En este año 2024 se cumplen diez años de la llegada del actual jefe del Estado, Felipe VI, y de la del actual jefe del gobierno, Pedro Sánchez, al primer plano de la política española (Felipe VI fue proclamado rey de España en junio de 2014 y solo un mes después, en julio de 2014, Pedro Sánchez se convirtió en secretario general del PSOE y líder de la oposición). Una década de la llegada de dos hombres condenados a encontrarse, y que todo parece indicar que por algún tiempo más, aunque quizás no mucho más del que algunos creen.
Los dos personajes que hoy ocupan respectivamente la jefatura del Estado y la jefatura del gobierno han sido dos de los protagonistas indiscutibles (Junto a Mariano Rajoy hasta el año 2018) de los sucesos que han erosionado a España en esta última década. Mientras Felipe VI lleva ejerciendo como rey de España desde la polémica abdicación del rey Juan Carlos en junio de 2014, Pedro Sánchez no llegaría a la presidencia del gobierno hasta junio de 2018, tras la moción de censura que desalojó a Mariano Rajoy y al PP del ejecutivo.
Cuatro años de diferencia los que separan la inauguración del reinado del actual monarca del inicio del mandato de Pedro Sánchez como presidente. Unos sucesos que nuestros dos protagonistas vivieron con la misma edad: 46 años (Felipe VI y Pedro Sánchez se llevan solo cuatro años de diferencia). Pero la historia de Sánchez no comenzó en 2018, sino en 2014. Como ya he mencionado antes, mientras Felipe VI llegó al trono en junio de ese año, Sánchez llegó a la secretaría general del PSOE en julio, justo un mes después de la proclamación de Felipe VI como rey. Una proclamación a la que el entonces candidato al liderazgo del PSOE acudió en calidad de diputado, portando una sospechosa corbata morada republicana que supuso un aviso a navegantes y que nadie se percató por aquel entonces.
En estos diez años ha ocurrido practicamente de todo. Felipe VI ha vivido como rey crisis constitucionales que su propio padre jamás vivió en sus cuarenta años como jefe del Estado: los continuos escándalos y casos de corrupción en la familia real, la entrada en prisión en 2017 de su por entonces cuñado, Iñaki Urdangarín, una crisis constitucional en 2016 que llevó consigo una repetición electoral y cinco rondas de consultas en un mismo año (las mismas que Juan Carlos I realizó en diez años), una declaración de independencia en Cataluña que le empujó a hacer una declaración institucional en octubre de 2017, una moción de censura en 2018 que condujo al cruce de caminos entre el propio Felipe VI y Pedro Sánchez al ser investido éste como nuevo presidente del gobierno, una nueva crisis política en 2019 con una nueva repetición electoral, el primer gobierno de marcado carácter republicano desde la aprobación de la Constitución en 1978, el exilio de su padre (auspiciado por Pedro Sánchez y consentido por Felipe VI), la firma de los indultos a los condenados por el procés catalán, las rencillas entre él y el propio Sánchez, así como el papel jugado por el rey el pasado año al designar como candidato a un Pedro Sánchez que ya se sabía que acudiría a la investidura con sus actuales socios de gobierno, y por último las recientes declaraciones de Jaime del Burgo sobre las infidelidades de Letizia Ortiz al monarca con él, así como la extraña relación íntima que existe entre la propia Letizia y Pedro Sánchez.
En lo que respecta a Pedro Sánchez, el actual presidente del gobierno ha estado en el centro (Y en el origen muchas veces) de todas las crisis que se han producido en España a lo largo de esta década: su inesperada llegada a la secretaría general del PSOE con el apoyo de su posterior archienemiga Susana Díaz en julio de 2014, su posterior papel en la crisis constitucional de 2016 que provocó dos investiduras fallidas, una repetición electoral y su desenlace con su propia destitución como líder del PSOE en octubre de ese mismo año. Todos creían que con esta destitución (La primera en la historia reciente del PSOE), la carrera política de Sánchez estaba acabada, pero nuestro protagonista no se ha dado nunca por derrotado. Tras su presentación nuevamente como candidato a la secretaría general del PSOE medio año después de su dimisión forzada, Sánchez acabó ganándole la partida definitivamente a su madrina política, Susana Díaz, en la lucha por el liderazgo del PSOE en mayo de 2017.
Tras su reelección como líder del PSOE apoyó, aunque rechistadamente y con condiciones al gobierno de Rajoy en la crisis independentista de 2017 y la posterior aplicación del artículo 155 en Cataluña. Un apoyo a Rajoy que se convirtió en puñalada cuando tras la sentencia del caso Gurtel, Sánchez descabalga al líder del PP de la presidencia del gobierno tras presentarle y ganar la moción de censura de junio de 2018. A partir de aquí, Sánchez se convierte en presidente del gobierno, tomando con ello la iniciativa y decidiendo desde entonces los destinos de España. A partir de entonces Sánchez vive en primera persona como jefe del gobierno la crisis política de 2019, con dos elecciones generales en las que obtiene la victoria de forma relativa, los sucesos vividos en Cataluña tras la sentencia del procés en octubre de 2019, la formación del primer gobierno de coalición y de izquierdas desde 1936, la aplicación del Estado de Alarma y sus correspondientes confinamientos, la aprobación de los indultos a los independentistas en 2021, las concesiones a Marruecos, la aprobación de leyes tan aberrantes como la Ley del Sí es Sí, la Ley de Memoria Democrática, la Ley Trans, hasta llegar a la Ley de Amnistía (cuya tramitación ahora se encuentra en suspenso) y al estallido del caso Koldogate, el cual supone el primer caso de corrupción dentro de su gobierno desde su llegada a la Moncloa en 2018. Una llegada que se produjo irónicamente como consecuencia de una moción de censura por los escándalos de corrupción que salpicaban al entonces gobierno del PP.
Como se puede comprobar, estos diez años (e incluso algunos antes) han sido años decisivos y trascendentales en la historia reciente de España en los que tanto Felipe VI, en su papel de rey, como Pedro Sánchez, primero como líder la oposición y posteriormente como presidente del gobierno, han sido actores claves de los graves sucesos que nuestro país ha vivido a lo largo de esta década. Un país que está sumergido en el abismo como consecuencia de las políticas de Sánchez y la pasividad del propio Felipe VI ante todo lo que está ocurriendo.
Un Felipe VI que ve como la credibilidad y la reputación de la monarquía sigue cayendo en picado como consecuencia de su nulo papel cada vez más cuestionado dentro de la Constitución, así como por los últimos escándalos que han salido y que salpican a su vida privada y en la que incluso parece estar incluído el propio Pedro Sánchez, el cual tiene en Letizia Ortiz a su más ferviente partidaria y defensora dentro de la Zarzuela. Algunos hablan ya de algo más que una íntima amistad entre la reina consorte y el presidente del gobierno (los cuales son de la misma edad y que cursaron bachillerato en el mismo instituto), lo cual parece indicar que al igual que en 1800, se está repitiendo nuevamente lo que por entonces se vivió en la Corte de Carlos IV (el primer ministro Manuel de Godoy, la reina consorte María Luisa de Parma, etc).
Pero a diferencia de la complicidad que en 1800 había entre el por entonces rey de España, Carlos IV, y el por entonces primer ministro, Manuel de Godoy, la relación entre Felipe VI y Pedro Sánchez no parece ser la más excelente que se puede dar entre un jefe del Estado y un jefe del gobierno. Muchas son las voces que hablan de una cuando menos tensa relación entre ambos, y a tenor de lo que ha salido últimamente no sería para menos. Algunos creen que esa tensa relación es debido a la ambición de Sánchez para derrocar a Felipe VI y convertirse en el primer presidente de la III República española. Nada más lejos de la realidad. A Sánchez no le conviene meterse en esos líos. Sabe que el papel del rey en la Constitución actual es nulo y que éste no puede hacer nada para vetar las políticas que él realice desde el gobierno. Por ello le es más conveniente tener a un jefe del Estado débil, sumiso y sin funciones que entrar de lleno en una reforma constitucional para echarlo pero que nadie sabría cómo podría acabar. Por otro lado parece que algunos olvidan que no es la primera vez que se da este escenario en el que el rey y el presidente del gobierno tienen una mala relación. Ya lo vimos hace veinticinco años entre Juan Carlos I y José María Aznar, cuyo desprecio entre ambos era mútuo e incluso público en algunas ocasiones. Pero era la época de la especulación inmobiliaria y de la estabilidad económica y nadie hacía mención a ello, excepto en los chascarrillos de entonces.
Con la situación que vivimos en pleno 2024, Felipe VI tiene que seguir haciendo oídos sordos a los continuos escándalos que salpican a la Corona y a su propia familia. De nada le sirve que haya cambiado al jefe de la Casa Real ni que desde Zarzuela se intente promocionar continuamente la imagen de la princesa Leonor (Sobre todo desde su juramento a la Constitución en octubre del año pasado), la cual estoy convencido de que llegará a reinar, pero en medio de un escenario en el que pocos apuesten ya por la continuidad de la Monarquía como forma de Estado. Es probable que al igual que le ocurrió a su exiliado padre, Felipe VI acabe como él y decida abdicar cuando al sistema le convenga sacar sus trapos sucios para entronizar a su hija y de esta forma renovar la imagen de la Monarquía y del régimen de 1978. Eso probablemente ocurra dentro de veinte años, o incluso menos, a tenor de los acontecimientos.
Con respecto a Sánchez creo que algunos confían en exceso en la supervivencia política del presidente del gobierno. Es verdad que Pedro Sánchez siempre gana, yo mismo lo he dicho siempre e incluso en las últimas entradas que he publicado. Pero una cosa es que Sánchez sobreviva en el día a día y otra que llegue a completar la legislatura e incluso a seguir en la Moncloa más allá del 2027. Sánchez es un tipo insaciable de poder, y tal y como están las circunstancias todo parece indicar que la cosa se le va a complicar conforme la legislatura avance. La elecciones europeas pueden ser su tumba política, ya que un mal resultado del PSOE a nivel nacional podría abocar a Feijóo a presentar una moción de censura que podría ser apoyada por el PNV si el PSOE decide darle el gobierno vasco a Bildu tras las elecciones del 21 de abril y los peneuvistas se ven traicionados por Sánchez. Al igual que las elecciones europeas de 2014 supusieron la llegada de Sánchez al liderazgo del PSOE como consecuencia de la dimisión de Rubalcaba (Y también la llegada de Felipe VI tras la inesperada abdicación de Juan Carlos I), las elecciones europeas de 2024 pueden suponer su final. Un final que de no ocurrir ahora podría ocurrir dentro de unos meses si, como todo parece indicar, el caso Koldogate va a más y el escándalo llega a alcanzar al propio Sánchez.
En definitiva, mientras que es bastante probable que tengamos por unos años más a Felipe VI como rey, no lo es tanto que tengamos a Pedro Sánchez en el gobierno. Felipe VI sabe que su reinado acabará como empezó: siendo una chapuza. Y sabe que tal y como están los acontecimientos los escándalos van a ir a más conforme pase el tiempo, por mucho que los medios tradicionales sean sus principales encubridores y cómplices en esos propios escándalos. Quizás dentro de veinte o diez años incluso, se vea obligado a abdicar en su hija para seguir los pasos de su padre, al cual mandó de forma pasiva al exilio que lo empujó Sánchez en 2020. El reinado de Felipe VI en estos diez años se puede resumir pues en tres palabras: escándalos, debilidad e inestabilidad. Tres términos que se pueden resumir en uno solo: fracaso; y que parece que van a ser los términos que seguirán rigiendo su reinado en estos años que vienen.
Sánchez, por su parte, estoy seguro que seguirá ejerciendo el poder, aunque no sea en el ámbito nacional. Si como algunos auguran, el todavía presidente está dispuesto a dar el salto a la política internacional, su carrera seguirá teniendo futuro, ya que el jefe del gobierno sabe venderse muy bien en el extranjero. Quizás en la UE, quizás en la OTAN, no lo sé, pero lo que es seguro es que Sánchez dará más pronto que tarde el salto fuera de España. Detrás dejará un país sumido en una crisis política sin precedentes, al cual se le suma ya los casos de corrupción que están afectando no ya al PSOE (Que también) sino a su propio gobierno. Pero eso a Sánchez le da igual, ya que como hemos visto a lo largo de estos diez años, al jefe del ejecutivo solo le importa una cosa: él. Lo que deje atrás que lo acarré el que venga (o la que venga). Después de diez años de su llegada a la primera línea política (desde 2014 como líder del PSOE y desde 2018 como presidente del gobierno), el periodo de Sánchez se puede resumir también en tres palabras: inestabilidad, crispación y sectarismo. Tres palabras que en este caso también se pueden resumir en una sola: extremismo; y que seguirán siendo los términos que seguirán representando el paso de Sánchez por la política española hasta que, con independencia del momento, decida irse.