Hace cincuenta años, en 1974, se estrenó en televisión una extraordinaria miniserie producida por la BBC que por desgracia aquí en España ha quedado relegada al olvido y que yo recomiendo completamente. Esa miniserie se titulaba “La Caída de las Águilas”, y narraba el declive de las Monarquías rusa, alemana y austrohúngara. La miniserie narraba así los sucesos acaecidos en Europa desde 1854 (Año del matrimonio entre el emperador austriaco Francisco José I y la famosa emperatriz Sissi) hasta 1918, año en el que se produjo la caída de las dinastías Romanov, Hohenzollern y Habsburgo, todo ello con la Primera Guerra Mundial como telón de fondo.
Pues bien, ciento seis años después de aquellos históricos sucesos,
los cuales provocaron un vuelco político radical y sin precedentes en Europa, y
medio siglo después del estreno en televisión de aquella gran producción que narró aquellos eventos, el mundo está viviendo una nueva caída de águilas
en este año 2024. Si el siglo XX se caracterizó por la caída de las águilas en
1918 de las Monarquías europeas, en este siglo XXI estamos teniendo lo mismo
con las caídas sucesivas de los principales gobiernos europeos e incluso
estadounidense en este 2024.
Con la caída del gobierno del canciller alemán, Olaf Scholz,
en una cuestión de confianza que ha llevado a éste a convocar elecciones
anticipadas para el 23 de febrero del 2025, se consume así una nueva y
consecutiva caída de otro gobierno de relevancia mundial en poco menos de medio
año y que veremos a ver si no se suma dentro de poco la caída definitiva de Emmanuel
Macron como presidente de Francia, el cual está cada día más en la cuerda floja
tras haber caído a su vez el gobierno francés en una moción de censura apoyada
por Marine Le Pen y la izquierda francesa. Una moción de censura que amenaza con
repetirse con el nuevo primer ministro nombrado por Macron, Francois Bayrou, lo
cual hace que muchos comiencen a ver el final de Macron de aquí a pocos meses.
Europa vive pues una serie consecutiva de caídas de sus
gobiernos que comenzaron en julio de este año, cuando los tories británicos fueron
desalojados de Downing Street tras catorce años gobernando un Reino Unido
sumido en el caos y la decadencia, primero con la crisis económica y
posteriormente con el estallido del Brexit, la pandemia y los posteriores escándalos
de corrupción que salpicaron a los conservadores británicos. Una serie de
acontecimientos sobre los que ya escribí en julio y que supusieron la caída de
un Rishi Sunak, el cual llevaba solo año y medio como primer ministro y que ya arrastraba
el declive de los gobiernos de David Cameron, Theresa May y Boris Johnson. Como
es obvio, el irrisorio mandato de Lizz Truss no puedo incluirlo, ya que su
gobierno duró exactamente un mes y fue más fugaz que un rayo.
Como ya dije en julio, no hay duda de que los tories
recogieron con su derrota lo que han ido sembrando desde su regreso a Downing
Street en mayo de 2010. Unos tories que, por contra de lo que se presagiaba, no
estaban en absoluto preparados para tomar el relevo del gobierno tras derrotar
a los laboristas de Gordon Brown hace catorce años. Un tipo irresponsable como
Cameron que llevó al borde del abismo a Reino Unido en primer lugar con el referéndum
de independencia de Escocia y posteriormente con el referéndum sobre la salida
del país de la UE, lo cual dio lugar a la apertura de una de las mayores crisis
políticas, sociales y económicas a las que se ha tenido que enfrentar la isla británica
en décadas.
Todo lo demás ya vino solo: la llegada de una mediocre
Theresa May, cuyo gobierno solo sirvió para debilitar aún más la situación
británica y prolongar la salida del país de Europa, y posteriormente la llegada
de Johnson, cuyas juergas y escándalos de corrupción en Downing Street en plena
pandemia empeoraron aun más el decadente escenario que los británicos ya vivían
desde junio de 2016. Sunak por su parte lo que heredó al llegar a Downing
Street en octubre de 2022 fue prácticamente un país en decadencia y un partido
en las últimas, donde lo único que podía hacer era mantenerse en el poder todo
el tiempo posible, hasta que los británicos le pegasen la patada, como así
ocurrió finalmente.
Con su desalojo por medio de las urnas se produjo a su vez el
regreso de los laboristas con Keir Starmer, los cuales han logrado batir el récord
de hartazgo y desgaste de un gobierno, hasta tal punto de que, en menos de seis
meses, ya son mayoría los británicos que desean ver fuera de Downing Street a
los laboristas, los cuales obtuvieron la mayor victoria electoral en julio
desde la histórica y arrasadora victoria de Tony Blair en mayo de 1997. Cinco
meses después, todo eso es ya cosa del pasado. Estas son pues las consecuencias
que tiene que hacer frente un Starmer que ha jugado a ser dictador desde su
llegada al poder y que ha comenzado una serie de políticas de persecución contra
todo aquel británico que rechace las políticas de inmigración de Reino Unido,
llevando incluso a la cárcel a una mayoría de británicos que se han manifestado
mayoritariamente en estos meses.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, que son los gobiernos
que ya han sido eliminados, tras la caída de un débil y completamente
desgastado Sunak hay que sumarle días después la decisión histórica del
presidente de Estados Unidos, Joe Biden, de retirarse de las elecciones
presidenciales del pasado mes de noviembre. Una decisión que no se veía desde
hacia cincuenta y seis años y que supuso de facto el final anticipado de una
presidencia débil, incompetente y criminal como la de Biden, el cual dejará ya
de forma definitiva y oficial el poder dentro de un mes, cuando Donald Trump
jure ocho años después y de forma no consecutiva su segundo mandato como
presidente de EEUU tras haber barrido frente a unos demócratas nerviosos y
desprevenidos liderados por la vicepresidenta Kamala Harris el pasado 5 de
noviembre.
Con el relevo presidencial del próximo 20 de enero, se pondrá
fin a una de las presidencias más fallidas, peligrosas, polarizadoras y
mediocres de la historia estadounidense, donde un hombre octogenario, con
demencia senil y liderazgo débil ha llevado a Estados Unidos y al resto del
mundo al borde de una Tercera Guerra Mundial que veremos a ver si no estalla definitivamente
a partir del año que viene. No se puede negar que desde la administración Biden
se ha hecho todo lo posible y más para que esa guerra estallase, y si no ha estallado
aún ha sido por la cautela, quizás excesiva, de un Putin que ha llegado a pecar
incluso de débil al no lanzar una respuesta contundente a los americanos ante
la escalada que éstos, la OTAN y la UE están realizando en su apoyo acérrimo hacia
Zelenski y en su empeño en extender la guerra de Ucrania hacia el resto de
nuestro continente.
Todo ello sin dejar de lado la situación que Biden dejará en
enero en Oriente Medio, donde la extensión de la guerra en la región demuestra
que los intereses belicistas de Biden y los demócratas no se han limitado solo hacia
Europa, sino también hacia esta zona cuyo mapa político y social también está
cambiando a marchas forzadas. Y sin dejar tampoco de lado la propia situación interna
de Estados Unidos, donde la polarización extrema que viven los estadounidenses gracias
a las políticas divisorias, extremistas y decadentes representadas por la
ideología woke están llevando al denominado “imperio americano” a un declive progresivo
e imparable que veremos a ver cómo intentará frenarlo Trump a partir del mes
que viene. La derrota de los demócratas y la salida de Biden de la Casa Blanca
tras un solo mandato al frente de Estados Unidos es pues el final esperado y
deseable ante un gobierno que ha intentado por todos los medios llevarse por
delante a todo y a todos y que finalmente se han llevado a ellos mismos.
Pero aquí no acaba la cosa, ya que, en Alemania, y tras solo
tres años desde la salida de Angela Merkel y la CDU del poder, los socialdemócratas
alemanes han roto su pacto de gobierno con los liberales del FDP, obligando con
ello al canciller Scholz a presentar una cuestión de confianza en el Bundestag alemán,
con el conocimiento total por parte de éste de que dicha confianza no le seria
otorgada. Como así ha sido, la confianza se le denegó hace unos días a Scholz y
ha obligado al todavía canciller alemán a convocar unas elecciones anticipadas que
según todas las encuestas va a provocar un cambio de gobierno en Alemania en
favor de la CDU, mandando con ello nuevamente a los socialdemócratas a la oposición
tras poco más de tres años en el poder.
Al igual que en Londres, lo ocurrido en Berlín no debe de
sorprender, ya que si por algo se ha caracterizado el gobierno de Scholz ha
sido por su debilidad, su nulo plan de gobierno y su defensa acérrima de un
criminal de guerra como Zelenski, así como su apoyo a la escalada del conflicto
ucraniano en el resto de Europa. Cabe decir también que después del polémico paso
por el gobierno de una elitista y europeísta como Merkel, todo hacía indicar
que cualquiera que fuese su sucesor, ya fuese del CDU o del SPD, conseguiría al
menos mantener controlada la situación, pero se ve que eso era pedirle
demasiado a un tipo como Scholz, el cual ha dejado completamente en manos de la
Francia de Macron el liderazgo de la Unión Europea, relegando a Alemania a un
discreto segundo plano. Todo lo contrario de lo que se vivió durante los dieciséis
años de gobierno de Merkel, donde Alemania era la cabeza visible de Europa, con
independencia de que la ex canciller alemana gustase o no.
Ahora, todo parece indicar que la suerte de Scholz está, al
igual que la de Sunak y la de Biden, acabada, y que Alemania se encamina también
a un cambio inminente de gobierno de aquí a dos meses, con el regreso de la CDU
al poder y la vuelta de los socialdemócratas a la oposición. Todo ello mientras
la AfD continua imparable su ascenso en Alemania, ganando votos tanto por parte
de la CDU como incluso de los votantes del SDP, lo cual podría dar lugar a una
posible llegada de éstos al poder en las próximas elecciones generales alemanas
de 2029, coincidiendo probablemente con una posible presidencia de Le Pen en
Francia tras la salida de Macron.
Y es que no solo la caída de los gobiernos de Estados
Unidos, Reino Unido y Alemania es un hecho, sino que esta caída puede hacerse efectiva
también en Francia, donde Macron está cada vez más solo y acorralado ante la
pinza que tanto la derecha de Le Pen como la izquierda han cosido tras las
elecciones legislativas que Macron convocó este verano pasado, con la idea de salvar
los muebles, aunque fuese juntándose con toda la morralla ajena a Le Pen. Medio
año después todo hace indicar que esa jugada no le ha salido tan redonda al
todavía presidente francés como él mismo esperaba, ya que la propia izquierda
que Macron utilizó contra Le Pen y que luego dejó tirada una vez que consiguió su
objetivo de frenar su victoria electoral en las legislativas francesas, está
siendo la que irónicamente le está llevando a la puerta de salida a pasos
acelerados.
El nombramiento por parte de Macron del ex primer ministro,
Michel Barnier, en septiembre y la consecuente moción de censura que desde la
izquierda y la derecha han aprobado para destituirlo hace solo unos días, ha
demostrado que, aunque el presidente de la República francesa está aún
residiendo en el Palacio del Eliseo, ya no es él quien verdaderamente tiene el
control absoluto sobre Francia. Tras la destitución de Barnier como primer
ministro, Macron nombró al liberal Bayrou como nuevo jefe del gobierno. La ironía
reside en que minutos después de su nombramiento, la propia izquierda anunciaba
una nueva moción de censura contra el propio Bayrou, el cual no llevaba ni una
hora en el cargo.
Personalmente no creo que esta nueva moción de censura vaya
a tener el éxito que ha tenido la última, pero con independencia de su
resultado, el hecho de que los sucesivos gobiernos de Macron estén siendo
sometidos de forma constante a la amenaza de una moción de censura demuestra la
debilidad extrema en la que se encuentra actualmente el jefe del Estado francés.
Ante este escenario no seria descartable en absoluto que en 2025 Macron se vea
obligado a dimitir y a convocar elecciones presidenciales en Francia, poniendo
fin a una maliciosa presidencia, la cual solo podía ser dirigida por un tipo sin
escrúpulos como él.
Veremos a ver cómo acaba la situación en Francia, aunque
todo parece indicar que Macron se va a sumar más pronto que tarde a esa lista
de águilas caídas a lo largo de estos últimos meses, a pesar de que él haya
anunciado a los cuatro vientos que no piensa dimitir bajo ningún concepto y que piensa agotar su mandato hasta mayo de 2027. También
el zar Nicolás II, el Kaiser Guillermo II y el emperador austriaco Carlos I
rechazaron de lleno abdicar en un primer momento para posteriormente y bajo su vergüenza,
verse forzados a dejar el poder.
Pase lo que pase, está claro que tanto Europa como Estados Unidos están viviendo unos momentos equiparables en cierta forma a los que Europa vivió en 1918 con la caída de sus principales Monarquías. Si en 1918 el mundo vivió estos acontecimientos bajo el infierno de los últimos momentos de la Primera Guerra Mundial, en este 2024 estos acontecimientos se están viviendo con la amenaza del estallido de una posible Tercera Guerra Mundial. Estamos pues ante dos momentos históricos (Uno en el pasado y otro en el presente) que, aunque no exactos, sí tienen un cierto paralelismo. Dos momentos en los que las águilas comienzan a caer de forma consecutiva en un contexto global tenso y peligroso. En 1918 ya vimos cómo acabaron aquellas caídas de esas águilas y las posteriores repercusiones que dieron lugar tanto en sus respectivos países como a nivel mundial; las caídas de las águilas actuales están produciéndose en estos momentos (Y veremos a ver si no caen algunas más de las ya mencionadas aquí), y más pronto que tarde asistiremos a las consecuencias de esas caídas.
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