domingo, 5 de mayo de 2024

Napoleón, el rey de facto de España


Hace unos meses se ha estrenado una película que ha dado mucho que hablar y no precisamente para bien. Me refiero a la película dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Joaquin Phoenix: "Napoleón". Una película que todavía no he tenido el gusto de ver para dar mi opinión sobre ella, aunque por lo poco que he visto en vídeos por Internet no parece ser tan mala como algunos pintan. Sí lo hice hace ya veinte años con la miniserie francesa que de forma magistral protagonizó Christian Clavier sobre Napoleón. Una miniserie que por contra, cabe decir, se utilizó para hacer sangre sobre España (lo cual no es sorprendente, ya que los franceses siempre han sido nuestros principales enemigos).

Buena prueba de ello son los adjetivos que el propio Napoleón utiliza en la miniserie para referirse a los españoles: "bárbaros españoles" o "banda de terroristas rabiosos" son algunos de los términos que el emperador emplea a la hora de referirse a nosotros. Por no hablar de la pésima y degradante imagen que se ofrece de los pueblos de España: chozas de madera más propias de la Edad Antigua que de la España de principios del Siglo XIX. Pero claro, la serie es francesa, por lo cual es normal que los franceses utilicen la gran pantalla para atizarnos una vez más. Parece ser que siguen sin digerir bien su derrota en la Guerra de la Independencia después de doscientos años.

De todas formas en estos diez años y medio que llevo con este blog nunca he hecho una entrada para opinar sobre una película en concreto (Series sí), y la de hoy no va a ser una excepción. Al producirse el estreno de la película protagonizada por Joaquin Phoenix hace unos meses (se está a la espera de que Ridley Scott saque la versión ampliada de cuatro horas y media, ya que en dos horas y media es imposible hacer una película en profundidad sobre la vida de un personaje tan relevante en la Historia) y la posterior polémica que ha traído su estreno me he percatado de que en todos estos años no he escrito todavía sobre un personaje que fue clave en la historia de España de los últimos doscientos años. Me refiero, como no podía ser menos, a Napoleón Bonaparte: el republicano que se convirtió en el mayor rey de la Historia y logró fundar una dinastía y un Imperio. Una ironía más de la vida, que acabó entronizando como emperador de los franceses, rey de Italia, copríncipe de Andorra y dueño de Europa al que en su día dio un golpe de Estado para salvar la ya muy debilitada República Francesa, que se encontraba por entonces en manos del corrupto Directorio francés.

Tras el golpe de Estado liderado por él en 1799, Napoleón se convierte en Primer Cónsul de la República Francesa y cinco años después, en 1804 y ante la presencia del Papa Pío VII (al cual mandó encarcelar posteriormente), se autocoronó emperador de los franceses. Napoleón tocaba así la gloria y comenzó su lucha por expandir su poder por Europa. Tras ganar de forma rotunda la batalla de Austerlitz, en la que se convirtió en dueño y señor absoluto y único de Europa, el temor se apoderó del resto de las Monarquías europeas, los cuales veían en el militar corso a un potencial y ambicioso enemigo que era necesario exterminar cuanto antes. Mientras en el resto de Europa se combatía a Napoleón, aquí en España el emperador francés se hizo, en un primer momento, de la noche a la mañana con el control de España y sin ofrecer resistencia alguna por parte de la Monarquía española. La resistencia, obviamente, se produjo con el levantamiento del pueblo español hacia las tropas francesas de Napoleón, dando inicio a la Guerra de la Independencia.

Pues bien, en este mes de mayo que nos encontramos se han cumplido doscientos dieciseis años de las Abdicaciones de Bayona, en la que tanto Fernando VII (por entonces rey de España tras el Motín de Aranjuez) como su padre, el ya ex rey Carlos IV, abdicaron la Corona de España en favor del emperador francés. Un acto vil y cobarde protagonizado por quienes nunca han sentido ni sintieron el más mínimo respeto ni amor por España: los Borbones, los cuales entregaron todo el poder a Napoleón sin la menor duda y a las primeras de cambio. Una traición de la familia real a nuestro país que los españoles, como buenos súbditos que somos, no supimos apreciar. Y sin olvidarnos del papel crucial que en estas abdicaciones tuvo Manuel de Godoy, el cual acabó siendo uno de los principales perjudicados con la caída de Carlos IV y la llegada de los Bonaparte a España, ya que Godoy fue quien autorizó la entrada de las tropas francesas en nuestra nación para tomar Portugal y combatir a los ingleses, con la promesa hecha por Napoleón al propio Godoy de nombrarlo a cambio rey de la zona sur de Portugal. Una promesa que obviamente Napoleón incumplió una vez entrado su ejército en nuestro país, con lo que Godoy tras verse traicionado por el emperador francés acabó exiliándose en la propia Francia después de las Abdicaciones de Bayona.

El acto de la abdicación, el cual fue precedido como acabo de comentar, por la entrada de las tropas francesas dos meses antes en nuestro país y el consiguiente levantamiento del pueblo de Madrid contra las tropas del emperador, provocó pues que la Corona española pasase a manos del propio Napoleón, el cual fue, aunque la Historia nunca lo ha reconocido como tal, rey de España durante un mes; es decir, desde el momento de las Abdicaciones de Bayona hasta la designación de su hermano José Bonaparte como nuevo monarca español. Por lo cual desde el punto de vista jurídico la Jefatura del Estado español estuvo pues durante un mes en manos de Napoleón hasta que éste cedió la Corona a su hermano. Si tenemos en cuenta que en los documentos de abdicación, tanto Fernando VII como Carlos IV renunciaron a favor de Napoleón, es obvio que éste asumió el trono español aunque nunca fuese proclamado como tal. De esta forma tras las abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII en su nombre, Napoleón fue desde mayo hasta junio de 1808 (fecha en la que designa a su hermano José como rey de España) el titular legal de la Corona española.

Una buena prueba de que Napoleón era el dueño absoluto de las Monarquías en Europa se refleja perfectamente en la escena de la miniserie protagonizada por Christian Clavier, en la que su cuñado y rey de Nápoles, el mariscal Joaquín Murat, le advierte al emperador sobre su regreso a "su reino de Nápoles", a lo que Napoleón responde "¿Tu reino? Fui yo quien te hizo rey, tu reino me pertenece. Si yo caigo, tú también caes". Quizás sea el ejemplo más simple y más cómodo a la hora de resumir muy brevemente quien era de facto el verdadero soberano en los países europeos, entre ellos el nuestro. Napoleón era pues quien movía las piezas de Ajedrez en aquellos países en los que sus hermanos no eran más que meros peones a la espera de sus órdenes desde París.

Volviendo a 1808, con la proclamación de José I como nuevo rey de España, la situación en nuestro país no se calmó, sino que empeoró durante los cinco años en el que los dos hermanos Bonaparte estuvieron al mando de España (José como rey oficial en Madrid y Napoleón como rey de facto desde París). La guerra se recrudeció y el levantamiento de la población contra las tropas napoleónicas se hizo extendible hacia toda España, produciéndose mientras tanto el traslado de las Cortes a Cádiz y con ello la posterior elaboración y promulgación de la Constitución el 19 de marzo de 1812. Una Constitución que, por contra de lo que los liberales pregonan constantemente, no fue la primera Carta Magna de España, sino la segunda, ya que el 6 de julio de 1808 se promulgó el infravalorado Estatuto de Bayona, la primera Constitución española en la que Francia exportaba a nuestro país los principios de la Ilustración, reconocía los derechos de la Corona de España a los Bonaparte y convertía a su vez a nuestra nación en un Estado títere del Imperio Francés. Un Estatuto que, como documento jurídico, y a pesar de su relevancia histórica, pasó sin pena ni gloria por nuestro país en favor de la Constitución de Cádiz.

Pero volviendo a lo que supuso la Guerra de la Independencia siempre me he hecho la misma reflexión sobre esta cuestión, y es que para una vez que los españoles nos levantamos contra el sistema fue para defender a aquellos que nos habían dejado con el culo al aire en Bayona: los propios Borbones. Comprendo perfectamente la reacción de nuestros antepasados en aquel momento, ya que no es plato de buen gusto que una nación extranjera intervenga militarmente en nuestro país y nos impongan sus leyes. La cuestión está en que, analizando detenidamente el escenario, y como consecuencia de la situación deplorable en la que se encontraba España tanto con Carlos IV como con Fernando VII, quizás la solución hubiese sido resignarse y dejar actuar a los franceses para que éstos, con la implantación de su legislación aquí, concluyesen sus planes de exportar completamente a España las ideas de la Ilustración y con ello la modernización definitiva de nuestro país. Una decisión dura y difícil pero que a la larga nos hubiese traído quizás más ventajas que inconvenientes.

Por el contrario, España decidió ponerse del lado de los Borbones y enfrentarse a los franceses hasta las últimas consecuencias. Consecuencias que tuvieron como desenlace la derrota de los franceses (la guerra en nuestra nación acabaría oficialmente en abril de 1814), la huída de José Bonaparte hacia Francia en junio de 1813 y su posterior destitución como rey de España en diciembre de ese mismo año en favor de Fernando VII, el cual era reconocido por Napoleón como monarca español nuevamente. De esta forma Napoleón perdía por completo la guerra y el control que de esta forma ejercía el militar y político corso sobre España a través de su hermano menor, José I, actuando el emperador francés como rey de facto de nuestra nación, convirtiéndose España pues en otro Estado satélite más del Imperio Francés durante todo ese periodo.

Por otro lado vuelvo a insistir; comprendo perfectamente la actuación de los españoles en aquel momento, pero viendo las sucesos que se produjeron posteriormente con la reinstauración del Absolutismo con Fernando VII, su reinado tiránico y las posteriores guerras civiles que España padeció tras su muerte como consecuencia del surgimiento del movimiento Carlista, quizás lo ideal hubiese sido dejar actuar a los franceses para que levantasen el país tras el paso de los Borbones por el trono. Los españoles lucharon, como era absolutamente lógico, por la soberanía de nuestro país, pero también por la reinstauración de los Borbones en el trono, y ese fue el gran error de nuestros antepasados: el error de apoyar a aquellos que nos habían vendido por dos duros en Bayona. Un error del que muchos seguramente se arrepintieron cuando Fernando VII abolió la Constitución de Cádiz (la misma que él había jurado defender) e instauró nuevamente el absolutismo en España. Pero obviamente y como dice el refrán: "A toro pasado, todos somos Manolete".

A pesar de todo esto, no quiero dejar de lado al protagonista de la entrada de hoy, que es el propio Napoleón. El emperador francés siempre infravoloró nuestro país y creía que la conquista española iba a ser igual de sencilla que la de otros países europeos, los cuales habían caído rendidos a los pies del que fuera el general más joven de Europa (hasta la llegada de Franco, curiosamente) tras la batalla de Austerlitz. Tal era el deseo, el orgullo, la arrogancia y el ansia de poder de Napoleón que en vez de retirarse optó por doblegar el número de soldados en España, provocando con ello la prolongación de una guerra cuya derrota para él sería el principio del fin del Imperio Francés, como el mismo emperador reconoció en sus memorias escritas en Santa Helena. España y la Guerra de la Independencia fueron pues, a pesar de que muchos historiadores deciden pasar por alto este hecho, el inicio de la caída del líder francés. Algo que se confirmó con la posterior invasión rusa de Napoleón y su consiguiente derrota y retirada de dicho país.

Debo decir que personalmente la figura de Napoleón a nivel histórico es fascinante e intrigante a la vez, ya que nos encontramos con un tipo declarado firmemente republicano que acaba por convertirse en el mayor monarca de Europa del siglo XIX, arrastrando tras él a la mayoría de los países de nuestro entorno, incluído el nuestro, como acabo de hacer referencia. La figura de Napoleón es pues la de un republicano convertido en rey, el cual acaba considerando que Francia le era pequeña para sus grandes ambiciones y que por consiguiente su poder debía expandirse hacia el resto de Europa, encontrando su gran oposición en Inglaterra. Napoleón fue pues un brillante militar pero un político sediento de poder y con las manos manchadas de sangre, incluída la de muchos españoles. Sí. Al igual que se subraya una y otra vez las maldades de Hitler, también hay que hacerlo con las del general corso, ya que él era consciente mejor que nadie de las vidas que se habían perdido por el camino a la hora de querer lograr él su gran ambición: convertirse oficialmente en el emperador de Europa.

Cabe destacar que solo en España, el número de civiles muertos fue de un millón (medio millón más que en la propia Guerra Civil de 1936), y el número de civiles a nivel europeo superó los tres millones. Por su parte, a nivel militar, los soldados muertos durante las guerras napoleónicas superaron los tres millones. Muchos muertos, demasiados, para calmar la ambición y la sed de poder de un hombre al que muchos historiadores solo retratan desde un punto de vista positivo, sin tener en cuenta el lado negativo que representó. Que Napoleón modernizó Francia y posteriormente Europa a través de sus leyes, las cuales se basaban en las ideas de la Ilustración (el Código Napoleónico es el mejor ejemplo) no hay duda alguna, pero que ese legado positivo está marcado por la sangre de millones de inocentes que pagaron con su vida el alto objetivo que se había marcado el emperador, también. Y creo que eso es de Justicia reconocerlo en favor de todas esas vidas que se perdieron por el camino. Insisto, vidas perdidas entre las que se incluyen el millón de españoles muertos que lucharon por la soberanía de nuestro país. Antepasados nuestros que vieron sus vidas truncadas por la aparición de Napoleón en el escenario político y bélico de nuestro país.

En lo que respecta a su ambición y sobre cómo ésta influenció a la hora de su ascenso al poder se puede decir pues que, a pesar de su republicanismo, Napoleón no tuvo ningún reparo a la hora de aceptar la Corona Imperial francesa, ni mucho menos de hacer lo posible y lo imposible por expandirla y conservarla. Desde la designación de sus hermanos, cuñados e hijastros como monarcas europeos (incluído el propio José primeramente en Nápoles y luego en España), hasta su divorcio con la emperatriz Josefina para casarse con Maria Luisa de Austria (hija del emperador Francisco I), con el objetivo de engendrar un heredero al trono y acercar posturas con su enemiga Austria. En definitiva, un tipo ambicioso e incluso me atrevería a decir que carente de escrúpulos, que sin embargo logró aplicar en Francia, en Europa, e incluso en España, a pesar de la Guerra de la Independencia, las ideas de la Ilustración, provocando con ello un cambio completo del Derecho en Francia y Europa.

Pero como reiteradamente ocurre en la Historia, la ambición de los gobernantes acaba provocando su caída. Lo comenté en marzo con respecto a Julio César (un genio militar y político a la altura de Napoleón, a quien el general corso admiraba) y lo comento ahora con el emperador francés. Su obsesión por recuperar el poder una vez que fue obligado a abdicar en 1814 provocó su inesperada vuelta como emperador en 1815 tras fugarse de la Isla de Elba. Como todos sabemos, su derrota definitiva en la batalla de Waterloo provocó su caída definitiva, su segunda y última abdicación en favor de su hijo, Napoleón II (todavía menor de edad), y su destierro a la Isla de Santa Helena, donde moriría a la edad de 51 años en mayo de 1821, probablemente envenenado por los ingleses, sus más fervientes enemigos.

Así acabó pues la vida de uno de los personajes más relevantes de la Historia. Un personaje que salió de la nada y lo logró todo para posteriormente volver a acabar en la nada. Un destino curioso el que sufrió Napoleón, el cual es en mi opinión y dejando a un lado su lado negativo, el personaje que más gloria ha podido obtener a lo largo de la Historia. Una Historia que nunca habría sido la misma sin su presencia y su gobierno. Ni tampoco el Derecho europeo habría sido nunca lo que es hoy sin su presencia, como ya he mencionado anteriormente. Napoleón es pues una pieza clave en la Historia y el Derecho de Europa, el cual marcó inexorablemente, junto con la Revolución Francesa, el inicio de la Edad Contemporanea y cuya huella quedó muy marcada en los acontecimientos que se produjeron tanto en su periodo de gobierno como tras su caída en Waterloo. Napoleón fue pues un personaje que, afortunadamente para algunas cosas y desgraciadamente para otras, solo aparecen una vez en la Historia.

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