Europa vivió en 1918 con la caída de sus principales Monarquías. Si en 1918 el mundo vivió estos acontecimientos bajo el infierno de los últimos momentos de la Primera Guerra Mundial, en este 2024 estos acontecimientos se están viviendo con la amenaza del estallido de una posible Tercera Guerra Mundial. Estamos pues ante dos momentos históricos (Uno en el pasado y otro en el presente) que, aunque no exactos, sí tienen un cierto paralelismo. Dos momentos en los que las águilas comienzan a caer de forma consecutiva en un contexto global tenso y peligroso. En 1918 ya vimos cómo acabaron aquellas caídas de esas águilas y las posteriores repercusiones que dieron lugar tanto en sus respectivos países como a nivel mundial; las caídas de las águilas actuales están produciéndose en estos momentos (Y veremos a ver si no caen algunas más de las ya mencionadas aquí), y más pronto que tarde asistiremos a las consecuencias de esas caídas. 

martes, 10 de diciembre de 2024

Putin: El zar ruso del siglo XXI


A finales de este año, concretamente el mismo día 31 de diciembre (Día de Nochevieja), se conmemora un cuarto de siglo de la llegada de uno de los personajes más relevantes y controvertidos de lo que llevamos de siglo XXI. Me refiero al presidente de Rusia, Vladímir Putin. Un tipo que desde que asumiera el poder el último día de 1999, no ha abandonado el poder en ningún momento en estos veinticinco años de gobierno del que se podría considerar a todos los efectos como el zar ruso de nuestros tiempos. 

Vladímir Putin, un ex agente de la KGB, consiguió a finales de 1999 suceder a un tipo mediocre, corrupto y alcohólico como Boris Yeltsin al frente de los destinos de Rusia. Una Rusia que no estaba en aquel momento en sus mejores horas tras los continuos escandalos que salpicaban a Yeltsin, además del convulso escenario en el que se encontraba el país justo ocho años después de la caída de Mijaíl Gorbachov y de la Unión Soviética en 1991. Rusia parecía estar en shock después de aquellos acontecimientos que supusieron el fin de una Guerra Fría que había durado casi cincuenta años. 

Con la decisión de Yeltsin de dimitir en 1999, designando a su vez a su por entonces primer ministro, Vladímir Putin, como su sucesor, se abría así un nuevo e incierto escenario geopolítico que nadie sabía cómo iba a desarrollarse ni a concluir. Veinticinco años después, Putin no solo ha reparado los graves errores de sus predecesores, sino que ha devuelto a Rusia a uno de sus mayores momentos de esplendor y grandeza. Y es que lo que ahora vemos de la actual Rusia de Putin es practicamente la vuelta de lo que en su día fue el Imperio Ruso de los zares y de los Romanovs. Un Imperio que acabó en 1917 con la caída del zar Nicolás II, pero que a medida que ha ido avanzando la presidencia de Putin, ha vuelto a resurgir de sus viejas cenizas hasta convertirse en un Imperio de facto, con un zar sin corona. 

Obviamente, nada es de color de rosas. Putin ha devuelto el esplendor y la grandeza a Rusia, pero a cambio de convertir el país más extenso del mundo en una autarquía donde el presidente es quien ejerce todos los poderes dentro de un sistema de República semipresidencial en el que teóricamente el primer ministro se ocupa de los asuntos domésticos, mientras que el presidente dirige la política exterior y la defensa del país. Un sistema, el de la República semipresidencial, que es exacto al que tiene Francia y que yo personalmente considero el mejor, aunque en estos momentos Francia esté en una crisis política bastante considerable. 

Pero por supuesto, en el caso de Putin, Rusia no es en la práctica una República semipresidencial ni existen división de poderes, ya que el primer ministro no es quien realmente dirige la política nacional, sino también el propio presidente. Aunque oficialmente las funciones están específicamente diferenciadas según la Constitución rusa, en la Rusia de Putin las cosas funcionan de otra manera (O a su manera, mejor dicho). El líder ruso es pues quien realmente dirige tanto la política nacional como la internacional de su país. 

Buena prueba de ello fue lo sucedido en 2008, donde Putin, al verse obligado a abandonar la presidencia como consecuencia de la expiración de su mandato en mayo de ese mismo año, designó como su sucesor a su delfín político, Dimitriv Medvédev, con la intención de que éste, una vez elegido presidente, lo nombrase primer ministro, escenario que finalmente se produjo. De esta forma, aunque oficialmente el presidente fue Medvédev desde 2008 hasta 2012, en la practica era realmente Putin quien ejercía de presidente en la sombra mientras se reformaba la Constitución de forma que pudiese volver nuevamente al Kremlin tras cuatro años gobernando como primer ministro. Escenario que se produjo cuatro años después. 

Desde que en 2012 Putin volviese de nuevo a la presidencia, el escenario tanto nacional como internacional ha cambiado bruscamente. En Rusia cada vez han sido más las voces que han surgido cuando se ha hablado de amaño en las sucesivas elecciones que se han ido celebrando y que siempre han dado la victoria al partido del presidente, quedando relegada la oposición a mera figura decorativa sin capacidad para hacer frente al todopoderoso inquilino del Kremlin. Pero mientras la oposición cada vez ha alzado más la voz ante un Putin que, como si de un Romanov se tratase, se ha convertido en autócrata de todas las Rusias sin nadie que pueda hacerle frente, en el terreno internacional se produjo en 2022 el factor decisivo por el que sin duda se recordará la presidencia de Putin: la guerra de Ucrania. 

Una guerra cuyas raíces no surgen de la noche a la mañana, sino que nacen especialmente tras la polémica anexión de Crimea por parte de Rusia en el año 2014. Este hecho provocó una escalada de conflicto entre Rusia y Ucrania, la cual acabó estallando definitivamente en febrero de 2022, con la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Es entonces cuando comienza una guerra sin fin que cada vez amenaza con más fuerza a extenderse hacia el resto de Europa, pudiendo ser el inicio de una cada vez más mencionada III Guerra Mundial.

Una escalada del conflicto bélico que de estallar no sería precisamente por parte de Putin, sino por parte de un tipo criminal, corrupto y sin escrúpulos, el cual está haciendo continuos llamamientos a Estados Unidos, a la OTAN y a los países europeos para que éstos se impliquen completamente en una guerra a la cual somos ajenos todos. Me refiero, obviamente, al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. Un actor que ha hecho de la guerra, de la muerte y del sufrimiento de los civiles y militares su propio negocio, con el cual se está enriqueciendo ilícitamente mientras solicita constantemente a EEUU y a los países europeos (Incluida España), más armamento y financiación para hacer frente al conflicto bélico. 

Es un hecho que Rusia está ganando esta guerra, y que el conflicto de Ucrania es algo que va más allá del enfrentamiento entre estos dos países. Y es un hecho también que, a pesar de gobernar Rusia bajo un régimen autocrático, el país más extenso del mundo no deja de ser el último bastión que se aferra a los valores tradicionales y cristianos de Occidente. Unos valores que ciertas élites están destruyendo de forma planificada por todos los países de nuestro entorno, salvo en el país ortodoxo. Y es que Rusia es un actor decisivo en el escenario geopolítico mundial, por lo que la caída de Putin y la entrada de un gobierno más próximo a EEUU y a los intereses globalistas no deja de ser un deseo ferviente para muchos, los cuales desean integrar a Rusia a ese globalismo y a esa agenda woke al que hasta ahora, y muy acertadamente, se ha resistido Putin a adherirse. 

Putin no es un santo, ni muchísimo menos. Pero es probablemente el último elemento decisivo que puede hacer frente a aquellos que defienden los intereses globalistas y a la implantación de su agenda, al menos en su territorio. No es que confíe en Putin, pero creo que en medio de este caos es el único que aún defiende y protege férreamente en su territorio unos valores que en el resto de Occidente ya hemos perdido definitivamente, y sin haber luchado nosotros si quiera por conservarlos. Rusia, en ese sentido, puede dormir tranquila, ya que mientras viva Putin, los intereses globalistas y la implantación de la agenda woke no tendrán nada que hacer en Moscú. 

De momento ya hay quienes hablan de un posible final definitivo de la guerra de Ucrania tras la próxima toma de posesión de Donald Trump en enero del año que viene. Veremos a ver cuál es el desenlace de todo esto, aunque como he dicho anteriormente, no confío en nadie, ni mucho menos en un tipo como Putin. Aun así, parece que el desenlace de este conflicto se va viendo poco a poco, a pesar de los intentos de Joe Biden y los demócratas de hacer estallar por los aires la situación antes de que Trump vuelva a la Casa Blanca. Lo hemos visto hace unos días con la autorización de Biden a Zelenski para que el presidente ucraniano pueda atacar con armamento estadounidense territorio ruso, y lo seguiremos viendo de aquí al 20 de enero del 2025. 

En estos veinticinco años de "reinado" de Putin, el denominado zar ruso del siglo XXI ha conocido a cinco presidentes estadounidenses: Bill Clinton, George W. Bush, Barack Obama, Donald Trump y Joe Biden. Ninguno de ellos lograron tumbarlo. Ni siquiera la ex secretaria de Estado, Hillary Clinton, quien aseguraba en privado allá por el 2016 que iba a ir a por todas contra Putin si finalmente salía elegida presidenta en las elecciones presidenciales de aquel año. Como todos sabemos, Trump consiguió contra todo pronóstico ganar aquellas elecciones y llegar al Despacho Oval, echando por tierra los planes de Clinton para derrocar a su viejo enemigo ruso y ex espía de la KGB. 

Un suceso que en términos geopolíticos no pasó desapercibido, ya que fueron muchas las voces, y aun lo siguen siendo, quienes alegaron que Putin había interferido en dichas elecciones con el fin de frenar la llegada de Clinton y de aupar a Trump. Puede que sea verdad, o puede que no, no lo sé. Realmente no creo que nunca sepamos qué ocurrió. Lo cierto y verdad es que, para satisfacción de todos (Con la excepción de los demócratas y de los progres a nivel mundial), Clinton no llegó a la presidencia y el mundo se libró de conocer lo que seguramene hubiese sido una nueva "Primavera Árabe" en Moscú, y quién sabe si un escenario posterior de consecuencias más graves. 

De momento, y tras veinticinco años gobernando, (La primera vez entre 1999 y 2008, y la segunda desde 2012 hasta la actualidad, con su mandato como primer ministro de por medio entre 2008 y 2012) Putin sigue gobernando con mano de hierro los destinos de Rusia sin intención alguna de dejar el poder. Tras su victoria en las últimas elecciones de este año, Putin tiene ante sí un quinto mandato que se extenderá hasta 2030. Estaríamos hablando ya de más de treinta años al frente del Kremlin, lo cual es un tiempo más que excesivo para alguien que lleva desde los cuarenta y siete años al frente de una de las mayores superpotencias mundiales y que, en caso de vivir en 2030, estaría ya rozando los ochenta años. 

Serían ya muchos años gobernando, pero también es verdad que la alternativa que hay a Putin o bien no existe, o bien es incluso peor a lo que ya hay, que no es poco. A fin de cuentas, Putin es, como ya he dicho, el último elemento que hace que Rusia no caiga en la decadencia que ya padecemos el resto de Occidente, con lo que su presencia, en cierta forma, es un respiro para aquellos que no desean que la decadencia moral, social y cultural que ya se vive en el resto del mundo occidental llegue hasta Moscú. 

Dicho esto cabe preguntarse: ¿Es Putin un santo? Por supuesto que no. La eliminación sospechosa de muchos de sus opositores y la guerra de Ucrania, entre otras cosas, así lo demuestran. ¿Es un villano? Por supuesto. Todo aquel que ostenta el poder lo es, en mayor o menor medida. La cuestión es que Putin es el menor de los males, y sobre todo, es un defensor de los valores tradicionales de Occidente; y eso, en el mundo que vivimos actualmente, es un factor positivo a tener muy en cuenta. Mientras viva Putin, Rusia seguirá estando protegida frente a los intereses extranjeros, e incluso nacionales, que desean la decandencia del país ortodoxo en favor del globalismo internacional. 

Mientras viva Putin, Rusia seguirá manteniendo la grandeza imperial e identidad nacional que el actual mandatario le ha devuelto. Mientras viva Putin, Rusia seguirá pues a la cabeza de una de las mayores economías del mundo. Y todo ello, no es poco dentro de este escenario de nueva Guerra Fría en el que nos encontramos. La cuestión es: ¿Después de Putin, qué? Eso ya forma parte de otra historia que se verá dentro de unos años, pero que todo augura que no tendrá una respuesta muy positiva, a menos que Putin, antes de irse, lo deje todo "Atado y bien atado". 

sábado, 7 de diciembre de 2024

Se están riendo de nosotros


Hace una semana se ha celebrado aquí en Sevilla el Congreso Federal del PSOE, donde Pedro Sánchez ha vuelto a ser reelegido secretario general de los socialistas de forma clamorosa, con la intención, según él, de gobernar mínimo otros siete años más para que "la izquierda salve a la humanidad de las derechas". Unas surrealistas declaraciones que me llevan a las siguientes conclusiones. La primera es que, para Sánchez, todo aquel que no sea de izquierdas no es humano, lo cual me lleva a la profunda reflexión de preguntarme qué soy yo realmente: ¿Un reptiliano? ¿Un anunnaki? Todo un enigma el que ha abierto este sujeto entre todos aquellos que no comulgamos con sus dogmas cuasi religiosos. 

Dejando a un lado la ironía, que quizás sea lo único que nos queda en este escenario decadente, la segunda conclusión es que Sánchez ya no se erige solo como líder único, total e indiscutible de la nación española, sino como una especie de mesías que espera salvar, no ya a España, sino al mundo del peligro que suponen, según él, las derechas. Llegados a este punto creo, y lo digo completamente en serio, que en un país medianamente serio, este tipo no pasaría los controles médicos para dirigir un país, cuando hablamos de su salud mental. 

Con esa ridícula frase se abre otro interrogante, ya que no sabemos lo que para este miserable supone ser de derechas. ¿Lo es el PP socialdemócrata de Feijóo? ¿Lo es un partido como VOX, posicionado completamente con los intereses globalistas del sionismo mientras hipócritamente defienden en el Congreso el legado de Franco? ¿Lo son partidos como los que lideran Le Pen en Francia o Meloni en Italia? Unos partidos que ya han demostrado sobradamente ser actores dentro de ese mismo sistema que con tanta hipocresía critican. 

¿A esas derechas se refiere Pedro Sánchez? ¿O a la derecha que lidera Donald Trump desde Estados Unidos, sirviendo a los mismos intereses sionistas que Abascal? ¿A qué derecha se refiere pues Sánchez? Si algo queda demostrado es que por desgracia no hay ninguna derecha en el horizonte que prometa deshacer lo que la izquierda ha destrozado a lo largo de décadas, tanto a nivel nacional como internacional, pero eso ya es otro tema para abordar en otra entrada.

Pues bien, poco antes de que Sánchez hiciera estas afirmaciones, su mujer era recibida en el Congreso del PSOE entre vítores y aplausos por parte de los militantes socialistas allí presentes. Esta entrada de Begoña entre los suyos en plan Madonna no hace sino confirmar lo que ya sabemos todos, pero que directamente estos individuos ya realizan sin la menor discreción posible: esta gentuza se está riendo de todos nosotros a carcajada limpia y con la mayor desvergüenza posible mientras están saliendo día sí y día también escándalos que les salpican directamente, pero que a ellos les resultan completamente ajenos e indiferentes. 

Buena prueba de ello es cómo en ese mismo Congreso, los socialistas han agradecido, vitoreado y aplaudido hasta sangrar la presencia de los expresidentes andaluces, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, los mismos que fueron condenados firmemente por su implicación en el caso de los ERE y que han sido indultados hace unos meses de forma ilícita por el Tribunal Constitucional de Cándido Conde-Pumpido. Ni en los Congresos comunistas de Corea del Norte se ha visto un nivel de bajeza humana, despotismo, corrupción, soberbia, chulería y mofa hacia la población como el que se ha visto hace unos días en el Congreso del PSOE. 

Todo este deplorable escenario demuestra una vez más que a Pedro Sánchez la corrupción y todos los escándalos que están saliendo diariamente sobre él, su gobierno y el PSOE se la traen al pairo. Se cree Dios en la tierra y sabe a su vez que es intocable, y que por mucha mierda que saquen sobre él, sobre su mujer, sobre su hermano (el cual ha sido llamado a declarar como imputado el próximo 9 de enero) o sobre cualquier otro miembro de su partido quedará finalmente en nada mientras cuente con el apoyo de sus socios parlamentarios, los cuales ya han dejado bastante claro que no van a retirarle su confianza bajo ningún concepto. 

Claro, cuando uno ve y oye este tipo de declaraciones pues le entra la risa floja. Resulta que hace siete años, cuando el gobierno de Mariano Rajoy estaba contra las cuerdas por toda la corrupción que acechaba a los populares, la oposición ponía el grito en el cielo y hacía proclamas de, cuando menos, asaltar la Moncloa para hacer caer al gobierno, como si el palacio de la Moncloa fuese el palacio de Invierno y Mariano Rajoy fuese la reencarnación de Nicolas Romanov, pero con cien años de diferencia. 

Eran aquellos años en los que Podemos, las mareas, los independentistas y toda la oposición en general exigían (Y con razón, ya que la situación así lo requería) la dimisión inmediata de Rajoy y la convocatoria de elecciones generales. Obviamente, el escenario ha cambiado desde entonces. En 2018 se produjo finalmente la caída de Rajoy y el regreso del PSOE al gobierno. Ya la corrupción quedaba laminada definitivamente, según la izquierda. España era desde entonces un país limpio donde ninguna institución ni organismo estatal, autonómico y/o local padecían ningún atisbo de corrupción, ya que ésta había sido borrada del mapa con la salida del PP de la Moncloa. 

Actualmente, esos partidos que con tantas ansias exigían en su momento la salida de los populares del poder son los mismos que en estos días defienden con uñas y dientes la permanencia de Pedro Sánchez y del PSOE en la Moncloa, aun siendo el caso Koldo, el caso Begoña Gómez, el caso Aldama, el caso Ábalos, etc, escándalos de corrupción de una envergadura mucho mayor de lo que en su día fueron el caso Gürtel y el caso Bárcenas, que ya eran de hecho bastante graves en su momento. 

Lejos quedan ya aquellos años donde Podemos y/o ERC exigían incesantemente la dimisión de Rajoy por los casos de corrupción que por entonces salpicaban al PP. Por cierto, la misma ERC que en 2017 estaba sumergida en el procés para lograr la independencia catalana mientras presionaba al entonces líder de la oposición, Pedro Sánchez, para presentar una moción de censura que tumbase al gobierno de Rajoy. Esto último no lo digo yo, sino la periodista Carmen Torres en su libro "Instinto de poder", dedicado a la figura del propio Sánchez. 

De esta forma se confirma una vez más que ERC nunca tuvo intención de efectuar la independencia de Cataluña, sino de utilizar este fenómeno para liquidar a un ya muy desgastado gobierno de Mariano Rajoy con el objetivo de darle su apoyo al PSOE para que los socialistas volviesen al poder. Un escenario, el de cómplices incondicionales del PSOE, donde los integrantes de ERC siempre se han sentido cómodos y en su salsa, tanto en la etapa de Zapatero como en la de Sánchez. 

Y lo mismo se puede decir de Podemos, aquellos sujetos que entre 2014 y 2018 pregonaban en contra de la corrupción sistémica que en aquellos años se vivía en España, abogando por hacer una limpieza íntegra, cayese quien cayese. Obviamente, cuando hacían este tipo de declaraciones hipócritas se referían exclusivamente al PP de Rajoy, ya que la corrupción del PSOE o de cualquier otro partido del sistema la sobrellevan mejor tanto los podemitas como los integrantes de Sumar.  

Hoy en día, en Sumar, Podemos, ERC, Bildu, PNV, Junts y en cualquier otro partido socio del actual gobierno y aliados del PSOE en la moción de censura de 2018, salen con más energía, entrega y entusiasmo a defender al ejecutivo y a los socialistas en general que cualquier otro miembro destacado del PSOE, e incluso exculpan con toda la desvergüenza habida y por haber los continuos e incesantes casos de corrupción que salen diaramente contra Sánchez, su entorno familiar y sus colaboradores. 

¿Por qué entonces esta actitud hipócrita, miserable e insultante hacia los ciudadanos por parte de esta gentuza criminal con respecto a la corrupción que sacude al PSOE? Por la sencilla razón de que tantos los correligionarios de Sumar, como los de Podemos, así como los independentistas, los etarras y los nacionalistas necesitan fervientemente la permanencia de Sánchez en el poder, del mismo modo que Sánchez los necesita a ellos para perpetuarse en el cargo. 

De nada servirá pues lo mucho o poco que hablen en los tribunales Aldama, Ábalos, Koldo, Javier Hidalgo y todos los implicados en la trama corrupta que salpica al PSOE si en el Congreso ningún grupo dice “hasta aquí hemos llegado” y retira su apoyo al gobierno. Sánchez lo sabe y por eso actúa con esa soberbia, despotismo e inmunidad que le caracteriza, ya que es consciente de que por mucho que la Justicia actúe, el Parlamento (Que es donde verdaderamente se juega su futuro político y personal) le seguirá brindando su apoyo pese a todo lo que está saliendo y lo que está por salir, que no es poco.

Los etarras, los nacionalistas y los independentistas saben que no van a encontrar en sus abominables vidas a alguien con tantas ansias de poder como Pedro Sánchez. Saben además que sus ansias infinitas de gobernar le llevarán a darles todo lo que pidan a cambio de mantenerse en la Moncloa, aunque solo sean cinco minutos más. Teniendo pues a un individuo de este calibre en el poder, que con tanta facilidad otorga a los enemigos del país que preside aquello que éstos le exigen a cambio de mantenerse en el sillón, ¿Por qué se iban a arriesgar ellos a destituirlo en favor de otro candidato que puede que sea algo más reacio a la hora de ceder a sus pretensiones? La pregunta se contesta sola. 

Por otro lado, incluso en el supuesto de que algún partido decidiese retirarle su apoyo a Sánchez en una eventual moción de censura (Escenario que no se va a producir), el presidente del gobierno podría realizar lo que todo el mundo le pidió a Mariano Rajoy que hiciese para detener la llegada del propio Pedro Sánchez en 2018 y que finalmente no hizo: dimitir. De esta forma se suspendería la moción de censura y se mantendría como presidente en funciones mientras gana tiempo para negociar con aquellos socios que le han dejado en la cuerda floja.

Esto podría llevarnos a una nueva sesión de investidura donde Sánchez se presente nuevamente y consiga de nuevo los votos de todos sus socios, o en su defecto nos conduciría a unas elecciones generales dentro de unos meses en las que ya Indra, la empresa encargada del recuento de votos y que fue comprada por el Estado en 2022, haría el resto del trabajo sucio. A buen entendedor, pocas palabras bastan.

Sánchez es pues quien tiene todos los ases bajo la manga, y lo sabe. Por eso, haga lo que haga, cualquier movimiento que realice lo hará desde Moncloa, jugando con ventaja frente a cualquiera que le intente hacer frente. De forma que, por mucho que nos pese, tenemos Sánchez para rato. De momento su continuidad parece segura hasta el 2027, y después de ahí ya se las ingeniará para mantenerse en el poder con sus actuales socios de gobierno. Esto nos llevaría hasta el año 2031, fecha en la que solo dependerá del sujeto en cuestión si decide retirarse a lo Carlos V o si por el contrario opta por seguir en el poder hasta, mínimo, 2035. 

Dicho esto, cabe preguntarse. ¿Qué clase de sistema es aquel en el que un presidente o un primer ministro puede burlar la ley a su antojo, manteniéndose en el poder indefinidamente, incluso viéndose acorralado, y evadiendo cualquier tipo de responsabilidad política ante los múltiples casos de corrupción que le salpican a él, a su familia y a sus colaboradores? Si alguien piensa que solo la Justicia es quien va a hacer caer a Sánchez, ya puede sentarse y esperar. 

El Poder Judicial puede cercar a un gobernante ante la corrupción, pero quien realmente debe dar la puntilla final para poner fin a su estancia en el poder son los políticos. Y si el propio PP es quien ya está advirtiendo que, pese a todo, Sánchez tiene todas las papeletas para seguir hasta 2027 sin siquiera haber hecho éstos absolutamente nada para intentar destituirlo, ya se puede imaginar el personal cual va a ser el desenlace de todo esto.

Todo parece indicar que no solo los socios de Sánchez son aquellos que no quieren bajo ningún concepto al presidente del gobierno fuera del poder, sino también el propio Feijóo, el cual seguramente prefiera que el PSOE siga gobernando España, ya que realmente es el partido que mejor representa los intereses que él defiende. Algo obvio cuando hablamos de un tipo que afirma orgullosamente haber sido exvotante socialista (De Felipe González, concretamente) y que acude a los congresos de la UGT mientras defiende el papel que éstos desempeñan en el sistema actual.

Por no hablar del papel que está desempeñando en estos días Aldama, quien tras su confesión ante el juez hace unos días, está empezando a aportar pruebas que corroboran su testimonio. Eso sí, pruebas que de momento inculpan solamente a José Luis Ábalos y a otros miembros secundarios del gobierno, pero no a Pedro Sánchez ni a su mujer directamente. Algo sospechoso, y más si tenemos en cuenta que fue el propio Aldama el que aseguró que Sánchez tendría las pruebas que demostrarían su testimonio. 

¿A qué espera pues Víctor de Aldama para presentar definitivamente las pruebas que inculpan al denominado “número 1” y a su señora? ¿Acaso está chantajeando a Pedro Sánchez con tirar de la manta, pero no se atreve a dar el paso definitivo? ¿O acaso es que directamente nunca ha tenido la intención de ir a por el presidente del gobierno ni a por su mujer y por eso la Fiscalía solicitó su salida de prisión hace unos días sin poner ninguna objeción? 

Aldama tiene, por supuesto, material para hacer caer a Sánchez, a su familia y a todo el PSOE, pero comienza a ser extraño que las acusaciones vayan todas en dirección hacia Ábalos y no hacia el presidente del gobierno ni su entorno. Quizás la munición se la reserve para la semana que viene, cuando está llamado a testificar junto con Koldo García y el propio Ábalos. Quizás sea entonces cuando bien sea Aldama, bien sea Koldo o bien sea Ábalos, acaben tirando de la manta. O quizás no acabe tirando nadie y todo quede una vez más en una falsa alarma. 

Sea como fuere, Sánchez tiene pues, no solo todos los ases en la manga, sino una suerte asombrosa que le permite seguir al frente de todo, pese a todas las adversidades que la vida le pone en su camino. Hasta tal punto llega su suerte que sigue contando con el apoyo incondicional del propio Puigdemont, un tipo que después de haber sido engañado como un imbécil por parte de Sánchez en lo que respecta a la aplicación de la Ley de Amnistía sobre su persona, y tras haber perdido todo cargo institucional e incluso la oportunidad de volver a ser presidente de la Generalitat catalana, sigue apoyando fervientemente a Sánchez. ¿Por qué? Eso sí que es un enigma. 

Pero lo cierto y verdad es que el líder de Junts sigue manteniendo su apoyo al gobierno del PSOE, a pesar de que ha sido el propio PSOE quien le ha despojado de todo cargo publico que tenía y/o podía aspirar hasta hace solo unos meses. Como ya dije hace unos meses, quizás sea verdad aquella teoría que defendía que Puigdemont era un infiltrado del CNI dentro del independentismo catalán para hacerlo volar desde dentro con el apoyo del Estado. Puede que quizás solo así se entienda el apoyo acérrimo de Puigdemont ante un Sánchez más débil que nunca. Quizás algún día se sepa toda la verdad que rodea a Puigdemont, así como el papel que ha venido jugando en el procés catalán y en la política española desde hace ocho años hasta ahora. 

En definitiva, y como he dicho antes, tenemos Sánchez para rato. Ante la pasividad e inmovilismo absoluto por parte del PP frente a esta grave situación, la complicidad de los socios del gobierno con respecto a la corrupción que acecha a Sánchez y al PSOE cada vez más, la falta de pruebas concluyentes de Aldama contra Sánchez en los Juzgados, así como los vacíos legales que hay en la legislación y que permitirían a Sánchez burlar la ley a su antojo, incluso en situaciones en las que su continuidad se vea en serio riesgo, todo hace indicar que, por increíble, surrealista e injusto que parezca, el presidente del gobierno saldrá bien parado de todo esto, a pesar de toda la basura que está saliendo y que todo indica que es solo el principio de lo que parece ser un vertedero. Sea como fuere, Sánchez y el PSOE saldrán bien parados de todo esto, ya que la corrupción castiga a todos… menos a la izquierda. 

viernes, 6 de diciembre de 2024

El fracaso de la Constitución


Hoy, 6 de diciembre de 2024, se conmemora el cuadragésimo sexto aniversario de la Constitución española. Un día donde, como cada año, se hablará largo y tendido de lo buena y exitosa que ha sido la Carta Magna que los españoles aprobaron tal día como hoy hace cuarenta y seis años. Creo que en once años que tengo abierto este blog ya he hablado varias veces sobre este asunto y he dejado clara mi postura. Pero debido a las graves circunstancias que estamos viviendo a nivel nacional como consecuencia de la corrupción que asola al PSOE y a Pedro Sánchez y su entorno, creo que es de recibo hacer un par de comentarios nuevamente sobre lo que ha supuesto nuestra sacrosanta Constitución.
 
Y empiezo hablando de un libro que ha salido hace prácticamente un mes y pico, cuyo autor es Juan Fernández-Miranda, el sobrino nieto de Torcuato Fernández-Miranda, quien fuera presidente de las Cortes durante la transición y llamado por muchos el “guionista” del proceso político que se vivió en España desde la muerte de Franco hasta la llegada de lo que hoy en día se denomina democracia, que no es más que un sistema partitocrático corrupto en el que la separación de poderes y el Estado de Derecho brillan por su ausencia. 

Pues bien, este señor ha escrito un libro hablando de las virtudes que supusieron la llegada de la democracia por parte, según él, de los tres protagonistas fundamentales de su creación: el rey Juan Carlos I, Adolfo Suárez y el propio Torcuato Fernández-Miranda. En ella se habla de lo difícil que resultó ser la transición y de cómo con la determinación, las ansias por la libertad y el cambio, así como el deseo de alcanzar acuerdos y el clima de consenso fueron los artífices de que el actual sistema pudiese nacer un día como hoy. 

Creo que este tipo o bien no sabe por dónde le da el sol o bien es simplemente un sinvergüenza que traiciona la memoria de su tío abuelo (Personalmente me inclino por esto último), de la misma forma que lo hace el propio Adolfo Suárez Illana cuando alaba la figura de su padre, del rey Juan Carlos y del proceso de la transición, siendo Suárez Illana completamente consciente de los trapos sucios que se realizaron durante aquel proceso políticio, con su padre al frente del gobierno de España. Para empezar cabe decir que si hubo realmente una primera persona en España que vio verdaderamente el monstruo que se había creado en el año 1978 fue precisamente Torcuato Fernández-Miranda. El ex presidente de las Cortes murió solo, decepcionado y enfermo en Londres en junio de 1980, pero antes de su fallecimiento dejó entrevistas y perlas que no dejan indiferente a nadie, por lo menos en mi opinión. 

Ya en junio de este año mencioné, y creo que es justo mencionarlo nuevamente esta noche, acerca de una entrevista que el propio Torcuato realizó a un periodista llamado Julio Merino, el cual publicó en 2020 esa entrevista en Internet bajo el título “El día que el estratega de la transición, Torcuato Fernández-Miranda, lloró y se arrepintió de dar el sí a las autonomías”. En dicha publicación se narra una entrevista en la cual Torcuato alegó el fracaso que había supuesto la transición, la Constitución y el papel que todos sus principales protagonistas, incluyéndose él mismo, jugaron durante todo el proceso político. 

Habló sin tapujos sobre Suárez y su forma de hacer política por libre, llevando a España al abismo al romper el entonces presidente del gobierno la hoja de ruta establecida para la transición desde un primer momento y aprobar una Constitución que permitió, entre otras muchas cosas, la elaboración del título VIII (El de la Organización Territorial del Estado, el cual permitía la creación del actual Estado de las Autonomías), uno de los grandes errores de la transición, según él. Habló sin tapujos sobre el rey y sobre cómo éste había permitido también todo este descontrol, preocupándole solamente el mantenimiento de la Monarquía, aunque el futuro de España se fuese a tomar viento gracias a esa modélica transición que todo el mundo pregona como exitosa. Y habló a su vez del desenlace fatídico que el futuro le depararía a España como consecuencia del sistema creado en 1978.

Afirmó también que tras la muerte de Franco se debió llevar a cabo una verdadera transición desde cero, donde los españoles debieron ser consultados sobre la forma de Estado que querían tras el fin de la dictadura (Monarquía/República) y comenzar a partir de ahí la elaboración de un nuevo estado democrático, que no fuese ni la sombra de lo que verdaderamente se orquestó a partir de 1975. Esto no lo digo yo, lo dice el propio Torcuato en esa entrevista con Julio Merino. Como ya dije en junio cuando hablé por primera vez sobre esto, quien quiera echarle un vistazo solo tiene que copiar el título que he escrito más arriba y buscarlo en Internet. 

Ahí encontrarán todo el relato del ex presidente de las Cortes, el cual se echa a sí mismo también la responsabilidad de todo lo ocurrido y se lamenta de no haber actuado como era debido solo un par de años antes, haciendo examen de consciencia sobre lo que pudo haber hecho y no hizo finalmente. Torcuato Fernández Miranda se puede decir que fue el primer indignado, o incluso antisistema, del propio Régimen del 78 que él mismo había cofundado junto a Suárez y el rey Juan Carlos. 

Un Régimen del 78 que basta recordar que nació muerto, o en su caso, herido de muerte nada más nacer. La prueba más palpable fueron sus primeros meses de vida tras su aprobación por parte de los españoles el 6 de diciembre de 1978, su promulgación el 27 de diciembre de ese mismo año, y finalmente su entrada en vigor dos días más tarde: el 29 de diciembre de 1978. Ya en 1979 se pudo corroborar cómo la Constitución nació deforme, ya que tras las elecciones generales de marzo de aquel año se produjo el acoso y derribo contra un Suárez que se negaba en redondo a abandonar la presidencia, a pesar de haber llevado al país a una situación agónica (Una situación bastante parecida a la actual). 

La llegada de la izquierda a los Ayuntamientos en abril de ese mismo año, a pesar de no haber sido los más votados en las grandes capitales, la demanda creciente de autogobierno por parte de todas las regiones, y el ascenso imparable del PSOE y de un Felipe González que se habían visto jodidos porque Suárez les adelantó por la izquierda y les ganó contra todo pronóstico las elecciones generales, fueron los detonantes para que ya en 1980 todo el mundo hablase de que la Constitución había sido un fracaso, que la transición había ido demasiado lejos y que era urgente y necesario desalojar a Suárez de la Moncloa para implantar un gobierno de concentración con la urgente necesidad de reformar cuanto antes los puntos más controvertidos de la Carta Magna, incluyendo el famoso título VIII que ya mencionó el propio Fernández-Miranda. 

El primero de ellos en hacer este tipo de declaraciones fue un tipo proveniente de ERC llamado Josep Tarradellas, el que hasta ese mismo año había sido presidente de la Generalitat catalana tras restituirlo en su cargo Suárez en 1977. Es entonces cuando se origina la denominada Operación Armada y todo lo que vino después, incluyendo la dimisión de Suárez en 1981 y el posterior intento fallido por parte del CESID de aupar al general Alfonso Armada a la presidencia del gobierno a través del 23-F. 

Todo lo que vino después de aquello ya lo sabemos todos. Armada fue a la cárcel, el rey quedó como el salvador de una falsa democracia que hacía aguas por todas partes, Suárez quedó consolidado como un héroe y mártir del 23-F y las reformas urgentes y necesarias que la Constitución necesitaba en 1979, 1980 y 1981 quedaron en papel mojado, sobre todo tras la llegada de Leopoldo Calvo Sotelo a la presidencia en sustitución de Adolfo Suárez, donde el proceso para impulsar el Estado de las Autonomías se aceleró hasta consumarse definitivamente en 1995, casi al final del gobierno de Felipe González. Todo lo que antes de 1981 se constató que era un sonoro fracaso que había que reformar urgentemente, tras el 23-F no solo se mantuvo sino que se reforzó, llevándonos a la decadente situación actual.

Si el barco ya hacía aguas por todas partes a finales de 1980, a finales de 2024 el barco es ya prácticamente el Titanic, cuando los últimos restos del transatlántico estaban a punto de hundirse con el resto de la nave ya prácticamente hundida en las frías aguas del Océano Atlántico. Este es pues el verdadero estado en el que se encuentra España tras cuarenta y seis años de mal llamada democracia. Este es el autentico estado en el que se encuentra una nación triturada y despellejada por una clase política que calculó al milímetro y de forma coordinada por todos los partidos la creación de este sistema que hoy padecemos y que cada día recuerda más al declive del sistema de la Restauración en los últimos años del polémico reinado del infame Alfonso XIII. 

Si hubo consenso en 1978 fue precisamente porque tanto gran parte de la élite franquista como la oposición exiliada formada por los socialistas, los comunistas, los liberales y los democristianos vieron que a través del denominado “Café para todos” que Suárez y el rey aprobaron entusiasmados, se creaba un reino de Taifas en el que todo el mundo tendría su trocito de pastel sin necesidad de ir a una nueva guerra civil o a un grave conflicto social para instaurar cada uno su propio sistema. El Régimen del 78 fue pues un sistema hecho por y para la clase política, y eso es algo que cada día se ve con más claridad por parte de todos. Y quien no quiere verlo es simplemente un ingenuo, un ignorante o bien un cliente del sistema. 

Y la columna vertebral de ese sistema es precisamente la Monarquía que hasta hace diez años estaba personificada en Juan Carlos I y que actualmente lidera su hijo, Felipe VI. Buena prueba de ello es la forma en la que todos los sectores claves del sistema defienden con uñas y dientes tanto a la Corona como al Estado de las Autonomías, piezas claves de este régimen corrupto y partitocrático que nos ha conducido ya a nuestra destrucción como sociedad y como Estado-Nación. 

Lo vemos de forma clara en cómo actualmente se echa tierra sobre la figura de Juan Carlos I, cuando hasta hace quince años era, cuanto menos, una persona que merecía ser canonizada, como si del propio rey San Fernando se tratase. Hoy es para todos los sectores del sistema la personificación de la corrupción, mientras su hijo y su nieta son la encarnación de todas las virtudes que un ser humano puede poseer. La Monarquía es pues la salvación a todos los males que padece España, mientras ésta es gobernada de forma rotatoria por los dos principales partidos políticos que tras la caída de la UCD en 1982 han traído la desgracia, la corrupción y la decadencia a nuestro país: PSOE y PP. 

En definitiva, hoy en mi opinión no hay nada que celebrar, ya que se conmemora un aniversario en el que los españoles, de forma ingenua e ignorante en su mayoría, fueron presionados a votar en favor de una Constitución en la que, según la clase política, iba a situarnos a la cabeza de Europa y de los países más democráticos de nuestro entorno. Hoy, cuarenta y seis años después, se puede confirmar que aquel referéndum solo sirvió para que muchos viviesen a partir de aquel día mucho mejor, a costa del trabajo de todo un pueblo que creía, y aún sigue creyendo falsamente, que estaban votando a favor de una democracia plena, cuando realmente estaban votando por una estafa que suponía a su vez una versión mejorada y actualizada de la Constitución Canovista de 1876, donde la corrupción, la desigualdad, el turnismo partitocrático y el caciquismo eran los ejes centrales de ese sistema que ya en 1924 estaba en plena y constante decadencia, a pesar de los intentos fallidos de Primo de Rivera por prolongar ese desenlace. 

Como reflexión final solo se me viene a la menta una frase que leí hace unos meses y que decía algo así como: “España estuvo viviendo de las rentas del franquismo hasta los años 90, y a partir del 2000 hasta la actualidad de las rentas de la Unión Europea”. Creo que esa es la mejor definición de lo que ha supuesto este sistema que no ha traído ningún bien a nuestra nación ni ninguna prosperidad económica, ni social ni política. Solo división, desigualdad, polarización y resurgimiento del odio y de viejas rencillas, sobre todo a raíz de los sucesos vividos tras el 11-M y el regreso al poder de un PSOE guerracivilista en 2004. Con este resultado cabe preguntarse ¿Han sido un éxito estos cuarenta y seis años de Constitución y del denominado Régimen del 78? Yo más bien, llegados a este punto, diría rotundamente que no.