Si hace un par de días escribí sobre los cincuenta años del fallecimiento de Francisco Franco, hoy, 22 de noviembre de 2025, escribo sobre el acontecimiento histórico que tuvo lugar en esta misma jornada hace cincuenta años: la proclamación como rey de Juan Carlos I y con ello el regreso de los Borbones al trono de España cuarenta y cuatro años después de la salida abrupta del país de Alfonso XIII y la familia real tras la proclamación de la II República el 14 de abril de 1931.
Medio siglo nos separa pues del momento en el que Juan Carlos de Borbón se convirtió en rey de España. Hoy, el propio Juan Carlos lleva ya once años como ex rey (o rey emérito, como queramos llamarlo) y cinco exiliado en Abu Dabi como consecuencia de los constantes escándalos que de una década hasta ahora vienen salpicando a la familia real española. La misma familia real que durante los cuarenta años que Juan Carlos I fue rey de España era intocable para la prensa y apenas teníamos los españoles información sobre los escándalos y la corrupción que se originaban en el Palacio de la Zarzuela.
Personalmente debo decir que, como ya he añadido en múltiples ocasiones, soy republicano. En mi adolescencia sí era monárquico, ya que dentro de mi ingenuidad juvenil y mi corta edad creía que un rey neutral por encima del poder político era lo mejor que podía ocurrir, ya que el rey podría intervenir si el gobierno, con independencia del partido político que estuviese, se pasaba de los límites que establecía la Ley.
Eran los últimos años de Aznar y los primeros de Zapatero en el gobierno y pensaba que el rey podía intervenir si el gobierno "se pasaba de la raya" (Guerra de Irak, Estatuto de Cataluña, Ley de Memoria Histórica, proceso de negociones con ETA, etc). Para mi sorpresa me fui dando cuenta con el tiempo que a pesar de que el gobierno se sobrepasaba la línea de lo permitido, el rey no era más que una figura decorativa, la cual no tenía potestad para decir u hacer nada, aunque la situación nacional estuviese en el límite. El caso Noos lo cambió todo y fue cuando practicamente me di cuenta que era más valioso un presidente de la República con funciones ejecutivas, con independencia de su ideología política, que un monarca decorativo que encabezaba una familia y una institución corrupta.
En pleno 2025, y a mis casi 33 años, sigo pensando lo mismo e incluso mis ideas se han acentado aún más a este respecto. Dicho esto, y después de cincuenta años de la proclamación de Juan Carlos I como rey y la reinstauración de la Monarquía por parte de Franco cabe preguntarse: ¿Qué legado ha dejado realmente el rey Juan Carlos a España? Como todos sabemos ya, hace unos días se han publicado en Francia las memorias que el ahora rey emérito ha escrito con motivo de los cincuenta años de su proclamación como monarca.
Unas memorias que no saldrán aquí en España hasta el próximo mes de diciembre, pero de cuyo contenido ya se ha hablado y mucho en nuestro país. Una de las declaraciones más controvertidas del libro, y que más críticas ha generado en España, son los elogios que Juan Carlos hace de Franco, de quien el propio ex monarca afirma que "si pude ser rey, fue gracias a él", lo cual no deja de ser verdad, a pesar de la polémica suscitada.
Dice también Juan Carlos en sus memorias que su legado y su herencia son el de haber traido la Democracia a España. Unas declaraciones que yo discrepo absolutamente, ya que como añadí en mi última entrada sobre el fallecimiento de Franco, creo firmemente que quienes trajeron e hicieron posible la llegada de la "Democracia" (si es que lo que tenemos se puede llamar así) fue precisamente el propio aparato franquista con Franco como tutor póstumo de esa llegada.
Ya dije en mi última entrada que Franco dejó constancia en su testamento que se guardase fidelidad a Juan Carlos del mismo modo que se le había guardado a él. Franco sabía perfectamente de las intenciones de Juan Carlos y aún así dejó como última orden al aparato franquista que fuesen fieles al nuevo rey. Fue el propio franquismo y no Juan Carlos, ni Adolfo Suárez ni Torcuato Fernández Miranda quienes lideraron la Transición.
Entonces, dicho esto, cabe preguntarse nuevamente: ¿Cuál es el legado que ha dejado Juan Carlos I a España? En mi opinión, Juan Carlos de Borbón dejó en 2014 una España fragmentada, inmersa en una crisis económica, social, moral, política y territorial de la que en pleno 2025 no solo no nos hemos recuperado sino que hemos empeorado. La España feliz y próspera de la que nos hablan Juan Carlos, sus cortesanos y aquellos de su quinta nunca existió o, en el mejor de los casos, fue un espejismo. ¿Acaso España no ha ido perdiendo soberanía nacional a través de estos cincuenta años? ¿Acaso la entrada en la UE y la OTAN no ha supuesto una pérdida de soberanía progresiva interna de la cual Juan Carlos y sus sucesivos presidentes del gobierno se han enorgullecido?
¿De qué España feliz y próspera estamos hablando? ¿De la España que él dejó en 2014, con su hija y su yernos imputados por el caso Noos? ¿De la España que en 2014 estaba ya inmersa en una polarización absoluta cuyo origen se remonta al 11-M y la llegada contra todo pronóstico de José Luis Rodríguez Zapatero? ¿De la España que en noviembre de ese mismo año, 2014, vivió el primer referéndum orquestado por los independentistas, entonces con Artur Mas a la cabeza? ¿De esa España que en 2014 vivía, y sigue viviendo aún, en un declive constante de sus instituciones y de un Estado de Derecho que se desintegra por días? ¿De esa España repleta de corrupción en todas y cada una de sus instituciones empezando, como ya he añadido, por la de su propia institución?
El legado de Juan Carlos I no se puede considerar que haya sido, ni mucho menos, ejemplar; así como tampoco lo fue su reinado desde noviembre de 1975 hasta junio de 2014. ¿Acaso fue ejemplar la conducta del rey en sus escándalos matrimoniales? y no lo digo en el sentido privado, ya que personalmente, lo que cualquier persona haga en su vida privada me importa entre cero y nada; pero sí me importan sus relaciones cuando éstas afectan a las cuentas del Estado, y sus relaciones sentimentales/sexuales con Marta Gayá, Bárbara Rey o Corinna Larsen costaron bastantes millones a las arcas públicas con tal de que éstas mantuviesen la boca cerrada.
En el caso de Bárbara Rey ha sido, de hecho, para nada, ya que treinta años después de su chantaje a Juan Carlos, donde éste fue grabado en la misma casa de la por entonces vedette, manteniendo relaciones sexuales con ella y hablando con ésta de cuestiones políticas y familiares, finalmente ha reconocido públicamente dicha relación e incluso ha hablado de ella en un libro y en la propia televisión. 600 millones de pesetas (el dinero que el Estado pagó a Bárbara Rey por su silencio) tirados a la basura.
Lo de Corinna Larsen es otra cuestión mucho más profunda, ya que con ella hubo una relación sentimental donde incluso el propio Juan Carlos le aseguró a Mariano Rajoy en 2012 su deseo de divorciarse de la reina Sofía y casarse con la empresaria alemana, algo que finalmente no pudo llevar a cabo, muy a su pesar. Eso sí, las comisiones y los negocios ilícitos que ambos realizaron con Juan Carlos aún en el trono, eso sí llegó a consumarse, de tal forma que Juan Carlos y Corinna, a pesar de romper su relación, tienen las espaldas bien cubiertas económicamente, sin que ese dinero haya sido declarado a Hacienda hasta la fecha.
El reinado de Juan Carlos de Borbón no se caracterizó pues ni por la discrección ni por la ausencia de escándalos en sus casi cuarenta años en el trono. Buena prueba de ello es su controvertido papel en el 23-F y en la denominada Operación Armada. Aquella jugarreta en la que toda la clase política, encabezada por la Monarquía, pretendió hacer limpieza como consecuencia de los graves errores cometidos durante la Transición y el gobierno de Suárez. Por cierto, el mismo Suárez que hace años reconoció que no quiso en plena Transición someter a referéndum la forma de Estado porque, según él, "hacían encuestas desde el gobierno y siempre perdía la Monarquía". Muy democrático todo.
Pero volviendo al 23-F, cuarenta y cuatro años después de aquellos acontecimientos, todavía hay personas que creen de forma ingenua que Juan Carlos nos libró aquella noche de febrero de 1981 de la llegada de una nueva dictadura militar, cuando el objetivo último del 23-F era todo lo contrario. En este caso, la idea era la de designar al mentor y mano derecha del rey, el general Alfonso Armada, como nuevo presidente de un gobierno de concentración nacional que llevase a cabo las reformas oportunas, incluyendo la Constitución de 1978, para "hacer limpieza" de los errores cometidos en los años atrás.
Obviamente, todos sabían que el 23-F era una farsa, excepto el propio asaltante al Congreso, el teniente coronel Antonio Tejero, el cual creyó de forma ingenua que aquella operación era realmente un golpe de Estado militar y que de ahí saldría una Junta Militar encabezada por Jaime Milans del Bosch como nuevo presidente del gobierno. El resto de la historia ya la sabemos todos.
Fue el propio Tejero el que, al conocer la trampa que le habían tendido, impidió que Armada entrase en el hemiciclo para ser investido presidente del gobierno. De esta forma fue Tejero y no Juan Carlos en su ya famoso mensaje de televisión quien abortó el golpe, que no era más que un contragolpe de Estado diseñado por el CESID con el objetivo de abortar definitivamente cualquier intento real de golpe de Estado, ya fuese por lo militar o por lo civil.
Volviendo a las memorias que Juan Carlos ha publicado, en ellas afirma que es el único español que después de cuarenta años de servicio no recibe una pensión del Estado. Debo reconocer que nuestro ex monarca es inigualable en lo que respecta a cinismo y sinvergonzonería. Que esas afirmaciones las realice el mismo ex rey que durante cuarenta años ejerciendo como Jefe del Estado fue el único español que judicialmente era inviolable, según la Constitución de 1978, es de un sarcasmo espectacular proveniente de este tipo. Un tipo que envió una carta en 1977 al Sha de Persia para pedirle diez millones de dólares para la campaña de financiación de la UCD de Suárez (incumpliendo con ello su neutralidad como rey) y cuyo dinero nunca se supo a qué bolsillo llegó realmente, tiene la desfachatez de pronunciar estas palabras.
Un tipo que por cada barril de petróleo que se exportaba de Arabia Saudí a España cobraba un millón de euros por cada barril, tiene la caradura de atreverse a quejarse públicamente. Un tipo que después de cuarenta años como rey de España está viviendo el final de su vida en el exilio por los continuos escándalos tanto financieros como sentimentales que de unos años hasta la fecha se han publicado, tiene la poca vergüenza de quejarse de su situación económica. Un tipo que tiene cuentas millonarias en paraísos fiscales como consecuencias de esos "servicios" que él mismo se cobrabra siendo rey, tiene el descaro de poner el grito en el cielo.
Por cierto, un exilio cuyo primer interesado en que continúe allí es el rey Felipe VI, su propio hijo. Como se puede comprobar, en los genes de los Borbones está el hecho de que el hijo traicione siempre a su padre. Lo hizo Juan Carlos en julio de 1969 cuando Franco, aconsejado por su entonces vicepresidente, Luis Carrero Blanco, lo designó sucesor a título de rey, aceptando Juan Carlos dicho nombramiento y traicionando a su vez a su padre, Don Juan de Borbón, el cual era el legítimo heredero a la Corona española tras el fallecimiento de Alfonso XIII en 1941.
Una traición que el Conde de Barcelona nunca perdonó a su hijo y que ahora está pagando el propio Juan Carlos con su hijo Felipe VI, el cual no quiere ver a su padre ni en pintura por España. Es por ello por lo que Juan Carlos ha criticado duramente a su propio hijo, así como a su nuera, Letizia Ortiz, e incluso al gobierno de Sánchez en sus memorias por este hecho mientras alega su deseo de volver por fin a España.
Como es obvio, Felipe VI y el gobierno de Pedro Sánchez jamás permitirán el regreso de Juan Carlos I a España. El destino del ex rey parece estar ya sellado, y no es otro que el de fallecer en el extranjero, del mismo modo que en el extranjero nació en enero de 1938. Juan Carlos volverá a España, sí, pero después de su fallecimiento (Que esperemos sea dentro de muchos años), cuando su cadáver vuelva a nuestro país para recibir los honores y el funeral de Estado correspondiente al cargo que ha ostentado como Jefe del Estado. Ese es el trágico e irónico destino que a todos los reyes de España, excluyendo a Alfonso XII, le ha deparado la historia: reinar, exiliarse y morir en el extranjero.
Por otra parte cabe añadir que si Felipe VI cree que él quedará exento de esa traición y de ese destino, está muy equivocado. No estará lejos el día en el que su propia hija lo traicione, del mismo modo que él ha traicionado a su padre y éste en su día a su abuelo. Si Leonor, llegado el momento, debe traicionar a su padre para ocupar su cargo, lo hará sin ninguna duda; del mismo modo que lo enviará al exilio si en el futuro, Felipe VI no tiene ya cabida en España y comienzan a salir escándalos sobre él que actualmente están ocultos.
En lo que a mí respecta, no puedo destacar ningún acierto de Juan Carlos I en sus casi cuatro décadas al frente de la Jefatura del Estado. Al igual que hice en mi última entrada con respecto a Franco, hablé de sus aciertos y sus errores. En el caso de Juan Carlos he mencionado muchos errores, pero no puedo, o al menos no consigo encontrar ninguna ventaja en sus largos años de reinado.
De hecho, por errores se pueden incluso mencionar los que realizó siendo aún príncipe de España y Jefe del Estado en funciones mientras Franco agonizaba, capitulando ante Marruecos junto a Arias Navarro y entregando el Sáhara Occidental en plena Marcha Verde con el objetivo de evitar una guerra contra los marroquíes a cambio de regalar parte de nuestro territorio a un país hostil hacia España, teniendo que salir de forma urgente y amedrentada los españoles y nuestras tropas allí establecidas.
Dicho esto, y volviendo a los posibles aciertos de Juan Carlos I, probablemente su mayor logro haya sido el de, a través de sus muchos contactos, lograr buenos acuerdos comerciales y económicos con España, lo cual no es poco, pero lo mismo que usaba sus contactos para lograr dichos acuerdos, también los utilizaba para enriquecerse ilícitamente, lo cual era, como se suele decir, desnudar a un fraile para vestir a otro. De esta forma, los pocos aciertos en política exterior de Juan Carlos I se ven ensombrecidos nuevamente por su propia corrupción.
En lo que respecta al papel que la historia le tendrá deparado a Juan Carlos I creo que será parecido, salvando todas las distancias posibles, con el de Alfonso XII, el cual fue el artífice junto a Cánovas del Castillo del sistema de la Restauración de 1876. Juan Carlos quedará, obviamente y a pesar de lo que yo opine, como el artífice de la Transición y del denominado régimen del 78 junto a Adolfo Suárez. Un régimen que al igual que el de 1876 se descompone por momentos. Hace cien años fue Alfonso XIII el que sepultó el sistema caciquil que su padre había levantado junto a Cánovas, en esta ocasión será o bien Felipe VI o bien Leonor en un futuro quien entierre el actual sistema para dar paso a otro peor.
En el futuro, la historia hará mención también a su relación con los diferentes presidentes del gobierno que tuvo bajo su reinado, y probablemente con el tiempo se sepa más aún sobre dichas relaciones. Unas relaciones que empezaron mal con Carlos Arias Navarro, el cual se negaba a reformar nada, comenzaron extraordinariamente bien y acabaron catastróficamente mal con Adolfo Suárez, fueron respetuosas aunque frías con Leopoldo Calvo Sotelo en su breve periodo de gobierno, fueron absolutamente amistosas, tanto en lo político como en lo personal, y de apoyo mútuo entre Felipe González y él (incluso en los peores tiempos de la corrupción felipista).
Con José María Aznar, en cambio, fueron completamente penosas y tensas, aceptables e institucionales con José Luis Rodríguez Zapatero (a pesar de ser con él cuando se comenzó a cuestionar la Transición) así como cordiales y respetuosas con Mariano Rajoy. Puede que con el tiempo sepamos más sobre dichas relaciones, y que incluso Juan Carlos ofrezca algunos detalles de ellas en su libro cuando éste llegue a España en diciembre.
Lo que sí queda claro es que, con independencia de las opiniones que cada uno tengamos de Juan Carlos I de Borbón, no hay duda de que su reinado marcó un antes y un después en la historia de España. Primero con la instauración del sistema constitucional de 1978 y el denominado Estado de las Autonomías y posteriormente tras el escenario que se abrió en España a partir de 2004, el cual dio inicio a la decadencia institucional y política, a la corrupción generalizada y al enfrentamiento social y territorial, así como a la reapertura de las viejas heridas de la Guerra Civil y a la polarización entre españoles. Cincuenta años después de su proclamación como rey, España es, a diferencia de lo que era en 1975, una nación en decadencia, y de eso tiene gran responsabilidad, aunque él no lo quiera asumir, el propio rey Juan Carlos I. Medio siglo después de aquél 22 de noviembre de 1975, será pues la historia la que lo juzgue en el futuro.

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