Hace unos días se ha recordado los veinticinco años de la mayoría absoluta de José María Aznar en las elecciones generales del año 2000. Una mayoría absoluta inesperada después de cuatro años desde que llegó al gobierno tras ganar las elecciones generales de 1996, de la cual se cumplirán tres décadas el año que viene. Lo que me lleva a escribir esta entrada no es hacer un balance del legado de Aznar, pero sí de comentar en profundidad una de sus decisiones más controvertidas, la cual ha sido una de las que posteriormente más se ha arrepentido: la designación de su vicepresidente del gobierno, Mariano Rajoy, como su sucesor en agosto de 2003. Una decisión personal y exclusiva bastante meditada por parte de Aznar, la cual no salió como él esperaba en su totalidad.
Como todos sabemos, Rajoy perdió las elecciones generales de 2004 cuando todas las encuestas le daban como ganador. El 11-M y la movilización de la izquierda fue crucial para que no llegase a la Moncloa cuando todo estaba previsto. Tuvo que esperar siete años para, esta vez sí, llegar al poder. Pero como es sabido, la España que Rajoy comenzó a gobernar a finales de 2011 no tenía nada que ver con la que podía haber heredado de Aznar, en caso de haber ganado en marzo de 2004. El paso por el gobierno de un sujeto llamado José Luis Rodríguez Zapatero, el cual llevó a cabo todo un experimento de ingeniería social en España, fue crucial para que Rajoy se encontrase un país en medio del caos y no un escenario de aparente estabilidad económica previo al estallido de la burbuja inmobiliaria en 2007/2008.
En el momento de su llegada al gobierno en diciembre de 2011, las relaciones entre Aznar y Rajoy ya no eran lo que habían sido años antes. El famoso congreso de Valencia supuso un antes y un después tras intentar Aznar moverle la silla a Rajoy cuando éste perdió por segunda vez ante Zapatero en las elecciones generales de 2008. Esto fue el primer tropiezo, pero cuando la relación finalmente comenzó a deteriorarse fue con la llegada del gallego a la Moncloa, donde Rajoy, lejos de presentarse como el continuador de las políticas de Aznar, gobernó bajo su propio criterio y sin tener en cuenta los consejos de su predecesor. Y lo que es peor: en los siete años de gobierno de Rajoy no se derogó ni una sola de las leyes aprobada durante los siete años previos de gobierno de Zapatero.
Ironías de la vida, Aznar designó a Rajoy para que consolidase su legado de ocho años de gobierno tras su marcha y finalmente Rajoy consolidó un legado, sí, pero el de Zapatero, manteniendo todas y cada una de sus políticas, las cuales fueron recogidas por Pedro Sánchez al acceder al poder tras la moción de censura que desalojó a los populares de la Moncloa en junio de 2018. Como he dicho antes, el congreso de Valencia fue el primer tropiezo entre ambos líderes populares, pero fue además algo mucho más profundo, fue el inicio de dos facciones dentro del PP.
Por un lado, los denominados "aznaristas", quienes consideraban que había que seguir con la línea política del expresidente, y por otro lado los "marianistas", quienes creían que el partido debía comenzar una nueva etapa tras cuatro años en la oposición donde el PP estaba controlado por el sector más cercano a Aznar (Acebes, Zaplana, etc). Rajoy, tras su segunda derrota electoral, creyó que la única forma de deshacerse de la sombra de Aznar era creando su propio perfil y su propio equipo, lo cual supuso el inicio de las hostilidades entre mentor y discípulo.
Tras la llegada de Rajoy al gobierno, Aznar creyó que su delfín político seguiría sus consejos y se dejaría guiar por su influencia. Nada más lejos de la realidad. Rajoy en 2011 llegó al gobierno convencido de que ya nada le debía a Aznar, y que si en marzo de 2004 hubiese llegado al poder sí habría sido gracias a su mentor, pero tras las elecciones generales de noviembre de 2011, el gallego consideraba que su victoria por mayoría absoluta (una mayoría absoluta más potente que la obtenida por Aznar en el 2000) la había obtenido ya por méritos propios y no por méritos de su ex jefe, con lo cual nada le debía a esas alturas y creía que debía gobernar bajo su propio y exclusivo criterio.
Personalmente, y a pesar de que siempre fui un crítico ferviente con la gestión pasiva e inactiva de Rajoy, en esto debo darle la razón. Y es que Aznar nunca debió designar a dedo a su sucesor, sino convocar unas primarias donde hubiese salido elegido el candidato que hubiesen querido los compromisarios. En lugar de eso apostó su legado y el futuro de España en alguien que no tenía ambiciones políticas ni un proyecto de país. Esa ambición la tuvo sujetos como Rodrigo Rato e incluso Jaime Mayor Oreja.
El problema era que estos dos, a pesar de ser leales a Aznar, como también lo era Rajoy, tenían una personalidad y un criterio distinto al del propio Mariano. Rato probablemente se habría sacudido de la sombra de Aznar al aplicar una serie de políticas económicas que hubiesen dejado en el recuerdo el legado de Aznar. Mayor Oreja, por su parte, habría marcado tendencia propia al llevar a cabo una política férrea y clara contra el terrorismo etarra. Mayor Oreja tenía conocimientos sobrados sobre el nacionalismo vasco mientras que Rato (a pesar de sus sombras) los tenía en el ámbito económico. Demasiada independencia, criterio y personalidad para un heredero que debía ser sumiso, obediente, débil, mero gestor y continuador del proyecto iniciado en 1996; en resumidas cuentas, un segundón.
Rajoy sí reunía todos estos últimos requisitos, lo cual le convertía en el candidato perfecto para ser manejado por Aznar, una vez que el gallego hubiese llegado a la Moncloa. El problema surge que, tras las desavenencias surgidas en 2008 hacia adelante, Rajoy ya no le debía nada a Aznar, y menos después de que éste le intentase mover la silla. Por ello, la idea de Rajoy de gobernar bajo su propio criterio (el cual podía gustar más o menos) era acertada, ya que ningún sucesor político debe seguir al pie de la letra las políticas de su mentor. La cuestión es que Rajoy no solo no siguió las políticas de Aznar, sino que las enterró definitivamente para dar paso al marianismo. El aznarismo pues había muerto y el legado de Aznar pasaba a ser parte del pasado, lo cual provocó que Aznar rompiese definitivamente relaciones con Rajoy en 2016 y renegase por completo de las políticas de su sucesor.
Seamos serios, Aznar no tenía ninguna autoridad política ni moral para susurrarle al oído a Rajoy lo que debía hacer. Otra cosa es que él creyese que sí la tenía y que si Rajoy había llegado a dirigir los destinos de España era gracias a él, por lo que debía tener al menos en consideración sus opiniones en un contexto que en nada se parecía al que el propio Aznar asumió cuando llegó a la Moncloa en 1996. De esta forma, y como mencioné antes, tras los continuos desencuentros surgidos entre ambos líderes a partir de 2008, se produce en el PP el inicio de la fragmentación del partido. Una fragmentación que con Rajoy en el gobierno se agravó cuando surgieron en el panorama político partidos como "Ciudadanos", con Albert Rivera a la cabeza y "VOX", con el ex popular Santiago Abascal al frente.
Muchos han considerado que lo ocurrido en Valencia en 2008 supuso el inicio del desmantelamiento ideológico del PP para convertirlo en lo que es ahora: un partido vacío de ideología ni proyecto político. Personalmente puedo dar en parte la razón a quienes sostienen esta teoría, pero no del todo. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el PP fue desde 1990 un partido sin ideología y sin proyecto. ¿O acaso no era el PP de Aznar quien se definía en sus estatutos como un partido de "centro reformista"? ¿Acaso no era el PP de Aznar quien huía como de la peste de la definición "derecha"? Claro está, era la década de los 90 y había que mantener las apariencias y distanciarse de todos estos términos para que los populares pudiesen acceder por fin al gobierno.
Y por último, ¿Acaso Aznar acometió durante sus ocho años de mandato reformas de calado que revirtiesen las políticas acometidas por Felipe González en sus catorce años de gobierno? Por no hacer, no desclasificaron, tal y como habían prometido, los papeles del CESID que involucraban al aparato estatal del felipismo. El PP nunca fue pues nada ideológicamente, ni siquiera cuando estaba Aznar. Había, eso sí, una línea política más clara y definida: el atlantismo, la apuesta clara por el liberalismo económico con sus correspondientes privatizaciones, una posición fuerte en Europa, etc. Pero precisamente esas bases ya existían de hecho durante el PSOE de González, otra cosa es que con Aznar se reforzasen hasta el punto de que llegaron a molestar a algunos en el exterior.
Si el PP de Aznar ya estaba hueco de contenido ideológico, pero mantenía una fuerte línea política orientada hacia el liberalismo y una suave tendencia al conservadurismo, con Rajoy aquello desapareció completamente. De hecho, el vacío ideológico del PP de Rajoy fue tal que mantuvo, como he dicho antes, las políticas polarizadas, sectarias y extremistas que Zapatero implantó en sus siete años de gobierno. Si el aznarismo al menos se respaldaba en base a una cierta postura liberal-conservadora, el marianismo ni eso. Y de aquellos polvos, estos lodos.
Tras la salida de Rajoy del gobierno en 2018, Pablo Casado fue quien le sucedió al frente del PP, intentando volver sin éxito a la línea de Aznar. Tras su frustrante paso por la presidencia del PP, actualmente el liderazgo lo ocupa un sujeto que perfectamente podría estar en las filas del PSOE: Alberto Núñez Feijóo, el cual siempre fue la opción preferida por Rajoy para que, llegado el momento, le sustituyese al frente del PP. Un tipo, Feijóo, que dedica más tiempo al día en defender el buen nombre del socialismo español y de los sindicatos que en presentar un proyecto alternativo a las políticas radicales de Sánchez.
Obviamente, eso es pedir peras al olmo. El PP de Rajoy realizó en la primera legislatura de Zapatero una oposición basada en el estilo de Aznar, pero al fracasar Rajoy nuevamente en 2008, el gallego optó por su propio estilo y por asumir el proyecto iniciado en abril de 2004 por Zapatero y el PSOE: proceso de paz con ETA (con su correspondiente blanqueamiento y asentamiento en las instituciones políticas), la VIOGEN, la mal llamada Ley de Igualdad, la Ley de Memoria Histórica, el estatuto catalán, etc. Un proyecto por el que Rajoy no cambió ni una sola coma en su periodo de gobierno.
Todo esto, entre otros motivos más profundos, fue lo que supuso que Aznar insinuase (o amenazase, según cómo queramos verlo) en una entrevista en Antena 3 en 2013 su regreso a la política para disputarle el liderazgo del PP a Rajoy y con ello su posible regreso a la presidencia del gobierno. Obviamente, aquellas declaraciones eran un farol cuyo objetivo era el de hacer reaccionar a Rajoy para que acometiese las reformas que España necesitaba en aquel entonces. Rajoy, por supuesto, hacía caso omiso a aquellas críticas por parte de su ex jefe. De hecho, nunca respondió ni entró públicamente en un conflicto verbal contra Aznar, manteniéndose al margen de sus críticas, las cuales cada vez fueron a más.
Con la salida de Rajoy del poder en 2018, Aznar ve en cierta forma colmada su venganza al ver cómo su sucesor por fin dejaba el poder y, de esta forma, no podía seguir empañando más su legado. Quienes en su momento fueron jefe y colaborador de un mismo equipo pasaron a ser enemigos no solo políticos sino personales, o al menos eso es lo que se desprende de las críticas de Aznar hacia su sucesor, donde todo hace indicar que no hay día que Aznar se arrepienta de la decisión que tomó hace ya más de veinte años con respecto a su sucesión.
Actualmente, y como he dicho antes, el PP está dirigido por un marianista de pro como es Feijóo, un tipo que es el mejor y mayor aliado de las políticas extremistas que Sánchez está aplicando desde el gobierno de España, lo cual refuerza la idea ya extendida de que los populares no son más que "el PSOE azul" y que las diferencias entre ellos son tan mínimas que apenas se perciben. Algunos hay quienes consideran que la posición de Feijóo es tan proclive en favor de Sánchez que hay quienes creen con más asiduidad que la solución pasa por la actual presidenta de la Comunidad de Madrid y aparente enemiga política número uno de Pedro Sánchez: Isabel Díaz Ayuso. Esta es la situación actual del PP, la de un partido que fue fundado y refundado por un ex ministro de Franco, como fue Manuel Fraga, y que actualmente es liderado por un sujeto que se ha definido en diversas ocasiones y muy orgullosamente como votante del PSOE de Felipe González.
Como se puede ver, la relevante y polémica decisión de Aznar cuando designó a Rajoy como sucesor supuso todo lo contrario de lo que el entonces presidente creía. En lugar de designar a un continuador de sus políticas, acabó designando a quien enterraría su legado y abriría una nueva etapa dentro del PP, completamente ajena a los tiempos y a la línea de su predecesor. Esto me ha llevado a preguntarme si el destino de España y del PP hubiese sido el mismo si el sucesor hubiese sido Rato o Mayor Oreja y no Rajoy.
Lo más seguro es que la situación en España y la posición interna dentro del PP hubiesen acabado de la misma forma en la que se fue desenvolviendo con el paso de los años realmente. Puede que, con Mayor Oreja, el cual tenía un perfil conservador más duro que Aznar, Rajoy o Rato, esa posición hubiese tardado algo más en materializarse, pero se habría efectuado tarde o temprano. Con Rato no tengo dudas de que se habría efectuado incluso más rápido de lo que realmente sucedió con Rajoy.
Y, por último, cuando hablo sobre este asunto, siempre me pregunto qué habría sido de España, de Rajoy, de la relación de éste con Aznar, así como del futuro del PP si el 11-M y la aparición contra todo pronóstico de Zapatero no se hubiesen producido jamás. Probablemente Rajoy, de haber ganado en 2004, hubiese sido recordado como un mero continuador de las políticas de Aznar en su primera legislatura. De haber salido reelegido en 2008, la crisis y los recortes se los habría comido del mismo modo que lo hizo cuando realmente asumió la presidencia en 2011.
De haberse producido aquel escenario de victoria popular en 2004, el proyecto iniciado por Zapatero no se habría materializado de la forma tan progresiva en la que se llevó a cabo, pero si Rajoy se hubiese comido la crisis tras una hipotética reelección en 2008, la llegada del PSOE, con o sin Zapatero ya, habría estado asegurada, y con ello la puesta en marcha de esa ingeniería social que realmente tuvo su inicio en 2004, que continua aún y que ha cambiado por completo España desde el punto de vista político, social, económico, territorial, cultural, etc. De esta forma, todo hace indicar que, con independencia de los atentados y de la llegada de Zapatero en 2004, el proyecto socialista (incluyendo el mal llamado proceso de paz con ETA y el estatuto de Cataluña) se habría implantado tarde o temprano. Quizás, en otras circunstancias, ese proyecto se habría implantado de forma más lenta, pero habría acabado llevándonos igualmente al escenario en el que nos encontramos en 2025.
Por todo ello, y volviendo al tema que nos ocupa, ¿Fue la operación de sucesión de Aznar un fracaso? Sí, en parte. Si el objetivo por parte de Aznar era el de llevar a Rajoy a la Moncloa, ese objetivo tardó siete años en producirse, pero finalmente se produjo. Si el objetivo era el de llevar a Rajoy a la Moncloa con el objetivo de perpetuar su legado, obviamente fue un fracaso absoluto. El destino de España estaba sellado, con independencia de lo que hubiese ocurrido en 2004, solo habría cambiado el contexto y el momento en el que cada uno debía estar en la posición que le correspondía, pero el desenlace que vivimos actualmente se habría producido de una forma u otra. Hay quienes creen que no, y en varias ocasiones tiendo a secundar esa opinión, pero las circunstancias que vivimos actualmente, y conforme transcurren los acontecimientos, me llevan a pensar de nuevo que esto estaba predestinado a acabar como realmente ha acabado.
¿Aznar actuó de forma egoísta al designar a un Rajoy carente de ambición y proyecto de país para que no le hiciese sombra? Absolutamente. Lo irónico de todo es que el propio Rajoy fue quien se encargó de relegar y enterrar el legado y la figura de Aznar, lo cual lo hace todo más irónico y frívolo. ¿Aznar debió designar a otro candidato? Por supuesto, y más teniendo en cuenta que él ya advertía del riesgo que suponía Zapatero y su proyecto extremista para España, el cual se materializó una vez llegado al gobierno. De esta forma hubiese sido mejor designar a otro candidato con más potencial ideológico que hiciese frente a la batalla ideológica frente a la izquierda liderada por el PSOE.
Sea como fuere, el resultado final es que con su sucesión en agosto de 2003, Aznar acabó designando al candidato aparentemente más débil pero que posteriormente se revelaría contra su mentor, dando paso a una posterior fragmentación de la derecha y a un debilitamiento del PP frente a un PSOE cada vez más radicalizado y dispuesto a ir a por todas. Un PP que desde la época de Rajoy asume y defiende igualmente las posiciones del PSOE, tanto de Zapatero como de Sánchez, lo cual confirma que, aunque los populares logren volver alguna vez al poder (escenario que dudo absolutamente), las políticas seguirán siendo las mismas. Con aquella designación, Aznar se pegó un tiro en el pie a la hora de salvaguardar su legado, el PP cavó su propia tumba y España inició el camino a su desintegración a partir de 2004.