En definitiva, "La boda real de la tercera infanta de España", como algunos llamaron por entonces el enlace de la hija del presidente del gobierno, fue toda una arrogancia y un ejemplo de despotismo absoluto por parte del propio José María Aznar, (Que se creía en aquél momento no ya jefe del gobierno, sino también jefe del estado con poder absoluto gracias a la mayoría aplastante obtenida en el año 2000), y de su mujer, Ana Botella, (Que había asumido plenamente el papel de primera dama de España, destronando a la reina Sofía). ¿Por qué? Porque una cosa es celebrar una boda, digamos medianamente "discreta" y como Dios manda, donde acuden las personas allegadas de las familias de los novios, y otra muy diferente es celebrar un matrimonio oficial donde el padre de la novia utiliza la boda de su propia hija para erigirse como un monarca europeo que casa a su hija cómo una princesa delante de todos los poderes del estado. ¿A cuento de qué vino invitar al rey Juan Carlos a la boda cuando todo el mundo era consciente de que las relaciones entre el jefe del estado y del gobierno eran más que pésimas? Por la sencilla razón de restregarle Aznar al por entonces rey que él podía perfectamente celebrar como él una boda por todo lo alto cuan presidente, no ya del gobierno, sino de una inexistente República. Es comprensible por supuesto que asistiesen políticos a la boda, ya que el padre de la novia era ni más ni menos que quien gobernaba en la España de la burbuja inmobiliaria en septiembre de 2002. Pero una cosa es invitar a políticos allegados y otra invitar a todas las autoridades a nivel nacional, e incluso autoridades a nivel internacional. De la presencia de famosos en la boda no digo absolutamente nada, puesto que muchos políticos al casarse o al casar a familiares han invitado a personas del mundo de la comunicación, música, cine, etc.
A día de hoy se sabe que la trama Gurtel pagó parte de la boda, y que gran parte de los invitados a la ceremonia guardaban relación con el caso que ha destapado la corrupción en el PP. Hasta el momento no hay certeza de que la boda fuese costeada por el estado (Hasta ahí podíamos llegar, aunque no es de extrañar en nuestro país), pero sí que la trama de corrupción anteriormente citada y la boda guardan relación. De lo que no hay ninguna duda tampoco es de que la famosa boda del Escorial fue un acto impropio de un país que afirma ser una democracia representativa y consolidada en Europa con separación de poderes. Por ejemplo, ¿Alguien se imagina en aquellos años a Tony Blair casando a su hija en la Abadía de Westminster delante de la mismísima reina Isabel II y vacilando de su poder delante de la corona británica y de todas las instituciones del Reino Unido? En Londres por supuesto que no, pero en Madrid se pudo confirmar aquel día con este evento que nuestro sistema político dista mucho de lo que algunos llaman "Una democracia ejemplar". Y no lo digo sólo por el hecho de otorgarle de facto el rango de boda de estado al evento, sino por los innumerables casos de corrupción que salpicaron posteriormente a una gran parte de los invitados a la misma, y que a día de hoy salpican incluso la financiación de la propia boda. En resumen, los Aznar ejercieron de familia real, cómo dijo el propio asesor de Tony Blair, Alastair Campbell, y actuaron con soberbia en un acto que sin ellos saberlo sirvió posteriormente para abrir la caja de pandora que destapó en gran parte uno de los mayores casos de corrupción en España. Traducido en una frase, la que podemos aplicar en España a este y a todos los sucesos ocurridos en el pasado y que ahora marca nuestro presente; "De aquellos polvos, estos lodos...".
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