domingo, 24 de enero de 2021

Desgobierno absoluto

Dice la Real Academia Española (RAE) que el anarquismo es por definición aquella "Ausencia total de estructura gubernamental en un estado". Pues bien, España podría considerarse que es de facto a día de hoy un estado anarquista donde no se vislumbra por ningún horizonte ninguna señal de gobierno ni de presencia alguna de una autoridad que imponga algo de ley y orden en este escenario de caos en el que vivimos permanentemente.

El desgobierno de España, copresidido por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias está desaparecido completamente en estos momentos cruciales en los que España se enfrenta a la tercera ola del Covid 19, la cual se considera ya como la más mortífera y letal de las que hemos padecido desde que la pandemia apareciese en nuestras vidas a primeros del año pasado. El gobierno presidido por Sánchez es en estos momentos como el perro del hortelano: "Ni come ni deja comer". Desde que hace ya varios meses adoptase la decisión de delegar en los gobiernos autonómicos la responsabilidad de gestionar la segunda ola, Pedro Sánchez no tiene ningún interés en hacerse cargo de la gravísima situación que padece nuestro país y realizar las gestiones oportunas para minimizar el número de víctimas y el daño que esta pandemia está llevando a cabo. 

Pero claro, a nuestro querido presidente, el cual según la Moncloa es el "Líder de la seguridad nacional" (Tócate los cojones con la definición) no le apetece ejercer como tal y prefiere que el número de víctimas mortales siga subiendo con tal de que a su partido no le perjudique el resultado de las elecciones catalanas que supuestamente deben de celebrarse el 14 de febrero. Estamos pues ante un auténtico asesino y criminal (El cual se lava las manos como Poncio Pilatos) que espera que ante su ausencia y por consiguiente nula responsabilidad en la gestión del Covid 19, el pueblo respalde su forma de gobernar otorgándole a su ministro de sanidad y candidato socialista a la generalitat catalana la victoria en los comicios del día de San Valentín. Todo ello mientras el número de fallecidos en España por el coronavirus supera la espeluznante cifra de 90.000 casos. Una cifra que debería bastar para que el congreso de los diputados adoptase una moción de responsabilidad criminal contra el actual presidente del gobierno, el vicepresidente segundo y el ministro de sanidad, responsables de la grave situación en la que nos encontramos.

Mientras en España se vuelve a hablar de la posibilidad del confinamiento domiciliario, las comunidades autónomas por su parte hacen lo que "buenamente" pueden dentro de la legalidad y del ordenamiento jurídico vigente, pero he aquí que nos encontramos con un gobierno que tampoco acepta que los gobiernos autonómicos tomen medidas más drásticas ante el avance preocupante de la situación. Y es que Pedro Sánchez no tiene en mente en estos momentos nada más que sacar un buen resultado electoral en Cataluña para formar un gobierno tripartito junto a Podemos y ERC. 

Ésa y no otra es la principal preocupación del presidente del gobierno, el cual se encuentra en estos momentos peleándose en público con su vicepresidente segundo acerca del fugado Puigdemont y los exiliados republicanos, demostrando una vez más que este gobierno es un gobierno de muertos más que de vivos, y no lo digo solo porque ellos sean los responsables de las casi 100.000 muertes que llevamos arrastradas en España desde que comenzase la crisis sanitaria, sino también por el hecho de estar más preocupados en exhumar a Franco o en repatriar los restos de Manuel Azaña antes que tomar medidas severas para paralizar esta masacre perpetrada en parte por la pasividad absoluta del gobierno a la hora de ponerse al frente de la situación y negarse a ejercer lo que en teoría deben hacer desde sus puestos: Gobernar. En lugar de eso, el desgobierno del Frente Popular se dedica a revender a Andorra las vacunas procedentes de EEUU y pertenecientes a España por una cuestión "Solidaria". Sinceramente, creo que nuestro país no ha estado gobernado jamás por una pandilla tan vomitiva y asquerosa como la del actual equipo de gobierno.

Estamos pues ante unos auténticos hijos de puta, los cuales se están aferrando a la excusa de unas inminentes elecciones catalanas para no tomar una serie de medidas que ahora son más necesarias que nunca. Estamos hablando de vidas humanas cuyas cifras de mortalidad aumentan cada día ante la decisión del gobierno de huir de cualquier tipo de decisión por temor a "quemarse" por el camino y perder un puñado de electores. Un gobierno cuyo presidente ha decidido que el actual ministro de sanidad, el huidizo Salvador Illa, sea el candidato a presidente de la generalitat catalana en un momento en que España necesita tener a un presidente del gobierno y a un ministro de sanidad concentrados al cien por cien de su tiempo en sacar a nuestro país de la grave crisis sanitaria, económica y social que estamos padeciendo. Por no hablar de la situación que tenemos hasta mayo de un estado de alarma completamente inconstitucional y del que nadie ha pedido cuentas a este puñado de miserables. Ante esto cabe preguntarse ¿Cuántos muertos le costará a España que el PSOE saque unos buenos resultados en Cataluña? En otra época y en otras circunstancias fueron 200, ahora serán muchos más por la actitud homicida de esta pandilla de cerdos, los cuales aún no se han percatado que el 14 de febrero llegará, y con independencia de los resultados electorales pasará de largo. La cuestión es ¿Tienen pensado hacer algo a partir del 15 de febrero? Mucho me temo que no, y lo peor de todo es que hagan lo que hagan, ya es demasiado tarde.

jueves, 21 de enero de 2021

Biden: Fin y comienzo de una nueva era

Desde hace ya unas horas Joe Biden es el cuadragésimo sexto presidente de los Estados Unidos. Una nación que se encuentra en la peor situación vivida desde la guerra civil norteamericana hace ya 160 años. Biden, que se ha convertido desde hoy en el presidente con mayor edad en acceder al cargo (78 años) ha tomado posesión en la investidura más rara vivida en la historia reciente de América. Con un Donald Trump desaparecido en combate desde el asalto al Capitolio el pasado 6 de enero, Biden ha consumado un traspaso de poderes atípico en el que solo ha asistido a la investidura por parte de la administración Trump el hasta hoy vicepresidente Mike Pence, el cual ha cedido el testigo a una Kamala Harris a la que muchos ya ven como la futura presidenta de EEUU de aquí a cuatro años.

Lo vivido hoy no solo supone el regreso de la antigua administración Obama, sino la clausura de una era y la apertura de otra nueva en la que la agenda globalista pretende culminar de una vez por todas el Nuevo Orden Mundial que ya he comentado por aquí en otras ocasiones y del que el ex presidente Bush padre ya hizo mención en septiembre de 1991. De hecho a estas alturas de la noche, Biden ya ha firmado varios decretos entre los que destaca la vuelta de EEUU al Acuerdo de París, del cual se salió Trump en 2019. También ha firmado ya un decreto en el que paraliza el anuncio realizado el año pasado por parte de Trump para sacar a EEUU de la OMS (Organización Mundial de la Salud). Como se puede apreciar, Biden empieza fuerte y comienza a derogar todo lo realizado por su antecesor en estos cuatro años. 

Personalmente no espero nada bueno del nuevo presidente, ya que todos sabemos quiénes están detrás de la campaña de Biden y los intereses que les mueven la llegada de éste a la Casa Blanca. Biden va a seguir adelante con la agenda elitista y progre que en su día realizó Barack Obama y que se detuvo en 2017 con la llegada de Trump. Un Donald Trump al cual tengo que reconocer que no ha estado a la altura de las circunstancias en estos dos últimos meses en la presidencia. El ya ex presidente sabía que no se estaba enfrentando a Biden ni a Harris, sino a toda la élite mundial que esperaba con ansias el regreso de las políticas globalistas realizada tanto por los demócratas como por los republicanos y que él había paralizado durante su estancia en la Casa Blanca. Cabe añadir que lo ocurrido el pasado 6 de enero marca un antes y un después en la torpe idea de Trump al querer revertir el resultado de las elecciones del 3 de noviembre. No sé qué le dirían hace un par de semanas al por entonces mandatario norteamericano, pero es un hecho que desde entonces Trump ha agachado la cabeza y con resignación ha aceptado la situación. Por no hablar del impeachment al que el ya ex presidente deberá hacer frente, aunque ya sea como ciudadano común. Un impeachment que puede hundir las expectativas de Trump para presentarse de nuevo en 2024 si finalmente es condenado por los delitos que los demócratas le imputan. 

Ahora ya todo el terreno es para Biden, el cual auguro que será un presidente que como mucho permanecerá en el Despacho Oval hasta enero de 2025 si no se aparta antes en favor de Harris debido a su avanzada edad. Biden se enfrenta a la más que inminente ruptura y caída del Imperio norteamericano. Estados Unidos se encuentra en una situación límite en la que la chispa puede saltar en cualquier momento. De hecho creo que ya saltó con los sucesos acaecidos el día de reyes con la toma del Capitolio. Las diferencias abismales entre conservadores y progresistas, entre blancos y negros y entre los distintos estados van a provocar más pronto que tarde la más que posible disolución y posterior caída de EEUU como primera potencia mundial en favor de la China comunista que ya espera impaciente que Norteamerica caiga, al igual que la manzana del árbol, por su propio peso antes o después. De hecho veo cierto paralelismo entre Biden y el ex presidente soviético Mijail Gorbachov, el cual fue el mandatario ruso que dio carpetazo en diciembre de 1991 a la ya desaparecida Unión Soviética. Creo pues que con la recién estrenada administración Biden estamos presenciando a la misma vez el fin de una era y el comienzo de otra en la que el totalitarismo de la izquierda será el actor principal en este nuevo escenario oscuro que se abre en todo el planeta. Con la pandemia del Covid 19 extendida por todo el mundo y la división y tensión constante en EEUU, Biden hará frente a los últimos días de grandeza y de liderazgo del Imperio estadounidense sobre el resto de los países. China ya está llamando a las puertas y con ella traerá el imperialismo de Pekín y el comunismo atroz que en ella pervive desde hace más de setenta años. 

viernes, 8 de enero de 2021

Caos en Washington

 

Han pasado algo más de 24 horas desde que en Washington se produjese uno de los acontecimientos más impensables de toda su historia. Me refiero, por supuesto al asalto de los partidarios de Trump al Capitolio de los Estados Unidos de América. Un acontecimiento que podemos definirlo entre histórico, insólito, humillante y patético. Como si de su propio 23-F se tratase, Estados Unidos ha contemplado atónito cómo cientos de sujetos, incluyendo en ellos a varios frikis disfrazados de carnaval, asaltaban la sede del poder legislativo estadounidense. Un asalto que se produjo después de que el todavía presidente, Donald Trump, volviese a reafirmarse en su idea del "Robo electoral" ante una multitud de seguidores frente a la Casa Blanca. Acontecimiento este que ha sido aprovechado por algunos para culpar a Trump de lo que algunos llaman "Un intento de golpe de estado", el cual ha dejado cinco muertos y ha ahondado más en una crisis constitucional sin precedentes en la historia de América. 

Para empezar debo añadir que lo vivido ayer ha sido algo histórico, es cierto. Nunca en 200 años de historia la ciudadanía americana había realizado un acto tan atrevido como el que vimos ayer en directo desde todas partes del mundo, y que deja a los EEUU en una posición cercana a la de una república bananera. Por otro lado ha sido un acontecimiento patético, ya que lo que ayer vimos fue, entre otras cosas, la toma del poder legislativo americano en manos de una manada de frikis salidos de una fiesta de disfraces. Algo impropio de la que se supone que es la primera potencia mundial. Pues bien, entre una cosa y otra hemos llegado a ver hasta dónde han sido capaces de llegar las dos partes que jugaban en este tablero desde el 3 de noviembre pasado. Por un lado se ha visto la postura estúpida e impresentable de Donald Trump, el cual será considerado no ya como el primer presidente en mantener una América en paz durante su mandato, sino de ser el impulsor de un golpe de estado que ha costado la vida a cinco personas. Eso por un lado. Por el otro tenemos a Biden y los demócratas, los cuales han aprovechado estas circunstancias para erigirse en representantes de la democracia y la libertad frente al totalitarismo y la tiranía que según ellos representa Trump.

Un Trump al que todavía no se sabe cuáles van a ser sus intenciones de aquí al próximo 20 de enero, fecha en la que previsiblemente tome posesión como nuevo presidente Joe Biden. Por un lado el todavía presidente ha dejado entrever que reconoce su derrota en las elecciones del 3 de noviembre y que dará paso a un pacífico traspaso de poderes. Pero aún así todavía se desconoce lo que pueda hacer el presidente estadounidense de aquí a dos semanas. Dos semanas en las que puede ocurrir de todo: Los demócratas han emplazado a Mike Pence, vicepresidente de los Estados Unidos, a llevar a cabo la enmienda 25 de la constitución americana, la cual permitiría que tras determinar el gobierno americano a Trump como incapaz para seguir gobernando, éste lo destituiría de inmediato para nombrar de forma provisional al propio Pence como presidente hasta el día 20 de enero. Por otro lado se habla de la posibilidad de poner en marcha otro impeachment que logre esta vez sacar a Trump a poco más de diez días para que termine su mandato. 

Escenarios todos estos surrealistas que se suman a la gravedad de lo ocurrido ayer. Un acontecimiento al que muchas voces han puesto como verdaderos promovedores a Biden y al partido demócrata, con el objetivo de provocar una falsa toma del poder legislativa por parte de los trumpistas y de esta forma deslegitimar la presidencia de éste y obligándole a rendirse de una vez por todas. Si la idea era esa debo decir que ha salido a la perfección, ya que las imágenes de la Cámara de Representantes estadounidense ocupada por los manifestantes han dado la vuelta al mundo. Este ha sido en parte el final que el propio Trump se ha buscado tras tensar la cuerda durante dos meses, sabiendo ya que tenía todas las de perder. El presidente saliente sabe que se está enfrentando no ya a un vejestorio acusado de pedofilia como es Joe Biden, ni a la verdadera y futura presidenta, la radical progre Kamala Harris. Trump se ha enfrentado ni más ni menos que a toda la élite mundial, la cual sigue imparable en su proceso de implantar definitivamente el Nuevo Orden Mundial. Una élite que siempre receló de Trump y que ahora le ha dado la estocada final con este asalto a la democracia estadounidense que pone fin a su presidencia. Una presidencia que podía haber sido perfecta si Trump hubiese reconocido la derrota en noviembre y abrir paso para el traspaso de poderes. 

Creo que está bastante claro que Biden y Harris son dos radicales, los cuales van a implantar la agenda que algunos tienen ya más que diseñada y preparada. Pero con independencia de eso han sido dos radicales que, ya sea de forma legal o ilegal (Yo me inclino más por la forma ilegal) han ganado las elecciones estadounidenses, y eso es lo que importa en todo este panorama. Trump, ciego también por su ambición de poder, ha tensado la cuerda sin saber las consecuencias que podría tener su comportamiento en todo esto. Ahora ya tiene el resultado: Una presidencia echada a perder, un intento de golpe de estado bajo su presidencia, el cual ha costado la vida de varias personas. No se puede jugar contra el establishment, y eso debería saberlo alguien como Donald Trump, el cual forma parte de esa misma élite que reniega de él y éste de ella. El único que ha salido perdiendo en todo este despropósito ha sido él, ya que después de disolver la policía a los asaltantes, el senado ha vuelto a reunirse y ha proclamado oficialmente a Biden como el nuevo presidente electo. 

Un Senado que ha votado a favor de Biden y que algunos consideran como principal responsable de este hecho al todavía vicepresidente Pence, el cual se ha desvinculado completamente de Trump tras lo ocurrido ayer y ha proclamado a Biden como vencedor, a pesar de los intentos de Trump para que Pence bloquease la votación y posterior proclamación. A partir de ahora solo queda esperar para ver cuál es el desenlace de todo esto, ya que la situación puede empeorar aún más si cabe en los próximos días si Trump vuelve a negarse en dejar la Casa Blanca, o los demócratas intentan cesarlo antes del 20 de enero. Un Trump con el que personalmente me he decepcionado profundamente en estos dos meses, no ya por su terca actitud a la hora de reconocer unos resultados de dudosa legalidad, sino en cómo ha traicionado los intereses de España al reconocer a Marruecos como el único país soberano sobre el Sahara Occidental, así como el hecho de trasladar la base de Rota a Marruecos y vender arsenal militar a Mohamed VI, dejando a España a merced de los moros en unos momentos en los que éstos están aprovechándose de la grave situación que vive España para exigir las ciudades de Ceuta y Melilla, así como las Islas Canarias. Una situación que pone en peligro a España y en la que Trump ha colaborado muy activamente, traicionando con ello a España y a los españoles. De esta forma el presidente de Estados Unidos ha demostrado su falta de escrúpulos y su cinismo, unido al papel que ha jugado en los hechos históricos acaecidos ayer. Pero no nos llevemos las manos a la cabeza. Biden y Harris gobernarán dentro de dos semanas EEUU, llevándola a un imparable conflicto civil que ya ha comenzado y que podría poner punto y final a Estados Unidos como principal potencia mundial en favor de China. Unos Estados Unidos cada vez más divididos y que con la llegada de estos dos miserables que ahora son vitoreados como la personificación de la democracia terminarán por hacer menos malo a Trump, lo que ahora se ve como algo imposible a tenor de los graves e históricos hechos acaecidos ayer.

jueves, 7 de enero de 2021

El presidente y el primer ministro

Aunque en nuestra constitución se estipula que España es una "Monarquía parlamentaria", no quiere decir que en la práctica nuestro sistema político tenga que ser así. Siempre se ha comentado, y se sigue comentando, que nuestro sistema de gobierno tiende a ser bastante "Presidencialista". Que la forma de gobierno en España es bastante parecida en cierta forma a los sistemas políticos que predominan en Estados Unidos, México, Argentina, etc. Y debo decir que en gran parte de los años que el sistema constitucional de 1978 ha funcionado, esta forma de gobierno podría añadírsele a nuestro país, siendo el presidente del gobierno no solo el jefe del ejecutivo sino también el jefe del estado. Adoptando un perfil bastante relevante no solo en el interior del país, como es lógico, sino también en el extranjero.

Aun así todo esto parece que cambió desde hace unos diez años atrás. E incluso me atrevería a decir que desde hace veinte años. Desde hace ya algún tiempo, el sistema político español ha venido adoptando una postura que en gran parte se parece a la establecida en Francia o en Rusia. Estoy hablando del sistema semipresidencialista. ¿Qué es un sistema semipresidencial? Pues aquel en el que el jefe del estado es el presidente de la República, mientras que el jefe del gobierno es el primer ministro, el cual es elegido por el primero. Esto en España parece que se estrenó aunque de forma tímida en el año 2000.

Tras la reelección de José María Aznar, éste formó un gobierno en el que desalojó de la vicepresidencia a Francisco Álvarez Cascos y designó como nuevo vicepresidente al entonces ministro de educación, Mariano Rajoy. Con ello también fue designado por Aznar como ministro de la presidencia y posteriormente portavoz del gobierno y ministro del interior. De esta forma Rajoy se convirtió en una especie de "Primer ministro", donde el jefe del gobierno presidía, y el vicepresidente era quien llevaba el pulso del gobierno. De hecho hay noticias de la época en las que se hablaba que debido a los constantes viajes al exterior de Aznar, las discrepancias entre ministros y las rencillas del gobierno las zanjaba el entonces vicepresidente Rajoy, al cual acudían los ministros en lugar de a Aznar debido a que Rajoy era más accesible que el jefe del gobierno. Todo esto terminó cuando en 2003 y tras tres años ejerciendo de primer ministro de facto, Aznar designó a Rajoy como su sucesor, dejando éste las responsabilidades de gobierno, muchas de las cuales le quemaron en los tres años que ejerció de "primer ministro", entre las que destacan el hundimiento del prestige en las costas gallegas en 2002, el apoyo de España a la guerra de Irak, la crisis del Perejil, o la huelga general de los sindicatos contra el gobierno.

Pero no sería hasta octubre del año 2010 cuando en medio de la mayor crisis económica y social vivida en España desde los años 30, el entonces presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, el cual estaba ya carbonizado por su pésima y nefasta gestión de la crisis, decide hacer una gran remodelación en su gobierno y designa como nuevo vicepresidente al entonces ministro del interior, Alfredo Pérez Rubalcaba. Es aquí cuando se habla por primera vez en la prensa española de una "Presidencia bis", donde el vicepresidente asumía todas las funciones gubernamentales mientras Zapatero iba retirándose poco a poco. El entonces presidente era quien oficialmente seguía estando al frente del gobierno, pero en la práctica era Rubalcaba quien gobernaba y tomaba las decisiones en los últimos meses del PSOE en el gobierno. A la vez que era nombrado vicepresidente, también fue designado como nuevo portavoz del gobierno, a la vez que seguía al mando del ministerio del interior. Por primera vez en España se veía claramente, a diferencia de lo ocurrido entre Aznar y Rajoy, una división de poder real en el gobierno. Rubalcaba tenía el control de la situación y realizaba tareas propias de un primer ministro y de primera representación del gobierno en algunos casos. De hecho fue famoso su despliegue a Afganistán, donde visitó las tropas como si de un jefe del gobierno se tratara, y rindió homenaje a los caídos. Pero no sería hasta la crisis de los controladores aéreos en diciembre de 2010 cuando se notó que era ya Rubalcaba y no Zapatero quien realmente controlaba el cotarro. La desaparición del presidente del gobierno durante la crisis, y la constante presencia de Rubalcaba ante los medios, así como el anuncio por parte de éste de aplicar por primera vez el estado de alarma hizo despejar las dudas de quién era verdaderamente el que gobernaba en España. De hecho se ha hablado varias veces que el propio Rubalcaba se vanagloriaba de ser él quien consiguió en la reforma de la constitución de 2011 que a la hora de especificar el límite del déficit no se incluyese ninguna cifra en la carta magna. Quizás por todas estas cosas, Rubalcaba recibió hace casi dos años un funeral equiparable al que reciben los jefes del gobierno. Su "mandato" no duró más de nueve meses. El tiempo suficiente para que los españoles conociesen su gestión como "primer ministro" y abandonase el gobierno para ser designado sucesor de Zapatero y candidato del PSOE, siendo derrotado fulminantemente por Mariano Rajoy en las elecciones de noviembre de 2011.

Tras la vuelta del PP al gobierno, este reparto de poder no solo no se disuelve sino que se refuerza cuando Rajoy, como nuevo presidente del gobierno, decide nombrar a Soraya Sáenz de Santamaria como vicepresidenta del ejecutivo, portavoz del gobierno y ministra de la presidencia, obteniendo a la vez el control del CNI (Centro Nacional de Inteligencia) por primera vez en la historia de España. Es a partir de entonces cuando la prensa española cataloga a Sáenz de Santamaría como "La mujer con más poder en España desde Isabel II". Y no era para menos. Rajoy había estructurado su gobierno de forma que él lo presidiría, pero a su vez sería Soraya quien moviese los hilos del poder en la Moncloa. De nuevo tenemos un caso claro de reparto de poderes entre presidente y "primer ministro". De hecho no fueron pocas las veces que se habló de que Rajoy había "abdicado" de sus responsabilidades en favor de Soraya. De hecho en uno de los debates televisivos de las elecciones generales de 2015, donde Rajoy se presentaba para la reelección, fue la propia Soraya la que participó en representación del PP y por ende, del gobierno de entonces. También fue un hecho curioso que en los carteles electorales de aquellos comicios apareciesen los rostros de Rajoy por un lado y Soraya por otro. Símbolo del gran poder y la influencia que ejercía la "primera ministra" en el gobierno y que la corroboraba como futura sucesora a la Moncloa. Una teoría que se reforzó en 2016 cuando tras cinco años gobernando, el presidente del gobierno decide que Soraya abandone la portavocía del gobierno para asumir a su vez el ministerio de las administraciones territoriales. También, durante la crisis independentista catalana, Rajoy aplicó por primera vez el artículo 155 de la constitución cesando al hasta entonces gobierno catalán presidido por Puigdemont. Con ello encargó que la presidencia catalana provisional recayese en Soraya durante todo el tiempo que perduró esta medida. Todo un espaldarazo a la flagrante "primera ministra", la cual muchos veían en ella a una más que inminente presidenta si los casos de corrupción que afectaban al PP se llevase por delante al gobierno de Rajoy. Algo que estuvo a punto de ocurrir el 31 de mayo de 2018 pero a lo que Rajoy se negó, poniendo fin al gobierno del PP tras siete años en la Moncloa.

En enero de 2020 y tras dos elecciones generales celebradas en 2019, más las elecciones autonómicas y municipales de mayo de ese año, Pedro Sánchez, presidente del gobierno desde junio de 2018, y Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, llegan a un histórico y polémico acuerdo que da luz verde al primer gobierno de coalición desde la instauración del sistema constitucional del 78. El ejecutivo izquierdista del Frente Popular había vuelto al gobierno de España ochenta y cuatro años después de 1936. Tras la toma de posesión de Pedro Sánchez como presidente del gobierno por segunda vez, éste anuncia a los pocos días su nuevo gobierno. Pablo Iglesias se convertiría en el flagrante vicepresidente segundo del gobierno, ministro de derechos sociales y de la "Agenda 2030", y por ende en el nuevo "primer ministro" del nuevo ejecutivo de coalición. Este caso, que ha sido el que lleva España viviendo (O sufriendo, mejor dicho) desde hace un año es el más claro hasta la fecha de todos los casos de reparto de poder entre presidentes y primeros ministros. Sánchez preside el gobierno, asumiendo incluso el papel de jefe del estado en muchos casos, en detrimento del rey Felipe VI, mientras que Iglesias es el encargado de poner los puntos sobre las íes, aunque en más de una ocasión Sánchez haga acto de autoridad para detener algunos de sus planes. Estamos pues ante un gobierno dividido en dos. Por un lado el gobierno que preside Sánchez con sus correspondientes ministros del PSOE, y por otro el gobierno que lidera Iglesias con sus ministros podemitas, entre los que se incluye su propia pareja, Irene Montero. Aún no siendo vicepresidente primero, Sánchez otorga a Iglesias un poder bastante relevante, entre los que destaca su acceso y control al CNI. Un poder bastante notable para el líder de un partido que había quedado cuarto en las elecciones generales de abril y noviembre de 2019. Sin embargo, y a pesar de ello, el reparto de poder se concentra por un lado en el palacio de la Moncloa (Residencia del presidente del gobierno) y por otro en el palacete de Galapagar (Residencia privada del "primer ministro" Iglesias y su cónyuge). 

Con esto he querido hacer un repaso sobre las distintas ocasiones en las que España ha estado co-presidida por dos personas en un sistema que teóricamente es cualquier cosa menos presidencialista o semipresidencialista. Hasta la llegada del segundo gobierno de Aznar, tanto con Álvarez Cascos en la vicepresidencia en su primer gobierno, o incluso Alfonso Guerra con Felipe González, o Gutiérrez Mellado con Adolfo Suárez se sabía claramente quién era el presidente y quién el vicepresidente. Pero desde el antecedente creado de forma tímida por Aznar en el año 2000, confirmado abiertamente por Zapatero en 2010, y continuado con Rajoy en 2011 y Sánchez en 2020, España ha tomado de facto un peculiar sistema de gobierno en donde la facultad de gobernar la tienen dos personas y no una sola. Cabe añadir que este sistema atípico se produjo hasta hace unos años en Cataluña, donde el presidente de la generalitat ejercía funciones propias de un jefe del estado, mientras que a su vez existía un consejero primero, el cual ejercía las funciones de "jefe del gobierno" en la generalitat catalana. Esta idea parece haberse extendido al resto de España con los ejemplos que acabo de exponer. Como he dicho anteriormente, todo esto forma parte de un sistema atípico e insólito si lo comparamos con los sistemas de gobierno que predominan en los países de nuestro entorno, pero como diría Manuel Fraga: "Spain is different".