Debo reconocer que cuando echo la vista atrás y veo alguna que otra entrada publicada por mí en este blog a lo largo de estos casi once años siento verdadera vergüenza por algunas de las opiniones que he escrito por aquí en su momento. Hay entradas que de solo ver el título me entran ganas de borrarlas, pero tampoco quiero hacer eso ya que era lo que por desgracia sentía en aquel momento.
Dicho esto debo añadir que una de las entradas que más me arrepiento de haber escrito y publicado es la que realicé en marzo de 2019 acerca del ex presidente del gobierno, Adolfo Suárez. Una entrada que escribí tras leer por segunda vez el libro "La gran desmemoria" y donde me percaté de alguna de las virtudes que tuvo el presidente castellanoleonés durante la Transición. Esas virtudes las escribí tras la relectura del libro en una entrada titulada "Adolfo Suárez: coraje y prudencia".
Una entrada que era la segunda que escribía sobre el presidente de la Transición, ya que pocos meses antes, concretamente en julio de 2018, escribí la primera acerca de este personaje, donde hablaba sobre el perfil chaquetero y oportunista de Suárez. Esa entrada se titulaba "Adolfo Suárez: el presidente veleta". Como se puede ver, las diferencias entre la primera entrada y la segunda son realmente notorias.
Pues bien, cinco años después de escribir aquella segunda entrada, y tras leer más acerca de Adolfo Suárez y sus años en la presidencia, debo reconocer que fue un error escribir aquella segunda entrada en la que valoraba positivamente al personaje. Y creo que es de Justicia hacer una tercera entrada sobre su persona. Una tercera entrada más acorde a la línea que defendí en mi primera entrada sobre él que en la segunda.
Y es que debo confesar que aunque lo he hecho en algunas ocasiones, no me gusta repetir entrada acerca de un mismo personaje. Y en este caso no sería la segunda entrada, sino la tercera. Pero el error que cometí en su momento de escribir acerca de las virtudes de este personaje (Influenciado tras releer el libro de Pilar Urbano, el cual es pro-Suárez) me obliga a escribir una tercera entrada acerca del que fuera presidente del gobierno durante la Transición española.
Adolfo Suárez decía siempre y con orgullo que era un "chusquero de la política", lo cual es cierto, ya que empezó militando en Falange Española de la mano de su mentor, Fernando Herrero-Tejedor, el cual fue quien empezó a elevarlo hasta convertirlo en una de las futuras promesas del Movimiento en los últimos años del franquismo. De hecho en 1968 fue nombrado por Franco Gobernador Civil de Segovia (Por cierto, una figura, la de los Gobernadores Civiles, cuya desaparición en 1997 en favor de los Subdelegados del Gobierno fue un error garrafal por parte de Aznar).
Solo un año después, en 1969, Franco lo designa Director General de RTVE. Por aquel entonces, Suárez ya comenzaba a moverse entre las altas esferas y empezaba a hacerle la pelota al político relevante de turno. De hecho durante su periodo como Gobernador Civil de Segovia conoció al entonces príncipe Juan Carlos, con quien forjó buena amistad a primera vista. Suárez, al igual que el resto de los españoles, ya sabía que Juan Carlos era el heredero de Franco y por ende el futuro de España tras la muerte del Caudillo.
Por eso, cuando en 1972 ya ejercía como Director General de RTVE, se llegó a enfrentar al Pardo al negarse rotundamente a retransmitir en directo la polémica boda entre Alfonso de Borbón y la nieta de Franco, Carmen Martínez-Bordiú. Suárez, ya situado en Madrid, sabía que dicho movimiento provocaría la irrritación del entorno de Franco, pero se metería definitivamente en el bolsillo al príncipe Juan Carlos, que en aquel momento era rival de su primo Alfonso por la sucesión de Franco, a pesar de que éste ya lo había designado oficialmente como su sucesor.
Y efectivamente, al año siguiente fue cesado como Director General de RTVE, y hasta dos años después (1975) no sería llamado nuevamente por Franco para ser designado vicesecretario general del Movimiento, aunque el cargo solo le duraría tres meses. Pero cinco meses después y solo un mes después del fallecimiento de Franco, Juan Carlos, ya como nuevo rey de España, lo designó ministro-secretario general del Movimiento.
De esta forma, aquél a quien todo el mundo considera el gran demócrata del siglo XX en España, el Cánovas del Castillo de 1976 (Cánovas lo fue en 1876) y el principal artífice de este sistema corrupto y caciquil que padecemos, fue el líder del Movimiento Falangista pocos meses antes de ser designado por el rey presidente del gobierno en julio de 1976.
De su periodo como presidente del gobierno poco se puede decir que no se haya dicho ya. Otra cosa es que lo que haya prevalecido realmente haya sido la versión favorable de sus cinco años de gobierno y no la versión negativa. Tras la llegada de Suárez al gobierno se produjo a los pocos meses la elaboración y aprobación por parte de las Cortes Franquistas de la Ley para la Reforma Política.
Una aprobación que provocó el suicidio político del aparato franquista (Un suceso histórico poco valorado y que demuestra que realmente el paso a la Transición fue posible únicamente como consecuencia del harakiri político realizado por los propios franquistas) y que dio paso al posterior referéndum del 15 de diciembre de 1976 de la Ley. Esa misma Ley que el propio Suárez reconoció en un fragmento nunca emitido de una entrevista concedida en 1995 que hizo una triquiñuela político-jurídica bastante sucia cuando decidió incluir la palabra "rey" en la Ley a la hora de ser sometida ésta a referéndum.
De esa forma, según reconoció el propio Suárez, nadie podría poner en duda la legitimidad de la Monarquía a partir de entonces, ya que los españoles habían votado, seguramente sin leerla, una norma en la que figuraba de relleno el término "rey", lo cual dejaba en aquel entonces sin excusas a todos aquellos que exigían un referéndum Monarquía-República (Que no eran pocos), y que según afirmó el propio Suárez, habría sido letal para la Corona, ya que todas las encuestas que manejaba su gobierno en aquel momento indicaban una victoria del sistema republicano sobre el monárquico.
Con esta triquiñuela político-jurídica, Suárez le devolvía en diciembre de 1976 el favor que el rey Juan Carlos le hizo cinco meses antes al nombrarle presidente del gobierno ante el asombro de todo el aparato franquista de la época, que vieron como contra todo pronóstico Suárez se convertía a sus 43 años en presidente del gobierno, pasando por encima de candidatos más preparados y veteranos como el propio Manuel Fraga, José María de Areilza, Torcuato Fernández Miranda o Gregorio López Bravo, entre otros.
Ya en 1977, y en contra de la promesa hecha por parte de Suárez a los militares en septiembre de 1976, se produjo por parte del presidente del gobierno la legalización del Partido Comunista el Sábado Santo de 1977 (Lo cual demuestra el escaso valor de la palabra dada por Suárez). Paso previo para la celebración de las primeras elecciones generales desde 1936 que causó no pocas preocupaciones en muchos sectores de la sociedad española, sobre todo en el ámbito militar. Pero aparte de la polémica legalización del PC, ya antes se habían producido la legalización de otros partidos, como la del PSOE de Felipe González, el Partido Socialista Popular de Enrique Tierno Galván, la Alianza Popular de Manuel Fraga, etc.
Mientras tanto, Suárez reunió en torno a él a todos los partidos de todos los bloques ideológicos para hacer frente a las elecciones, las cuales se iban a celebrar el 15 de junio de aquel mismo año: desde socialistas hasta falangistas, pasando por democristianos, conservadores, socialdemócratas, socioliberales y liberales. En definitiva, todos los oportunistas y chaqueteros que como Suárez querían seguir viviendo del cuento en este nuevo sistema que estaba naciendo. De esta forma todo el establishment político se unió en torno a la figura de Suárez para seguir chupando del bote después de hacerlo durante cuarenta años en el régimen de Franco.
Había nacido la Unión de Centro Democrático (UCD), con el respaldo del propio rey Juan Carlos, el cual le pidió al Sha de Persia diez millones de dólares para, según él, "financiar a la UCD de Suárez". Un hecho insólito, además de absurdo, ya que la petición de Juan Carlos data del 22 de junio de 1977, una semana después de celebrarse las elecciones. El dinero efectivamente se envió a España; otra cosa es dónde acabaron finalmente esos millones, pero eso ya es otra historia.
Finalmente, el 15 de junio de 1977, la UCD de Suárez ganó las elecciones generales, pasando de ser Suárez un presidente elegido a través del procedimiento establecido en las Leyes de Franco a ser elegido a través de las urnas. Tras esto comenzó la denominada Legislatura Constituyente, donde se aprobó la también por entonces polémica Ley de Amnistía, en la que a pesar de ser liberados personas inocentes que fueron encarceladas durante el gobierno de Franco, también se vieron favorecidos por esta norma terroristas asesinos pertenecientes a ETA y el GRAPO, los cuales ya estaban cumpliendo penas de cárcel por delitos de sangre. Una buena prueba de cómo tanto Suárez como la mayor parte del sistema político español estaba dispuesto a pasar página, aunque eso llevase consigo borrar los asesinatos cometidos por los terroristas.
En octubre de 1977 se produce por su parte la vuelta a España del ex presidente de la generalitat catalán, Josep Tarradellas, y con ello el restablecimiento de las preautonomías en las denominadas por algunos "nacionalidades históricas", paso previo a la posterior creación de las Comunidades Autónomas, que han supuesto realmente la repartición de España entre los nacionalismos periféricos, convirtiendo nuestras regiones en sus particulares reinos de Taifas.
A su vez, en Madrid se firman los famosos Pactos de la Moncloa, donde tanto Suárez como la mayor parte de los líderes políticos y los agentes sociales firmaron un acuerdo político-económico en el que aparte de aprobarse reconocimientos políticos de determinados derechos previos a la Constitución (derecho de reunión, de asociación política, de libertad de expresión, libertad de prensa, etc), también se aprobaron medidas económicas como el reconocimiento del despido libre.
Una medida que era ilegal en los años de Franco en favor de los trabajadores y que con este acuerdo quedaba finalmente legalizada, lo cual demuestra que la ideología y los supuestos principios falangistas de Suárez iban cambiando conforme las circunstancias lo exigían a medida que avanzaba el propio proceso de la Transición. De esta forma se demostraba que Suárez no tenía problema alguno en cambiarse de "chaqueta ideológica" con tal de adaptarse políticamente al panorama del momento.
Y ya finalmente llegó la tan ansiada por muchos (O por algunos, según se quiera ver) Constitución de 1978. Después de meses de acuerdos y discrepancias entre los ponentes, la nueva Carta Magna que derogaba por completo la obra de Franco y sus Leyes Fundamentales del Reino fue aprobada en las Cortes Generales de forma simultánea el 31 de octubre de 1978 y posteriormente sometida a referéndum el 6 de diciembre de ese mismo año, siendo respaldada de forma mayoritaria por el pueblo español. El 27 de diciembre el rey la sancionó en el Congreso de los Diputados y dos días después, el 29 de diciembre, entró en vigor.
Comenzaba de forma oficial el Régimen del 78, el cual había sido aprobado por la mayoría del pueblo español sin haberse leído seguramente la propia Constitución que iba a votar. Comenzaba pues el inicio del desmantelamiento político, social, territorial, económico e industrial de España, el cual se recrudecería veintisiete años después con los atentados del 11-M y la posterior victoria electoral contra todo pronóstico del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero y cuyo proceso de destrucción aún continua en pleno 2024, ahora con el PSOE de Pedro Sánchez al frente del gobierno.
A partir de la aprobación de la Constitución, todo comenzó a ir cuesta abajo y sin frenos para Suárez. Tras la entrada en vigor de la nueva Carta Magna, el presidente del gobierno convoca nuevas elecciones para el 1 de marzo de 1979, las cuales gana por los pelos la UCD de forma sorpresiva. El PSOE de Felipe González ya se veía en la Moncloa con estos comicios y solo la aparición en televisión de Suárez a última hora en TVE alegando al "voto del miedo" en contra de la izquierda provocó que el jefe del gobierno revalidase por segunda y última vez su cargo en las urnas. Pero Suárez no sabía lo que había hecho al llevar a cabo una de sus triquiñuelas políticas con su aparición sorpresiva en TVE horas antes de las elecciones. Había despertado a la bestia dormida del PSOE, cuya dirección federal con González al frente juraron aquella misma noche que acabarían políticamente con Suárez.
Dicho y hecho. Tras las elecciones generales se produjeron solo un mes después las elecciones municipales (las primeras desde 1933). En aquellos comicios, la UCD ganó sin mayoría la mayor parte de los ayuntamientos, lo cual dio paso a que la izquierda, con el PSOE de González, el PC de Santiago Carrillo y el PSP de Enrique Tierno Galván pactasen posteriormente el reparto de los ayuntamientos entre los partidos de la izquierda. Ese mismo año, y aunque la violencia terrorista de ETA y el GRAPO era ya preocupante desde mucho antes, los atentados y la violencia se recrudecieron el doble. En 1979 el número de víctimas asesinadas por ETA (La cual se encontraba en su momento de mayor movilización terrorista) ascendió a ochenta. Pero en 1980 esa cifra aumentó hasta noventa y ocho víctimas.
Entre 1979 y 1980, la situación comienza a deteriorarse de forma acelerada contra Suárez, el cual ve cómo pierde aceleradamente el control tanto del gobierno como de la UCD mientras crecen incesantemente los rumores de un golpe de Estado y la crisis del petróleo empeora por momentos. En mayo de 1980 y tras una remodelación del gobierno por parte de Suárez, Felipe González anuncia en el Congreso una moción de censura contra él (La primera desde la aprobación de la Constitución casi dos años antes).
Suárez se quedó en shock tras el anuncio y en la moción de censura fueron sus propios ministros los que salieron a dar la cara por él. Solo se decidió a defender su gestión cuando el debate estaba ya bastante desarrollado y tras haber aniquilado dialécticamente Felipe González uno por uno a todos los ministros de Suárez (Hay que reconocer que, a pesar de sus muchas sombras, escándalos y corrupciones, Felipe González en aquellos años era políticamente un diamante en bruto).
Finalmente la moción de censura no se aprobó por un margen no muy amplio, pero la paralisis de Suárez durante el debate acabó políticamente con él. A partir de entonces, los denominados "barones" de la UCD conspiraban día sí y día también para derrocarlo. El rey, al ver que Suárez comenzaba a ser a pasos gigantescos un apestado político, comenzó a distanciarse progresivamente de él, hasta el punto de reunirse con González, Carrillo, Fraga, etc, durante el verano de 1980 con el fin de destituir a Suárez a través de una moción de censura apoyada por todos los partidos (Incluida la propia UCD) en la que el candidato de esa eventual moción de censura sería el general y secretario general de la Casa del Rey, Alfonso Armada. Un militar extremadamente próximo a Juan Carlos, con el cual tenía plena confianza. Parece ser que Suárez nunca tragó a Armada, ni Armada a Suárez, por lo que la relación entre el presidente y el general era escasa o nula. De hecho, parece ser que Suárez siempre sospechó de las intenciones presidenciales de Armada, lo cual hacía que desconfiase aún más de éste.
A finales de 1980, Adolfo Suárez era ya practicamente un cadáver político. Abandonado por el rey, por los suyos y con la oposición liderada por el PSOE haciendo una operación de acoso y derribo permanente contra él (La misma que en los años 90 utilizaría Aznar contra Felipe González), Suárez veía ya que toda intención de permanecer en el poder a toda costa se le iba escapando de las manos por momentos. Finalmente el 29 de enero de 1981 anunció por TVE su dimisión al pueblo español, anunciando que se iba "sin que nadie se lo hubiese pedido". Suárez, aparte de ambicioso, era un cachondo; ya que si algo se movía en España entre 1980 y principios de 1981 era una operación orquestada desde el propio Estado para desalojarlo de la Moncloa aquel mismo año.
Parece ser que Suárez tuvo conocimiento en enero de 1981 sobre el inminente registro en el Congreso de una nueva moción de censura contra él con Armada de candidato. Esta vez registrada por el PSOE pero con el apoyo del Partido Comunista de Carrillo, la Alianza Popular de Fraga e incluso gran parte de la propia UCD. Obviamente esto era una estocada de muerte de la que Suárez iba a salir destituido sí o sí como presidente tras aprobarse esa moción de censura que parece ser que contaba con el apoyo de gran parte del sistema no solo político, sino también financiero y periodistico. Y obviamente con la bendición final del rey Juan Carlos, el cual había visto que Suárez ya no le era necesario ni conveniente, por mucho que el presidente le hubiese lamido su culo real durante todos los años pasados.
Por ello, la idea de Suárez fue la de dimitir para, según algunos, paralizar el registro de la moción de censura, que muchos daban por hecho que se produciría en primavera. Con esta decisión, aniquilaba toda operación para derribarle y optaba por marcharse por su propio pie del gobierno. Eso sí, con la idea de dejar como sucesor a alguien sin carisma, que pasase completamente desapercibido y que fuese un presidente de transición solo hasta la convocatoria de unas nuevas elecciones generales a las que él tenía pensado de presentarse nuevamente como candidato a la presidencia del gobierno.
El candidato idóneo que reunía todos esas características era su vicepresidente segundo, Leopoldo Calvo Sotelo (Unas características que igualmente reuniría años después Rajoy). Y aunque finalmente Calvo Sotelo salió elegido sucesor de Suárez, los planes de éste por volver a la Moncloa nunca obtuvieron éxito, a pesar de los intentos reiterados de Suárez por volver.
Un caso curioso que determina cómo Suárez se la metió doblada al rey, al igual que el rey se le estaba metiendo doblada a él conspirando para derrocarlo, fue el hecho de que en el momento de anunciarle Suárez su dimisión, el rey decidió de mala gana darle un título nobiliario (El Ducado de Suárez, en este caso). El rey le dio este título creyendo que de esta forma, Suárez se retiraría de la política y jamás optaría por volver estando en posesión de un título nobiliario. No fue así. La ambición de Suárez podía más, y a pesar del Ducado otorgado por Juan Carlos, el presidente saliente tenía ya en mente no solo su regreso a la presidencia del gobierno sino su mantenimiento en la política.
Pero antes de su salida se produjo lo que todos conocemos como el 23-F. Un supuesto intento de golpe de Estado perpetrado por unos militares con el fin de acabar con la democracia española, según anunciaron los medios oficiales. Nada más lejos de la realidad. El asalto del teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, con un grupo de la Benemérita a sus órdenes fue una operación de Estado en la que los propios promotores de la moción de censura que nunca se llegó a registrar consideraron que tras la dimisión de Suárez había que acelerar los acontecimientos.
¿Quién fue el cabeza de turco de todo aquello? Obviamente, Antonio Tejero, que fue al Congreso creyendo que estaba dando un golpe de Estado para derrocar al gobierno de Suárez y establecer un gobierno militar presidido por el teniente general Jaime Milans del Bosch. A medida que iban pasando las horas se descubrió que el golpe era una chapuza absoluta y Juan Carlos comenzó a preocuparse al ver que la gracia se le había ido de las manos. Después de varias horas sin pronunciarse, finalmente dio un mensaje televisado por TVE en la que pedía a los militares que mantuviesen la calma y no saliesen a secundar lo realizado por Milans del Bosch, el cual, como Capitán General de Valencia, sí había ordenado sacar los tanques a las calles en dicha ciudad previamente.
Pero a pesar de lo que algunos aún se creen de forma ignorante como consecuencia de lo que cuentan los medios oficiales, no fue Juan Carlos quien verdaderamente paralizó el golpe, sino el propio Tejero. Juan Carlos era, digámoslo así, el señor X del 23-F, mientras que Tejero fue la víctima a la que le habían organizado una encerrona de padre y muy señor mío. Tras el mensaje del rey, Tejero se resiste a darse por vencido. De esta forma Armada, tras hablar con el rey, decide ir al Congreso para convencer a Tejero y entrar en el hemiciclo con el fin de que los diputados lo votasen allí mismo como presidente de un gobierno de concentración nacional (Lo que en realidad era la operación inicial de la moción de censura).
La gracia ocurre cuando Armada se reune con Tejero y éste le exige saber quiénes serán las personas que ocuparán ese gobierno de concentración nacional. Cuando Armada le enseña a Tejero la lista de los nombres de su futuro gobierno (Lo llevaba escrito en una página), Tejero le dijo que bajo ningún concepto le dejaría entrar en el hemiciclo para ser investido presidente del gobierno. Una reacción obvia si tenemos en cuenta que Tejero había ido allí engañado y que, con independencia de lo que hubiese ocurrido ya, su vida y su carrera militar estaba acabada. Es pues cuando decide que no solo sería él quien se vería perjudicado en toda aquella chapuza, con lo cual deniega la solicitud de Armada y se atrinchera en el Congreso.
Solo a la mañana siguiente y tras ver que su plan había fracasado completamente, Tejero se rinde y se entrega. Armada vio así frustrada su ambición de ser presidente del gobierno, Suárez se vino arriba creyendo, según el libro de Pilar Urbano, que podía revocar su dimisión y mantenerse en el cargo, y el rey se frotó las manos al ver cómo una operación destinada a ser una chapuza lo catapultaba en pocas horas como "el defensor de la democracia". Suárez, tras salir todos del Congreso, convoca un consejo de ministros urgente en Moncloa con el fin de cesar a los golpistas y para revocar su dimisión.
Es entonces cuando acude a la Zarzuela y le exige al rey que revoque su dimisión, a lo que éste se niega. Finalmente y tras una dura discusión según narra Pilar Urbano en su libro, Suárez se resigna y sale de Zarzuela convencido de que su salida del gobierno no tiene marcha atrás. Al día siguiente, Leopoldo Calvo Sotelo sería investido presidente del gobierno y el 26 de febrero tomaría posesión de su cargo como nuevo jefe del gobierno, poniendo así fin a casi cinco años de mandato de Suárez.
Un Suárez que después de la llegada de su sucesor a la Moncloa intentó por todos los medios volver, aunque sin éxito. Tras ver cómo a lo largo de 1981 y 1982 la UCD se iba descomponiendo por momentos, decide abandonar el partido que le llevó a ganar dos elecciones generales y monta su propio partido: El Centro Democrático y Social (CDS).
Un partido con el que se presentó a las elecciones generales de 1982, 1986 y 1989, aunque sin obtener los resultados que él esperaba para regresar a la Moncloa. Y todo ello a pesar de que el ex presidente de Banesto e íntimo amigo suyo, Mario Conde, afirmó en su momento haber financiado con más de 300 millones de pesetas al CDS de Suárez. Pese a todo ello, finalmente en 1991, y tras un nuevo sonoro fracaso electoral, esta vez en las elecciones municipales de aquel año, Suárez dimite como presidente del CDS y se retira definitivamente de la política.
Esta es pues la historia de un sujeto ambicioso, manipulador y oportunista que intentó primero escalar como fuese al nivel más alto de la política, lo que finalmente consiguió con éxito, a base de hacer la pelota a todo aquél que se encontraba por el camino. Después consiguió lo que él afirmó en varias entrevistas que siempre había ansiado ser: presidente del gobierno. Y tras entrar en el gobierno como ex ministro-secretario general del Movimiento, acabó pasando por todos los espectros ideológicos: Si en 1976 se presentaba como un falangista reformista, en 1977 se presentó como un conservador-democristiano para ganar las elecciones generales del 15 de junio.
En 1978 sin embargo se presentó como un liberal, capaz de enterrar el legado de Franco y derogar la dictadura de la que él mismo había formado parte y de cuyo Movimiento él había sido uno de sus principales líderes. En 1979 ya se presentaba como un centrista puro y duro, capaz de ganarle las elecciones al PSOE de González que todavía defendía el Marxismo. En 1980 ya directamente se erigía como un socialdemócrata, cuyo objetivo era el de ser más de izquierdas que el propio Felipe González. Y en 1981, antes de dejar el gobierno, era la representación personalista de todo un socioliberal progresista.
A partir de su salida del gobierno, parece ser que esa fue la ideología con la que finalmente se casó Suárez tras dar bandazos de derecha a izquierda durante años con el fin de obtener el poder en primer lugar, conservarlo posteriormente y recuperarlo en último lugar. Y es que si al principio de esta entrada he hecho mención a la infinidad de veces que Suárez alegaba ser un "chusquero de la política", parece ser que se le olvidó en todas estas ocasiones definirse a sí mismo como un "chaquetero de la política", ya que el ex presidente del gobierno fue practicamente un tipo sin principios y sin escrúpulos a la hora de alcanzar el poder y luego conservarlo. Obviamente si lo comparamos con todos los que vinieron tras él, Suárez podría ser considerado casi como un hombre de Estado. Pero nada más lejos de la realidad.
Adolfo Suárez fue el principal artífice y promotor de la Transición española y de la instauración del Régimen del 78 y por ello el principal responsable (Junto con sus sucesores en la presidencia del gobierno y los reyes Juan Carlos I y Felipe VI), de la degradante situación a la que hemos llegado actualmente bajo el sistema político nacido en 1978.
Un sistema político que solo ha traido desigualdad, ruptura, tensión, partitocracia, falta de separación de poderes, corrupción generalizada, un país despojado de su soberanía, de sus riquezas y de su industria, y un Estado extremadamente debilitado en pos de los nacionalismos que él tanto defendió durante su etapa como presidente del gobierno, tanto en Cataluña como en el País Vasco. Ese y no otro es el verdadero legado de Adolfo Suárez. Un tipo que, según leí sobre él hace unos años, afirmaba mientras era presidente del gobierno que su objetivo era el de permanecer en el cargo hasta el año 2010. Ahí es nada.
Pero no solo fue el artífice de la Transición y del Régimen del 78, sino también el actor principal en la elaboración de una Constitución en la que para satisfacer a todos dijo aquella famosa frase de "café para todos". Es decir, la creación de un reino de Taifas en el que todo el personal podía ser virrey de su respectiva tierra, como así ha venido ocurriendo desde entonces y que tantas tensiones políticas y sociales y desigualdades territoriales ha provocado.
Suárez desde el primer momento apoyó el título VIII de la Constitución (El concerniente a la organización territorial del Estado) sin saber siquiera las graves y enormes consecuencias que este título podía traer para el futuro de España, así como la inestabilidad territorial que en los años venideros padecería nuestro país gracias a esa organización territorial del Estado que él tan fervientemente apoyó.
Por no hablar del apoyo abierto que dio a la inclusión del polémico artículo 2 de la Constitución, en el que se reconoce el derecho a la autonomía de "las nacionalidades" que integran la nación española. De esta forma reconocía que la nación española era una nación de naciones y abría con ello el melón que cuarenta años después ha estallado.
En definitiva, Suárez no apoyó parcialmente algunos artículos o títulos de la Constitución de 1978, apoyó íntegramente todo el texto de forma rotunda, lo que le hace responsable principal de la chapuza que supuso la Transición y el texto constitucional. Un texto que ha sido el origen de las desgracias y problemas que han venido desarrollándose en nuestro país desde hace ya más de cuatro décadas y que ahora estamos pagando más caro que nunca gracias a su implantación y a Suárez por respaldar tal chapuza jurídico-política.
En mi opinión, la última oportunidad que pudo haber remediado algo, dentro de la aberración ya cometida durante la Transición, hubiese sido la llegada de Alfonso Armada como presidente del gobierno en 1981; ya que según se ha escrito, entre las ideas principales que supuestamente tenía en mente realizar el propio Armada, de haber llegado a la Moncloa, hubiesen sido la de llevar a cabo una reforma de la Constitución que afectase, sobre todo, al título VIII, además de poner orden en España y en especial en el País Vasco frente a la oleada del terrorismo etarra que asolaba nuestro país tanto en 1979 como en 1980. Y por último frenarle los pies tanto a los nacionalismos vasco y catalán, que ya daban muestras de lo que posteriormente ha ocurrido a lo largo de estas décadas, y en definitiva reparar todos los errores que se habían cometido en la Transición por parte de Suárez. Todo con el apoyo de los principales partidos, según lo que se ha escrito a lo largo de estos años por varios periodistas e investigadores.
De hecho, antes del 23-F, Torcuato Fernández Miranda (El cual vivía apartado en Reino Unido y estaba decepcionado con la situación política en España, enemistado con Suárez y desilusionado con el rey) comentó en una entrevista poco antes de su muerte en 1980 el inmenso error que supuso la designación de Suárez como presidente del gobierno y de los peligros que entrañaba el artículo 2 y el título VIII de la Constitución, y criticaba con dureza la irresponsabilidad tanto del rey como de Suárez, así como el fracaso de todo el proceso de la Transición del que él formó parte como presidente de las Cortes, añadiendo de hecho su arrepentimiento al dar su apoyo a la Constitución y a la necesidad de haber hecho una transición auténtica, con su correspondiente referéndum consultivo sobre la forma de Estado.
Dicho esto, y volviendo a Suárez, debo añadir que su apoyo acérrimo y absoluto a los Borbones y al mantenimiento de la Monarquía fue, no ya ridículo, sino humillante, y más tras ser consciente el propio Suárez de la traición de la Corona hacia él al final de su presidencia. Por otra parte, su decisión firme de rechazar de plano cualquier posibilidad de ir hacia una auténtica transición en la que se hubiese decidido de forma clara y concisa la forma de Estado que los españoles querían en su momento, así como el diseño de un verdadero modelo representativo al estilo británico como fervientemente defendía Fraga, hubiese sido el proceso perfecto para ir hacia una auténtica transición a un sistema democrático, y no que por el contrario se convirtió en la instauración de un sistema de chiringuitos políticos donde todo el mundo podía volver a chupar del bote después de cuarenta años sin poder hacerlo.
La Transición española fue pues la última oportunidad que tuvo nuestra nación de avanzar hacia un modelo de país acorde a los de nuestro entorno. En lugar de eso los políticos, con Suárez y el rey a la cabeza, optaron por la peor de las opciones, la cual fue respaldada de forma ignorante por un pueblo que solo obedecía las instrucciones que los políticos de la Transición les indicaba.
Este proceso llamado Transición, que ha sido el inicio del desmantelamiento de España en todos sus niveles, tiene un principal responsable con nombre y apellidos: Adolfo Suárez González. Un hombre inapropiado en el momento inadecuado que fue en aquel entonces el principal culpable, junto con el rey Juan Carlos y Felipe González, de la instauración de un sistema corrupto y caciquil hasta las cejas y cuya implosión está en estos momentos más cerca que nunca.
Un tipo sin principios y charlatán, el cual se jactaba de no haber leído un libro en su vida, y que quizás esa falta de formación de la que tanto se enorgullecía, unida a su falta de escrúpulos, a su mezquindad, a su capacidad de aprovecharse de la situación política del momento y a su ambición desmedida por el poder hizo que España perdiese su última oportunidad de haber vuelto a ser una nación importante y respetada en el mundo. Todo ello finalmente no fue posible gracias a esta farsa llamada Transición, la cual fue liderada por el sujeto que menos preparado estaba para emprender esa tarea: Adolfo Suárez.