Debo confesar que aunque siempre me he considerado de derechas, no siempre he votado a ésta. Ya lo he dicho en otras entradas en las que he hablado sobre a quién iba a votar en su momento. En las elecciones generales de 2011, cuando contaba con diecinueve años, voté ilusionado al PP de Mariano Rajoy, creyendo que éste iba a barrer los casi ocho años de zapaterismo en España a través de la derogación de sus leyes. No fue así. Por el contrario, Rajoy mantuvo las mismas políticas que Zapatero y no sólo no derogó sino que mantuvo activas todas sus leyes. Ya en 2015, tras la profunda decepción que me produjo el hecho de ver cómo Rajoy nos había tomado el pelo a sus votantes, y cuando la situación estaba más tensa que nunca como consecuencia de la aparición de Podemos y Ciudadanos, decidí tirar la casa por la ventana y votar a Pablo Iglesias. Sí, por increíble y surrealista que suene ahora, hace ocho años decidí votar al coletas, ya que en ese momento Podemos parecía representar el hartazgo de la sociedad frente a la burla constante a la que estaba siendo sometido el pueblo español como consecuencia de las políticas continuistas de los dos partidos principales.
En la repetición electoral de 2016, y tras la legislatura fallida en la que Rajoy siguió gobernando en funciones, así como tras el fracaso de Pedro Sánchez a la hora de ser investido presidente del gobierno con los apoyos de Ciudadanos, decidí votar por el PSOE en las elecciones generales de junio de ese año. Me había parecido arriesgada la apuesta de Sánchez de ir a la investidura sin contar con los apoyos suficientes, y creía que aun sin compartir la mayoría de sus ideas, un cambio en el gobierno tras una primera legislatura de inmovilismo absoluto por parte de Rajoy vendría bien a España, ingenuo de mí. Lo más acertado hubiese sido haber votado en ambas elecciones a un partido de derechas ajeno a los medios. Pero claro, sabía que hacer eso era lo equivalente a abstenerme y frente a ello decidí votar primero a Iglesias y luego a Sánchez, al primero como voto de protesta frente al sistema, y ya al segundo como voto para echar de la Moncloa a un Rajoy que me había decepcionado absolutamente. Son, sin lugar a dudas, las dos únicas votaciones en las que me arrepiento sinceramente de haber dado mi apoyo a estos siniestros personajes, así como a sus respectivos partidos. Pero claro, uno era más joven entonces y creía de forma absurda que quizás otros sí podían hacer algo distinto a lo que Rajoy había preferido no hacer. La cuestión es que sí que lo han hecho... pero para peor y en su propio beneficio.
Tras el cambio de gobierno de Rajoy a Sánchez a través de la moción de censura en 2018 se producen las elecciones generales anticipadas de abril de 2019. Es ahí donde, aunque no compartía al 100% todas sus propuestas, sí que me veo representado por un partido que al menos defiende los principios por los que yo siempre había apostado: VOX. En esas elecciones y tras casi un año gobernando, Sánchez ya había dejado al descubierto desde el minuto uno de su llegada su verdadera cara, lo cual hacía urgente que se produjese un cambio de gobierno que lo desalojase del gobierno. Frente a Sánchez, que buscaba la reelección, estaba Pablo Casado, el cual ya demostraba ser un líder débil que no suscitaba la más mínima empatía, algo que en cierta forma me sorprendió, ya que aposté por él cuando se celebraron las primarias en el PP en 2018. Es ahí donde decido apoyar a Santiago Abascal en unas elecciones que nos llevaron de nuevo a una legislatura fallida, la cual terminó a los pocos meses, convocándose de nuevo las últimas elecciones generales, las del 10 de noviembre de 2019, votando nuevamente a VOX.
Pues bien, tras cuatro años desde entonces y ver cómo la izquierda ha llevado a España a su peor escenario en casi un siglo, he decidido, después de doce años, volver a votar al PP, en este caso al PP de Feijóo. ¿Las razones? Simplemente que quiero que la izquierda salga cuanto antes del poder, y ello sólo es posible votando a un PP y a un candidato que no me genera ilusión ninguna. Quienes me lean dirán, "Bueno, ¿y por qué no votas entonces a VOX?" Por la sencilla razón de que VOX ha demostrado ser un partido más del sistema. El hecho de querer formar parte de esos gobiernos autonómicos que ellos antes rechazaban, el estallido del caso Olona (En donde ha quedado demostrada la cara tan dura que tiene esta tipeja y su forma de reírse de los votantes), así como la moción de censura tardía y mal hecha por parte de Abascal contra Sánchez este año demuestran que esta gente son sólo otro partido más que con toda probabilidad acabará decepcionando a la población. Si a eso le añadimos el hecho de que en realidad, y por mucho que algunos digan lo contrario, el verdadero voto útil está en el PP y no en VOX a la hora de querer expulsar a la izquierda del gobierno, así como el hecho de que el propio Feijóo ha anunciado que piensa derogar el sanchismo si llega a la Moncloa, ya tenemos los tres únicos motivos para votar a los populares, aunque sea con la nariz tapada.
Sé que es bastante triste confesar que los únicos motivos que me mueven a votar a Feijóo es el de querer echar al PSOE y a Podemos del gobierno, así como el hecho de que éste, por escaso o nulo entusiasmo que me genere, es el único candidato capaz de sacar a Sánchez de la Moncloa y, por lo tanto, de derogar todas las normas que ha sacado adelante Sánchez en estos cinco años en el poder. Pero por desgracia, este es el desolador escenario en el que vivimos en esta España del 2023. Quizás con una candidata como Isabel Díaz Ayuso, la situación podría cambiar, ya que Ayuso posee un carisma y una simpatía entre la población del que carece Feijóo. Aún así, ni yo sé a estas alturas si Ayuso estaría dispuesta a derogar todo lo que ha hecho el sanchismo en estos cinco años. Me veo pues en el mismo escenario que hace doce años: votando al PP con el objetivo de expulsar a la izquierda del gobierno y de que al menos deroguen algo de lo que han hecho éstos. La diferencia está en que en 2011 quien votaba era un chaval de diecinueve años ingenuo e ilusionado con el cambio que prometía por entonces Rajoy, mientras que ahora quien vota es un tío de casi treinta y un años decepcionado y hastiado de la situación que estamos viviendo. Pero bueno, es ley de vida que uno acabe así cuando ves cómo tu nación se va descomponiendo sin que nadie haga nada para remediarlo.
Aún así, animo a la gente a votar para echar a la izquierda del poder. Cuatro años más de socialismo y de izquierda supondría el remate final a España, la cual viene sufriendo su declive desde el año 2004. Un declive que no se va a detener si Feijóo llega al gobierno (Ojalá me equivoque), pero sí supondría detener temporalmente la sangría que venimos sufriendo por parte del PSOE y su banda. Una sangría que aceleraría la muerte del paciente si éstos consiguen retener el gobierno otros cuatro años. Un escenario que no hay que descartar, ya que Sánchez está visto y comprobado que va a por todas. El hecho de que Yolanda Díaz haya conseguido cerrar un acuerdo in extremis con Podemos corrobora la idea de que Díaz va a aglutinar en su partido a lo peor de la política: IU, Más Madrid, Compromís, Catalunya en Comú, etc. En definitiva, Díaz ha recogido la mierda que ha sobrado de los partidos izquierdistas. Una mierda que puede convertirse en un gran saco si toda la gentuza que les vota unifica su voto en torno a ella. Por ello, ya lo dije hace poco en una de mis entradas y lo vuelvo a decir ahora: mucho cuidado con el tándem Sánchez-Díaz.
De momento, todas las encuestas parecen dar la victoria al PP y a Feijóo el 23-J. Una victoria que podría traducirse en mayoría absoluta si Feijóo decide pactar con Abascal, ya que las encuestas pronostican una mayoría absoluta con la suma de ambos. Sin embargo parece que aquí nadie se ha parado a pensar en una posibilidad que creo que va a ir cogiendo cuerpo conforme pase la campaña y, sobre todo, tras las elecciones generales: el hecho de que se produzca una nueva crisis política tras los comicios. Algunos señalan ya la posibilidad de que Feijóo no quiere pactar con Abascal, ya que ello supondría aceptar las condiciones que VOX le impondría al PP para llegar al gobierno. Unas condiciones que, con independencia de las que sean, dudo mucho que Feijóo acepte. Personalmente veo más probable que Feijóo, si ganase las elecciones, solicite el apoyo del PSOE antes que el de VOX. El problema está en que tras las elecciones, Sánchez seguirá como presidente en funciones y líder del PSOE, lo cual imposibilita cualquier escenario de pacto entre el PP y el PSOE, y más si tenemos en cuenta que Sánchez va a hacer lo imposible con tal de buscar apoyos para ir a una investidura.
¿Y qué quiero decir con todo esto? Pues que el escenario al que iríamos si no hay acuerdo entre PP y VOX seria el de una repetición electoral, como ya ocurrió en 2016 y en 2019. Lo cual nos llevaría de nuevo a unas elecciones generales que se celebrarían entre diciembre y enero del año que viene. La pelota, si se confirman los pronósticos de las encuestas, estaría en el tejado de Feijóo, ya que de él dependería que haya un cambio político, o que sigamos mientras con un gobierno en funciones de Sánchez y quién sabe si una renovación del gobierno Frankenstein en caso de que Feijóo desista de pactar con Abascal. De momento, el líder de la oposición ya ha dicho que él no intentará formar gobierno si no es la lista más votada, lo cual nos llevaría a estar nuevamente en manos de Sánchez, el cual acudiría de inmediato a pactar con Díaz, etarras e independentistas como ya lo hizo en 2019 con Iglesias. Mucho cuidado pues, ya que el escenario está más abierto que nunca, y si Feijóo se duerme en los laureles puede verse sobrepasado por la izquierda al más mínimo descuido.
Por otra parte, mientras Sánchez no tenga la seguridad de que tiene un destino internacional garantizado no va a moverse de España, lo cual implica que no sólo el PSOE sino el gobierno seguirían en manos de él. Por ello debe Feijóo andarse con cuidado si piensa que Sánchez va a dejar el poder tan fácil. Además, por cuestiones de principios, Feijóo estaría obligado a pactar sí o sí con Abascal si llegase a ganar las elecciones. Otro escenario distinto no es viable ni aceptable. Por otro lado, Feijóo ya se ha comprometido a derogar el sanchismo si gana las elecciones. De hecho, hace unos días ya dio algunas señales de por dónde va a ir cuando se refiere a ese término: eliminación del ministerio de Igualdad, derogación de la ley trans, la ley de memoria democrática, la ley de bienestar animal (La cual ha despenalizado la zoofilia), etc. Derogaciones que yo apoyo y que incluso, en mi opinión, se quedan cortas, ya que habría que profundizar aún más a la hora de echar abajo todo lo perpetrado por la izquierda. Pero menos da una piedra, como se suele decir; por ello creo que, si no nos vuelve a traicionar como ya hizo Mariano en su momento, a Feijóo hay que darle al menos el margen de la duda.
En definitiva, Feijóo debe ser consciente de que la única salida que tiene para ser presidente del gobierno es pactando con VOX. No le queda otra salida, ya que la derogación del sanchismo no puede ir de la mano de un gobierno del PP respaldado por el propio PSOE, es ilógico. Por otro lado, la necesidad de derogar, no sólo el sanchismo sino también el zapaterismo (Derogación que no hizo Rajoy en su momento), es de urgente necesidad y de obligación moral por parte del PP si vuelve al poder. De lo contrario, la factura que puede pasarle al PP si no cumple esta vez con lo prometido puede ser definitiva. Por mi parte le daré la segunda y última oportunidad al PP para que al menos detengan este desastre. Un desastre que puede continuar si la derecha acude dividida a votar, como ya ocurrió en 2019. Todo lo que no sea una victoria clara, no ya del PP, sino del bloque de la derecha por encima del bloque de la izquierda, será un fracaso. Y más fracaso sería si Feijóo y Abascal no llegasen a un acuerdo y nos viésemos todos abocados a ir de nuevo a las urnas, en las que habría que ver si ese escenario de mayoría absoluta entre PP y VOX se mantiene o se derrumba en favor del PSOE y Sumar, junto a toda la morralla etarra e independentista.
Estos días lo he dicho, y lo mantengo, que las elecciones generales de julio van a ser muy parecidas a las que se celebraron en marzo de 1996, pero esta vez no en términos bipartidistas, sino en términos de bloque derecha/izquierda. Veamos pues qué ocurre de aquí al 23 de julio, aunque ya es seguro que tanto la precampaña como la campaña en sí va a ser a cara de perro. Por no hablar de que una cosa es lo que ocurra el 23-J y quien gane las elecciones, y otra muy distinta es quién logra finalmente gobernar. Por mi parte ya he dicho a quién voy a votar. Sólo espero y deseo que finalmente ese voto se convierta en una victoria clara del PP y de la derecha el 23-J. Y que, por supuesto, esa victoria se traduzca en una formación de gobierno que esta vez sí eche abajo todo lo realizado por José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez en estos veinte años. Por mi parte será, como ya he dicho, la segunda y última oportunidad que le daré al PP, y creo que por parte de muchas personas también. Si los populares quieren mantener esos votos para las elecciones de 2027 sólo tienen que cumplir y no traicionar a sus votantes esta vez, de lo contrario se expondrán a tener el mismo final que la UCD de aquí a cuatro años.